Capítulo 23

Tras el Consejo, Marcus me escoltó hasta mi habitación con instrucciones explícitas.

—No salgas de esta habitación si no vas acompañada.

¿Acaso había visto esta habitación? Parecía un castigo pasar el resto del tiempo que quedase hasta que Seth apareciese o viniese Laadan a compadecerse de mí. No había hecho nada malo. No era mi culpa que Telly fuese un lunático decidido a enviarme a la servidumbre.

Pero me pasé el resto del día y gran parte de la tarde en mi habitación, imaginándome la cara que pondría Telly cuando Despertase y le llenase de jugo de Apollyon hasta hacerle desaparecer en la nada. ¿Y a todos esos puros que miraban mis cicatrices con esa cara de asco? Les daría algo para que se asustasen de verdad. Bueno, vale. Igual estaba exagerando un poco. Pero esa actitud de Telly en contra mía me ponía de los nervios. Necesitaba salir, hacer algo.

Lo que en realidad necesitaba era pegarle a algo.

Justo cuando estaba a punto de volverme loca, alguien llamó suavemente a mi puerta. Corrí hasta ella y la abrí. Ahí estaba Laadan, con dos copas de cristal en la mano. Tenías las mejillas sonrosadas y los ojos brillantes.

Por favor, que esté aquí para sacarme de esta habitación.

Sus ojos en realidad no estaban totalmente fijos en mí cuando sonrió.

—Supuse que te vendría bien estirar las piernas —dio un paso atrás—, ¿te vienes?

Gracias, dioses. Seguí su elegante cuerpo por todo el pasillo y bajamos las escaleras. Abajo, los puros estaban en plena celebración. Por los ruidos que venían de la sala de baile, ya iban bastante tocados. Nadie me prestaría atención, estaban demasiado ocupados festejando. Su actitud indiferente ante todo era exasperante y frustrante.

—Pensé que te vendría bien un poco de compañía —dijo despacio, hablando por primera vez desde que salí de la habitación.

Paramos frente a la sala de recepciones abarrotada. Laadan se quedó al lado de una pintura de la Diosa Hera. El parecido entre ambas era increíble. Me ofreció una copa de ese luminoso líquido rojo.

—Ten, te lo mereces después del día que has tenido.

El vaso estaba caliente.

—¿Qué es?

Sonrió con la mirada perdida.

—Es algo especial para una chica especial. Te va a encantar.

—¿Estás borracha? —Reí.

Laadan sonrió como si estuviera en un sueño.

—Es una noche preciosa, Álex. ¿Te gusta tu bebida?

Levanté la copa y la olí, curiosa. Olía magníficamente, como a orquídeas, con un toque de miel y sésamo. Levanté la mirada y vi a Laadan flotando hacia la entrada de la sala. Fui tras ella, mirando hacia todo el mundo mientras me llevaba la copa a los labios. Vi a Marcus y Diana superjuntos. De nuevo, la sonrisa de Marcus me confundía. Nunca sonreía así, sobre todo conmigo cerca.

Me llamaron la atención unas risitas que sonaron por toda la sala. Unas puras jovencitas rodeaban a un puro muy guapo, peleándose entre ellas para estar más cerca de él. Varios Guardias estaban detrás de ese grupo, tan distantes como aburridos. Entre ellos estaba el Guardia pura sangre al que Telly había recurrido en la primera sesión. Me estremecí y cogí la copa con más fuerza. Luego mi mirada vagó hasta el fondo de la sala y vi a Aiden.

Dawn estaba a su lado, increíblemente hermosa y mirándole con unos enormes ojos color amatista. Verles juntos no transmitía nada. Él nunca había mostrado ni una pizca de interés por ella salvo, solo era amable, pero ella era el tipo de chica con la que Aiden podía salir, debería salir.

Quizá algún día se casase con ella, o con otra pura como Dawn. Sentaría cabeza y se comprometería. Para ya, me ordené. Eso no importaba, ni siquiera si tendría una docena de bebés pura sangre. Ya había aceptado que no podía estar con él. Además, ya había elegido a Seth, o algo así. Pero el dolor se clavaba en mi pecho y me oprimía el corazón. Me merecía una patada por seguir ahí de pie, mirándole como si fuese una acosadora.

—Tu bebida, cariño, ¿no vas ni a probarla?

—Oh —miré hacia abajo. Aún la sentía caliente. La bebida me ardía en los labios y la punta de la lengua, pero entraba increíblemente suave. En realidad sabía un poco mentolada, como una especie de té—, sabe a…

Laadan se había ido.

Sorprendida por su desaparición repentina, miré por toda la sala, encontrando a Aiden en vez de a Laadan. Se había movido al final de la sala, aunque en vez de con Dawn, ahora estaba hablando con otra pura, pero parecía tener la mirada fija en .

Su mirada de desaprobación llegó hasta donde yo estaba. ¿Era porque estaba fuera de mi habitación? Si era por eso, era un fastidio. Lo que también me fastidiaban eran los latidos que sentía en el pecho.

Aiden se separó de la pura, viniendo hacia mí con pinta de estar muy, muy enfadado. El corazón me latía a mil. Se estaba acercando a mí, no a Dawn, ni a ninguna otra pura, a mí. Las palpitaciones eran cada vez mayores.

Cualquier tipo de atención era buena.

De repente no me gustaba la idea. Odiaba el hecho de contentarme con eso. Levanté la copa y le di un largo trago. Era o eso, o tirarme al suelo lloriqueando y pataleando.

Tomé otro traguito, esperando que esta vez me ardiese todo. Pero estaba rico, muy rico. Levanté la vista de nuevo y vi que un puro alto y rubio le bloqueaba el paso a Aiden, pero aún así me siguió con su mirada furiosa. Le levanté una ceja y me volví a llevar la copa a los labios, tomando otro trago.

Aiden rodeó al puro y vino directo hacia mí.

De la nada, no exagero, Seth apareció y me tiró la bebida de las manos, manchándome el jersey de gotas rojas.

—¡Pero hombre! —Me pasé la mano por la boca—. No hacía falta que lo tirases todo.

Seth se llevó la copa a la nariz y la olió. Maldiciendo entre dientes, se la pasó a Aiden.

—¿Quién te ha dado esto? —preguntó Seth.

—¡Qué más te da! Solamente es una bebida.

—Álex, ¿quién te ha dado esta bebida? —La voz tranquila de Aiden no me dio opción a hacer nada.

—Me la ha dado Laadan. ¿Qué sucede?

Seth abrió la boca de par en par, pero la reacción de Aiden fue mucho más fuerte.

—Mierda. Increíble.

—¿Qué? —Les miré a los dos—. ¿Qué pasa?

—Malditos puros —soltó Seth—, no puedo ni imaginar qué esperaban conseguir con esto.

Parecía que la copa iba a estallar en la mano de Aiden. Estaba completamente furioso y sus ojos ardían, pero no me miraba. Ni un poco.

—Mierda. ¿Era tu primera copa?

—Sí —avancé un poco—, Aiden, ¿qué pasa?

Seth exhaló con fuerza.

—Media copa es más que suficiente.

—Laadan no ha podido darle esto —Aiden arrugó la frente—, sabe lo que hace esta bebida.

—Laadan me la ha dado. No miento. Pero decidme qué narices está pasando.

Seth se pasó una mano por la cabeza.

—Creo que le voy a pegar a alguien.

Miré a Seth. Él tampoco me miraba. ¿Había algo raro en mi cara? Me toqué la cara y lo único que noté es que estaba caliente.

—Yo no me puedo ir ahora —Aiden hablaba con palabras cortas, tajante—, Telly y los demás Patriarcas quieren que estemos aquí. No puedes dejarla sola.

Seth asintió.

—La tendré vigilada.

Aiden soltó una risa corta.

—Ya, no creo.

—¿Entonces qué sugieres que hagamos? —preguntó Seth—. ¿Dejarla que vaya sola por ahí?

Ya no pude aguantar más. Agarré a Aiden del brazo, algo que no debería hacerle a un puro en público, pero actuaban como ni siquiera estuviese allí.

—¿Qué está pasando?

Aiden se dio la vuelta y me agarró la mano, poniéndome entre los dos.

—Laadan no ha podido darte esta bebida a propósito. ¿Te pareció extraña? ¿Como si actuase de forma distinta?

—Sí —susurré—, parecía borracha.

Sus ojos ardían.

—Le obligaron a darte la bebida.

—No puede ser, es imposible. Es completamente ilegal hacerle una compulsión a otro puro. Tienes que…

—Alguien te ha tendido una trampa, Álex, y tenía tantas ganas de hacerlo que incluso ha roto las reglas para ello. Todos los puros saben qué es con solo mirarlo. Te han dado una Poción de Afrodita, Álex.

—¿Poción? Oh. Oh. Oh, dioses —sentí a la vez frío y calor. Me acabo de beber lo equivalente a un rofenol[5] del Olimpo. No podía creérmelo—. Tenéis que estar equivocados. Un puro no usaría una compulsión con otro, y Laadan nunca me daría algo así. Me da igual lo que digáis.

—Álex —dijo Aiden de forma amable—, hay puros que saben que Laadan y tú os lleváis bien.

—Aiden tenemos que sacarla de aquí. Cuanto antes —dijo Seth.

Le miré.

—Estoy bien. Será que no me he tomado tanto.

Seth soltó una risa seca.

—Claro.

Aiden me soltó la mano y miró a Seth.

—No me gustas, y mucho menos confío en ti.

Un músculo se tensó sobre la mandíbula de Seth.

—Ahora mismo no tienes más opciones. No voy a dejar que le pase nada, Aiden. Y no me… voy a aprovechar de ella.

Le lancé una mirada asesina.

—Nadie va a aprovecharse de mí a no ser que yo me deje.

Vaya, no había sonado demasiado bien.

—No lo dudaba —dijo Aiden en voz baja y amenazante.

—¿Sabes qué? Tú a mí tampoco me gustas. Pero no tienes más opciones. O sales de aquí o te fías de mí tanto como para saber que voy a vigilarla —Seth hizo una pausa, mirando a Aiden a los ojos—. Para mí hay tanto en juego como para ti.

Me rasqué la pierna.

—¿Qué hay en juego?

Me ignoraron.

Aiden soltó una especie de gruñido.

—Si le pasa… si le pasa algo…

—Ya lo sé —respondió Seth—. Me matarás.

—Peor —gruñó Aiden—. No la lleves a su habitación. Marcus no tiene por qué saber esto. Llévala… a tu habitación. Iré en cuanto pueda —se giró hacia mí y forzó una sonrisa. Odiaba esa sonrisa—. Todo va a ir bien. Tú solo, por favor, escucha a Seth, y pase lo que pase, no salgas de su habitación.

Miré a Aiden.

—Espera. Quiero…

Aiden ya se había dado la vuelta y desapareció entre el gentío. Luego Seth me cogió de la mano y me sacó de la sala. No sabía qué me iba a pasar. Había oído rumores en el Covenant a cerca de la Poción, sabía que supuestamente Lea la había probado, pero no había visto a nadie puesto.

Seth no dijo nada mientras íbamos por los pasillos y subíamos las escaleras. Tras muchos pisos, seguía encontrándome bien.

—La verdad es que me encuentro bien. No me pasa nada. Estoy segura de que puedo irme a mi habitación. No saldré.

Seth me empujó por el pasillo.

—Oye, ¿por qué no me hablas? Sobre todo teniendo en cuenta lo de la otra noche…

Me lanzó una mirada peligrosa.

—Esto no tiene nada que ver con lo de la otra noche.

Le devolví la mirada a pesar de que estaba pensando en lo increíblemente suave que estaba su mano.

—¿Estás enfadado conmigo?

—Álex, no estoy enfadado contigo. Pero ahora mismo estoy cabreado. Es mejor que no diga nada. Puedo acabar tirando abajo el edificio entero —me soltó la mano y abrió la puerta de su habitación, haciéndome pasar—. Entra.

Le eché una mirada arrogante. En serio, estaban haciendo que esto pareciese más de lo que…

—¿Pero qué narices?

Seth cerró la puerta de una patada.

—¿Qué?

—¿Cómo has conseguido esta habitación tan increíble? —Di una vuelta, asombrada por los techos de catedral, las mullidas alfombras y una enorme pantalla de televisión que ocupaba la mitad de la pared. Y la cama, era tan grande como un barco. Se me olvidó qué estaba diciendo.

—Y yo durmiendo en un armario. No es justo.

Tiró la llave a un cajón.

—Soy el Apollyon.

—¿Y? Yo también y me han dado una caja de cerillas. Incluso un ataúd habría sido más grande.

—Aún no eres un Apollyon.

Esa fue nuestra conversación durante varios minutos. Le vi caminar por toda la habitación y luego volver a la ventana. Y ahí se quedó.

—¿Qué haces?

Seth se apoyó contra el marco de la ventana, concentrado en lo que fuera que estuviese viendo fuera. De la coleta se le escapaban varios mechones de pelo y le tapaban casi toda la cara.

—Haz lo que quieras en la habitación. Pon la tele o vete a dormir.

Mi humor cambiaba por momentos.

—Eres un idiota.

No dijo nada.

Cambié de posición, incómoda, deseando haberme puesto una camiseta debajo de la sudadera. Sentía un montón de humedad en la habitación, era casi insoportable. Fui hacia la cama a sentarme, pero me paré. Una extraña sensación me recorrió toda la espalda. Era algo raro, increíble. Era como una especie de descarga de… de felicidad. Sí. Como oleadas de rayos de sol y cosas buenas.

De repente todo estaba bien, genial.

Seth apartó los ojos de la ventana, con la mirada fija en mí.

—¿Álex?

Me giré lentamente. La habitación parecía más ligera, suave, bonita. Todo era bonito. Creo que incluso suspiré.

—Oh, dioses —gruñó Seth—, ya empieza.

—¿Qué empieza? —Casi no reconocía mi propia voz.

Seth me miró desesperado. Me pareció gracioso, así que me reí, y fue como si hubiesen activado un interruptor. Solamente quería correr y bailar, y cantar, y eso que no sabía cantar, pero quería hacerlo, y quería… hacer cosas.

Se puso recto y su expresión se volvió más dura.

—Siéntate, Álex.

Eché la cabeza hacia atrás. Bueno, se me cayó hacia atrás, y me gustaba el peso de mi pelo sobre el vacío, ahí colgando. Me gustaba la sensación en el cuello.

—En serio, siéntate.

—¿Por qué? —Levanté la cabeza y empecé a balancearme. La piel me hacía cosquillas, por todo, como pequeños calambres, igual que cuando Aiden me tocaba o cuando besé a Seth anoche. Eso también me gustó, pero prefería los besos de Aiden. Cuando Seth me tocaba sentía algo diferente. Dioses, mi cerebro no se callaba. Estaba todo el rato sin parar.

Se apartó de la ventana.

—Pareces tonta, Álex.

Dejé de moverme, sin saber muy bien por qué había empezado a mecerme hacia delante y atrás.

—Túuuuuu pareces máaas tonto —canturreé—. Estás de morros y no te pega.

Se frotó la barbilla mientras me iba siguiendo con la mirada, como un halcón acechando a su presa.

—Va a ser una noche muy larga.

—Puede —me acerqué más a él, porque quería estar cerca de algo, de alguien—. Hey, has sonreído.

Bajó la mano.

—No lo hagas.

Reí.

—¿Que no haga qué?

—No te acerques más, Álex.

—Anoche no tenías ningún problema con tenerme cerca. ¿Por qué? ¿Me tienes miedo?

—No.

—Entonces, ¿por qué no puedo?

Durante un segundo le vi divertido, pero se le fue rápido.

—Álex, tienes que tumbarte.

Me puse a girar, porque de repente sentí la necesidad de bailar. Como cuando bailamos un vals en el campo, fue divertido. Quería volver a hacerlo, y quería que Seth lo hiciese conmigo. Bailar sola era un poco penoso.

—Álex…

—Vale. Ya me siento —y entonces corrí a por él. Le debí pillar desprevenido, porque no se movió, y venga, Seth podía haberse apartado si hubiese querido.

Pero no lo hizo.

Me agarré a su cintura como un pulpo, pero ya no quería bailar.

—Qué bien se está así —murmuré mientras me frotaba la cara contra su camiseta.

Al principio Seth no reaccionó, y sabía que a él también le estaba gustando. Luego me cogió los brazos y los desenredó de su cintura.

—Álex, por favor, siéntate.

—No quiero —intenté agarrarme a su cuello, pero se apartó. Fruncí el ceño—. ¿Por qué no dejas de apartarte de mí? ¿Es que ahora me tienes miedo?

—Sí. Ahora mismo, sí.

Me reí echando la cabeza hacia atrás.

—¿El gran Apollyon me tiene miedo? Tengo calor. ¿Puedes abrir una ventana?

Seth se dio la vuelta y fue hacia la ventana.

—¿Por qué me ofrecería a esto?

—Pooorque te guuuustoooo —canté mientras giraba hasta marearme—. Te gusto mucho, mucho. Dioses, tengo que beber esto más a menudo. Me encuentro genial.

Gruñó mientras buscaba el pestillo de la ventana.

—Luego no lo estarás.

—¿Eh? ¿Tú ya lo habías probado? ¡Sí! Oh, que malo eres, Apollyon —me tiré a la cama. Era tan cómoda—. Me encanta tu cama —me puse boca abajo, sonriendo—, me gusta tanto que me casaría con ella si pudiera.

Seth se rio en alto.

—¿Te casarías con mi cama?

—Mmmm —me puse de espaldas. Había una pintura en el techo de Seth. Había ángeles y otras criaturas aladas pintadas en colores pastel—. Lo haría si pudiésemos casarnos, pero no podemos. Ni siquiera los objetos inanimados pueden. Le quita la gracia a enamorarse.

—¿En serio? —murmuró Seth.

Me levanté de la cama, incapaz de estarme quieta. Seth seguía al lado de la ventana, pero ya se había olvidado de abrirla.

—¿Nunca te has enamorado, Seth?

Pestañeó despacio.

—No creo. ¿Cuenta quererse a uno mismo?

Reí.

—No, no cuenta. Pero buen intento. ¿Seth?

—¿Sí?

—Hace calor.

Movió la cabeza y se giró hacia la ventana.

—Ah, sí, a ver si encuentro como se abre esta mierda y se te pasa.

Hacía demasiado calor. Aquí hacía demasiado calor y ya no podía soportar lo mucho que me picaba la tela. Seth estaba tardando demasiado. Me quité la sudadera y la dejé caer al suelo. Inmediatamente me sentí mil veces mejor.

Seth se tensó y soltó un ruido ahogado.

—Por favor, dime que no te has quitado la ropa.

Reí.

—No.

Se pasó las manos por la cabeza. Se le escaparon más mechones de pelo por entre los dedos.

—Voy a lamentarlo. Voy a arrepentirme mucho de esto.

—No estoy desnuda, idiota —me aparté el pelo del cuello y empecé a enrollarlo—, además, llevas intentando verme desnuda desde que nos conocimos.

—Puede que sea verdad, pero no así.

—Desnuda es desnuda —dije con lógica.

Despacio, Seth se dio la vuelta y se quedó parado. Su pecho subía y bajaba rápidamente.

—Oh, por el amor de los dioses, Álex, ¿dónde tienes la camiseta?

No entendía por qué estaba tan preocupado por todo esto. Llevaba puesto el sujetador. No era como si… se me olvidó lo que estaba pensando.

—Es que estoy ardiendo. Dame una camiseta cualquiera, la tuya mismo.

—Sí… desde luego que estás ardiente —tenía la voz entrecortada.

Reí y me solté el pelo, pero seguía teniendo calor… y estaba fuera de control. La última vez que me había sentido así, besé a Aiden. Bueno, después de pegarle un puñetazo en la cara. Dejé de moverme porque no me gustaba la sensación nerviosa que tenía en el estómago. Miré hacia abajo, esperando ver cómo se movía algo dentro de mí. Me di un golpecito en la tripa, pero lo sentí como si lo hubiese hecho un millón de veces.

—¿Qué haces? —preguntó Seth.

—No lo sé. Siento la tripa muy ligera.

—Eso es la bebida. Te sentirás mucho mejor si te sientas. Voy a cogerte una camiseta, espera un momento.

Levanté la vista y vi a Seth junto al armario, revolviendo los cajones. Me estaba dando la espalda, una posición vulnerable, y parecía estar muy concentrado buscándome una camiseta.

Una nueva idea, aunque algo vieja, me comenzó a reconcomer. Creo que nunca me había movido con tanto cuidado y en tanto silencio. Estaba en modo ninja. Seth no se dio cuenta hasta que ya fue demasiado tarde. Se incorporó y se giró rápidamente, con los ojos bien abiertos.

—Álex, déjame cogerte una camiseta. Estate quieta —se movió hacia la izquierda.

Le seguí, imitando sus movimientos como en los entrenamientos. Dejó de buscar la camiseta y se apartó del armario, de mí. Pero yo fui más rápida. De nuevo puse los brazos alrededor suyo. Luego me vino otra idea mejor.

—¿Me besas? —Le pedí.