Va a matarme.
Esas palabras me aparecieron en la mente, y reaccioné por puro instinto. En el fondo, sabía que clavarle el arma en el pecho era muy distinto a clavársela a un daimon o una furia. La hoja parecía más pesada, el ruido de la piel rajándose por el puntiagudo metal se me antojaba más fuerte.
¿Y cuál era la mayor diferencia? Que los Guardias pura sangre no se derrumbaban y se desvanecían dejando tan solo un polvo azul. El Guardia seguía de pie, con una expresión horrorizada en su cara. Creo que pensaba que aún podía ser más astuto que yo, que no tenía un arma clavada en su pecho.
Grité y saqué el arma de su interior. Y luego cayó. Primero de rodillas, y luego de bruces contra el suelo de mármol. Levanté la cabeza, tenía el arma sangrienta bien sujeta a pesar de que la mano me temblaba. No sabía ni el nombre del Guardia… y lo había matado.
El puro se debió de haber puesto en pie en algún momento. Me miraba, igual de horrorizado. Abrió la boca pero no pudo decir nada.
—Tenía que hacerlo —alegué—, iba a matarme. Tenía que hacerlo.
Dawn gimoteaba desde detrás de la figura de Temis. La estatua había sido dañada durante la batalla. La balanza se había movido, ya no estaba equilibrada.
Había muchas normas que regulaban a los mestizos. No podía mantenerlas todas. Pero había dos que siempre recordaba: nunca te líes con un pura sangre, y nunca mates a un pura sangre. La defensa propia daba igual. La vida de un pura sangre siempre valdría más que la mía. Ser un Apollyon no me permitía saltarme la ley. Romper una de las reglas era ya bastante mala, ¿pero las dos?
Bueno, estaba bien jodida.
Se oyeron unos pasos entrando hacia la recepción, el único sonido que me parecía más fuerte que mis latidos. De forma innata reconocí a ambos. ¿Cómo sabían dónde estaba? Claro, Seth siempre sabía dónde estaba.
Aiden fue el primero en atravesar la puerta. Ambos, él y Seth, se pararon a unos cuantos metros de mí. Podía imaginar qué estaban viendo: montones y montones de polvo azul, los cuerpos, las puertas rotas, y Dawn asustada bajo la estatua.
Luego me vieron a mí, de pie con el arma sangrienta en la mano y un Guardia del Consejo muerto a mis pies.
—Álex, ¿estás bien? —Aiden cruzó la sala—. ¿Álex?
Pasó por encima del Guardia caído y se puso frente a mí. Tenía un moratón bajo su ojo derecho y un arañazo por toda su mejilla izquierda. Tenía la camiseta rota, pero el arma que tenía sujeta en los pantalones no tenía sangre.
—Álex, ¿qué ha pasado? —Sonaba desesperado y trataba de mirarme a los ojos.
Pestañeé, pero no dejaba de ver la cara del Guardia en mi mente.
Seth recorrió con la mirada todo el desastre, con una mirada salvaje.
—Álex. Cuéntanos qué ha pasado.
Lo solté todo muy deprisa, de nerviosa que estaba.
—Había luchado contra las furias y me dijo que había hecho un buen trabajo, Aiden. Luego se disculpó. Tenía que hacerlo. Dijo que no podía haber dos de nosotros y que tenía que proteger su raza. Iba a matarme. Tenía, tenía que hacerlo. Ni siquiera sabía su nombre y lo he matado.
En los ojos de Aiden vi dolor y miedo, y luego tomaron un aspecto duro. Ardían con determinación y furia. Seth se arrodilló y dio la vuelta al Guardia.
—Está bien —Aiden alzó el brazo para intentar quitarme los dedos de la daga—. Dame el arma, Álex.
—No —negué con la cabeza—, tiene mis huellas. Es mía.
—Tienes que dármela, Álex.
Negué con la cabeza y la sujeté con más fuerza.
—Tenía que hacerlo.
Aiden fue soltándome poco a poco los dedos.
—Lo sé, Álex. Lo sé —miró hacia atrás antes de volverse hacia mí—. Ni una palabra de esto a nadie. ¿Me entiendes?
—Pero…
—Álex —alzó la voz—. Ni una palabra de esto a nadie. Nunca. ¿Me entiendes?
—Sí —respiraba poco a poco, medio ahogada.
Se dirigió hacia Seth.
—Sácala de aquí. Coge el jet de Lucian y llévatela a Carolina del Norte. Usa compulsiones si hace falta para salir de aquí sin él; no me importa. Si alguien os para u os pregunta por qué os vais, decidle que los daimons tenían planeado llevarse al segundo Apollyon. Que era demasiado arriesgado que se quedase aquí.
Seth asintió, con los ojos brillando.
—¿Y ellos?
Aiden miró hacia los puros.
—Yo me encargo —habló con voz baja—. Lo que ha pasado aquí nunca saldrá de esta sala. Confía en ello.
—¿Seguro? —Seth frunció el ceño—. Si cambias de opinión, Álex está perdida. Podemos hacerlo…
—No vamos a matarlos —susurró Aiden—. ¡Sé lo que me hago!
Seth abrió los ojos de par en par.
—Estás loco, estás tan loco como Álex. Si alguien descubre lo que vas a hacer, estás…
—Ya lo sé. Vete, vete ya, antes de que venga alguien más. Yo me encargo de esto.
¿Aiden iba a usar compulsiones en otro puro? Eso estaba prohibido, otra regla que iba a romper. ¿Cómo si no iba a mantener esto en secreto? Sobre todo Dawn. Era un miembro del Consejo, obligada a comunicar qué había sucedido de verdad.
Aiden iba a hechizar a los puros. Todo lo demás acabaría encajando. Los mestizos que habían sido convertidos usaban dagas. Encontrarían al Guardia y pensarían que un daimon mestizo le había matado.
Pero si alguien descubría la verdad en algún momento, Aiden sería declarado traidor.
Le matarían por ello.
Me lancé hacia él.
—No. No puedes hacerlo. No voy a permitirlo. No vas a morir…
Aiden se giró y me cogió de los hombros.
—Voy a hacerlo y tú me vas a dejar. Por favor, por una vez, no me lleves la contraria. Haz lo que digo —me miró a los ojos y cuando volvió a hablar lo hizo casi susurrando—. Por favor.
Cerré los ojos intentando evitar las lágrimas.
—No lo hagas.
—Tengo que hacerlo. Ya te he dicho que nunca dejaré que te ocurra nada. Lo decía en serio —Aiden se dirigió a Seth—. Idos ya.
Seth me agarró la mano bien fuerte. Había muchas cosas que quería decirle a Aiden, pero no había tiempo, no con Seth tirando de mí. Me volví para echar un vistazo.
Aiden ya estaba poniendo su plan en marcha. Se agachó junto a Dawn, hablando en voz baja y rápido, igual que me habló aquella noche en el almacén.
Una compulsión, estaba usando una compulsión con otro puro.
Seth tiró de mi mano.
—Tenemos que darnos prisa.
Los dos salimos corriendo por los pasillos, evitando las zonas con más gente. Pasamos por delante de habitaciones en las que solo se oían gemidos y llantos, por pasillos cubiertos de mestizos muertos. Mientras Seth le quitaba un manojo de llaves a un Guardia muerto, eché un ojo dentro de una sala oscura. El suelo estaba lleno de sirvientes mestizos, todos ellos muertos o muriendo, y nadie parecía preocuparse por ellos. Nadie les prestaba atención. Solo se oían gemidos y súplicas. Suplicando ayuda, una ayuda que nunca llegaría. Me dirigí hacia ellos.
—No tenemos tiempo. Lo siento, cariño. Es que no tenemos tiempo. Tenemos que irnos —Seth me sacó de la sala.
Estaba atontada, insensible por dentro. Tanto que ni siquiera sentía los moratones que me habían dejado las peleas, el dolor que me producía dar cada paso. No fue difícil encontrar un Hummer, pero sí ignorar los sonidos de lucha a nuestro alrededor. El instinto me llamaba para que me lanzase hacia ahí, pero dudo que a Seth le gustase.
Miré a mi alrededor y me alivió ver que los Guardias seguían teniendo seguridad alrededor del colegio. Los daimons no habían entrado. Por lo menos los estudiantes estaban a salvo.
Pero ¿y los sirvientes?
De camino al aeropuerto, Seth llevó a cabo el plan de Aiden. Tras varios intentos infructuosos finalmente logró contactar con Marcus. Yo miraba por la ventana, aún en shock.
Seth dijo exactamente lo que Aiden le había indicado, explicándole a Marcus que los daimons habían intentado cogerme.
—Lucian está entre los supervivientes. Le pasaré la información.
Se me pasó parte de la tensión que tenía acumulada al saber que Lucian y Marcus estaban vivos, pero seguía habiendo muchos de quienes no se sabía nada. Había muchos cuerpos, muchos daimons. ¿Y Laadan?
Seth y yo no hablamos hasta que subimos al jet de Lucian. Me senté junto a una ventana mientras Seth animaba al piloto y los asistentes a despegar sin Lucian.
Apoyé la cabeza contra el cristal frío, cerrando los ojos con fuerza. Sentía el estómago vacío. En algún momento, tras despegar, dejé de pensar. Simplemente me quedé ahí sentada, en un mundo en el que igual no tenía ni futuro. En este momento podían ir tantas cosas mal. ¿Y si la compulsión fallaba? Entonces habría Guardias esperándonos para cuando el avión aterrizase. Y aunque Aiden lo lograse, las compulsiones a veces no eran permanentes. Podían desaparecer tras un tiempo.
¿Y entonces qué? Tanto Aiden como yo podíamos perderlo todo.
Seth se dejó caer en el asiento que tenía a mi lado. Levanté la cabeza y lo miré. Tenía dos vasos en la mano, llenos de algo que parecía licor.
—¿Qué es?
—No es poción —no era una broma muy buena, pero sonreí levemente y lo cogí—, solo es whisky, igual ayuda.
Bajé el vaso y lo solté.
—Gracias.
—¿En serio paraste a las furias?
Asentí y le devolví el vaso.
—Les corté la cabeza. Pero dijeron que volverían.
—Solo un dios puede matar de verdad a otro dios —hizo una pausa—, o un asesino de dioses, pero si les cortaste la cabeza supongo que eso las dejará fuera de combate por un tiempo.
—Seth, dijeron que… que yo era la amenaza —me mordí el labio, temblando—. Oh, dioses, he matado a un puro.
—Shhh. No vuelvas a decirlo nunca más. Ya sabes lo que está arriesgando Aiden. No hagas que todo se vaya al garete —Seth se inclinó y me pasó un brazo sobre los hombros. Tras unos segundos, habló—. Él no es… no es como los demás puros, Álex.
—Lo sé —susurré. Aiden no era como ningún otro que yo conociese y de ningún modo podía aceptar que lo que había hecho esta noche era un sentido del deber.
Pero ahora ya no podía hacer nada.
Miré a través de la ventana enana, hacia la oscuridad de la noche. Por debajo, unas luces en forma de diamante se iban haciendo cada vez más pequeñas, volviéndose insignificantes y desapareciendo según nos adentrábamos en las nubes. Respiré profundamente, pero me quedé a medias. Había matado a un pura sangre y el hombre al que amaba estaba ahí, cubriéndolo todo, arriesgándolo todo por mí.
¿Qué había hecho?
Volví a pensar en esos segundos en los que vi al puro levantar su daga, sabía que tenía tiempo de evitar la estocada mortal. Fui rápida. Podía haberme apartado. Podía haber corrido. No necesitaba haberle matado.
El brazo que Seth tenía sobre mis hombros se tensó como si pudiese leerme la mente.
—Te estabas defendiendo, Álex.
—¿Ah sí?
—Sí, nos han declarado la guerra. No tenías otra opción.
—Siempre hay opciones —aparté la mirada de la ventana y miré a Seth. Siempre hay opciones. Tenía esta horrible costumbre de hacer siempre las peores elecciones posibles, y ahora tenía que lidiar con ello. Y Aiden. Y Seth.
Seth se acercó lentamente, como si tuviese miedo de asustarme. Me cogió la barbilla con la punta de los dedos. No dijo nada. No lo necesitaba, la conexión estaba ahí, viva.
Lo necesitaba ahora mismo, necesitaba a Seth.
Cerré los ojos y dejé que pusiese mi cabeza sobre su hombro. Y tras respirar por primera vez sin ahogarme, tras haber hecho mi elección, dejé que la conexión se completase del todo. La presencia de Seth, su calidez, me rodeaba. Me mecí sobre unas olas de comodidad que aliviaron los nudos de mi estómago. No conseguía llenar todos los vacíos ni recomponer todo lo que dejé en los Catskills, pero me llenaba lo suficiente como para sentirme un poco mejor, un poco más cuerda.