CANTO XXI:
De cómo Crimilda
fue al Huneland
ejando caminar a los mensajeros, haremos saber cómo la joven reina viajó por el país y dónde la dejaron Geiselher y Gernot.
Llegaron hasta Vergen sobre el Donau. Allí se despidieron de la reina, pues querían volver al Rhin. No pudieron los buenos amigos separarse sin verter lágrimas. El atrevido Geiselher dijo a su hermana:
—Hermana, si en algún tiempo tienes necesidad de mí, si llegaras a temer cualquier peligro, házmelo saber y por servirte yo iré hasta el país del rey Etzel.
Sus parientes le besaron la boca y los fuertes Borgoñones se despidieron cariñosamente de los hombres que habían ido con Rudiguero. A la reina seguían muchos agraciados jóvenes.
Cientocuatro iban vestidos con hermosos trajes de vistosos colores; llevaban anchos escudos alrededor de la reina durante el camino. Muchos altivos guerreros volvieron atrás para regresar a sus pueblos.
Los demás avanzaron siguiendo el Donau hasta el Baierland: cundió la noticia de que habían llegado muchos y desconocidos huéspedes, al sitio en que hoy se halla un monasterio y donde el Jura se confunde con el Donau.
En la ciudad de Passau había un obispo. Todos los alojamientos y el palacio del príncipe quedaron desiertos; todos fueron con prisa al Baierland para ver a los huéspedes en el sitio en que el obispo Pilguerin se encontró con la hermosa Crimilda.
Los guerreros del país no experimentaron pesar ninguno viendo tantas hermosas jóvenes como la seguían. Con los ojos requebraban a las hijas de los nobles caballeros. Buenos alojamientos dieron a todos los que las acompañaban.
En Pledelingen les dieron cuanto podían necesitar; el pueblo corría por todas partes, les regalaban cuanto deseaban y ellos lo aceptaban con honor, así sucedió en todos los sitios.
El obispo con su sobrina se encaminó hacia Passau. Cuando dijeron a los habitantes de la ciudad que la joven hermana de los príncipes, Crimilda, iba a llegar, todos los comerciantes se prepararon a recibirla con honor. Como el obispo creía que iban a quedarse allí algunas noches, el margrave Eckewart le dijo:
—No puede ser, debemos encaminarnos hacia las tierras de Rudiguero; muchos guerreros nos esperan, pues saben que llegamos.
La noticia llegó hasta la hermosa Gotelinda: se preparó deprisa con su hija, pues Rudiguero le había hecho saber que sería bueno consolar en su pesar a la joven reina.
Salieron con muchas damas en su compañía para encontrarles hasta el Ence. Así fue hecho y por todos los caminos se veía mucha gente a pie y a caballo que iban a recibir a los extranjeros.
La reina había llegado a Everdingen. Muchos habitantes del Baierland hubieran querido robar a los caminantes según su costumbre, y tal vez lo hubieran asaltado violentamente.
Pero los contuvo en respeto el noble Rudiguero; llevaba consigo mil caballeros y aún más. Llegó allí Gotelinda la esposa de Rudiguero, con muchos fuertes guerreros suntuosamente vestidos.
Cuando hubieron llegado a la campiña, más allá del Tranne junto al Ence, vieron levantadas por todas partes tiendas y chozas, en las que los extranjeros debían pasar la noche. El margrave proporcionaba los víveres a su costa.
Su esposa, la hermosa Gotelinda, abandonó su alojamiento. Por el camino se veían venir muchos magníficos caballos con sonantes bridas. La recepción fue magnífica. Rudiguero estaba muy alegre.
Los que venían de ambas partes al campo lo hacían de una manera ostentosa; allí había muchos héroes. Celebraron torneos en presencia de las hermosas jóvenes y el servicio de la joven reina no causaba pesar a los guerreros.
Cuando llegaron cerca de los extranjeros los hombres de Rudiguero, muchas astas de lanzas rotas por las manos de los guerreros volaron en astillas. Lucharon ante las mujeres por conquistarse premios.
Se detuvieron. Con mucha cortesía se saludaron los hombres; después la hermosa Gotelinda fue llevada a la presencia de Crimilda. Los que estaban para servir a las mujeres tuvieron gran satisfacción.
El jefe de Bechlaren se encaminó a donde estaba Gotelinda. Gran placer era para la margrave verlo volver sano y salvo del Rhin; su gran cuidado fue reemplazado por grande alegría.
Después de haberla saludado, le dijo que echaran pie a tierra en el campo con todas las mujeres que le acompañaban. Allí estaban muy atareados muchos nobles hombres que ponían gran cuidado en servir a las mujeres.
Cuando Crimilda vio venir a la margrave con su acompañamiento, dijo que no se siguiera adelante; detuvo su caballo con la brida y suplicó que le ayudaran a bajar de la silla.
El obispo llevaba a su sobrina hacia Gotelinda, de acuerdo con Eckewart, en el momento en que todos se separaban. Allí la extranjera besó en la boca a la margrave. Así dijo con tierno acento la noble margrave:
—Gran satisfacción es para mí, querida señora, el que mis ojos os hayan podido ver en este país: en ningún tiempo me hubiera podido ocurrir nada más agradable.
—Dios os lo pague, muy noble Gotelinda —respondió Crimilda—. Si yo conservo la salud con el hijo de Botelungo será un bien para vos haberme visto aquí.
Las dos ignoraban lo que tenía que suceder. Con mucha cortesía se saludaron las demás jóvenes; allí estaban los guerreros para servirlas. Después de saludarse se sentaron sobre la hierba y supieron muchas cosas que ignoraban por completo.
Escanciaron la bebida a las mujeres. Sería próximamente medio día, el noble acompañamiento no reposó mucho tiempo en aquel sitio; se encaminó hacia las tiendas en que tenían preparado cuanto podían desear.
Descansaron toda la noche; los de Bechlaren lo prepararon todo para recibir a tan distinguidos hombres; Rudiguero les ofreció todo lo que podían desear.
La hija del margrave con su acompañamiento salió a recibir a la reina cariñosamente; allí estaba su madre, la esposa de Rudiguero y muchas jóvenes que la saludaron con afecto.
Cogiéronse de la mano y se dirigieron a una espaciosa sala muy bien adornada bajo la que corría el Donau. Sentáronse junto a las ventanas y se distrajeron grandemente.
No os puedo decir todo lo que sé. Se marcharon con pena y se escuchó cómo se quejaban los guerreros de Crimilda, pues era verdadero su pesar. ¡Cuántos buenos guerreros de Bechlaren marcharon en su compañía!
El margrave les ofreció cariñosamente sus servicios. La joven reina dio a la hija de Gotelinda doce brazaletes de oro rojo y algunos buenos vestidos como no los llevaba mejores en el país del rey Etzel.
Aunque le había sido robado el oro de los Nibelungos ella se conquistaba la afección de todos, con los pocos bienes que le habían quedado. Al acompañamiento del jefe les hizo grandes regalos.
Por su parte la señora Gotelinda trató a los extranjeros del Rhin con sumo honor, haciendo grandes y pequeños regalos, de modo que no había quien pudiera decir que no había recibido piedras preciosas o magníficos vestidos.
Después de haber tomado el desayuno, y antes de marchar, la señora de la casa ofreció con cariñoso respeto sus servicios a la esposa de Etzel. Mucho acarició a su joven hija. Esta dijo a la reina:
—Si os fuera grato sé que mi querido padre me permitiría ir con vos al Huneland.
¡La señora Crimilda comprendió cuán querida era!
Los caballos fueron llevados ante Bechlaren. Allí la noble reina se despidió de la esposa de Rudiguero y de su hija; también con grandes cumplimientos se separaron muchas hermosas jóvenes.
Ellos casi no volvieron a verse después de aquel día. De Medelick se escanció vino a los extranjeros durante el viaje; habían sido muy bien recibidos.
Había allí un príncipe llamado Astoldo, que les indicó los caminos por el Osterland hacia Montoron por el Donau; por aquellos sitios ofrecieron muchos servicios a la rica reina.
El obispo se separó con gran pesar de su sobrina ¡Con cuánta piedad le deseó feliz viaje y que consiguiera en el país de los Hunos tan grande honor como había conquistado Helke!
En los días siguientes, los extranjeros siguieron hasta el Traisem, la gente de Rudiguero los sirvió en su país hasta que llegaron los Hunos. Por todas parte hicieron grande honor a la reina.
El príncipe del Huneland tenía cerca del Traisem una rica población muy célebre, cuyo nombre era Traisemauer, residencia de Helke, donde practicaba sus virtudes de una manera como nadie ha visto si no es Crimilda, que tenía gusto en dar con largueza. Ella podía disfrutar después de sus infortunios del placer de verse honrada por la gente de Etzel.
Los dominios del rey Etzel era conocidos hasta muy lejos, y en todo tiempo se hallaban en su corte fortísimos guerrero de los más renombrados entre los cristianos o los paganos.
Todos habían llegado allí; lo mismo los cristianos que los paganos se habían reunido siempre en su corte, y cualquiera que fuera la manera de vivir de cada uno, la bondad del rey era tanta, que todos estaban contentos.