Seth echó la cabeza hacia atrás y suspiró.
—Álex, no quieres hacerlo. Es la bebida.
—No es cierto. No me pasa nada. ¿No quieres besarme?
—No tiene nada que ver con lo que yo quiera —me agarró los brazos—. No voy a hacerlo estando tú así.
—No estoy borracha —dije indignada.
—Hace cinco minutos estabas bailando como si fueses una ninfa del bosque. Te has quitado la camiseta y ahora estás pegada a mí como una lapa. Así que no me digas que no estás fuera de control.
Mierda. Dicho así, me paré a pensar en lo que estaba haciendo. Me duró unos cinco segundos, igual seis. Pensar estaba sobrevalorado.
—Quieres besarme ahora y te gustó besarme la otra noche.
Seth hizo un sonido gutural con la garganta y me cogió de los brazos, agitándome un poco.
—¿Sabes por qué te sientes así ahora? No tiene nada que ver contigo o conmigo —dijo—. Alguien te ha tendido una trampa, Álex. Querían que te pusieses así con un puro para poder echarte del Covenant y ponerte a servir. ¿No lo pillas? Esta, esto no eres tú.
—No. Soy yo, en serio. O es la conexión, pero ¿qué más da? Quiero que me vuelvas a besar. Me gustas, Seth. No sé muy bien por qué. Eres arrogante y maleducado, pero me gustas. ¿No te gusto yo?
—Álex —dijo mi nombre como si fuese algún tipo de dolor agradable—, estoy intentando ser un buen chico, y tu actitud no ayuda.
—No quiero que seas un buen chico.
Casi se ahoga de la risa.
—Me lo estás poniendo realmente difícil.
Me apoyé más fuerte contra él.
—Eres tú el que lo hace más difícil.
Sus manos volvieron a deslizarse sobre mis brazos, dándome escalofríos. ¿Cómo podía tener a la vez tanto frío y tanto calor?
—Álex.
—Seth.
—Hay muchas cosas que me gustaría hacerte ahora mismo, pero no estaría bien.
Eché la cabeza hacia atrás y le miré a los ojos. Unas débiles marcas de Apollyon comenzaban a surcar su cara.
—¿No quieres besarme? —Levanté la mano y le toqué los labios con los dedos—. Sé que quieres. Lo sé.
Seth me agarró más fuerte y cerró los ojos. Le metí una mano por dentro de la camiseta. Cogió aire y trató de echarse hacia atrás, pero yo le seguí… más cerca. Le agarré una pierna con la mía. Para ser normalmente tan ágil, ahora no lo era tanto. Se tumbó, medio de lado medio de espaldas.
Y yo, bueno, estaba justo donde quería. Reí y dirigí mi boca hacia su cuello.
—Bien por mí —murmuré contra su piel.
Seth apartó la cabeza, pero me cogió la cadera con las manos, metiendo los dedos por el borde del pantalón.
—¡Álex! Apártate…
Llevé mi boca hacia la suya. Seth me intentó apartar, pero le tenía bien sujeto y no apartó muy fuerte. Y luego dejó de intentar empujarme para tirar de mí hacia él, llevándome tan cerca suyo que casi me derrito. La compostura y las buenas intenciones se fueron al garete en cuanto mis labios rozaron los suyos. Este beso ya no fue ni suave ni intentaba explorar. Seth tenía los dedos enredados entre mi pelo y, por un momento, me perdí en ese beso, en todas las sensaciones de locura que me provocaba. Luego puso las manos sobre mis hombros, sobre mi espalda, y finalmente sobre el broche de mi sujetador. Sus labios no se apartaron de los míos ni por un segundo, ni siquiera cuando me puso de espaldas.
Todo se puso fuera de control en ese momento. Se quitó la camiseta. Mis vaqueros acabaron en la otra punta de la habitación. Mis dedos encontraron el camino hasta el botón de los suyos, etcétera. A pesar de lo raro que suena, Seth me apartó cuando intenté acercarle más hacia mí, me levantaba cuando intentaba enrollarme en él. Y aunque mi cuerpo ardía y me pedía más, me lo ordenaba, una vocecilla en el fondo de mi cabeza me hacía preguntas que no quería responder. Me decía que esto no era real. ¿Lo era? Ya no tenía ni idea. Sabía que tenía que preocuparme por ello, pero no lo hice. Todo se basaba solamente en lo que sentía.
Los labios se Seth se movían por mi piel. Me cogió la cara con sus manos antes de volver hacia abajo, seguidas por las mías, repitiendo todos sus movimientos hasta que mis dedos dejaron de cosquillearme y empecé a no sentirlos.
Seth volvió a apartarse. Le costaba respirar mientras sus dedos trazaban la curvatura de mi cuello.
—No debería estar haciendo esto. No estando tú así, pero no puedo evitarlo. Esto dice muy poco de mí.
Sus palabras liaron aún más mi mente ya confusa, pero volvió a besarme. Era una beso de esos profundos e impactantes, de esos con los que tenía poca experiencia. Únicamente me habían besado una vez así.
Aiden.
Oh, mi Aiden. Mi corazón y todo el aire que respiraba pertenecía a Aiden. Pero su nombre había desaparecido ante el contacto con Seth. Me moví inquieta, intentando estar más cerca, y aunque creía que me había movido, no lo había hecho. Lo intenté de nuevo pero mi cuerpo no respondía.
—Deberíamos parar ahora —susurró Seth contra mis labios a pesar de haberme puesto una mano sobre la cadera y haberme acercado más hacia él.
Más cerca. ¿No era eso lo que había querido yo todo el rato? ¿Acaso ya no lo quería? Pero es que no podía acercarme más. Las manos se me soltaron de su espalda y los brazos cayeron como muertos a mis lados.
Seth levantó la cabeza y dos ojos brillantes, casi resplandecientes llenaron mi campo de visión. Estaban neblinosos, como cegados por la pasión. Creo que arrugó la frente, pero veía su cara borrosa.
—¿Álex? ¿Qué…? Oh, mierda.
La preocupación tomo el lugar de la lujuria, la pasión, o lo que fuera que sentía. Se sentó para ponerme contra su regazo, mientras los pantalones se le resbalaban por las caderas.
—Álex, ¿estás ahí? —Me apartó el pelo de la cara.
—Estoy… muy cansada. Lo siento…
Sonrió, pero sonó falso.
—Lo sé. No pasa nada.
Tirité, pero no podía abrazarme a mí misma. ¿Dónde había ido a parar todo el calor?
Seth me pasó el otro brazo por encima y se levantó, llevándome a cuestas como si tuviese mucha experiencia en llevar así a las chicas. A juzgar por sus acciones recientes, creo que la tenía. Me puso en la cama y se inclinó sobre mí.
—¿Sigues ahí?
Parpadeé despacio. Su cara iba y venía.
—Tengo… sueño.
—Vale —Seth se echó hacia adelante y me dio un beso en la frente. Cerré los ojos con fuerza, y cuando se fue, tenía un nudo en el estómago.
Unos segundos después, volvió a mi lado y me ayudó a ponerme una camiseta que me llegaba hasta las rodillas. A partir de ahí todo es un tanto confuso. Tenía todo el cuerpo medio dormido, y llegué a pensar que había perdido las extremidades. No me podía mover, no podía decir más que unas pocas palabras a la vez, así que me quedé ahí tumbada intentando entender qué le estaba pasando a mi cuerpo.
La lujuria y todas esas sensaciones calientes desaparecieron. El adormecimiento también, y en su lugar me quedó una mala sensación en la boca del estómago. Volví a cerrar los ojos con fuerza e intenté respirar a pesar de las ganas de vomitar. No sirvió de nada. Me dieron unas fuertes sacudidas. Oh, dioses, esto era bueno. Iba a vomitar. Podía sentirlo, incluso el sabor, y no podía moverme. Un leve quejido salió de mis labios.
La cama se hundió a mi lado y una mano cálida me acarició la mejilla.
—¿Estás bien?
—Vomitar —dije a duras penas.
Seth me levantó en medio segundo y me llevó al baño. La parte de mi cerebro que aún seguía funcionando, se dio cuenta de que su baño era más grande que toda mi habitación, y mucho más bonito. No era para nada justo. Pero en ese mismo momento dejé de pensar. En cuanto me sostuve sobre el váter, empecé a soltarlo todo. Una vez empecé no pude parar.
La verdad es que no sé cuánto tiempo estuve ahí ni cómo narices Seth tuvo estómago para estar ahí todo el rato, sujetándome y apartándome el pelo de la cara. Y no pude parar hasta que todo me empezó a doler y los ojos me lloraban.
—¿Mejor? —Seth me arregló el pelo mojado que me caía por la frente.
—Quiero morir —gimoteé lastimosa—. Creo que… me estoy muriendo.
—No, no te estás muriendo —Seth negó con la cabeza—. Un poco de agua te irá bien. Tú quédate aquí así —intentó dejarme recta, pero me resbalé hasta el suelo—, bueno, o quédate tumbada, también sirve.
Apoyé la frente contra las baldosas frías. Sentaba bien para el calor, pero la cabeza me dolía de una forma increíble. Gemí y me abracé, haciéndome un ovillo.
Seth maldijo entre dientes. Lo sentí ponerse de pie y volver a la habitación. Deseaba que me dejase ahí. No quería volver a moverme nunca más. Podría pudrirme aquí mismo, siempre y cuando el dolor de cabeza pasase y la habitación dejase de dar vueltas.
Pero volvió unos segundos después y me obligó a sentarme. A duras penas me hizo beber una botella de agua entera a pesar de lo que luché, apartándole a manotazos como una docena de veces. Cuando Seth estaba a mitad de hacerme beber una segunda botella, alguien llamó a la puerta. Oímos cómo se abría.
Seth volvió a maldecir, puso la botella en el suelo y volvió a tumbarme sobre el suelo. Ah, el suelo frío era mi amigo, ¿amigo? Echaba de menos a Caleb. Lo echaba mucho de menos.
—¿Dónde está? ¿Seth? —Oí la voz firme de Aiden desde el cuarto.
—Mierda —murmuró Seth poniéndose de pie—. Ya está mejor —dijo—, solamente necesita quedarse cinco minutos más contra el suelo.
Tuve ganas de pegarle.
Seth salió del baño y en la otra habitación se hizo el silencio y el aire se hizo más denso de la tensión acumulada. Mi mente me dejó imaginar que debía estar pensando Aiden sobre cómo estaba la habitación. Y sobre Seth sin camiseta y los pantalones desabrochados. Porque claro, seguro que Seth se había tomado cinco segundos para abrochárselos.
Escuché a Seth suspirar.
—Mira, sé que esto no pinta bien. Pero no es lo que crees.
—¿No es lo que parece? —Aiden gruñó, y la verdad es que nunca había escuchado su voz así, dura y monótona pero con un ligero temblor que prometía violencia—. ¿En serio? Porque creo que esto es de Álex.
Me encogí deseando hundirme en el suelo y desaparecer. En mi delicado estómago comenzaba a formarse un nudo de confusión y malestar. En ese momento Aiden se asomó por la puerta del baño y supe que debía estar fatal. El pelo húmedo pegado a la piel; la habitación oliendo a vómito, y yo con la camiseta de Seth puesta y poco más.
—Aiden —dije sin fuerzas—, no es…
—Seth, confié en ti —la voz de Aiden era puro acero.
—Mira, ya lo sé. No ha sido…
De la otra habitación me llegó un ruido de un puñetazo contra alguien. Un cuerpo acabó estampado contra algo, ¿un armario? Algo pesado cayó al suelo, rompiéndose en mil pedazos. Me vino a la mente la preciosa televisión. Ambos no dejaban de insultarse.
Me levanté del suelo del baño, poniéndome en pie con las piernas temblorosas. Las paredes blancas y el espejo dorado se movieron en círculos durante unos momentos. Luchando contra el mareo, salí del baño como pude hasta el medio de una enorme pelea entre un Centinela muy bien entrenado y el Apollyon.
—Chicos, venga… estáis siendo estúpidos —me balanceé hacia la izquierda. Me caían sudores fríos por la frente.
O no me escucharon o no me hicieron caso. Aiden, que parecía increíblemente ileso, acorraló a Seth por la habitación. Embistió a Seth y lo tiró. Rodaron por el suelo mientras se pegaban puñetazos.
—¡Aiden! ¡Para! —Fui dando tumbos hacia ellos, con el estómago del revés—. ¡Seth, no le ahogues!
Seth logró situarse encima, poniendo a Aiden con la espalda contra el suelo. Echó un brazo hacia atrás. Una luz azul comenzó a brillar alrededor de su puño. Akasha. Me entró el miedo, aunque no era lo mejor que podía hacer teniendo en cuenta que mis reflejos y mi capacidad de andar no eran los mejores. Fui hacia ellos tambaleándome, para intentar apartar a Seth de Aiden, y luego apalearlos a los dos.
Cogí a Seth de la cintura en el mismo momento en que Aiden le lanzaba un puñetazo al estómago. Cuando Seth cayó de espaldas, yo hice lo mismo. Primero caí con el hombro sobre la esquina de la cama, y luego me cayó todo el peso de Seth encima. Volví a caer contra el suelo por segunda vez en la noche.
Aiden se puso de pie y agarró a Seth, echándolo a un lado. Yo me giré y ahí estaba mi sujetador, en el suelo, riéndose de mí. Cerré los ojos, muerta de vergüenza.
—¿Pero qué demonios? —exclamó otra voz. Una voz clara y diferente, que sabía que tenía que ser de Leon—. ¿Habéis perdido la maldita razón?
Seth se puso de rodillas y se pasó la mano por el labio, que le estaba sangrando.
—Oh, si solo estamos haciendo lucha libre.
Aiden le lanzó una mirada de odio y se arrodilló.
—Álex, ¿estás bien? —Me puso las manos bajo los brazos y me ayudó a ponerme en pie—. Di algo.
Traté de mirar a través del pelo que me caía por la cara.
—Estoy… genial.
Aiden me apartó el pelo de la cara.
—Lo siento. No tenía que haber…
—Aiden, sé que estás enfadado…
—¿Enfadado? Te has aprovechado de ella, Seth —Aiden se puso de pie—. Hijo de…
—¡Parad ya! —ordenó Leon—. Vais a hacer que vengan todos los guardias del edificio. Seth, sal de aquí ahora mismo.
—Esta es mi habitación —protestó Seth poniéndose de pie—. Y si este capullo me hubiese dejado cinco…
Aiden gruñó.
—Te voy a matar.
—Oh, así que esas tenemos —Seth se giró, con los ojos ardiendo—. A ver cómo lo intentas.
Me tambaleé hacia Aiden. La habitación se movía en todas las direcciones, pero lo ignoré.
—No. Por favor. Seth no tiene… guau —de repente la pared empezó a dar vueltas.
—¿Álex? —dijo Aiden, pero sonaba muy lejos. Extraño, ya que estaba justo a mi lado. Intenté llegar a él, pero creo que caí redonda.
Al despertar me encontraba fatal, y eso que aún no había abierto los ojos. Tenía una batería tocando dentro de la cabeza y la boca seca como un desierto. Gruñí e intenté darme la vuelta, pero no podía moverme. Algo me lo impedía. Despacio, abrí los ojos como pude y miré.
Tenía un brazo musculoso sobre la cintura, y no era el mío.
Todo era un tanto extraño.
Giré la cabeza hacia un lado, parpadeé una vez, y luego otra. No podía ser él… Unas ondas oscuras le caían sobre la frente y la mejilla. Tenía la perfecta cara de Aiden a escasos centímetros de la mía, pero era como una versión más joven. Descansando, parecía vulnerable, tranquilo. Los dedos me pedían trazar la línea de su mandíbula, tocarle los labios entreabiertos y ver si era real. Tenía que ser un sueño, algo producto de mi imaginación, porque no podía ser cierto que estuviese aquí.
—Deja de mirarme —Aiden me habló con voz de dormido.
Me aparté un poco. Vale, igual no era un sueño.
—No lo estaba haciendo.
Abrió uno de sus ojos grises.
—Sí.
Acepté que era real y miré a mi alrededor. Seguíamos en la habitación de Seth.
—¿Dónde está Seth?
—No lo sé. Se fue hace horas —Aiden se dio cuenta de que tenía su brazo sobre mí. Puso cara de confundido, apartó el brazo y se levantó—. Me senté un rato a tu lado y supongo que me he debido de quedar dormido. ¿Cómo te encuentras?
Al principio todo era un poco borroso, pero luego, poco a poco, los recuerdos fueron formándose en mi mente: Laadan dándome esa bebida supersexual, Aiden obligándome a ir con Seth, y luego… todo lo que pasó con Seth.
—Oh. Dioses —gimoteé—. Quiero morir. Ahora.
Aiden se puso a mi lado.
—Álex, no pasa nada.
Me cubrí la cara con las manos. Al hablar, lo hice con la voz apagada.
—No, sí que pasa. Voy a matar a alguien.
—Creo que vas a tener que ponerte a la cola.
—¿Habéis encontrado a Laadan? —pregunté—. ¿Está bien?
—Sí, la encontré en su habitación justo antes de… de venir a verte. Está bien, pero no recuerda nada. Es lo mismo que pasó la noche que Leon te encontró en el laberinto. Han tenido que usar una compulsión muy fuerte para hacer que se olviden las cosas. Y nunca se había visto que lo usasen contra otro puro.
Farfullé algo incoherente sobre mis manos. Me di cuenta demasiado tarde, pero Aiden había pasado la noche conmigo, en una cama. Y yo había estado inconsciente. Dioses, era una absoluta mierda, aunque no era tan malo como si alguien lo hubiese descubierto.
—¿Por qué te has quedado? ¿Y si alguien…?
—Solo saben lo que ha pasado Seth y Leon. Y Laadan. Nadie más sabe que estamos aquí —me apartó las manos—. No iba a dejarte sola. Aún te quedaba droga en el cuerpo y no iba a arriesgarme a que te pasase nada. Volviste a vomitar en medio de la noche ¿No te acuerdas?
—No —susurré, tratando de ignorar el confort que me daban sus palabras—, no me acuerdo.
—Seguramente sea mejor así, fue bastante horrible.
—Genial —murmuré.
Sonrió un poco.
—También… has hablado mucho.
—Esto cada vez se pone mejor. ¿Qué he dicho?
—Me dijiste que te querías casar con la cama de Seth, y luego me dijiste que te casarías conmigo si te lo pidiera. Después, empezaste a…
—Ya basta —gruñí, deseando meterme bajo las sábanas.
Aiden rio.
—La verdad es que fue muy adorable.
Más avergonzada que nunca, me costaba mirar a Aiden. No se le veían signos de que hubiese peleado con Seth. Igual me lo había imaginado.
—Seth y tú… ¿os peleasteis?
Levantó una ceja.
—Oh, sí.
—Oh, dioses, Aiden, no fue culpa de Seth.
—Lo siento —dijo—, siento que hayas tenido que pasar por todo esto. No tienes que avergonzarte de nada. Tú no has hecho nada malo. Él sí.
—No te disculpes. Por favor. Nada de esto es culpa tuya —respiré hondo—. Y tampoco de Seth. Aiden, él lo intentó. En serio, lo hizo, pero yo… —no podía creer que fuese a decirle todo esto—. Yo no dejaba de forzarle. No podía parar, pero sabía lo que estaba haciendo. Simplemente no podía evitarlo.
—No importa, Álex. Seth debería haberse contenido. Él sabía que eras vulnerable, que no importaba con quién estuvieses —hizo una pausa y tomó aire—. Álex, mírame.
Levanté la cabeza despacio. Esperaba ver algún tipo de opinión en su mirada gris, o decepción, pero lo único que vi fue comprensión infinita, lo que hizo que la maraña de sentimientos encontrados se hiciera aún mayor. Cerró los ojos por un momento. Cuando los volvió a abrir, brillaban de un color plateado poco normal.
—¿Él… vosotros…?
—No. No… hicimos nada. Él paró —supuse que era mejor omitir la razón real por la que paró.
Nos quedamos en silencio un rato. Mi mente no dejaba de repasar todo lo que había ocurrido esa noche y lo que implicaba. Alguien había querido joderme bien. Y llegar hasta ese extremo, solo la idea me ponía enferma. ¿Y si Aiden y Seth no me hubiesen visto?
—¿Crees que alguien estaba esperándome? —Tragué el sabor a bilis que me empezaba a subir por la garganta y me estremecí—. ¿Esperando pillarme con un pura sangre?
Aiden me miró directamente.
—Sí.
Me costaba hacerme a la idea de que alguien hubiese intentado eso. Volví a estremecerme. Aiden me tapó con la manta, pero me levanté, estropeando su trabajo.
—¿Vuelves a tener ganas de vomitar? —Se movió como para sacarme de la cama.
No estaba segura. Las paredes parecían juntarse a mi alrededor, pero no era efecto de la poción.
—Creo que me estoy volviendo loca.
Aiden no contestó, porque ¿qué iba a decir?
Mi mente no paraba. Había tantas cosas que podría hacer con el poder que iba a recibir. En el Consejo aprendí algo, tengo que poder hacer algo para cambiar la vida de los mestizos. Seth tenía razón; podríamos hacer algo si lograba llegar a los dieciocho sin que me pusiesen a servir. Si me daban el elixir, que era algo que acaban de intentar esta noche, esperando pillarme con un pura sangre, nunca Despertaría. Perdería esta oportunidad tan enorme, la mejor que haya tenido nunca.
Y alguien había intentado arrebatármelo al menos tres veces en las últimas semanas: ¿la compulsión, la sesión del Consejo y ahora esto? Telly me había advertido que si la liaba una vez más, me quedaría en Nueva York.
Dormir con un puro, voluntariamente o no, lo habrían considerado como liada.
—Álex, ¿estás bien?
Le miré. No supe lo que vi en sus ojos. Ya no podía saberlo.
—¿Crees que quien lo hizo fue Telly?
Aiden parpadeó.
—¿El Patriarca Telly? No lo sé, Álex. Puede ser muchas cosas, ¿pero hacer esto? ¿Y por qué?
—No le gusto.
—Que no le gustes es una cosa, pero ¿destruirte? Para eso tiene que ser algo más que no gustarle. Tiene que haber una razón.
Aiden tenía razón.
—Entonces tengo que saber por qué.
—Encontraremos el porqué.
Asentí.
—Ahora solamente… solamente quiero irme de aquí. Quiero volver a casa.
Se inclinó hacia delante y puso su mano sobre la mía, haciéndome soltar la manta que estaba agarrando con fuerza.
—Hay una sesión casi a la noche, y justo después nos iremos.
Lógicamente, eso no me alivió demasiado. Lo peor de todo esto era que ya no sabía de quién aceptar bebidas… y entonces me vino a la cabeza. Empecé a reír.
Aiden frunció el ceño preocupado.
—¿Álex?
Moví la cabeza.
—Estoy bien. Ese maldito oráculo tenía razón. Me lo advirtió, ¿sabes? Me dijo que no aceptase regalos de aquellos que quieren hacerme daño —volví a reír—. Por supuesto olvidó decirme que era un regalo de segunda mano que me iba a dar alguien que no quería hacerme daño. Dioses, si esa mujer siguiese viva le daría una leche. En serio.
Sus labios formaron una sonrisa tensa y su mano agarró la mía con más fuerza. Un antiguo dolor que ya conocía despertó en mí al ver su sonrisa, haciéndome apartar la mirada. Tragué saliva ante el deseo de saltar en sus brazos.
—¿Sabes dónde está Seth?
—No. Se fue cuando se dio cuenta de que no me iba a ir. Tiene que estar por aquí en algún lado.
Me pasé una mano por la cara. Me sorprendió que me hubiese dejado con Aiden, pero me alegraba que lo hubiese hecho. Porque eso me dio algo de tiempo con Aiden, en la cama. Aunque no tenía sentido.
—Tengo que encontrarle.
Aiden me soltó la mano.
—No te preocupes por él. Además, no quiero que vayas por ahí corriendo a buscarle. Este sitio ya no es seguro.
—Ya sé que no lo es, pero tengo que verle. No lo entiendes. Las cosas…
—¿Las cosas qué, Álex?
Me giré hacia él. Tenía la frente arrugada y los ojos de un gris oscuro.
—No lo sé. Las cosas son distintas con él —era todo lo que podía decir.
Aiden me miró un momento y luego se puso recto.
—¿Estáis… saliendo?
Me puse roja y de todos los colores.
Sus ojos se pusieron plateados durante un nanosegundo.
—Pensaba que estabas en contra de todo eso del destino.
—¡Y lo estoy! Pero… no sé. Las cosas han cambiado y… ha estado a mi lado —acabé de la peor forma.
Un músculo se tensó por toda su mandíbula.
—Y yo no. ¿Entonces has decidido quedarte con Seth?
Le miré con la boca abierta, pero entonces me salió el genio.
—No, tú no has estado. Pero no es eso por lo que me quedo con Seth.
—¿Es serio? —Se levantó de la cama. De pie, se pasó la mano por el pelo—. Me cuesta creerlo, porque hace unos pocos días me dijiste que lo odiabas.
Me puse roja, en parte tenía razón y eso me sacaba de mis casillas.
—¿Qué más te da, Aiden? No puedes quererme, y no lo haces. E incluso tú dijiste que Seth se preocupaba por mí. ¿O eso no es más que una de esas patéticas frases del estilo de «no te quiero pero no quiero que estés con nadie más»? Porque eso no está bien.
Dejó caer la mano.
—No tiene nada que ver con eso, Álex. Solamente no te quiero ver metida en algo… así de importante por las razones equivocadas.
Levanté la mirada y me encontré con sus ojos. Ardían y era lo que más se le veía en la cara.
—Tú me dijiste que no podíamos estar juntos, y lo sé. Sé que no podemos, pero…
Aiden se inclinó rápidamente, poniendo su cara a centímetros de la mía.
—Pero eso no quiere decir que tengas que conformarte con Seth, Álex.
Arrugué la manta entre mis manos.
—¡No me conformo con Seth!
Levantó una ceja durante medio segundo y me aguantó la mirada.
Luego caí, y el corazón se me aceleró.
—Esto no tiene que ver con Seth. ¡Tiene que ver contigo! ¡No quieres que esté con él ni con nadie! ¡Porque te sigues preocupando por mí!
Aiden dio un paso atrás y movió la cabeza.
—Claro que me preocupo por ti.
Respiré profundamente, intentando calmar mi corazón.
—Dímelo… dime que sientes lo mismo que yo siento por ti, porque si lo haces… —no podía lograr decirlo. Si me decía que sentía lo mismo, que me quería, entonces a tomar viento todo. Al demonio con todo, porque no iba, no podía ignorarlo. No importa lo mal que estuviese, lo decidida que estuve a dejarlo escapar, y no importaba lo peligroso que fuese para los dos. No podía hacerlo.
Aiden respiró fuerte.
—No lo voy a hacer.
—¿O es que no puedes?
Volvió a mover la cabeza, con los ojos cerrados. Hizo una mueca y me miró con cara triste.
—Es que no lo siento.
Solté el aire de golpe, deseando hacerme un ovillo y llorar. Pero no lo hice. Me lo había buscado yo solita.
—Vale.
—Álex, quiero…
—No. No quiero escuchar nada más —me levanté de la cama—. Lo que tenga con Seth no es de tu… —un mareo repentino me hizo tambalearme. Me agaché y me agarré al borde de la cama.
—¿Álex? —Aiden dio la vuelta a la cama para venir a ayudarme.
—¡No! —Levanté la mano—. No hagas como que te importa. Eso te hace aún más cabrón.
Aiden se paró, abriendo y cerrando las manos.
—Tienes razón.
La habitación se estabilizó y me sentí segura para volver a moverme. Ignoré a Aiden y la necesidad que sentí de llorar como un bebé y empecé la vergonzosa búsqueda de mi ropa. Recogí los vaqueros y la sudadera y me los puse bajo el brazo. Aún no había encontrado algo muy importante y vergonzoso. Miré por todo el suelo desesperada.
—Creo que esto es tuyo.
Maldije entre dientes y me giré. Aiden sujetaba algo negro, pequeño y endeble con los dedos.
Me puse roja. Se lo quité de la mano.
—Gracias.
Aiden no sonrió.
—De nada.