—Hagamos algo estúpido.
Me giré hacia Seth, extrañamente nerviosa.
—¿Ahora quieres hacer algo estúpido?
—¿Se te ocurre un momento mejor para hacer algo estúpido?
Pensé en ello. La verdad es que tenía bastante razón.
—Vale. Me apunto a hacer una estupidez.
—Bien —echó a andar, llevándome a través del laberinto. Rodeamos las dependencias del Consejo y nos adentramos en el campus. Seth acortó hacia el silencioso y oscuro edificio en el que pasé la mayor parte de mi recuperación.
—¿Quieres entrenar?
Negó con la cabeza y apretó la mandíbula.
—No. No quiero entrenar.
Seth aceleró el paso. No tenía ni idea de qué tenía pensado hacer, pero hacía rato que simplemente le iba siguiendo sin pensar en nada más. La puerta del polideportivo estaba abierta. Una enorme sonrisa apareció en su cara al ver las puertas al final del pasillo.
—¿Quieres ir a nadar? —pregunté.
—Claro.
—Fuera estamos a cinco grados.
Seth abrió las puertas de par en par, llenándolo todo de olor a cloro.
—¿Y? Aquí no estamos a cinco grados, ¿no? Más bien a quince.
Me aparté de él y me acerqué al borde de la piscina. Miré hacia atrás y vi a Seth quitarse los zapatos. Vio que le estaba mirando y me guiñó un ojo.
—Eres ridículo —dije tratando de ocultar una sonrisa.
—Y tú también —se quitó la chaqueta y la dejó caer al suelo—, nos parecemos mucho, Álex.
Iba a negarlo, pero me paré a pensar en ello en vez de desecharlo. Había algo en Seth que despertaba mi lado más salvaje y, sí, el más estúpido también. Ambos éramos unos inconscientes, un tanto salvajes y agresivos, y ninguno de los dos sabíamos cuando callar. Supongo que hay dos tipos de personas en el mundo, los que se sientan alrededor de un fuego a mirar las llamas, y los que encienden el fuego.
Seth y yo encendíamos el fuego y luego bailábamos a su alrededor.
—¿Tan obvios son mis pensamientos? —pregunté en voz baja.
Seth se estaba sacando la camisa de dentro de los pantalones, pero paró y miró hacia arriba. Parecía escoger las palabras.
—No se qué tienes en la cabeza, Álex, no puedo leerte la mente. Solo percibo tus emociones.
—Es bueno saberlo.
—Lo mismo digo —empezó a desabrocharse la camisa—, de todas formas, no necesito sentir tus emociones para saberlo. No creo que quieras saber qué parecía.
—No. Sí que quiero —cambié el peso sobre mi otro pie. Los tacones me estaban matando.
Seth movió la cabeza y suspiró.
—Lo estabas mirando igual que una tía fea mira al último chico mono de la discoteca antes de que enciendan las luces.
Casi me ahogo de la risa.
—Oh. Guau. Gracias.
Levantó las manos como en un gesto de impotencia, algo raro en él.
—Te lo dije.
—Ya veo —me aparté unos mechones de pelo del cuello—. ¿Así que le parecí una idiota a todo el mundo?
—No, todo el mundo vio una hermosa mestiza. Eso es todo lo que vieron.
Me giré hacia la piscina.
—Seguro.
—Te prefiero sin guantes —su aliento me hizo cosquillas en el cuello. No tenía ni idea de cómo podía moverse tan rápido.
—Oh —dije, mirando a Seth ponerse a mi lado. Lentamente me quitó un guante, y luego el otro, y los tiró lejos del agua. Pasó los dedos alrededor de las cicatrices antes de soltarme el brazo y dar un paso atrás. Mis cicatrices nunca le habían importado. Le miré.
—¿Mejor?
—Mucho mejor.
Bajé la mirada hacia el vestido. Laadan estaría muy decepcionada si le estropease el vestido. Me di la vuelta lentamente, viendo mi reflejo en las ventanas de la piscina. No parecía yo. Parecía una muñeca, una copia exacta de mi madre. Tanto que hasta Lucian me miró de un modo que me hizo vomitar un poco. ¿Era eso lo que quería Laadan? ¿Vestirme como a esa amiga a la que perdió hace mucho tiempo?
—¿La seda puede mojarse? —pregunté.
Seth hizo un ruidito gracioso a mis espaldas.
—Yo diría que no.
—Qué pena —me quité los zapatos. Los dedos de los pies parecieron suspirar y darme las gracias.
—En serio vas a…
Me tiré de cabeza. El agua no estaba tan caliente como yo pensaba y fue todo un shock para mi cuerpo, pero tras unos segundos me acostumbré. Buceando, llegué hasta el otro extremo de la piscina.
El agua acabó inmediatamente con todo el duro trabajo de Laadan. Me giré y vi a Seth en el borde de la piscina, con una expresión entre divertida y satisfecha que le hacía parecer un poco más normal.
—Qué infantil, Álex. Le has estropeado el vestido.
La seda roja brillante ondeaba a mi alrededor mientras yo flotaba de pie en el agua.
—Ya lo sé. Qué mala soy.
—Muy mala —sonó más como una admiración que como un reproche.
Sonreí, volví a sumergirme y cerré los ojos. Bajo el agua, había todo un mundo de silencio y felicidad. No tenía que pensar, ni preocuparme… ni amar.
Volví a salir a la superficie y vi a Seth quitándose la camisa. Igual vi como un segundo de su torso desnudo antes de volver a hundirme a toda prisa. Su piel dorada y sus músculos duros no estaban mal.
Verle el pecho tampoco era gran cosa, la verdad.
Las noches en que Seth se quedó a dormir conmigo, lo hizo completamente vestido, gracias a los dioses, pero era raro. Seth era raro, yo era rara, y no podía quedarme bajo el agua toda la noche. Me impulsé con las piernas desde el fondo de la piscina.
Seth se había movido hasta el centro de la sala. Tenía la cabeza echada hacia atrás, los brazos estirados hacia arriba y estaba de puntillas.
—Deja de mirarme.
Floté un poco hacia delante.
—No estoy mirando.
Rio.
—¿Qué tal está el agua?
—Está buena.
Dejó caer los brazos.
—¿Recuerdas lo último que te dije en el entrenamiento?
Fui nadando hacia donde estaba él.
—Me dices muchas cosas mientras entrenamos. La verdad es que no te hago caso.
Resopló.
—Haces maravillas con mi autoestima.
Puse los ojos en blanco y me impulsé de la pared, quedándome flotando de espaldas. El vestido ondeaba a mi alrededor al moverse el agua sobre mi piel.
—Me siento como una sirena.
Seth ignoró mi comentario.
—Mañana, cuando te pregunten sobre qué pasó en Gatlinburg, responde únicamente a sus preguntas.
Suspiré.
—Ya lo sé. En serio, ¿qué creéis que voy a decir? ¿Que me encantan los daimons?
—Simplemente no te enrolles. Responde sí o no y ya.
—No soy estúpida, Seth.
Seth arqueó una ceja.
—No he dicho que lo fueras. Lo que pasa es que sé que sueles… hablar mucho.
—Oh. Ni que tú fueras un…
Seth se zambulló, lanzándome una oleada de agua contra la cara que me hizo perder el equilibrio. Me volví a sumergir y le vi nadando directamente hacia mí. Reconocí su sonrisa traviesa e intenté echarme hacia atrás, pero me agarró el borde del vestido. Le pegué un manotazo para soltársela y salí a la superficie. Él también salió a uno pocos metros de mí y agitó la cabeza, lanzando gotas de agua en todas direcciones.
Le salpiqué.
—Tú hablas más que yo.
Fue hasta la orilla y pasó un brazo sobre el borde. Bizqueó entre el pelo y el agua y me hizo una mueca.
—Pareces un mono mojado.
—¿Qué? De eso nada —me pasé una mano por el pelo y otra por la cara. Ahora que lo pensaba, seguramente tenía unos ojos de mapache increíbles—. Espera. ¿En serio?
Seth asintió.
—En serio, estás hecha un asco. Ha sido una mala idea. ¿En qué estaría pensando?
—Cállate. Tú tampoco es que estés muy bueno ahora mismo.
Eso no era del todo verdad. Seth estaba bastante… bien, mojado. Que no llevase la camisa puesta ayudaba. Un poco. No mucho. Por alguna extraña razón, me acordé del día en que apareció la runa.
Sus labios se curvaron en una sonrisa burlona y puso la mano sobre el agua.
—Mira esto.
Mientras tanto, yo seguía intentando que el vestido no se levantase hasta arriba todo el rato.
—¿Que mire el qué?
El agua bajo su mano comenzó a girar, como si hubiese un desagüe debajo. Luego salió disparada hacia arriba, llegando hasta el techo. El cono de agua giraba en el aire, luego formó un arco y volvió a bajar.
No pude apartarme suficientemente rápido.
El agua cayó girando sobre mí, haciendo que todo se moviese a mi alrededor. Luego paró. No podía ver nada a través del muro de agua. Eché la cabeza un poco hacia atrás y sonreí. Estar metida en medio de un tornado hecho por Seth era raro, pero también molaba. Por probar, pasé un dedo por en medio del muro. Mal movimiento. Todo cayó de golpe sobre mí.
El peso del agua me hundió y cuando volví a salir comenzó una guerra de agua. Estábamos actuando como dos niños aburridos que se han escapado de sus padres, pero era realmente divertido. No me importaba estar en completa desventaja en este ring acuático y que Seth pareciese decidido a querer ahogarme.
No pensaba ni en Aiden, ni en el Consejo, ni en nada.
Riéndome y tragando mucha agua, me aparté un poco mientras Seth se apartaba mechones rubios de la cara.
—Pareces una tía. ¿Quieres que hagamos una pausa para que te retoques?…
—Tienes que rendirte —echó el brazo hacia atrás, pegando contra la superficie del agua—, no puedes ganarme. Nunca. A nada. Ríndete.
Nadé hacia atrás, me sumergí y volví a salir rápidamente.
—No me rindo, Seth.
Se acercó un poco más.
—Bueno, todos tenemos que aprender algún día. Excepto yo. Yo estoy seguro de lo maravilloso que soy.
—Más bien será que estás seguro de lo idiota que eres.
—Estás muerta —salió disparado por el agua y yo buceé. Intenté agarrarle las piernas, pensando que si se las podía coger, podría ganarle.
Pero no salió como pensaba.
Le agarré una pierna con el brazo y tiré. Seth contraatacó buceando él también y tirando de mí hacia arriba. En cuanto saqué la cabeza, peleé y maldije. Como era de esperar, un vestido largo y mojado dificultaba el uso de las piernas.
—Eso es trampa, Álex —Seth puso sus manos por encima mis caderas—, y ya sabes lo que les pasa a los tramposos.
Intenté quitarle los dedos de mi cintura.
—¡No te atreverás!
Me levantó hasta tener medio cuerpo fuera del agua. Miré hacia abajo y le vi con una sonrisa gigante en su cara mientras yo forcejeaba.
—Tienes frío ahí arriba, ¿eh?
—Sí, la verdad es que un poco sí. Tienes mucha tontería ahí abajo, ¿eh?
Seth levantó las cejas.
—Para ser alguien en una posición tan precaria, desde luego no sabes cómo ayudarte a salir de esta.
—Eso es porque es difícil razonar con estúpidos —puse una sonrisa descarada—, ¿para qué molestarse?
—¿Oh? ¿Conque esas tenemos? Bueno, mi pequeña Apollyon en prácticas, que tengas un buen vuelo.
—¡Seth! Te juro que…
Usando el elemento aire me lanzó fuera del agua, dejándome con la palabra en la boca. Subí… y seguí subiendo unos cuantos metros, y luego bajé de nuevo hecha un lío de brazos y seda roja. Se me metió agua por la nariz al hundirme hasta el fondo de la piscina.
Cuando salí a la superficie, empecé inmediatamente a gritarle a Seth cosas que solo él sabría apreciar. Toda una retahíla de insultos pasados de moda. El resultado fue que no dejé de salir volando una y otra vez.
—Vale. Vale —dije a duras penas colgando sobre él—. Eres increíble.
—¿Y…?
—Y… no eres un capullo… todo el tiempo. ¡Espera! —Me quedé quieta en cuanto mis rodillas salieron del agua—. Eres un tío estupendo.
Seth arrugó la frente.
—Eso no ha sonado muy sincero.
Le solté las manos.
—Vale. Eres el mejor Apollyon que existe.
Inclinó la cabeza un poco hacia un lado.
—Soy el único Apollyon que existe de momento.
Sonreí.
—Pero eres el mejor.
Suspiró, pero volvió a bajar.
—Ahora sí que pareces un mono mojado.
—Gracias —fui hacia la zona menos profunda de la piscina, pero Seth se movía por la piscina como un maldito pez. Me pasó un brazo por la cintura y me echó hacia atrás de nuevo.
—¿Dónde te crees que vas?
Fui a empujarle del pecho, pero recordé que no había nada entre mis manos y su piel, así que opté por los hombros, aunque fue inútil.
—No vuelvas a tirarme.
—No voy a tirarte.
Lo pensé un momento.
—¿Entonces he ganado la guerra de agua?
—No.
—Mierda. Entonces supongo que tendré que dejar que seas mejor que yo en algo. Felicidades.
—Siempre soy mejor que tú. Soy…
—¿Egoísta? —dije ayudándole a completar la frase—. ¿Narcisista?
Me empujó hacia él y yo me aparté, intentando mantener todo el espacio posible entre los dos. No servía de mucho en el agua. Mis piernas flotaban hacia donde yo no quería como, por ejemplo, cerca de él.
—Yo también tengo algunas palabras para ti. ¿Qué te parece cabezota? ¿Imprudente? —Fue enumerando mientras me iba acercando lentamente al borde de la piscina hasta que toqué con la espalda.
—¿«Imprudente» es la mejor que has podido encontrar?
Me puso un dedo sobre los labios.
—Bueno, pues sí. Si quieres hasta puedo utilizarla en una frase.
—No hace falta.
Apartó el dedo y puso las manos una a cada lado de mí, atrapándome contra la pared de la piscina. Miré hacia arriba y nuestros ojos se encontraron. Entre nosotros había de repente una atmósfera extraña. Era poderosa, casi como la descarga que nos atravesó a los dos cuando toqué su runa.
Algo que no pensaba volver a hacer nunca.
El ambiente ya no era ni animado ni tranquilo, y según iba creciendo el silencio, lo hacían también los nervios. Seth tenía esa cara, totalmente decidida, y estaba dirigida a mí. Le gustaba tontear, forzar la situación entre nosotros, pero esto… esto era distinto. Podía sentirlo en mi interior, despertándose y moviéndose.
De repente pensé en lo mal que me sentía por haber abandonado el baile.
—Creo… que deberíamos volver ahora. Tengo frío y se hace tarde.
Seth sonrió.
—No.
—¿No?
—Aún no he acabado de hacer estupideces —se inclinó hacia delante. Mechones de su pelo mojado me rozaron la frente—, de hecho, aún me queda mucha estupidez dentro.
En ese momento puse las manos contra su pecho para pararlo. Su piel estaba increíblemente caliente para estar en el agua. Abrí la boca para contestar algo, pero no tenía palabras. De repente me sentía irritada. Consiguió acercarse más a mí y yo… no le eché hacia atrás ni moví las manos. Seth pareció entender algo en ello, porque apartó las manos del borde de la piscina y me cogió de la cintura.
—¿Sabes qué? —sentí su aliento cálido contra mi mejilla—. Hay muchas cosas estúpidas que hacer, pero la verdad es que quiero hacer la más estúpida de todas.
—¿Y cuál es?
—Quiero besarte.
El estómago me dio un vuelco.
—Eso es una locura. No soy Elena… ni cualquier otra chica.
—Ya lo sé. Quizá por eso quiero hacerlo.
Giré la cara hacia otro lado. O al menos eso creía. Era lo que había pensado, pero por alguna razón mi cabeza fue hacia el lado contrario al que quería, hacia él.
—No quieres besarme.
—Sí que quiero —me rozó la mejilla con sus labios, provocándome unos escalofríos que no tenían nada que ver con el frío que sentía.
Aparté las manos de su pecho y me agarré al borde de la piscina.
—No, no quieres.
Seth rio hacia mí. Fue subiendo con sus dedos por mi espalda y curvó su mano sobre mi cuello.
—¿Estás discutiéndome qué quiero hacer?
—Eres tú el que está discutiendo conmigo.
—Qué tonta que eres —lo sentí reír al rozarme con sus labios sobre el moratón de la mandíbula—, es una característica tuya muy molesta pero a la vez curiosamente atractiva.
Mi corazón latía demasiado deprisa.
—Bueno… tú también eres bastante molesto.
Volvió a reír y me empujó hacia él. Mis dedos soltaron todo lo que me sujetaba a la realidad y cayeron al agua.
—¿Por qué seguimos hablando?
Apoyé la mejilla contra su hombro y cerré los ojos.
—Esta es tu única oportunidad de hablar sin que te diga que te calles, porque no vamos a… hacer nada más.
—¿Sabes que me pareces muy graciosa? —Cambió de posición, apretando mi espalda contra el borde de la piscina. Su mano abandonó mi cintura para bajar suavemente por mi cadera hasta el muslo. Me aparté y fui a cogerle la mano. Demasiado tarde, porque enlazó mi pierna con la suya.
—¿Qué… estás haciendo? —Odiaba el sonido de mi voz cuando me quedaba sin aliento, confusa por la necesidad que sentía arder en mi interior.
—¿Sabes por qué me pareces tan divertida? —Me puso la mano sobre la pierna.
—¿Por qué?
—Porque sé que estás deseando que te bese —Seth me cogió la barbilla con dulzura y con su otra mano me echó un poco la cabeza hacia atrás.
—Eso no es cierto.
—Mientes. ¿Por qué? No tengo ni idea —posó sus labios sobre mi mejilla, luego sobre mi cuello, mi hombro… La mano que tenía sobre mi pierna se escapó entre mis muslos. La sangre me bombeaba con fuerza y mi corazón iba como loco—. Puedo sentir lo mismo que tú. Y sé que quieres que te bese.
Le agarré los brazos.
—No es…
—No es, ¿qué? —Levantó la cabeza y rozó su nariz contra la mía.
—Yo…
—Déjame que te bese.
Dioses, necesitaba que me besase. Necesitaba que siguiese haciendo lo que hacía con las manos. Pero ¿esto tenía que ver con mi corazón… o con mi cuerpo? ¿O era simplemente por lo que había entre los dos? Esa conexión, esa unión, sea lo que fuere, que controlaba lo que deseábamos. Pero lo que sentía por Aiden no era producto de una conexión, y no desaparecía aunque él no sintiese lo mismo. Ni siquiera me cuestionaba qué era, ¿pero esto? Tenía que cuestionarme todo.
Abrí los ojos.
—¿Esto es real?
—Muy real —se echó un poco hacia atrás y me apartó algunos mechones mojados de la cara.
Quería besarle, y también quería agarrarme fuerte a él. Sus manos me quemaban, era difícil de ignorar, pero al mirarle y ver las runas bajando por su cuello yendo hacia mis manos, no supe si podía confiar en lo que deseaba. Había algo entre nosotros que ninguno de los dos podía entender completamente. No sabíamos qué era lo que controlaba esa conexión, qué podía hacernos desear.
Sentí su aliento sobre mi mejilla y luego sobre mis labios.
—Déjame besarte, ángel.
Con Aiden, en lo que sentía por él, no había nada externo, o interno, que me empujase hacia él excepto lo que sentía por él. Daba igual que estuviese prohibido o que él no me quisiera.
De repente Seth dejó caer las manos. Me di contra el borde e hice una mueca cuando el cemento me arañó la piel. La marca del Apollyon serpenteaba sobre su pecho, moviéndose y girando.
—Estás pensando en Aiden.
Me mordí el labio.
—No como tú crees.
Se pasó las manos por la cabeza y luego se echó hacia delante, poniéndose justo en frente mío.
—Sabes, no sé qué es peor, que haya sido tan estúpido como para querer besarte, o el hecho de que aún estés pillada por alguien que no te desea.
Pestañeé.
—Guau. Eso ha sido duro.
—Es la verdad, Álex. Y aunque él te amase con locura, no podrías tenerle.
Me di la vuelta y me impulsé para salir de la piscina. Le miré desde arriba, con el vestido completamente empapado.
—Que no pueda estar con él no cambia lo que siento.
En un segundo él también estaba fuera del agua.
—Y si sientes este amor tan platónico por Aiden, ¿por qué tenías tantas ganas de besarme?
Me puse roja de enfado. De ese tipo de enfado que solo me provocaba Seth al dar con un punto que no podía rebatirle.
—¡No te he besado, Seth! ¡Eso debería responde a tu pregunta!
—Pero querías. Confía en mí, sé que querías —puso esa sonrisa engreída suya—, querías de verdad.
—¡No sé lo que quiero! —grité con los puños cerrados—. ¿Cómo lo sabes, Seth? ¿Cómo sabes que no es cosa de la maldita conexión que tenemos en vez de algo real?
En los ojos de Seth, el enfado fue reemplazado por sorpresa.
—¿Crees que es solo por la conexión? ¿En serio crees que eso es todo lo que siento por ti?
Reí.
—¡Lo dices a todas horas! Cada vez que haces algo por mí, dices que es nuestra unión la que te obliga a hacerlo.
—¿Nunca has pensado que iba en broma?
—¡No! ¿Por qué iba a hacerlo? Dijiste que la conexión sería cada vez mayor —dije—. ¡Por eso querías besarme! ¡No es real!
—Sé perfectamente por qué quiero besarte, Álex, y no tiene nada que ver con que seamos Apollyons. Y al parecer tampoco debe estar relacionado con el sentido común.
Entrecerré los ojos.
—Oh, cállate. No me apetece seguir hablando…
—Ya sé por qué —Seth echó a andar, haciéndome retroceder hasta dar con la espalda contra la pared que tenía detrás. Él se quedó a pocos centímetros de mí—. No puedo creer que te lo tenga que decir así de claro.
Puse las manos contra la pared, tiritando de frío.
—No tienes por qué hacerlo.
—Eres la persona más frustrante que conozco.
Puse los ojos en blanco.
—¿Y por eso quieres besarme? Estás pirado.
Sus ojos parecían oro líquido.
—¿Sientes ahora la conexión?
Arrugué la frente, en busca de indicios que me señalasen que la conexión estaba activa. No sentí ni un calor brutal ni estaba irritable, así que supuse que no.
—La verdad es que no, pero no sé qué se siente…
Seth me cogió la cara y juntó sus labios con los míos. Me quedé helada, sorprendida por que acabase besándome después de todo. Pero lo estaba haciendo. Besos suaves, tiernos, curiosos, como si lo estuviese haciendo por primera vez, algo de lo que estaba segura que no era el caso.
Sabía que tenía que pararle, porque dejar que me besase rebatía por completo mis argumentos en la discusión que acabábamos de tener. Pero en vez de eso, cerré los ojos. Luego se hizo más profundo, robándome el aliento y poniéndome el corazón a mil.
Los besos no eran nada del otro mundo, así que este no tendría que ser distinto. Pero, por los dioses, nunca me habían besado así.
Me abracé a su cuello, enredando los dedos por su pelo y devolviéndole el beso. Le besé con la misma pasión con la que él se había entregado a mí, y dioses, me gustaba besar a Seth.
Se le daba muy bien.
Seth me dio un mordisquito en el labio inferior mientras se apartaba lo justo para dejarme respirar.
—No puedes decir que no te ha gustado —volvió a juntar sus labios con los míos, ahogando mi respuesta—, y no te atrevas a decirme que no me has besado.
Mis manos bajaron hacia su pecho. Sabía que si abría los ojos vería las marcas.
—No… no sé qué ha pasado.
Rio y me rozó los labios con los suyos.
—Puedes elegir, Álex.
Abrí los ojos. Las marcas que se movían por su cara empezaban a desvanecerse, pero aun así tenía ese deseo irracional de tocarlas con mis dedos. Tuve que concienciarme para no hacerlo. Le miré a los ojos.
—¿Qué puedo elegir?
Puso las manos sobre mis hombros y bajó hasta mi cintura. Agarró la tela mojada, sujetándome con fuerza.
—Puedes elegir seguir perdiendo el tiempo con algo que nunca podrás tener.
Tragué saliva.
—¿O?
Sonrió.
—Puedes elegir no hacerlo.
—Seth, yo…
—Mira, sé que lo suyo no se te va a pasar —dijo ese suyo como si fuese algún tipo de enfermedad venérea—, pero sé que te gusto. No estoy sugiriendo nada. No pido promesas ni etiquetas estúpidas. Sin expectativas.
Respiré profundamente.
—¿Qué propones?
—Que elijas ver qué pasa —Seth me soltó el vestido y dio unos pasos atrás, pasándose las manos por el pelo mojado—, entre nosotros, que nos elijas a nosotros.
¿Elegirnos a nosotros? Temblé y me abracé a mí misma. ¿Elegir entre qué? Aiden estaba completamente fuera de alcance y Seth y yo, aunque teníamos que estar juntos, no podíamos pasar ni un día sin querernos arrancar las cabezas. No parecía una buena elección.
Seth sonrió levemente.
—Al menos piénsalo —se dio la vuelta y fue hacia donde había dejado su ropa.
Me apoyé contra el muro y suspiré. Seth había hecho bastantes cosas por mí. Se quedó conmigo cuando Caleb murió, me había defendido ante el Maestro. Pero luego estaba Aiden y todo lo que sentía por él, y cómo me había mirado esa noche.
Pero elegir a Aiden significaba elegir la nada.
Elegir a Seth significaba someterme a un destino de locura.
¿O no?
Me miré la mano. La runa en mi palma brillaba en un azul irisado, como si estuviese encantada con las sugerencias de Seth. Y la verdad es que no sonaban tan mal. Sin etiquetas. Sin expectativas. Sin sentimientos. Y eso estaba bien, porque mi corazón… mi corazón estaba en otra parte. Pronto volvería a Carolina del Sur, donde ya no estaría Caleb, ni mestizos que quisieran estar conmigo, ni Aiden.
Pero estaría Seth.
Me aparté de la pared. Seth me estaba dando la espalda, con la cabeza agachada como concentrado. ¿Qué estaba haciendo con mi vida? Me paré unos metros por detrás, con el corazón en un puño.
—¿Seth?
Se giró un poco, con los dedos acabando de abotonar el final de la camisa.
—¿Álex?
—Te… te elijo a ti, o a eso que dices —me puse roja. Dioses, parecía estúpida—. Quiero decir, que elijo todo eso de ver qué…
La boca de Seth cortó la frase. Sus brazos me rodearon y dejó caer algo caliente y seco sobre mis hombros. Me di cuenta de que era la chaqueta de su traje, pero luego me puse a pensar en lo templado que estaba él. Antes de darme cuenta, estaba agarrándole de la camisa, apoyándome contra él, empapándome de su calidez.
Y entonces lo sentí despertar como si fuese un gigante dormido, enviando chispas de electricidad por toda mi piel. La palma de la mano me picaba, en realidad me ardía. Me pegué a sus labios, jadeante. El beso no fue suficiente, así que metí las manos bajo su camisa, sobre su duros abdominales.
Se echó hacia atrás, respirando con dificultad. Fugazmente puso una cara de satisfacción, pero fue tan rápido que no podía estar segura de haberlo visto. Entonces sonrió, y supe que no podía haber visto ese aspecto tan calculador en su mirada. La transformación que ocurrió no tuvo nada de increíble.
—Esta noche no vas a dormir en esa cama, en esa horrible habitación enana.