Lentamente y aún un poco mareada comencé a arreglarme. Parte de mí quería hundirse entre las sábanas, otra parte quería estrangular a Aiden, y aún tenía que encontrar a Seth.
También tenía que lidiar con el hecho de que alguien no quería que llegase a los dieciocho. Dejé a un lado la maraña de emociones para afrontarla otro día, que seguro sería muy pronto, y abrí la puerta. Aiden estaba ahí, esperando. Estaba ahí porque obviamente no podía ir a ninguna parte sola, pero seguía queriendo darle un puñetazo en la cara.
El trayecto de las escaleras fue bastante incómodo.
Unos cuantos Guardias que habían estado presentes en la sesión del Consejo agacharon la cabeza en señal de respeto cuando pasé a su lado. Era una mejora sustancial, antes era ignorada. Aiden me dejó al llegar a las mesas. Supongo que pensó que estaba a salvo mientras me tuviese a la vista.
Miré el plato de croissants y bollitos recién hechos, pero tenía un nudo en la garganta. Creo que no iba a poder comer nunca más. Cogí una botella de agua y me moví hacia donde estaba Aiden sentado, al lado de Marcus. Marcus no levantó la vista de su periódico cuando me senté a su lado.
Podía sentir los ojos de Aiden sobre mí y me entraron ganas de darme un cabezazo contra la mesa. En vez de eso, me giré y miré hacia la cafetería. Hice como que estaba interesada en la pared hasta que vi a los dos sirvientes que estaban al lado.
Era él, el de los ojos claros que vi el primer día e intenté hablarle en las escaleras. Se inclinó hacia el otro mestizo. Me pregunté cómo los puros y los Maestros no veían lo despierto que estaba este Ojos Marrones.
Ojos Marrones debió sentir que lo estaba mirando, porque se dio la vuelta y me miró directamente a los ojos. No era una mirada hostil, quizá era un poco curiosa. Rápidamente se giró hacia el otro sirviente. No sé por qué les estuve mirando tanto rato. A lo mejor era por lo breve que parecía su conversación. Los sirvientes mestizos casi nunca discutían, ni entre ellos. Solían estar demasiado medicados como para poder llevar una conversación decente, pero estos dos eran distintos.
—¿Dónde estuviste anoche, Alexandria? Esta mañana no estabas en tu cama.
La pregunta de Marcus me devolvió al mundo real. Le dije lo único que sabía que no cuestionaría y que era cierto, en parte.
—Estuve con Seth. Estuvimos hablando y me quedé dormida.
—¿En serio? —señaló con cabeza hacia las puertas dobles que llevaban al patio. Seth estaba ahí, dándonos la espalda—. ¿Así que eres tú la que le puso el ojo morado?
—Eh… —ya me había puesto de pie—, os veo en un rato.
Marcus hizo un ruido que sonó como a risita y volvió a leer el periódico. Me preció un tanto alarmante que la idea de la violencia doméstica le pareciese graciosa.
Tomé aire, acorté por las mesas y seguí a Seth fuera, sin atreverme a mirar atrás para ver la cara de Aiden. Seth no se giró, pero sé que me sintió. Sus hombros se tensaron cuando se apoyó contra una de las columnas de mármol. El aire frío me dio un escalofrío y me pregunté por qué no me habría cogido una chaqueta. Me puse a su lado y miré hacia el horizonte. Los enormes muros que rodeaban este sitio sobresalían por encima de la copa de los árboles. Esperaba que él dijese algo primero, pero pasaba el tiempo y Seth seguía en silencio. No iba a ponérmelo fácil.
—Hey —dije sintiéndome estúpida.
—Hey.
Puse los ojos en blanco y me coloqué frente a él. Seth bajó la mirada con frialdad. Desde cerca, el cerco morado y azul alrededor de su ojo izquierdo parecía horrible.
—¿Duele?
—¿No crees que es una pregunta un tanto estúpida?
—¿Quieres otro ojo morado? —Solté.
Levantó una ceja.
—Creo que prefiero tu versión borracha. Es mucho más maja.
Di un paso atrás.
—¿Sabes qué? Olvídalo.
Seth me agarró el brazo.
—¿De qué quieres hablar? ¿De lo enfadada que estás conmigo?
—No —le miré sorprendida—, no iba a decir nada de eso.
Algo de la frialdad de su expresión se fue desvaneciendo, pero seguía mirándome con cautela.
—¿Entonces para qué quieres hablar conmigo?
—Quería hablar… de anoche —sentí cómo me ponía roja—, no fue tu culpa.
Levantó las cejas.
—¿No fue mi culpa?
—No —miré por encima de su hombro y vi al Guardia pura sangre del Consejo que eliminó a Héctor. Estaba al lado de la puerta de cristal que llevaba al patio, haciendo como que no nos miraba—. ¿Podemos ir a algún sitio privado?
Seth miró hacia atrás.
—Vamos.
Acabamos metidos en medio del laberinto. Estar ahí me dejó un mal sabor de boca, pero la verdad es que no había ningún otro sitio donde hablar en privado. Seth se apoyó en la pared de piedra y cruzó los brazos.
—Hablemos.
Tragué saliva, incómoda. Esto iba a ser muy raro.
—Quería disculparme por… bueno, por todo lo que pasó anoche.
—¿Te estás disculpando? —Parecía sorprendido.
Cambié el peso al otro pie y asentí.
—Sé que intentaste que me sentara y no hiciese lo que yo quería hacer. Intentaste…
—Pero no lo intenté lo suficiente, Álex —se apartó de la pared—. Aiden tiene razón, dioses, no puedo creer que esté diciendo esto, pero tiene razón. Yo sabía que no eras tú, así que tenía que haberte parado.
Le seguí con la mirada. Arrancó una rosa de un arbusto que estaba al lado de una estatua sin brazos de una mujer vestida con una toga.
—Paraste, Seth.
Me miró sin muchas ganas.
—Los dos sabemos por qué paré. No fui muy caballeroso.
No me lo creí, no del todo.
—Seth, tú no eres el malo de esta película. Tú también estabas como drogado, por culpa de nuestra conexión. Y luego cuidaste de mí.
Se encogió de hombros.
—¿Qué otra cosa podía hacer?
—Me sujetaste el pelo mientras vomitaba. No tenías por qué hacerlo. Podrías haberme dejado en el baño. Eso significa bastante.
—También fue asqueroso. Para que lo sepas —Seth se giró sin mirarme a mí, sino a la rosa que llevaba en la mano.
Empecé a irritarme.
—¿Por qué actúas así? ¡Estoy intentando decirte que lo de anoche no fue tu culpa y tú te comportas como un gilipollas!
De su mano salió un fuego azul directo hacia la rosa. Soltó un humillo azul antes de desaparecer en la nada.
Aparté los ojos de su mano y traté de tener paciencia. ¿Todas las conversaciones de hoy iban a acabar en una discusión?
Movió los ojos y me miró.
—Parece que te cuidaron bien cuando me fui. ¿Estabas emocionada porque Aiden se quedara contigo? Seguro que sí.
Me sentí herida y confusa.
—No quiero discutir contigo.
Esta vez las llamas azules comenzaron a consumir la rosa mucho más despacio. Chispas azules saltaban por el aire.
—Entonces deberías dejar de hablar conmigo.
Di un paso atrás.
—¿Por qué estás siendo tan desagradabiloso?
Seth pestañeó y el fuego azul se evaporó, dejando la rosa entera.
—Creo que desagradabiloso no es una palabra real, Álex.
Esconderme bajo las sábanas todo el día comenzaba a ser una opción cada vez mejor.
—Muy bien, vale, ha sido divertido. Nos vemos.
Entonces Seth se movió. Me volvió a coger el brazo. La rosa le colgaba de la otra mano.
—Lo siento.
Le miré con los ojos como platos. Seth nunca se disculpaba. Jamás.
Y ocurrió lo imposible. La máscara que llevaba siempre puesta se le cayó. De repente parecía muy joven e inseguro.
—Esta mañana te he sentido. Estabas avergonzada y disgustada, y luego muy enfadada. Siento haberte hecho pasar por todo eso. Tenía que… haberme controlado.
Me costó un poco asimilar de que estaba hablando.
—No tenía nada que ver contigo, Seth.
—¿Por qué intentas hacerme sentir mejor?
—Seth, me da vergüenza. Estuve bailando por tu habitación y te acosé. Así que sí, todo esto me avergüenza un poco. ¿Pero todo lo demás que percibiste? Era por Aiden.
—¿Acaso no es siempre todo por Aiden? —Me soltó el brazo y se apartó—. ¿Te ha confesado finalmente su infinito amor por ti?
Reí entrecortadamente.
—No del todo.
Seth me dio la espalda.
—Me cuesta un poco creerlo.
—Se quedó conmigo porque se quedó dormido.
Bajó la cabeza y yo me pregunté qué estaría haciendo.
—¿Y tú te lo has creído?
Intenté aguantar las lágrimas. Esta mañana lo habría arriesgado todo si Aiden hubiese dicho que me quería, pero no lo hizo.
—¿Acaso importa?
Se giró, estudiándome como si intentase averiguar algo.
—No lo sé. ¿Importa?
Una brisa repentina levantó las hojas del suelo y me puso el pelo en la cara. Me lo aparté pero volvió a ponerse donde antes.
—Seth, la otra noche me pediste que eligiera. Y lo hice.
Seth miró a la rosa antes de mirarme a través de sus tupidas pestañas.
—¿Y aún hoy sigues manteniendo esa elección?
Era una buena pregunta. ¿Cómo podía ser así si hace una hora lo habría dado todo por Aiden si me hubiese dicho que me quería? Pero no lo había hecho. Aparté la mirada de nuevo, preguntándome qué estaba haciendo. ¿Era justo para Seth? Porque Aiden tenía razón, me estaba conformando con él. Pero Seth no había dicho que sintiese nada fuerte por mí. Ni siquiera me había pedido que fuese su novia. Lo que él había sugerido era ver lo que pasaba entre nosotros, sin etiquetas y sin expectativas. Y si tenía que ser sincera, Seth me importaba. Mucho.
Me mordí el labio.
—Te elijo a ti. ¿Aún te sigue importando?
Rio de repente y luego se quedó en silencio. Podía ver cómo intentaba volver a ponerse la máscara, pero no podía. Nunca le había visto tan vulnerable. Intenté darle un poco de espacio, así que me fui hasta la pared y le miré.
—Sí, claro que me importa.
Algo se movió en mi interior.
—Vale, y entonces… um, ¿dónde nos deja esto?
En silencio, me dio la rosa. Me dio una pequeña sacudida en los dedos. El tallo era cálido al tacto y un débil destello azul seguía pegado a la flor, haciendo que los pétalos tuviesen una tonalidad violácea. Sin avisar, me levantó y me puso sobre la pared. Me puso las manos al lado de las piernas.
—Álex.
Miré alrededor, moviendo las piernas.
—¿Seth?
—Bueno, todo esto es un poco raro.
—Sí, sobre todo ahora mismo.
—Pues está a punto de volverse aún más raro. Prepárate.
—Genial —con una mano me puse a girar la rosa y con la otra me daba golpecitos en la pierna—. Lo estoy deseando.
Seth sonrió.
—Sé que estás desconcertada.
Entrecerré los ojos.
—¿Lo estás haciendo? Estás leyéndome, ¿verdad? ¿Cómo narices lo haces?
Me sorprendió que contestase.
—Simplemente abro mi mente, capto la conexión. Es como una señal de radio de dos sentidos. Tus sentimientos me vienen en oleadas, a veces muy fuertes. Otras veces, es únicamente una punzada al final de mi mente. Seguramente ahora podrías hacerlo si lo intentases.
—¿Va a ser siempre así? Cuando Despierte, ¿estaré constantemente sintiéndote y viceversa?
—Podrías proteger tus emociones.
Me incliné hacia delante.
—¿Cómo lo hago?
Seth rio suavemente.
—Podría enseñarte, trabajarlo en tus entrenamientos si quieres.
—¿Podemos empezar ahora?
En su cara apareció una pequeña sonrisa y agachó la cabeza.
—No es lo que quiero hacer ahora.
Algunas partes de mi cuerpo comenzaron a cosquillear, unas más que otras.
—Seth…
Seth me besó. No con besos profundos como los de la otra noche. Sus labios eran dulces y suaves. Con su mano me acariciaba la mejilla, luego la nuca, y después la pasó entre mi pelo. Cerré los ojos, empapándome de la calidez de sus labios. Durante un momento, no pensé en nada. Y eso era lo que más me gustaba de los besos de Seth. No pensaba ni quería nada. En sus brazos, con sus labios besando los míos, su presencia eclipsaba el dolor, haciendo que amainase.
De repente el cosquilleo comenzó a aumentar por todo mi cuerpo, como pequeñas chispas bailando sobre mi piel. Me picaba la palma de la mano, me ardía. Solté un gemido ahogado cuando su boca pasó a mi garganta, donde mi pulso había pasado de estar tranquilo a ir a mil por hora.
Dejó ahí sus labios, tomó aire y se apartó, poniendo sus dedos sobre mis mejillas.
—Interesante.
—Sí… ha sido diferente —dije sin aliento.
Rio.
—No me refería al beso. No me malinterpretes, también ha sido interesante, pero mira.
—¿Eh? —Seguí su mirada y di un gritito. La rosa que tenía en la mano estaba ardiendo de nuevo. Unas llamas azules recorrían el tallo, rodeando los frágiles pétalos y haciéndolos arder hasta convertirlos en delgadas briznas azules. La rosa se estremeció y se colapsó sobre sí misma, dejando un fino polvo azul sobre mis manos.
—Akasha —dijo Seth en voz baja.
—Vale —solté un suspiro, relajándome por primera vez en muchos días, incluso semanas—, vale. No sé qué significa, pero vale.
Subió sobre el muro a mi lado. No sentamos un buen rato, con las piernas colgando por encima del suelo.
—¿Qué quieres hacer? Nos quedan unas cuantas horas hasta que te vayas.
—¿Tú no te vas después de la sesión?
—No. Lucian quiere partir por la mañana, así que me quedo aquí una noche más.
Mierda. Otro viaje de once horas con Aiden.
Seth me dio un toque en el hombro.
—¿Qué pasa?
—Esperaba que pudieses convencer a Lucian para dejarme volar contigo de vuelta.
Pareció sorprendido.
—Odias volar. Te da un miedo de muerte, flojucha. Pero no puedes quedarte aquí otra noche. Tienes que irte hoy con Aiden.
—Y Leon.
—Sí —suspiró, dando pataditas a la pared—. ¿Quieres ir a nadar?
Reí.
—No.
—Mierda. Esperaba que volvieses a picar.
Me quedé mirando hacia el camino cubierto de musgo, mientras daba pataditas en la pared con los talones.
—¿Seth?
—Dime.
—¿Quién crees que fue el responsable de darme esa bebida?
Su expresión se endureció.
—No creo que fuese decisión del Consejo.
—¿Y si no fue el Consejo entonces quién?
—Yo no he dicho que no fuesen uno o varios de ellos, pero sé que no fue algo aprobado por el Consejo. Lucian nunca habría permitido que ocurriese algo así.
Gruñí.
—Le das a Lucian demasiada credibilidad.
—No me malinterpretes, aún así sigue siendo un pijo —Seth sonrió—, pero no dejaría que algo así te ocurriese. Estoy seguro de que habrá sido un miembro del Consejo, pero sin el apoyo oficial del Consejo.
—Lo siento, pero es que no me fío de Lucian.
Seth se giró.
—Pues deberías empezar a confiar en él. Quiere asegurarse de que Despiertes, Álex. Y no haría nada para obstaculizarlo.
—Eso es otra cosa de la que no me fío. ¿Por qué querría Lucian dos Apollyons si todos los demás puros tienen miedo de eso?
—Porque Lucian quiere que haya un cambio, y nosotros somos el catalizador. ¿Quieres cambiar esta sociedad, hacerla mejor? Pues Lucian también.
—¿Desde cuando es Lucian tan amante de los mestizos?
—No conoces a tu padrastro, Álex. Nunca lo has intentado.
Negué con la cabeza.
—Perdón. Tú no has pasado catorce años con él. Lucian es frío, un conspirador y nunca ha sido muy fan de los mestizos. No vas a lograr que me crea lo contrario.
Seth suspiró.
—Yo diría que fue Telly, pero parece demasiado obvio y él es muy de la vieja escuela. Pero son uno o varios de ellos.
Me abracé al sentir un escalofrío cuando pensé en lo qué podía haber ocurrido.
—No tenían que hacer algo tan malvado.
Estiró el brazo y me llevó hacia abajo, poniéndome la cabeza sobre su regazo. Al principio era extraño, pero tras unos segundos, me puse de espaldas y miré hacia las nubes grises.
—Lo descubriremos en cuanto nos vayamos de este maldito lugar. Lucian ya está…
—¿Se lo has dicho a Lucian?
—Tenía que saberlo —me apartó un mechón de pelo de la frente—. Y no hace falta decir que estaba realmente enfadado.
Gruñí y me puse las manos sobre los ojos.
—¿Tiró al suelo algo delicado? Normalmente suele tirar algo pequeño y caro.
Seth rio.
—Sí, la verdad es que sí. Creo que fue un huevo de Fabergé.
—Oh. Genial.
Me levantó el meñique y me miró.
—¿De qué te escondes?
Lo pensé.
—No lo sé. ¿De todo?
—Es un plan genial.
Me puse las manos sobre la tripa, pero Seth me seguía sujetando el meñique.
—Un tanto infantil, ¿no?
Me cogió de las manos.
—No pasa nada. Puedes esconderte un rato más, pero luego tendrás que enfrentarte… a todo.
—Ya lo sé.
Sonrió.
—Pero por ahora, relájate.
Una vez volvamos a Carolina del Norte habrá clases, y ahora Olivia me odiaba, y aún teníamos que averiguar quién me tendió la trampa anoche, y… mierda, el Instructor Romvi.
—¿Podemos quedarnos… aquí un poco más?
—Claro —se inclinó y me dio un beso en la frente—, si eso es lo que quieres.
En realidad no importaba lo que quisiera, pero de todas formas cerré los ojos y sonreí.
Cuando los sirvientes se pusieron a bajar mi equipaje ya se había puesto el sol. Seth y yo esperábamos en el pasaje de cristal. Intenté no mirar hacia las furias, pero no podía apartar los ojos de ellas.
—¿Crees que podré ver a Laadan antes de que nos vayamos? —pregunté.
Seth se apoyó en la pared, enfrente de mí.
—Supongo.
Me fui deslizando contra el cristal y crucé las piernas.
—Quiero verla antes de irme. Espero que no se sienta… —paré mientras miraba a mi alrededor, antes de continuar— culpable ni nada de eso.
—Es comprensible —lanzó una mirada enfadada hacia la sala de baile—. ¿Cuánto tiempo va a durar esta mierda?
—¿Quién sabe? —murmuré. Telly había reunido a todos los puros para hacer alguna ceremonia de clausura estúpida. Estiré las piernas y miré a Seth. Se había puesto el uniforme de Centinela, con las armas y todo. Vi que tenía una nueva sujeta al muslo—. ¿Puedo verla?
—¿Eh? —Miró hacia abajo y soltó el cuchillo—. ¿Esta?
Moví los dedos.
—Déjame verla.
Se acercó y me la dejó.
—Ten cuidado, los dos lados están afiladísimos cuando salen.
—Sí, ya lo sé. Aiden me ha enseñado una —me levanté y me imaginé cortándole la cabeza a un daimon con ella—. Sabes, usar esta cosa va a ser una locura.
Seth intentó coger el arma, pero di un paso atrás. Me dirigió una mirada divertida.
—Aún no la he usado, pero estoy seguro de que no será bonito.
Corté el aire con la hoja en forma de hoz y en ese momento me acordé de lo que me había dado cuenta cuando Aiden me la enseñó. Miré hacia Seth.
—¿Qué pasará cuando Despierte? ¿Tendrás el poder ilimitado de lanzar rayos, no?
—No lo sé —miró el arma con ojos precavidos—. Supongo que será diferente. Incluso ahora podría ser diferente. Recuerda que no sabemos todos los detalles.
Miré a Seth, pero seguía con los ojos fijos en el arma.
—¿Qué me pasará cuando saques de mí la energía?
Los ojos de Seth regresaron a mí.
—No lo sé.
Tensé la mano sobre el arma.
—No sé si creerte.
Me miró a los ojos.
—Nunca te he mentido.
Tragué con dificultad. Seth tenía parte de razón, pero si supiese que a mí me pasaría algo malo, ¿me lo diría?
Leon entró hacia el vestíbulo, parándose al verme con el arma en la mano.
—Por el amor de los dioses, ¿quién te ha dado eso?
Señalé con el lado puntiagudo.
—Seth.
Seth levantó una ceja.
—Wow. Gracias.
—Por favor, devuélvesela antes de que hagas daño a alguien —Leon frunció el ceño al verme girar el arma—. Vas a cortarte un brazo o una mano. La hoja curva es la más afilada de todas.
Puse los ojos en blanco y dejé de darle vueltas. Pero me la quedé en la mano. Me gustaba.
—¿Va a acabar pronto? Porque me estoy poniendo realmente…
En la distancia comenzó a sonar una sirena, primero en bajo hasta acabar por convertirse en un ruido ensordecedor que no parecía tener fin. Di un buen salto. Los tres nos miramos, compartiendo el mismo pensamiento. Aunque nunca había tenido la mala suerte de oír la sirena de un Covenant, sabía que solo podía significar una cosa: violación de la seguridad.
Normalmente una enorme y peligrosa violación de la seguridad.