Capítulo 22

Sí que dormí en mi cama, en esa horrible habitación enana.

Y sola.

Tuve que hacer acopio de todo mi autocontrol para convencer a Seth de que compartir cama no era una buena idea, algo difícil, sobre todo porque mi cuerpo pensaba que era una buena idea. Increíblemente, mi cerebro había ganado la batalla.

No sabía por qué había besado a Seth, una y otra vez. Joder, ni siquiera sabía por qué había accedido a ver qué ocurre. Lo más inteligente habría sido pegarle un puñetazo y salir corriendo.

Pero yo nunca hacía lo más inteligente.

Era un vestido bien bonito —Laadan tenía el ceño ligeramente fruncido—. Supongo que hay muchas formas de estropear la seda, y creo que un baño a media noche debe ser una de las más atrevidas.

Me encogí, roja de vergüenza y me pasé las manos por el único par de pantalones de vestir que tenía. Estaban hechos de una tela negra y ligera, y me tapaban los pies, algo que no me gustaba nada. Incluso a pesar de haberle destruido el vestido, Laadan me dejó unos tacones negros muy sexys que me hacían parecer más alta.

—Siento lo del vestido, de veras —miré hacia las puertas adornadas con un águila dorada—. Tengo ahorrado algo de dinero, puedo pagarlo.

—No. No te preocupes —me dio un toquecito en el hombro—. Aunque tengo curiosidad por saber qué fue lo que te hizo abandonar el baile con tanta prisa y luego irte a nadar. Te fuiste con tu Seth. ¿Puedo suponer que te fuiste a nadar con él?

Mis mejillas se pusieron al rojo vivo al escuchar mencionar a Seth. Si mi Seth hubiese estado aquí para oírlo, no habría llegado a escuchar el final de la frase, pero él no podía entrar en el edificio del Consejo.

—Él no es mi Seth.

Marcus y Lucian aparecieron por la esquina antes de que Laadan pudiese hacer algo más que lanzarme una mirada de complicidad. Por raro que sea, agradecí que apareciesen.

Lucian se deslizó hasta mí, cogiéndome una de mis manos heladas. ¿O es que su mano estaba tan caliente que la mía parecía congelada?

—Cariño, pareces muy nerviosa. No tienes nada por lo que preocuparte. El Consejo te hará unas cuantas preguntas y ya está.

Vi la mirada de Marcus por encima del hombro de Lucian. Parecía estar preocupado por algo. Solté mi mano y aguanté las ganas de frotármela contra el pantalón.

—No estoy nerviosa.

Lucian me dio unos golpecitos en el hombro y pasó junto a mí.

—Tengo que entrar y tomar asiento. Esto está a punto de empezar.

Esto era la única razón por la que había venido hasta aquí. Al ver a los Guardias sujetarle la puerta a Lucian, me di cuenta de que no estaba nerviosa. Solo quería que acabase y punto. Marcus tenía la boca tensa al mirarme. Le lanzó una mirada a Laadan, esperó a que ella asintiese con la cabeza y siguió a Lucian hacia el Consejo.

—Alexandria, espero que te comportes lo mejor que puedas. No dejes que te metan en ninguna discusión. Solo responde a sus preguntas, nada más. ¿Has entendido?

Estreché los ojos y crucé los brazos.

—¿Qué creéis todos que voy a hacer? ¿Volverme loca y empezar a insultar a todos?

—La verdad es que todo es posible. Eres famosa por tu temperamento, Álex. Seguro que algunos esperan que pierdas los nervios —dijo una voz grave conocida a mis espaldas.

Cada célula de mi cuerpo reconoció y respondió a esa voz. No importaba que la noche pasada hubiese elegido a Seth. ¿No era eso lo que había hecho? Mi cerebro le gritó a mi cuerpo que no se diese la vuelta, pero no hizo caso.

Aiden parecía totalmente un puro. Un mechón de su pelo oscuro le caía por delante, sobre sus espesas pestañas. Vestido con esas pintas de mafioso, todo de blanco, se me antojaba aún más intocable.

Marcus se aclaró la garganta, y me di cuenta de que me había quedado mirándole.

Roja como un extintor me giré hacia Marcus.

—Ya lo sé. Solamente contestar a sus preguntas, bla, bla, bla. Lo capto.

Marcus me miró.

—Eso espero.

No sé qué más podía hacer para probarles que no iba a saltar de la silla y pegarle a alguien.

Marcus se miró el reloj.

—Tenemos que entrar. Alexandria, los Guardias te llamarán cuando el Consejo esté listo.

—¿No voy a entrar con vosotros? —pregunté.

Negó con la cabeza y desapareció en el Consejo, dejándome con Aiden y los Guardias silenciosos. No podía ignorarle.

—Bueno… ¿qué tal estás?

Aiden miró hacia un punto por encima de mi cabeza.

—Bien. ¿Y tú?

—Bien.

Asintió y miró hacia las puertas.

Me dolía lo raro que era todo.

—Puedes entrar. No tienes que esperar aquí fuera.

Por fin me miró.

—La verdad es que tengo que entrar.

Asentí, mordiéndome la mejilla por dentro.

—Lo sé.

Aiden se dirigió hacia la puerta, pero se quedó parado. Pasaron unos segundos antes de que se girase hacia mí de nuevo.

—Álex, puedes hacerlo. Sé que puedes.

Nos quedamos mirando a los ojos y tomé aire. Sin palabras, me quedé ahí quieta viendo cómo pasaba su mirada por toda mi cara. No recordaba si me había maquillado algo. ¿Un poco de brillo de labios quizá? Tenía el pelo bajo control, cayendo junto a mis mejillas y cubriéndome el cuello perfectamente. Me toqué los labios, contenta al descubrir que tenían brillo.

Se fijó en mis movimientos antes de decir algo, pasándose una mano por la cabeza. Soltó un ruidillo y al hablar, lo hizo en voz tan baja que casi no pude oírle.

—Creo… que recordaré toda mi vida como estabas ayer. Dioses, estabas tan guapa.

Me podía haber desmayado ahí mismo.

Lo siguiente que sé es que desapareció tras las pesadas puertas del Consejo. Me dejó absorta y confusa. Amable y luego frío, cercano y luego distante. No lo pillaba. ¿Por qué me decía eso… y luego se iba? Como el día que dijo que deseó que Seth hubiese matado al Maestro por haberme pegado. ¿Por qué tenía que decir esas cosas?

Me apoyé contra la pared y solté un largo suspiro de cansancio. Este no era el momento de obsesionarme por los cambios de humor de Aiden. Tenía que concentrarme en…

La puerta a mi izquierda se abrió, saliendo de ella un Guardia del Consejo.

—Señorita Andros, su presencia ha sido requerida.

Vaya, había llegado antes de lo esperado. Me aparté de la pared y seguí al Guardia hacia el Consejo. Parecía diferente de lo que recordaba. Aunque claro, la única vez que lo había visto fue desde el balcón a lo alto, escondida de los puros. Unos adornos en titanio decoraban los bancos curvos que llenaban la parte baja del coliseo. Los símbolos grabados en las baldosas estaban bien hechos, no como esos garabatos de los caminos de fuera. Aquí todo tenía que ser más grande y mejor.

Los que estaban esperando se movían incómodos en sus asientos mientras yo iba hacia el centro. Crucé la mirada con otras claramente curiosas. Otras no lo eran tanto, más que curiosas eran hostiles y desconfiadas.

Me armé de valor y me concentré en el estrado elevado en vez de en cómo mi estómago daba vueltas. Los Patriarcas estaban sentados como si fuesen dioses a punto de impartir una increíble y horrible justicia divina. Me vieron avanzar, observando cada detalle en mí incluso antes de llegar a ellos. Solamente a uno parecía no importarle mi presencia. Reclinado en uno de los tronos más pequeños y vestido con una espléndida toga blanca, Lucian miró a Telly. O quizá estaba mirando el trono de Telly, imaginándose a sí mismo en el asiento que ofrecía lo más cercano al poder absoluto que tenía nuestro mundo.

En frente de los Ocho, había una silla vacía dirigida hacia el público, justo en medio de los dos tronos ocupados por Telly, el Patriarca jefe y Diana Elders. Miré hacia el asiento, sin saber si tenía que esperar a que me diesen aprobación para sentarme o podía hacerlo sin problemas.

Me senté.

Un murmullo de desaprobación sonó entre los puros. Al parecer había escogido mal. Estaba empezando de maravilla. Levanté la vista y miré hacia el balcón, viendo una sombra por entre los barrotes.

Seth.

Sentí que Telly se levantaba a mis espaldas, pero no me atreví a mirar. De alguna forma supe que eso también llevaría a más murmullos censores. Tranquila, puse las manos sobre los reposabrazos de la silla y miré hacia la gente que tenía delante. Inmediatamente busqué a Aiden. Estaba echado hacia adelante, con los ojos fijos en los Patriarcas a mis espaldas.

—Alexandria Andros —el Patriarca Telly dio una vuelta alrededor de mi silla. Paró junto a mí, inclinando la cabeza un poco hacia un lado. Hizo una elegante reverencia hacia el público y sonrió tanto que parecía un querubín en sus horas bajas—, debemos pedirte que prestes juramento ante el Consejo y los dioses, jurar que hoy contestarás a todas las preguntas con la honestidad más absoluta. ¿Lo entiendes?

Asentí, mirando al Patriarca. ¿Era cosa mía o las canas de sus sienes eran cada vez más abundantes?

—Romper este juramento será un acto de traición, no solo hacia el Consejo sino también hacia los dioses. Hacerlo supondrá tu expulsión del Covenant. Supongo que lo has entendido, ¿verdad?

—Sí.

—Entonces, Alexandria Andros, ¿juras proveer toda la información que tengas acerca de los eventos que tuvieron lugar en Gatlinburg?

Le miré a los ojos.

—Sí.

Su sonrisa parecía frágil cuando me miraba.

—Bien. ¿Qué tal tu habitación aquí, Alexandria? ¿Ha sido de tu agrado? —Telly chasqueó la lengua suavemente—. Mírame solamente a mí, Alexandria.

Los brazos de la silla chirriaron al clavar mis dedos en la madera.

—Todo ha sido precioso.

Arqueó una ceja mientras se ponía al otro lado de mi silla.

—Me alegra oírlo. Alexandria, ¿por qué se fue tu madre del Covenant hace tres años?

Parpadeé sorprendida.

—¿Qué tiene eso que ver con lo que ocurrió en Gatlinburg?

—Te he hecho una pregunta. No, no mires hacia el público. ¿Por qué abandonó tu madre el Covenant hace tres años?

—No… no sé por qué —esta vez le mantuve la mirada a Telly—. Nunca me lo dijo.

Telly miró hacia el público y se frotó el índice con el pulgar.

—¿No lo sabes?

—No —me oí decir mirándole la mano.

—Eso no es cierto, Alexandria. Sabes por qué tu madre lo abandonó.

Aparté la mirada de su mano y negué con la cabeza.

—Mi madre nunca me dijo por qué. Únicamente sé lo que me han dicho otras personas.

—¿Cuáles fueron esas razones?

¿Dónde quería ir a parar con todo esto? Seguí sus calculados movimientos. Me rodeaba.

—Se fue porque el oráculo le dijo que yo sería el próximo Apollyon.

—¿Por qué iba a irse por eso?

No pude evitarlo. Mi mirada se dirigió hacia el balcón, desde donde sabía que Seth me estaba viendo.

—¡Alexandria, no apartes la vista!

Ahora sabía por qué Marcus parecía tan preocupado. Mi cuerpo entero estaba deseando plantarle el pie en la cara a Telly. Le miré.

—Quería protegerme.

Ahora habló alguien distinto. La voz de la Matriarca más vieja me rozó la piel como si fuese papel de lija.

—¿De quién habría querido protegerte?

¿Tenía que seguir mirando a Telly o a la Matriarca?

—No lo sé. Quizá tenía miedo de que los dioses se enfadasen porque hubiese dos de nosotros.

—Podría haberla preocupado —respondió—. No debería haber dos de vosotros en la misma generación.

—¿Qué otras razones podría haber? —preguntó Telly.

Las palabras salieron de mi boca. No eran ni buenas ni inteligentes.

—Quizá tenía miedo de lo que pudiese hacer el Consejo.

Telly se puso tenso.

—Eso es absurdo, Alexandria.

—Es lo que dijo.

—¿En serio? —Levantó las cejas—. Creía que nunca te había dicho por qué te había sacado del Covenant.

Mierda. Podía imaginar la cara que habrían puesto Aiden y Marcus.

—Nunca me lo dijo antes de… antes de cambiar.

—¿Y te lo dijo tras decidir convertirse en daimon? —preguntó un Patriarca.

—¡Mi madre no eligió convertirse en daimon! —Agarré los brazos de la silla de nuevo, tomando aire con fuerza varias veces—. Le obligaron a hacerlo. Y sí, me dijo que no habría sobrevivido si me hubiese quedado en el Covenant.

—¿Qué más te dijo acerca de por qué se marchó? —preguntó Telly.

—Eso es todo.

—¿Por qué no la denunciaste nunca durante los tres años que estuviste desaparecida?

—Era mi madre. Tenía miedo de que la castigasen.

—Y así habría sido —dijo la Matriarca más mayor—. Lo que hizo fue imperdonable. Desde el momento que supo de tu verdadera naturaleza, su deber era comunicárselo al Consejo.

—Eso es cierto, Matriarca Mola —Telly hizo una pausa, poniendo una mano en el respaldo de mi silla—. ¿Cómo es que no sabías que tu madre había sido convertida?

El aire no me llegaba a los pulmones.

—La vi y pensé que estaba muerta. Maté al daimon que… que le estaba haciendo daño.

—¿Y luego qué pasó? —preguntó Telly en voz tan baja que pensé que nadie más le habría oído.

La garganta me ardía.

—Había otro daimon, y yo… corrí.

—¿Corriste? —repitió Telly en voz alta para que lo oyese todo el Consejo.

—Pensaba que estaba muerta —tragué saliva y miré al suelo—. Intenté volver al Covenant.

—¿Así que hizo falta que tu madre muriese para que recordases tu deber con el Covenant? —Telly no esperó mi respuesta, mejor, porque no sabía qué responder—. Te encontraron en Atlanta con cuatro daimons, ¿correcto?

¿Qué tenía que ver todo esto con lo que pasó en Gatlinburg?

—Me estaban siguiendo. No es que hubiese quedado con ellos ni nada parecido.

—Tu tono es insolente —soltó la Matriarca más mayor—. Te vendría bien recordar tu posición, mestiza.

Me mordí el labio hasta que saboreé la sangre.

Telly se puso a mi derecha.

—¿Sabías algo del paradero de tu madre tras tu vuelta al Covenant, Alexandria?

Una fina línea de sudor me recorría la espalda.

—No.

—Pero en agosto saliste del Covenant a buscarla, ¿verdad? Después de tomar parte en la masacre de Lake Lure. ¿La encontraste? —Los labios de Telly se curvaron en una sonrisa cruel.

Telly había vuelto a acorralarme otra vez. Cerré los ojos y respiré.

—No sabía dónde estaba. Ni siquiera sabía que estaba viva hasta que Lucian me lo dijo.

—Ah, sí —miró detrás mío hacia Lucian—. ¿Qué hiciste cuando supiste que estaba viva?

Pegar y besar a un pura sangre, pero dudo que quisiese saber eso. Bueno, de hecho le encantaría saberlo; así podría usarlo para entregarme a los Patriarcas en un momento.

—Nada.

Telly chasqueó la lengua.

—Pero…

La ira me hervía por dentro, sentía los latidos en la sien.

—¿Qué tienen que ver todas estas preguntas con lo que mi madre me dijo que tenían planeado los daimons? Quieren tomar el Consejo. Convertir a todos los puros que puedan y mandarlos de nuevo a los Covenants, a matar. ¿Acaso no es eso más importante?

Sorprendentemente, Telly se tomó bastante bien mi locura temporal.

—Todo está relacionado, Alexandria. ¿Qué te hizo salir del Covenant a buscar a tu madre?

Tenía demasiadas ganas de mentir.

—Cuando me di cuenta de que había matado a gente en Lake Lure, me fui. Supuse que me encontraría y lo hizo. Sentía como que… ella era responsabilidad mía, mi problema.

—Interesante —Telly fue hasta el borde del estrado. Mirando hacia el público, elevó la voz—. ¿Es cierto que no luchaste contra Rachelle cuando la viste en Bald Head?

Miré la cabeza de Telly.

—Sí.

Inclinó la cabeza hacia un lado.

—¿Por qué?

—Me quedé paralizada. Era mi madre.

—Los mestizos podéis ver a través de la magia elemental. Nosotros no. ¿Cómo pudiste verla a través del monstruo en que se había convertido? —Giró sobre sí mismo, sonriéndome—. No lo entendemos, Alexandria. Te fuiste de Florida diciendo que creías que estaba muerta. Volviste al Covenant y tu madre te siguió, dejando tras de sí un rastro de pura sangres y Guardias muertos.

—¿Qué? Únicamente fue el ataque en Lake Lure. Ella no…

—Te han informado completamente mal —sonrió aún más—. Fue responsable de más de veinte ataques por toda la costa sureste. Pudimos seguir su rastro justo hasta las puertas del Covenant de Carolina del Norte. Mandó un daimon mestizo al Covenant. ¿Lo hizo para sacarte de ahí?

¿Veinte ataques? Nadie me había dicho nada. Ni Aiden, ni Marcus, ni siquiera Seth. Ellos debían saberlo. ¿Por qué no me lo dijeron?

»¿Alexandria?

Levanté la mirada.

—Sí… supongo que quería sacarme de ahí.

—Funcionó. Te fuiste el día que Kain Poros volvió y asesinó a varios pura sangre —Telly caminó a grandes zancadas sobre el estrado—. Dime, Alexandria, ¿estuvo contigo también un mestizo llamado Caleb Nicolo en Gatlinburg?

Se me encogió el pecho.

—Sí.

Telly asintió.

—¿Intentó pararte en Bald Head?

—Sí.

—¿Es el mestizo que murió hace unas semanas? —preguntó la Matriarca—. ¿En un ataque daimon, mientras estaba con esta?

—Eso creo —respondió Telly.

—Qué oportuno —murmuró la Matriarca, pero sonó como si lo hubiese gritado—. Mientras estuviste en Gatlinburg con Rachelle, ¿qué te dijo que tenían planeado los daimons?

Con un cierto malestar, le conté al Consejo lo que mamá había planeado. Recordé mis propias instrucciones y no les dije que fue Eric el que había pensado todo. Telly no cambió la expresión de su cara mientras me miraba. La verdad es que creo que le daba igual lo que le estaba diciendo.

—¿Planean atacar el Consejo y liquidarnos? —La anciana Matriarca rio—. Esto es ridículo. Todo esto lo es.

Telly rio.

—Lo es pensar que un puñado de adictos pueden planear algo así juntos.

—¿Adictos? Sí, son adictos al éter, pero son los adictos más peligrosos —dijo la Matriarca Diana Elders, que hablaba por primera vez—. No podemos descartar nada de lo que son capaces. Saber que pueden convertir a los mestizos cambia las cosas. Y obviamente los dioses están cuestionando nuestra habilidad para controlar a los daimons.

Esto comenzó una batalla de poder durante unos minutos. A unos cuantos Patriarcas no les gustaba la idea de ignorar los planes de los daimons, y los otros simplemente no se tomaban en serio la amenaza. Iban soltando sugerencias, como incrementar el número de Centinelas y enviarlos a dar con nidos de daimons, pero la mayoría de ellos no veían razones para hacerlo. Todas las conversaciones acababan volviendo a .

Sentía el miedo en mi estómago según iban llegando a un acuerdo. Telly y gran parte del Consejo claramente decidieron desestimar los planes de los daimons. De repente supe que las palabras de mi madre no eran la única razón por la que me habían ordenado venir a esta sesión. A Marcus le habían informado completamente mal. O igual él lo sabía. Como los otros Patriarcas lo estaban distrayendo, pude mirar hacia la gente sin que Telly me echase la bronca.

Aiden le susurraba algo a Marcus, con las manos tensas y los nudillos blancos de agarrar el respaldo del asiento que tenía enfrente. Levanté la mirada hacia el balcón. Podía imaginarme qué estaría pensando Seth de todo esto.

Telly al final volvió su atención a mí.

—¿Rachelle tenía pensado convertirte en un daimon?

Quería haber dicho «joder, no», pero preferí no hacerlo.

—Sí.

Telly levantó su nariz aguileña.

—¿Por qué?

Me froté la frente con la mano.

—Quería que me convirtiese en Apollyon siendo un daimon. Pensaba que así podría controlarme.

—¿Así que quería usarte? —preguntó Telly—. ¿Para hacer qué?

—Supongo que quería asegurarse de que no fuese a por ella.

—¿Qué tendrías que haber hecho para ella?

Nuestras miradas se cruzaron. Creo que esta parte se la sabía.

—Quería que eliminase al otro Apollyon… y que ayudase a los daimons con sus planes.

—Oh sí, ¿sus planes de liquidar al Consejo y esclavizar a los pura sangre? —Telly negó con la cabeza, sonriendo—. ¿Cuántas veces te marcaron, Alexandria?

Me tensé.

—No lo sé. Muchas.

Pareció pensar en ello.

—¿Crees que eran suficientes como para convertirte?

Aún seguía teniendo pesadillas por aquellas horas que pasé encerrada con Daniel y Eric. Recuerdo esa última marca, la que estaba segura de que sumiría mi alma en la oscuridad. Una marca más y habría pasado al lado oscuro. Una fina película de sudor frío me cubrió la frente.

—¿Alexandria?

Parpadeé, enfocando su cara.

—Casi lo fueron.

En mi garganta sentía una cierta desconfianza.

—Ser marcado es muy doloroso —continuó Telly, parándose a mi lado de nuevo—. ¿Por qué permitiste que lo hiciesen repetidas veces? Un mestizo haría cualquier cosa para evitar ser marcado.

—No podía luchar contra ellos.

Levantó las cejas incrédulo.

—¿No podías o no querías?

Cerré los ojos, luchando por mantener la paciencia.

—Le prometí que no lo haría si no mataba a Caleb. No tenía elección.

—Siempre hay elección, Alexandria —hizo una pausa, mirándome disgustado—. Permitir algo tan repugnante es un tanto sospechoso. Quizá querías que te convirtiesen.

—Patriarca —dijo Lucian—, entiendo que algunas de estas preguntas son necesarias, pero Alexandria no sufrió ninguna de estas atrocidades voluntariamente. Sugerir algo así parece forzado y cruel.

—¿Lo es? —Telly me miró.

—Espera un segundo —dije cuando sus palabras me calaron del todo—. ¿Estás sugiriendo que quería que me convirtiesen en algo tan horrible? ¿Que yo lo pedí?

Telly levantó las manos con arrogancia.

—¿Cómo íbamos a interpretarlo si no?

Entonces miré hacia el público, viendo por un segundo una mirada de miedo en Marcus.

—¿Sabes que suena a lo que diría un violador? Llevaba una faldita corta, así que ella lo quiso.

Se oyeron pequeños gritos ahogados desde el público. Parece que la palabra «violador» era poco decente. La cara de soberbia de Telly fue desvaneciéndose poco a poco.

—Alexandria, te estás pasando de la raya.

En ese momento mi cerebro desconectó. Únicamente podía pensar en lo que Daniel me dijo antes de marcarme. Era como si Telly me estuviese diciendo lo mismo. Que quería que me marcaran, que lo disfrutaría. Me puse en pie.

—¿Dices que me estoy pasando de la raya?

—Nadie te ha dado permiso para irte —Telly se puso recto.

—Oh, no voy a irme —tenía todos los ojos fijos sobre mí. Cogí y me saqué la sudadera por la cabeza. En un momento dado pareció que nadie respiraba. Vi a todo el mundo boquiabierto; por un momento llegué a pensar que no llevaba nada debajo de la sudadera por las caras que habían puesto todos.

—¿Qué narices estás haciendo, Alexandria? —preguntó Lucian.

Le ignoré y me aparté de la silla con los brazos extendidos hacia delante.

—¿Acaso parece esto algo con lo que querría vivir? ¿Algo que habría pedido?

Contra su voluntad, docenas y docenas de ojos se fijaron en mis brazos. La mayoría se quedaron sin aliento y se estremecieron, apartando rápidamente la mirada. Otros no, como si no pudiesen apartar la mirada de la piel roja y parcheada y su brillo poco natural. Miré al suelo y a Telly, a mi lado, parecía como si le estuviese dando un infarto. Vi a Laadan con la barbilla levantada, orgullosa. Unas cuantas filas por delante vi la mirada horrorizada de Dawn. Bastante más lejos, detrás de los miembros del Consejo, Marcus estaba pálido. Me di cuenta de que nunca había visto mis cicatrices, solo había visto parte de las de mi cuello. Creo que no sabía lo horribles que eran. Sentí cómo me iba poniendo roja, pero la mirada sorprendida y orgullosa de Aiden me dio la confianza de dirigirme hacia los Patriarcas.

Me pregunté qué cara habría puesto Seth. Seguramente estaría sonriendo. Le encantaba cuando me volvía así de irracional, y ahora realmente lo era.

Me fui girando para mostrarles mis brazos.

—¿Parece que duelen verdad? Pues sí. Es el peor dolor que os podáis imaginar.

—Alexandria, siéntate. Vemos qué quieres decir —Telly intentó cogerme, pero me aparté de él.

Un Guardia entró en escena, recogiendo mi sudadera. La cogió y su mirada iba nerviosamente de Telly a mí.

Miré hacia los demás Guardias, esperando que no estuviesen planeando hacerme un placaje. Todos excepto uno eran mestizos, y ninguno de ellos parecía dispuesto a pararme. Incliné la cabeza hacia los Patriarcas, intentando no sonreír.

—¿Así que, en serio pensáis que fui a buscar a mi madre? ¿Que quería esto?

Diana se puso blanca y aparto la mirada, negando con la cabeza, triste. Los demás Patriarcas reaccionaron como el resto del público. Sea como fuere, estaba bastante segura de que ahora me entendían de verdad.

Un tono rojo furioso cubría las mejillas de Telly.

—¿Has acabado, Alexandria?

Respondí a su ceño fruncido arrugando la frente. Tranquilamente, volví hacia mi silla y me senté.

—Supongo que sí.

Telly le quitó la sudadera al Guardia de las manos. Sé que estaba deseando tirármela a la cara, pero con un increíble autocontrol, me la dio en mano. No me la volví a poner.

—Bueno, ¿por dónde íbamos?

—Ibas por la parte en que me acusabas de querer convertirme en daimon.

Varios Patriarcas tomaron aire con fuerza. Telly parecía a punto de explotar. Se agachó para ponerse a mi altura y me habló rápido y en voz baja.

—Eres una aberración, ¿me entiendes? Un presagio de muerte para los nuestros y nuestro dioses. Vosotros dos.

Me eché hacia atrás con los ojos como platos.

—Presagio de muerte —sonaba bastante radical y a locura.

—Patriarca —le dijo Lucian—, no hemos podido escuchar su pregunta. ¿Podría repetirla?

Telly se puso recto.

—Le he preguntado si quería añadir algo más.

Me quedé con la boca abierta.

Sonrió.

—Hay otras cosas a parte de lo sucedido en Gatlinburg que me preocupan, Alexandria. Tu comportamiento antes de irte del Covenant y las peleas que has tenido desde tu regreso te ponen en una clara desventaja, me temo. ¿Y cómo es que la noche en que el Covenant de Carolina del Norte fue atacado tú estabas fuera de tu habitación tras el toque de queda impuesto para los mestizos?

Sabía perfectamente dónde quería ir a parar, así que fui al grano.

—Yo no fui quien les dejó entrar, si es lo que estás insinuando.

La sonrisa de Telly se volvió amarga.

—Eso parece. Pero sigue estando el tema de tu comportamiento desde que llegaste aquí. Acusaste a un pura sangre de haber usado una compulsión en ti, ¿verdad?

—¿Que hizo qué? —chilló la Matriarca anciana—. Acusar a un pura sangre de tal acto es sin duda impactante. ¿Hay alguna prueba, Patriarca Telly?

—Mis Guardias no encontraron nada que sustentase su afirmación —Telly hizo una pausa dramática—. Y luego, además, atacaste a un Maestro que estaba impartiendo disciplina a una sirviente.

En ese momento varios Patriarcas parecieron volverse locos. Telly se pavoneaba mientras ellos hacían preguntas para saber exactamente qué ocurrió. Me imaginé a mí misma corriendo hasta el estrado y pegándole patadas en la entrepierna a Telly sin parar.

Cuando se calmaron un poco, Telly se dirigió al Consejo. Su voz sonó por todo el coliseo.

—Me temo que tenemos un peligro mayor que el de unos daimons que se organizan para atacarnos. Lo que ven sentada frente a nosotros puede parecer una mestiza normal y corriente, pero todos sabemos que no es así. En cuestión de meses, se convertirá en el segundo Apollyon. Si como mestiza es incontrolable, ¿qué creen que ocurrirá cuando Despierte?

Se me paró el corazón.

—Como Patriarca jefe, me duele tener que sugerir esto, pero me temo que no tengo elección. Tenemos que proteger el futuro de nuestros Maestros. Pido que Alexandria sea expulsada del Covenant y puesta bajo supervisión de los Maestros.

Me incliné hacia delante. No podía moverme más, ya que el miedo me tenía paralizada por completo y tenía un nudo en el estómago. Esto es lo que Telly quería, la única razón por la que yo estaba aquí. No tenía nada que ver con los planes de los daimons.

Desde arriba, sentí que se formaba una tormenta. Me recorrió toda la piel, poniéndome los pelos de punta. Seth era una tormenta a punto de explotar.

—Patriarca Telly, mi hijastra no ha cometido ningún crimen que la obligue a la servidumbre —objetó Lucian—. Tiene que ser declarada culpable antes de que se la pueda expulsar del Covenant y ponerla en servidumbre.

—Como Patriarca jefe…

—Como Patriarca jefe tienes mucho poder. Puedes expulsarla del Covenant, pero no puedes sentenciarla a la servidumbre sin una causa justificada o mediante voto del Consejo —dijo Lucian—, esas son las reglas.

Miré al frente, directamente hacia Aiden. Este era uno de esos extraños momentos en mi vida en que sabía exactamente qué estaba pensando Aiden.

Me giré sobre la silla. Telly miraba a Lucian, pero vi que Lucian tenía razón. Telly podía expulsarme, pero no podía enviarme a la servidumbre a su antojo. Sería el Consejo el que lo tuviese que hacer, y tenía la sensación de que si lo aceptaban sería lo último que harían en su vida.

—Entonces pido una votación —dijo Telly con voz de hielo.

Calculé la distancia que había desde donde estaba sentada hasta la puerta a mi derecha. Mis músculos se tensaron cuando solté la silla y me giré hacia un lado. Se me cayó la sudadera del regazo. No quería hacerles daño a los Guardias mestizos, pero iba a pasar a través de ellos.

Y luego, ¿qué?

Correr como una loca.

—¿Cuáles son sus votos? —preguntó Telly.

El primer «sí» me produjo un escalofrío; el segundo hizo que el aire se llenase de electricidad. El público se movió incómodo cuando el tercer «sí» hizo elevar la tensión. Quise mirar a Aiden una última vez, pero no podía apartar los ojos de la puerta. Podía ser mi única oportunidad.

Tres de los Patriarcas votaron que «no» y Telly avanzó hasta el final de estrado. El siguiente dijo «sí» y el estómago me dio un vuelco. Quería gritar, pero el miedo me había oprimido la garganta. Enfrentarme a daimons era una cosa, pero una vida entera de servidumbre era mi mayor temor.

—Matriarca jefe Elders, tienes el último voto —oí una sonrisa en la voz de Telly.

La sala se quedó en silencio, los puros estaban paralizados y yo tenía los nervios a flor de piel. Este es el momento… este es el momento… Cerré los ojos y respiré profundamente.

—Está claro que es un… problema —dijo Diana con voz tan clara como la de Telly—, hay muchas cosas que me preocupan enormemente, pero tengo que votar en contra. Tiene que violar la Orden de Razas para ser llevada a la servidumbre, y no lo ha hecho, Patriarca Telly. Todo lo que se ha aportado ha sido circunstancial.

Me hundí en el asiento, soltando todo el aire de los pulmones. Una violenta energía se retiró, saliendo de mi piel para volver a su dueño.

Telly no se lo tomó bien, pero no podía hacer nada. Volvió a mi lado. Yo solo quería pegarle un golpe de kárate en todo el cuello.

—Entonces, señorita Andros, puedes continuar tal y como estabas, por ahora —Telly sonrió tenso—, un error más, Alexandria, una vez más y será la última. Irás a la servidumbre.