Capítulo 26

Me giré hacia la pared acristalada que daba al patio.

Detrás de mí, varios Guardias aparecieron por la entrada, y de más allá llegaban voces asustadas que salían del salón de baile. Unos Guardias pasaron por delante nuestro, uno de ellos gritando.

—¡Aseguren las puertas! ¡Cierren la escuela!

Entonces las sirenas dejaron de sonar, y un escalofrío me recorrió los brazos.

—¿Falsa alarma?

—No estoy seguro —Seth me quitó el arma de la mano—, pero me quedo con esto de nuevo. Gracias.

Casi no le presté atención. Las luces de los postes de fuera comenzaron a parpadear y bajar de intensidad. Miré hacia atrás y vi a Leon con una hoz de estas en una mano y una daga en la otra.

—¡Que todo el mundo se calme! —Un Guardia gritó por encima de las voces asustadas—. ¡La sirena ha parado! No pasa nada. Que todo el mundo se calme y permanezca aquí dentro.

Al entrar, Marcus y Aiden se cruzaron con un montón de puros asustados y curiosos. Mi imaginación hiperactiva me hizo pensar que Aiden buscó con la mirada entre la gente hasta encontrarme, y que entonces pudo verse un signo de alivio en su cara.

Aiden cruzó la sala, con la daga en la mano. Se debió haber cambiado antes de la ceremonia de clausura. Se puso al lado de Leon.

—¿Qué está pasando?

—No lo sé —dijo Leon negando con la cabeza—, pero tengo un mal presentimiento.

Me giré hacia el cristal y bizqueé mirando hacia el fondo. A lo lejos, cerca de la zona arbolada, parecía que algo se movía, muchas cosas, de hecho. Supuse que eran Guardias y Centinelas.

Marcus se unió a nuestro pequeño grupo.

—Telly está dejando a todos los puros en la sala de baile como medida de precaución —hizo una pausa y me miró arrugando un poco la frente, como si se hubiese olvidado de mí.

—Hola —moví mis dedos desarmados.

Marcus frunció el ceño.

—Álex, tú te vienes conmigo.

Arrugué la frente.

—No voy a esconderme en una sala con un montón de puros asustados.

Aiden se giró hacia mí, con sus ojos de color gris tormenta.

—No seas estúpida.

Le devolví la mirada.

—¿Puedo ser irracional?

Aiden puso cara de querer agitarme… o algo peor.

—Álex, no discutas con nosotros —soltó Marcus—. Vas a ir a esa sala.

No pude aguantarlo más.

—Puedo pelear si alguno me da una de esas armas tan chulas.

Seth me cogió del brazo.

—Muy bien, pequeña Apollyon que aún no está entrenada del todo y está a punto de convertirse en algo molesto, vete con tu tío.

Me solté el brazo y me giré hacia Seth.

—Puedo…

Las luces de fuera se apagaron del todo, sumiendo todo en la más absoluta oscuridad. Olvidada durante unos segundos, me giré hacia el cristal. Entrecerré los ojos para ver a través del reflejo, y vi las sombras de los Guardias formando una línea. Pero había algo que no parecía estar bien en la formación. Se movían hacia delante en vez de alejándose de la casa.

—Esto, chicos… —empecé a retroceder.

Leon dio un paso al frente.

—Señorita Andros, a la habitación. Ahora.

Alguien me agarró del brazo, tirando de mí hacia atrás. Miré hacia arriba, esperando ver a Seth, pero era Aiden. Tenía los ojos fijos hacia la pared de cristal.

—Álex, por una vez en tu vida…

Un fuerte crujido nos hizo volver a mirar hacia el cristal. Mi boca se abrió de par en par. El cristal se astilló y rajó por el impacto de un cuerpo.

Di un salto atrás.

—¡Mierda!

El cristal explotó lanzando enormes esquirlas por el aire cuando varios cuerpos cayeron sobre el suelo de mármol. El color de sus uniformes los hacía inconfundibles, pero sus camisas y pantalones blancos estaban llenos de sangre. Los Guardias del Consejo ni siquiera habían desenfundado sus armas. Les habían cortado la garganta de cuajo, dejando entrever un tejido gelatinoso y rosáceo. Algunos incluso tenían espasmos antes de que sus ojos se pusiesen vidriosos del todo.

Aiden me empujó hacia Marcus.

—¡Iros!

Marcus me agarró fuerte del brazo y empezó a cruzar la sala mientras iban entrando Centinelas, sacando sus armas, ¿armas? Me solté y salí corriendo en la dirección opuesta.

—¡Alexandria! ¡No! —gritó Marcus.

—¡Dame un segundo! —Derrapé junto a uno de los cuerpos, intentando no mirarle demasiado. Haciendo una mueca, solté una de las armas curvas y una daga. De ningún modo iba a estar desarmada durante un asedio daimon.

Un estridente grito horrible se oyó por encima de todo el alboroto, engulléndolo por completo. Cuando esos aullidos sin alma llegaron a un nivel muy intenso, unos escalofríos de terror me recorrieron todos los músculos del cuerpo. Agarré con fuerza las armas y me incorporé. Unas sombras iban descendiendo, como una ola de muerte, y se movían increíblemente rápido.

Daimons, montones de daimons.

Ver tantas caras pálidas, con venas negras sobresaliendo bajo la fina piel y agujeros vacíos en el lugar de los ojos, me horrorizó por completo. Mis pesadillas se habían vuelto realidad con todo detalle. Había al menos una docena de ellos, gritando con esas bocas llenas de dientes afilados. Pero repartidos entre ellos había caras que no parecían diferentes.

Daimons mestizos.

Los Centinelas, Aiden y Seth incluidos, salieron corriendo hacia ellos, desapareciendo entre el tumulto. Se oían las armas cortando y cayendo al suelo, seguidas de gritos y chillidos mezcladas con el sonido de cortes en la tela y la carne.

—¡Alexandria! —gritó Marcus—. ¡Suéltame! ¡Tengo que ir a por ella!

Me giré. Un Guardia del Consejo llevaba a Marcus hacia la zona de recepción, la zona fortificada. Apareció otro Guardia que ayudó a poner a salvo a Marcus. Salí corriendo hacia ellos, llegando justo en el momento en que metían a Marcus en la sala y cerraban a cal y canto las puertas de titanio.

Marcus golpeó la puerta, y sus palabras eran amortiguadas por el grueso metal que nos separaba.

—Esta puerta no se vuelve a abrir —el Guardia me miró directamente a los ojos. Era el puro, el Guardia que seguía las órdenes de Telly.

—Gracias —dije entre dientes. Luego respiré hondo, me di la vuelta y vi el infierno.

Todo estaba hecho un asco, literalmente. En ese momento, supe que todos los ataques a menor escala en los Covenants de los pasados meses no eran más que ensayos. Estaban probando cómo infiltrarse en un Covenant, preparándose para un ataque a gran escala en el Consejo. Mamá me lo había advertido, y yo a los puros, pero lo ignoraron.

Idiotas.

Vi a Seth luchando contra un daimon mestizo. Le dio una patada en el pecho con la bota, tirándolo al suelo. En una increíble muestra de brutalidad y elegancia, hizo girar la hoja curva en el aire.

Luego estaba Aiden y Leon, espalda contra espalda, rodeados por cuatro daimons. Parecían estar bien jodidos.

En mi sangre estaba luchar, no correr. Aquí era donde tenía que estar y esta no era tampoco mi primera vez en el ruedo. Salí disparada por la sala, esquivando a los buenos, los feos y los definitivamente malos. Los que estaban acorralando a Leon y Aiden no me vieron venir. Le clavé la daga bien profunda por la espalda al daimon que estaba más cerca de Aiden.

Leon apartó a puñetazos a uno de los daimons. Aiden fue hacia los otros dos, intentando que se centrasen solo en él.

—¡Álex, detrás de ti!

Me giré, agarrando con fuerza la daga con la mano derecha. Una daimon se tiró hacia mí, pero la esquivé. Me giré y le di una patada en el pecho, igual que Seth. Cayó sobre una rodilla y yo me incliné hacia ella, clavándole la hoja en el estómago. Mirando el polvillo azul, le sonreí a Aiden.

—Ya van dos.

—Yo llevo cinco —gruñó mientras clavaba su daga en la garganta de un daimon.

Giré la daga.

—Bueno…

Unas manos me agarraron de los hombros y me tiraron hacia atrás. Caí al suelo sobre los cristales y la sangre, soltando la daga sin querer. Atónita, miré hacia arriba y vi una daimon mestiza.

—¡Álex! —gritó Aiden con voz asustada.

Se inclinó sobre mí y me olisqueó.

—Apollyon…

No me costó recordar qué ocurrió cuando intenté luchar contra el último daimon mestizo con el que me crucé. No salió bien. Intenté apartar esos recuerdos y gateé por el suelo. Los cristales se me clavaban en las palmas de las manos, mezclando mi sangre con la de los caídos. Mi mano dio contra algo húmedo y suave. Un montón de imágenes asquerosas de lo que podría ser pasaron por mi mente.

La daimon mestiza, una Centinela entrenada, abrió la boca y dio un aullido. Saltó en el aire, esgrimiendo una daga del Covenant sobre mi cabeza. Se oyó un chasquido y se convirtió en una bola de fuego cayendo sobre mí. Me aparté de su trayectoria al caer al suelo entre gritos y estertores.

Me acerqué a Aiden. Asintió con la cabeza, bajó la mano y le pegó a otro daimon. Volví a mirar a la daimon del suelo y me estremecí. Lentamente se puso en pie. No era más que un montón apestoso de piel y ropa chamuscado.

—Oh, dioses —murmuré con ganas de vomitar—, ni me toques.

Abrió la boca, y su cuerpo cayó hacia un lado y la cabeza hacia el otro. Leon estaba detrás suyo, con la daga en la mano.

—Señorita Andros —dijo educadamente—, ¿no tenías que haber ido a un lugar seguro?

—Sí, ese era el plan —miré a mi alrededor. Había un montón de cuerpos en el suelo, algunos de los mestizos convertidos y otros de los nuestros. Seth había acorralado a dos daimons y luchaba contra ellos bastante tranquilo. Sonreí, aunque era un poco retorcido hacerlo en estos momentos.

Aiden siguió mi mirada.

—Leon, ese cuenta medio para mí. Eso hacen seis y medio —giró sobre sí mismo y se dirigió hacia otro daimon que tenía a un Guardia contra el suelo.

Leon se encogió de hombros.

—Pues vale. Yo llevo diez, perdedor.

Un aullido me hizo darme la vuelta. Dos daimons mestizos atacaron, yendo directamente a por Leon. Era como si yo no estuviese aquí.

—Y están a punto de ser doce —dijo Leon como si nada.

—Once —me pasé la hoja curva a la mano derecha.

Leon me miró.

—Intenta que no te maten.

Y con eso, fuimos hacia ellos. El hombre, que por fin se había dado cuenta de mi existencia, intentó agarrarme el brazo, pero yo lo esquivé hacia la derecha. Él era mucho más grande que yo, igual que Aiden, y sabía que no podía dejar que me acabase llevando al suelo. Le di una buena patada, pero apenas se movió.

No era bueno.

Bloqueé su puñetazo, pero aún así me hizo retroceder unos cuantos pasos. Mantuve el equilibrio, moviendo el arma por los aires. Rápidamente se echó abajo, contraatacando con un giro para tratar de acabar conmigo. Sentí el viento de su arma zumbando junto a mi cabeza. Salté hacia un lado, pero el daimon mestizo se movía muy rápido. Me lanzó un puñetazo, dándome de lleno en la tripa. Me tambaleé hacia atrás, tratando de respirar.

El daimon mestizo rio.

—¿Estás preparada para morir?

—La verdad es que no —me incorporé—. Ese look pálido de adicto no sienta muy bien. Pareces un adicto. ¿Quieres un poco de éter?

Inclinó la cabeza hacia un lado y sonrió.

—Voy a partirte en dos, estúpida…

Me agaché rápidamente y le hice un barrido a las piernas. Cayó, dejándome solo un instante para atacar. Salté y llevé la hoja hasta su garganta. No me costó nada.

Con los ojos como platos, levanté la hoja.

—Mierda, sí que está afilada —me giré para comentárselo a Leon y vi que tenía a un daimon puro justo en mi cara.

Se lamió los labios.

—Apollyon…

—Oh, venga, ¿en serio podéis olerlo? —Giré la hoja por el lado curvo y se la clavé en el estómago.

—Hueles a calor y a verano —Seth apareció a mi lado—, te lo dije, hueles bien.

—Bueno, pues tú hueles a… a…

Seth esperó, con las cejas levantadas.

Abrí los ojos de par en par. Por encima de su hombro, pude ver al menos a cinco puros más viniendo por el pasillo.

—Daimons.

—¿Huelo a daimon? —Parecía decepcionado.

—No, idiota, que vienen más daimons.

Seth miró hacia atrás.

—Oh. Vaya, mierda. Habrán logrado derribar la entrada.

—Eso no es bueno.

Otro sonido como de crujido resonó por toda la sala, pero distinto del sonido del cristal rompiéndose. Me recordó a un artista tallando en mármol. Seth y yo nos giramos a la vez, pero no sé cuál de los dos lo vio antes. Ambos dimos un paso atrás.

Una red de fracturas se extendía por todo el mármol blanco que atrapaba a las furias. Trozos de piedra se iban desprendiendo, cayendo al suelo. Una piel rosada y luminosa comenzó a aparecer a través de los huecos en el mármol. Una fina corriente de electricidad me recorrió el cuerpo.

—Oh, dioses —susurré.

Seth estiró el brazo, clavando su daga en el pecho de un daimon puro sin ni siquiera apartar los ojos de las estatuas.

—Pues sí.

Una suave risa tintineante sonó por encima del ruido de la batalla, haciendo que todo el mundo parase. Como hipnotizada, vi cómo el resto del mármol se desprendía de la estatua, como una serpiente mudando de piel. Y ahí estaban las tres, flotando por encima del improvisado campo de batalla. Y oh, dioses, eran increíblemente hermosas.

Los dioses habían soltado a las furias.

Sus túnicas blancas vaporosas contrastaban con toda la sangre y violencia de su alrededor. Blancas, rubias y perfectas, las tres observaron la carnicería que tenían ante ellas con sus ojos blancos. Se iban moviendo por el aire con sus alas transparentes, con aspecto delicado y sin hacer un solo ruido. Las furias eran diosas menores, pero su presencia dominaba la sala.

Nunca antes había visto a un dios, así que mucho menos a tres, pero era tal y como me los imaginaba: atrayentes y hermosos. Aterradores. Incluso di un paso hacia ellas, casi sin darme cuenta de que Seth había hecho lo mismo. No podíamos evitarlo. Eran diosas, diosas aparecidas ante nosotros. Ninguno de los otros mestizos o puros se movió, parecían demasiado impactados como para hacer nada.

Por toda la sala, los daimons se apartaron de sus oponentes, fijando su atención únicamente en las furias y olisqueando el aire. Algunos empezaron a gemir, otros gritaban. Me di cuenta de que era por el éter que había en el aire. Si Seth y yo éramos como un bistec, las furias debían ser como el más suculento de los chuletones.

Uno de los daimons, un mestizo, soltó un aullido y salió corriendo hacia ellas.

La furia del centro bajó hasta el suelo, poniendo sus pies descalzos sobre la sangre y los cristales. Unos amplios rizos rubios flotaban en su cabeza según aleteaba silenciosamente. Su piel tenía un brillo nacarado, sonrió e inclinó la cabeza hacia un lado. El daimon intentó agarrarla, pero ella simplemente levantó una mano y lo congeló a mitad de ataque.

Su sonrisa era inocente, infantil, pero tenía un toque oscuro que la hacía parecer cruel. Echó el otro brazo hacia atrás y atravesó con su mano el pecho del daimon. Se elevó en el aire llevándose al daimon con ella. Flotando sobre nosotros, cortó al daimon en dos.

Solté un grito ahogado.

—Vaya…

—… Mierda —acabó Seth.

En un instante, las furias cambiaron, mudando sus hermosos cuerpos. Su piel y alas se volvieron grises y lechosas, su pelo se oscureció y se juntó como en cordones negros que se movían a su alrededor. Me di cuenta de que eran serpientes, no cordones. ¡Su pelo eran malditas serpientes!

La del medio chilló, haciendo que se arrodillasen varios puros. Yo retrocedí y me choqué con Seth. Me pasó un brazo por la cintura y me atrajo hacia él. Una de las furias bajó en picado, agarró a un daimon y lo lanzó por los aires. Otra agarró a un Centinela con las garras de los pies y lo hizo pedazos mientras gritaba. La tercera aterrizó al lado de unos cuantos daimons, una de las serpientes de su pelo entraba y salía por el ojo de un Guardia mientras destripaba a un daimon puro.

Daba igual quién se cruzase en su camino, las furias mataban a todo el mundo.

Vi a Leon metiéndose debajo de un ala gris para poner a Aiden fuera del alcance de una de las furias. Aiden tenía una expresión de terror en su cara, a la vez que le clavaba una daga a un daimon que ni siquiera le estaba prestando atención.

Una furia recorrió el techo, con sus ojos blancos brillando casi igual que los de Seth cuando estaba enfadado. Un segundo después, la furia se encaró hacia nosotros, dando un chillido agudo. Nos miró directamente, con los brazos extendidos y las garras afiladas.

Seth me agarró la mano que me quedaba libre.

—¡Vamos!

Dejé que me arrastrase.

—¿Y qué pasa con Aiden y Leon?

—No tienen a una furia apuntándoles directamente. ¡Así que vamos!

Salimos corriendo hacia el recibidor. Los Guardias seguían sujetando las puertas, protegiendo a los puros. Miré hacia atrás y se me paró el corazón; la furia venía a por nosotros.

—¡Seth!

—Ya lo sé Álex, yo… —Seth paró al girar la esquina.

Me choqué contra su espalda. Miré por encima de su hombro, horrorizada. El recibidor estaba lleno de daimons. El suelo estaba testado de sirvientes mestizos con el cuello roto o rajados de arriba a abajo. Al estar tan drogados, estaban totalmente indefensos ante los daimons. Los Guardias luchaban contra la marabunta de daimons, intentando retenerlos.

La furia gritó y se lanzó hacia abajo. Seth se dio la vuelta y me tiró al suelo, poniéndose sobre mí. Me faltó muy poco para apuñalarle sin querer con mi arma. Tenía el corazón a mil por hora y el miedo me atenazó según las alas de la furia comenzaron a mover el aire a nuestro alrededor. Seth se tensó cuando la furia volvió a bajar en picado, pero cuando los daimons sintieron ese montón de éter a su alrededor, rodearon a la furia.

Poniéndose en pie de un salto, Seth me levantó y comenzamos a bajar por el pasillo. Pasamos por delante de un montón de salas llenas de sangre y desastrosas. En medio de todo el caos, vi a Ojos Marrones luchando contra unos daimons junto al mestizo más joven con el que había hablado en el comedor esta mañana. Se movía de forma tan elegante como un Centinela, y derribó a un daimon con un candelabro de titanio.

Seth y yo llegamos a la sala de baile en el mismo instante en que, de forma repentina, un montón de gritos de pánico y terror rodearon a los Guardias. En el momento en que abrieron las puertas, una estampida de puros arrollaron a los Guardias, empujando y arañando para salir de ahí. Y justo después, la horda de puros asustados llegó hasta nosotros y me soltaron de Seth. La ola de túnicas blancas y rojas impactaba contra mí desde todos los frentes. Intentaba mantener el equilibrio y grité.

—¡Seth!

Los cuerpos me llevaban de un lado para otro, y uno de los Patriarcas me tiró al suelo. Un intenso dolor estalló en mi cabeza. Intenté levantarme, pero este grupo histérico no me dejaba. Solté el arma y me enrosqué sobre mí misma protegiéndome la cabeza. Así era como iba a morir, no en batalla, no por algo tramado por un Patriarca decidido a destruirme, sino atrapada hasta la muerte por un puñado de pura sangres. De todas las formas posibles que hay de morir.

Los perseguiría a todos ellos desde el más allá.

Me dolía un costado y estaba bastante segura de que me había roto una costilla. En su camino, los daimons iban corriendo y matando, y yo no tenía ni idea de dónde estaban las malditas furias. Cerré los ojos bien fuerte, gimiendo cada vez que me pisaban. Unos segundos después de pensar que ya no podía aguantar más, la gente disminuyó lo suficiente como para poder llegar a alcanzar mi arma.

Agitada y contusionada, me puse en pie. Los puros abarrotaban la sala, que olía a humo, sudor y miedo. No veía a Seth por ninguna parte. Me tambaleé hacia la sala de baile, a contracorriente. Marcus estaba en esa sala, con Laadan y Lucian.

Dentro de la sala de baile, me abrí paso a través de la destrucción, observando los cuerpos que atestaban el suelo. Marcus y yo no nos soportábamos más de cinco segundos, pero era la única persona en este mundo que tenía mi misma sangre. No quería ver su cuerpo entre los del suelo. No sabía qué haría. No tenía ni idea.

Muchas de las puertas que daban a la recepción estaban rotas, y algunos daimons acechaban a los puros que quedaban como si fuesen sus presas. Vi a uno lanzarse hacia a una pura, una de pelo color cobre, superbronceada y preciosa.

Dawn Samos.

Le clavó los dientes en el brazo. Gritando, intentó soltarse el brazo, pero el daimon la tenía bien sujeta. Aunque tuvo suerte. Podía haber ido a por su garganta. Una pequeña voz en el fondo de mi mente susurró, déjala; le gusta Aiden.

Pero eso estaba mal, muy muy mal.

Saqué fuerzas de donde pude, ignoré todos los dolores y me acerqué corriendo hacia ellos. Los únicos daimons fáciles de matar eran los que estaban marcando a algún pobre indefenso. Mis ojos se encontraron con los de Dawn, de color amatista, y clavé el lado puntiagudo del arma en la espalda del daimon. Explotó soltando un polvo azul por toda su túnica blanca.

Dawn se sentó en el suelo, aterrorizada. La ignoré y me puse de cara a la matanza. Los daimons, tanto los mestizos como los puros, estaban entretenidos alimentándose del éter de los caídos. Me dirigí hacia ellos, pero un chillido hizo que se me parase el corazón.

Me giré.

Las tres furias flotaban frente a la puerta, con su pelo de serpientes moviéndose por el aire. Un pobre Guardia estaba entre las furias y yo, pero no por mucho tiempo. La más fea de ellas, con el vestido lleno de sangre, le arrancó la cabeza.

Noté cómo el miedo y la ira me recorrían todo el cuerpo, haciendo que casi no notase el dolor que sentía en todos los huesos. Sentí cómo una energía se iba expandiendo por mi estómago y se extendía a todos mis miembros. Un relámpago de energía llegó hasta la palma de mi mano, llenándola de llamas. Subió por mi brazo y se metió en mi interior hasta llegar a un músculo que nunca había usado. Quizá era akasha, o algo más raro, más mortal, porque todo brillaba como una joya rojiza, como si alguien hubiese metido una brocha en ámbar y hubiese salpicado toda la sala.

Anduve un poco hacia delante, con los dedos tensos sobre el centro del arma. Una de las furias rio. Las otras dos se rieron nerviosas y se pusieron al lado de la fea. Detrás de mí podía oír cómo los Guardias peleaban contra los daimons, pero yo estaba concentrada en las furias.

Las dos se miraron y se lamieron los labios. Una de ellas habló.

—Pequeña Apollyon, te estás recargando con el Primero, ¿verdad? ¿O es él quien te está pasando su energía? Más le vale tener cuidado con eso.

—No será suficiente —dijo la otra—, no puedes matarnos.

—Puedo intentarlo —agarré el arma con fuerza.

La furia rio.

—Inténtalo y muere.

Y salieron volando hacia mí. Me giré y salí corriendo hacia la pared. Salté hacia arriba, me impulsé con la pared y salté sobre las dos furias, blandiendo mi arma hacia abajo, haciendo un gran arco.

Aterricé de rodillas detrás de ellas, con los brazos extendidos. Las dos furias se tambalearon hacia atrás, sus cuerpos cayeron hacia delante sin la cabeza. Un fuego azul salía de sus cuellos, consumiendo sus cuerpos por completo.

La furia fea se rio a carcajadas y yo me giré hacia ella. Flotaba a varios metros del suelo, y su pelo se movía furioso.

—No has matado a mis hermanas, pero Thanatos no estará contento cuando las vea volver.

—Siento oírlo.

Sonrió y volvió a su forma original, esa en la que era tan hermosa que casi dolía mirarla.

—Eres una amenaza y tenemos que luchar contra las amenazas. No es nada personal.

—Yo no he amenazado a nadie. No soy el problema.

—Aún no, pero lo harás. Sabemos qué vas a hacer —intentó cogerme el arma, era muy rápida.

Arremetí contra ella para apartarle el brazo.

—¿Qué voy a hacer?

—¿Por qué luchas contra mí? Si me matas volveré —saltó hacia mí rápidamente y me cogió de la camiseta. Logré escapar de sus garras por muy poco—. Eso es lo que hacemos. Seguiremos volviendo para atraparte hasta que la amenaza haya sido erradicada.

—Genial, sois como el herpes. Un regalo que nunca dejas de disfrutar.

Pestañeó.

—¿Qué?

Le di una patada. Tuve que ignorar el intenso dolor que me provocó cuando me agarró el brazo con sus garras y me tiró hacia delante. Usando ese impulso, fui hacia ella. La furia estuvo debajo de mí por un segundo y gruñó. Le clavé la rodilla y me deleité ante su cara de sorpresa.

Me miró, con su hermosa cara inocente.

—Vaya camino, vaya camino han elegido los Poderes. Serás su herramienta. Por eso eres una amenaza.

Me quedé helada.

—El oráculo dijo que…

La furia volvió a cambiar de aspecto, y me atacó con su pelo. Salté, le corté el cuello con el extremo en forma de hoz y rodé por el suelo. Unos segundos después comenzó a arder entre llamas azules, pero su risa continuó en el aire. Durante un momento me quedé tumbada de espaldas, mirando al techo. ¿Eliminar a cada furia contaba triple? Seguro que era suficiente como para pulir a Aiden y Leon.

Me puse en pie y me pasé la manga de la sudadera por la cara. Me giré y vi una gran cantidad de montones de polvo azul y mestizos convertidos muertos. Solo quedaba un Guardia en la recepción, el pura sangre. De todos los que podían haber sobrevivido, tenía que ser precisamente él. Debería haberme sentido mal por pensar eso, pero no.

Suspiré y me acerqué al Guardia lentamente. Le estaba saliendo un moratón en la mejilla, pero por lo demás, estaba ileso.

—Ha sido una locura.

Hizo girar la daga sobre su mano y se dio la vuelta hacia los dos puros que quedaban. Dawn estaba agazapada tras una estatua de Temis, con el brazo pegado al pecho. La sangre le goteaba sobre su túnica. Un puro mucho mayor que ella le había pasado un brazo por encima de los hombros, y le susurraba algo. Parecía estar muy asustada. No podía culparla. Había estado muy cerca de conocer su final.

Me pasé la mano por debajo de la nariz y no me sorprendió ver sangre por toda mi piel.

—¿Se encuentra bien? —preguntó el Guardia.

El hombre levantó la cabeza. Una profunda marca le sangraba justo en la unión entre el cuello y el hombro.

—Sí, eso creo. Tenemos que llevarla a que la examinen —me miró—. Has estado increíble. Nunca había visto algo así.

—Sí, ¿verdad? —murmuré, queriéndome sentir bien por haber ganado la pelea, pero las palabras de la furia habían dejado unos ecos en mi mente. Me había dado otra pieza del puzzle, completando lo que el oráculo me había dicho. Pero aún así no tenía mucho sentido. ¿Quiénes eran «los Poderes» y cómo iba a convertirme en una herramienta?

El puro se volvió hacia Dawn.

—Ya se ha acabado —le dijo calmándola—, ya se ha acabado todo.

Y era verdad, pero seguía sin querer soltar el arma, solo por si acaso. No dejaba de tener visiones como si de una película de miedo se tratase, con monstruos saltándome encima. Me dirigí hacia las puertas rotas y miré dentro. No se movía nada, lo que podía ser una buena señal. ¿Pero cuándo iban a volver las furias? ¿En cinco segundos? ¿En un día, una semana o un mes?

—Alexandria.

Me giré.

—¿Qué?

El Guardia sonrió.

—Lo has hecho muy bien. Te he visto. Debes de ser la primera persona en la historia que se ha enfrentado a una furia y ha sobrevivido. ¿Y has eliminado a tres? Ha sido… ha sido increíble.

Sentí un calor por todo el cuerpo. Que lo dijese un Guardia del Consejo significaba mucho, aunque le hubiesen ordenado matar a Héctor. Sonreí.

—Gracias.

Me puso una mano en el hombro y apretó.

—Lo siento mucho.

Mi sonrisa empezó a desaparecer.

—¿Por qué?

—Las furias tenían razón. No puede haber dos de vosotros. Eres un riesgo.

Un escalofrío de advertencia me recorrió toda la espalda. Di un paso atrás, pero el Guardia me sujetó con más fuerza, dejándome en el sitio. Le miré con los ojos bien abiertos. Solo pude articular una palabra.

—Por favor.

No había una pizca de arrepentimiento ni de duda en los ojos del Guardia.

—Tenemos que proteger el futuro de nuestra raza.

Y entonces lanzó su daga hacia mi pecho.