Durante los siguientes días, Seth me ocupó la mayor parte del tiempo. Vi muy poco a Aiden y Marcus. Una vez dejé de tener a Seth pegado a mi culo, salí un poco con Laadan mientras se hacía la manicura y pedicura para el baile. Opté por no participar en ese lujo.
Que alguien me tocase los pies me daba cosilla.
Seth y yo nos metimos en una de las salas de entrenamiento entre práctica y práctica, y estuvimos luchando con algunos de los mestizos del otro día. Creo que, más que otra cosa, lo que hicimos fue dejarlo todo hecho un caos, pero me lo pasé bien luchando con gente que no fuese Seth. Hacer el tonto un rato logró liberar parte de la frustración que tenía acumulada por estar en este sitio y el malestar que iba creciendo según se acercaba el día de mi sesión en el Consejo.
Pero ese tiempo con Seth no había sido únicamente diversión y juegos. Nos pasábamos la mayor parte de los entrenamientos trabajando en esquivar el uso de elementos en la batalla. El tiro de bolas de fuego no era un deporte de interior, así que teníamos que estar fuera.
También discutíamos. Mucho.
Se picó porque decía que un día que Aiden pasó a vernos durante el entrenamiento, no dejé de mirarle mientras entrenaba a nuestro lado. También decía que no dejaba de babear por él.
No era verdad.
Roja de vergüenza y enfado, me di la vuelta y le dejé plantado en medio del campo en el que entrenábamos. Algo menos de una hora después, Seth volvió a aparecer con hamburguesas y patatas fritas, mi comida favorita, y más o menos le perdoné. Tenía hamburguesas, no podía hacer otra cosa.
Seguía sin tener recuerdos de cómo acabé en el laberinto. No saber qué había pasado, o por qué un puro iba a hacerme algo así, seguía fastidiándome. Al igual que la conversación entre Marcus y Lucian que oímos a medias. No podía quitarme de encima la sensación de que ambas cosas estaban ligadas.
Pero también podían ser solamente paranoias mías.
El entrenamiento de ese día fue muy corto ya que Seth tenía algo importante que hablar con Lucian. Cuando le pregunté sobre qué se trataba, me dijo que no me preocupase y que me fuese con Laadan.
Odio a los tíos.
Y no encontraba a Laadan por ninguna parte.
Aunque me irritaba que nadie quisiese que fuese por ahí sola, no quería volver a ser el juguete de ningún puro y sus compulsiones. Volver a pensarlo me puso tan furiosa que podría haber atravesado una pared de un puñetazo. Tras mirar en un millón de cuartos de estar, me rendí buscando a Laadan. Me esperaba otra larga y aburrida tarde en mi habitación, mirando el techo.
Sin ocultar mi fastidio, giré la esquina y me paré en seco.
Un poco más adelante, una sirviente estaba de rodillas temblando. Se le había caído al suelo una pila de platos. El hombre que se alzaba sobre ella llevaba la inconfundible vestimenta de un Maestro. Yo solo había visto uno una vez, cuando Mamá me llevó frente al Consejo con siete años.
Nunca olvidaré sus togas de color rojo sangre o cómo se afeitaban la cabeza y todo el vello facial.
El Maestro dio una patada a uno de los platos vacíos, rompiéndolo en mil pedazos.
—Estúpida mestiza descuidada. ¿Acaso el llevar unos platos es demasiado difícil para ti?
Ella se encogió de miedo, bajando la cabeza y juntando las rodillas. No dijo nada, pero podía oírla sollozando por lo bajo.
—Levántate —dijo el Maestro disgustado. La chica no se movió tan rápido como él quería. Estiró el brazo hacia abajo y la agarró del pelo, tirándola por el suelo. Su grito sorprendido y de dolor hizo soltar una cruel risa al Maestro y algo más. Levantó la mano que tenía libre para pegarle.
Ni siquiera lo pensé.
La ira me hizo actuar. Fui directamente hacia el Maestro, agarrándole el puño antes de que le pegase. El Maestro se giró. La falta de cejas le daba un aspecto casi cómico a su expresión de sorpresa. Se recuperó enseguida e intentó soltarse la mano.
Yo se la sujeté.
—¿Tu madre no te enseñó a no pegar a las damas?
Sus ojos brillaban de desprecio y furia.
—¿Osas tocarme e interferir en una situación que no te concierne? ¿Estás deseando tomar el elixir, mestiza?
Sonreí, sujetando más fuerte su puño hasta que sentí que los huesos de su mano se juntaban. El dolor le hizo juntar los labios, algo que me dio una enorme satisfacción.
—Oh, no soy una simple mestiza.
—Sé lo que eres —soltó la mano, con una mueca de disgusto en sus labios—. ¿Crees que eso va a salvarte? Como mucho, asegura que un día estarás bajo el control de un Maestro… o peor.
Sus palabras deberían haberme asustado, pero solo me cabrearon.
—Que te den, tío raro sin cejas.
El Maestro rio mientras se giraba de nuevo hacia la chica que seguía en silencio, pero en ese momento se dio la vuelta tan rápido que no pude ni levantar las manos para taparme. El puño que parecía ir a por la sirviente, acabó dándome justo en la mandíbula.
Un enorme dolor me recorrió toda la cara mientras yo me tambaleaba hacia la pared. Los ojos se me llenaron de lágrimas inmediatamente; el dolor palpitante me provocaba amagos de mareo. Me sujeté la mandíbula, segura de que me la había roto. Y entonces ahí estaba Seth, en frente de mí, un enorme infierno de rabia. No tenía ni idea de dónde había salido o cómo había llegado aquí tan rápido.
—Eso es lo último que harás en tu vida —soltó Seth. Echó la mano hacia atrás. No para pegar al puro, sino para matar al puro.
Durante los entrenamientos vi muchas veces cómo se iba formando akasha en su mano, pero siempre era solo una pequeña bola de energía. Cuando derribó a Kain, Aiden la bloqueó casi toda, pero ahora no veía nada más que eso. La energía azul le salía de por debajo de la manga, llenándole la mano por completo, chisporroteando y sacando fuego azul.
Olvidando el dolor, me aparté de la pared, y cogí a Seth del otro brazo.
—¡No! ¡No!
—Apártate, Álex, ahora.
Me puse en frente, poniéndome entre el Maestro y él. La marca del Apollyon destacaba en contraste con su pálida cara.
—¡No puedes hacerlo, Seth! Tienes que calmarte.
—Hazlo —apremió el Maestro—. Sella tu destino, Apollyon. Igual que el de tu zorrita.
Los ojos de Seth brillaron, sus labios se curvaron en una mueca. Akasha se extendió, escupiendo llamas.
—Ignóralo —puse las manos sobre su pecho—, ¡por favor! ¡No puedes hacerlo! —No funcionaba. Ni siquiera me estaba escuchando. Echó el brazo hacia atrás, preparándose para soltar el elemento más poderoso que el hombre conocía. Me di la vuelta—. ¡Vete de aquí! ¡Ahora!
La sirviente salió corriendo, pero el Maestro se quedó, desafiando a Seth con su sonrisa, como si no tuviese instinto de supervivencia. Entonces lo entendí, quería que Seth lo hiciese, sabiendo que para un mestizo matar a un puro en cualquier situación, significaba la muerte.
Posiblemente incluso para el Apollyon.
Me giré hacia Seth, con las manos temblando. Las apreté contra su pecho, como si de alguna forma pudiese entrar dentro de él y hacerle entender que la multa por pegarme no era la pena de muerte. Podía sentir el miedo en mi garganta; el pánico era mayor que el dolor físico.
Seth se estremeció y envolvió sus brazos sobre mí. Casi lloro de alivio. La risa cruel del Maestro resonó a nuestro alrededor y parecía seguir flotando en el aire aún después de marcharse.
Bajó su mirada hacia mí, aún furioso.
—Quiero matarlo.
—Lo sé —susurré conteniendo las lágrimas.
—No, no lo sabes. Sigo queriendo matarlo.
—Pero no puedes. Ha sido mi culpa. Iba a pegar a una sirviente y yo le paré. Él…
—¿Tu culpa? —dijo incrédulo. Estiró el brazo y me cogió de la barbilla, girándome la cabeza hacia un lado—. No, no fue culpa tuya.
Tragué saliva y cerré los ojos. Crisis evitada… por ahora.
—¿Me va a dejar moratón?
—Seguro que sí.
—Creo… que estoy metida en un buen lío —di un paso atrás, mirando hacia el suelo. Seth, este letal y duro Seth, era aterrador—. Tú también lo estás.
—Sí —Seth sonaba como si no le importase una mierda.
Me toqué el lado izquierdo de la cara y puse una mueca de dolor.
—Oh, joder.
Seth me apartó la mano de la cara.
—Creo que si llegamos a la cena sin que nadie diga nada, estamos a salvo.
—¿Tú crees?
Seth sonrió, pero había algo en él que parecía a punto de destruir algo.
—Sí.
No logramos llegar hasta la cena.
Veinte minutos después, Marcus y compañía entraron al cuarto de estar donde Seth y yo nos estábamos escondiendo. Aiden estaba con ellos y me encontró rápidamente con sus ojos. Me miró a la cara, parando sobre el moratón de aspecto horrible. Se paró por completo y respiró profundamente. De él salían oleadas de una potente ira, casi tan abrumadora como la que irradiaba del que estaba a mi lado.
—¿En qué estabas pensando, Alexandria? —preguntó Marcus.
Aparté mis ojos de los de Aiden, pero no miré a Marcus. En vez de eso miré a Seth.
—Sé que no debía haber parado al Maestro, pero iba a darle una paliza a una chica porque se le cayeron unos platos. Tenía que hacer…
La puerta se abrió de par en par, apareciendo a través de ella el Patriarca Telly y una horda de Guardias del Consejo. Me puse tensa, pero Seth se puso de pie.
—¿Qué es esto? —preguntó, con los puños en alto—. ¿Qué es todo esto? —repitió Telly mientras avanzaba a largas zancadas por la sala, alto y elegante, con su toga verde ondeando tras él. Se paró frente a Marcus y Lucian—. ¿Qué es eso que he oído acerca de Alexandria atacando a un Maestro?
—¿Atacando? —Solté—. No he atacado a nadie. Paré…
—Obstaculizó a un Maestro, pero no le atacó —cortó Marcus, lanzándome una mirada peligrosa—, sin embargo, él sí que pegó a Alexandria.
Telly me miró brevemente.
—Los mestizos saben que no deben entrometerse en el tratamiento de un Maestro hacia los sirvientes. ¡Hacerlo es una violación de la Ley de Razas!
Abrí la boca de par en par. ¿Me esperaba estar metida en problemas? Sí. Pero no esperaba ser acusada de violar la Orden.
—¿En serio? —Seth dio un paso al frente, entrecerrando los ojos.
—Controla a tu Apollyon ahora mismo, Lucian —dijo Telly secamente—, o lo harán mis Guardias.
Lucian se giró hacia Seth, pero sabía que no podía hacer ni decir nada. Le cogí del brazo y apreté fuerte.
—Siéntate —susurré.
Me miró desde encima del hombro, con las cejas levantadas.
—Prefiero estar de pie.
Dioses, no estaba ayudando para nada. No es que pudiese pararlo, pero me quedé agarrada a su brazo.
—Patriarca Telly, entiendo que Alexandria no debería haberse metido en medio, ¿pero acusarla de violar la ley? —Marcus negó con la cabeza—, creo que es un poco extremo.
—Esa mestiza es extrema —respondió Telly—. Ninguno de los dos tenéis control sobre ella. ¿Ahora va por ahí amenazando a los Maestros? ¿Qué hará cuando sea Apollyon? ¿Matarlos a todos mientras duermen?
Reí. Todos me miraron.
—Lo siento, pero esto es ridículo. Lo único que hice fue evitar que le pegase a una chica. ¡Y ya está! No le pegué, pero él a mí sí —me señalé la mandíbula—. Y yo no mataría a nadie mientras duerme.
Telly se giró, dándome la cara.
—Tú, niñata, no has mostrado respeto por las leyes ni las reglas desde que empezaste a respirar. Oh, sí, he visto tu expediente.
¿Todo el mundo ha visto mi expediente? Buah. Me sentí expuesta.
—Eres incontrolable y un problema constante para el Consejo —Telly continuó, volviéndose hacia Lucian—, debería estar aquí, donde el Consejo pueda controlarla, ya que ninguno de vosotros ha logrado infundir el sentido del respeto en ella.
El miedo me paralizó por completo.
—¿Qué?
—Eso no pasará —dijo Seth en voz tan baja que pensé que nadie más lo habría oído. Pero todos se quedaron quietos.
—¿Me estás amenazando, Apollyon? ¿Amenazando al Consejo? —preguntó Telly. Habría jurado que parecía feliz, pero era una locura porque Seth podía matarle.
Seth podía restregarle la cara por todo el suelo.
Aparté mi mirada del Patriarca y vi cómo las marcas del Apollyon se movían en espirales por la cara de Seth. Me di cuenta también de que Aiden se había movido y se había puesto a mi otro lado. Di gracias a los dioses porque todo el mundo estuviese concentrado en Seth, temiendo que se volviese loco del todo. La cara de Aiden parecía decir que en cualquier momento podría matar a todos los de la sala.
Se me cayó el alma a los pies al verlos así. Esto no podía acabar bien de ninguna manera. Me puse de pie a pesar de que de me temblaban las piernas.
—Lo siento.
—No te disculpes. No has hecho nada malo —murmuró Seth.
—Sí que lo he hecho. No me debí entrometerme —miré a Telly a los ojos y me tragué mi orgullo—, olvidé… olvidé cuál es mi posición.
Seth se giró hacia mí tan rápidamente que pensé que iba a dispararme. Me miró furioso, pero mis ojos le pidieron que se sentase y se callase.
—Patriarca, como puede ver, Alexandria es consciente de que ha cometido un error —Lucian se puso frente a Seth, con las manos juntas—. Tiene un carácter fuerte y es testaruda, pero hoy no ha roto ninguna ley. Como ya sabe, si hubiese atacado al Maestro, dudo que estuviese tan bien como para ir soltando tamañas exageraciones.
—A veces piensa sin actuar —Marcus se le unió—. Es una inconsciente, pero nunca tiene malas intenciones. Y acerca de controlarla, le juro que ni siquiera hablará si no es su turno durante el tiempo que le queda aquí.
Abrí la boca, pero la cerré.
Telly tomó aire de nuevo antes de dirigirse a Lucian.
—Este tipo de comportamiento que muestra continuamente no solamente me preocupa a mí, sino al Consejo. Pero eso es algo que ya sabes, Lucian —hizo una pausa, observando a su alrededor. Me miró, lleno de repulsa—. No olvidaré esto —y con eso, se dio la vuelta y salió de la habitación a grandes zancadas. Los Guardias le siguieron, tensos y en silencio.
Me tiré sobre el sofá, cansada. Por poco no escapo de esta. Sentí que Seth se sentaba también, pero no le miré.
—Alexandria, ¿qué te hemos dicho una y otra vez? —preguntó Marcus.
—Ya vale —dijo Lucian—, forma parte del pasado. Ya está.
—Acaba de pasar —respondió Marcus—, y este de aquí ha amenazado con akasha a un Maestro, ¡por favor! Tiene suerte de que no le hayan denunciado.
—¿Qué esperabas? —contestó Lucian despreocupado—. Defiende lo que es suyo.
Le lancé una mirada mortal a mi padrastro.
—Yo no soy suya. ¿Podríais dejar de referiros a mí como una posesión en vez de como una persona?
Lucian sonrió.
—Da igual, no se puede culpar a Seth por defenderla. ¿O habrías preferido que dejase que el Maestro siguiese pegando a Alexandria?
—¡Es ridículo, Lucian! —Marcus cerró los puños.
Durante un rato estuvieron con su tira y afloja. En un momento dado, me dolía la cabeza tanto como la mandíbula. Lo bueno es que Seth comenzó a relajarse y ya no parecía querer exterminar una ciudad entera de puros. En cuanto me di cuenta de que ya no estaba metida en tantos problemas, abrí las puertas y respiré un poco de aire fresco.
No me fui muy lejos, me quedé junto a la siguiente esquina después de la sala de estar. No dejaba de pensar en lo que había dicho el Maestro. ¿Mi destino ya estaba sellado? ¿El Maestro sabía algo o solo estaba burlándose de Seth?
—¿Álex?
Me giré por el sonido de la voz de Aiden. Sus ojos tenían un brillante color plateado.
—Hey —murmuré—, ya sé que la he vuelto a liar y…
—No he venido a gritarte, Álex. Solo quería asegurarme de que estás bien.
—Oh, perdón. Es que ya estoy acostumbrada a que todos me griten.
Inclinó la cabeza hacia un lado, ahora tenía los ojos gris oscuro.
—Entiendo por qué hiciste lo que hiciste. En serio, no esperaba otra cosa de ti.
—¿En serio? —Miré a mi alrededor, escéptica—. ¿Vas colocado?
Aiden sonrió, pero entonces me miró la mandíbula. La sonrisa desapareció.
—¿Te duele?
—No —mentí.
No pareció creérselo. Antes de darme cuenta de qué estaba haciendo, levantó el brazo y pasó sus dedos alrededor del moratón.
—Se está hinchando. ¿Te has puesto hielo?
La verdad era que sí, pero me había aburrido de sujetar la bolsa de hielo que Seth me había traído. Mirar a Aiden me hizo olvidar por completo lo que me acababa de preguntar. Sus dedos seguían sobre mi cara, y eso era lo único en el mundo que tenía importancia.
—Sigues mostrando una fortaleza enorme —una sonrisilla apareció en sus labios. Luego apartó la mano y la breve conexión se desvaneció—. Ningún otro mestizo hubiese sido capaz de hacer lo que tú.
—No sé por qué sigues diciendo eso —me apoyé contra la pared como si pudiese devolverme a la realidad.
—Porque es la verdad, Álex. Y no hablo de lo que hiciste por la mestiza. Es por lo que has hecho ahí dentro. Sé muy bien cuánto te cuesta pedir disculpas y decirles eso. Hace falta mucha fuerza.
—No ha sido por ser fuerte. Tenía un miedo enorme. Un poco irracional quizá, ¿sabes?
Aiden apartó la mirada, dirigiéndola hacia el laberinto. Desde aquí solo podía ver las puntas de las estatuas cubiertas de plantas.
—Me equivoqué.
La respiración se me atragantó.
—¿En qué te equivocaste?
Se giró hacia mí, con ojos plateados.
—En muchas cosas, pero siempre había pensado que tu irracionalidad era un defecto. Pero no lo es. Es lo que te hace fuerte.
Le miré, mi corazón no dejaba de hacer cosas raras en mi pecho.
—Gra… gracias.
—No me des…
—Ya lo sé —sonreí, aunque hizo que me doliese la cara—. Que no te de las gracias por eso, pero lo hago.
Aiden asintió.
—Será mejor que vuelva ahí dentro. No te alejes demasiado, ¿vale?
Asentí mientras se daba la vuelta. Llegó hasta las puertas y paró. Se giró, con una expresión indescifrable en la cara pero palabras precisas.
—Una parte de mí desea que Seth hubiese matado a ese Maestro por haberte tocado.
La noche del baile sirvieron la cena pronto y la locura incesante de sirvientes me hizo subir a la habitación. Tenía los nervios a flor de piel debido a mi inminente sesión con el Consejo, mi encontronazo con el puño de un Maestro, el poder asesino del akasha de Seth y las últimas palabras de Aiden.
«Una parte de mí desea que Seth hubiese matado a ese Maestro por haberte tocado».
Dos días después y aún no podía olvidar sus palabras.
Había sido una afirmación muy seria, pero ¿qué significaba? ¿Era importante? Me dije a mí misma que no. Aunque le gustase a Aiden tanto como a mí me gustaba la tarta, daba igual. No había futuro para nosotros, solo muerte y desgracia.
Una suave llamada a la puerta me sacó de mis pensamientos. Como Seth nunca llamaba, sabía que no sería él. Salí de la cama y fui hacia la puerta.
Laadan estaba en el pasillo, con un vestido verde y largo, ceñido a la cadera que acababa volando a su alrededor debido a su suave y fino tejido. Tenía el pelo sujeto en un intrincado recogido, adornado por varias flores frescas.
Me miré. Ahí estaba yo con mi pantalón y mi sudadera. Dioses, nunca me había sentido tan aburrida y fea en toda mi vida. Y yo que pensaba que Lea era la única que podía despertar en mí tales sentimientos.
Laadan sonrió levemente.
—Si no estás ocupada, que ya sé que no, quiero enseñarte algo.
Eché un vistazo hacia mi cama y me encogí de hombros. No es que tuviese nada mejor que hacer. Por el camino hacia su habitación, en el piso superior, nos cruzamos con varios sirvientes a los que sonreía simpática.
Una vez en la habitación, me rodeó los hombros con su brazo y me llevó hacia una silla al lado de su armario. Me senté y me encogí con las piernas hacia mi pecho.
—¿Querías… enseñarme la puerta de tu armario?
La risa de Laadan era contagiosa y no pude evitar sonreír con ella.
—Te pareces un montón a tu madre —agitó la cabeza mientras se apoyaba contra las puertas—. Cada vez que hablas, es como oír a Rachelle.
Mi sonrisa se desvaneció un poco y me abracé las rodillas.
—Mi madre no decía ni la mitad de las estupideces que salen de mi boca.
—Te sorprenderías —hizo una pausa y su rostro se llenó de recuerdos—. ¿Sabes qué era lo que más le gustaba a tu madre de las sesiones del Consejo?
—No.
Laadan se dio la vuelta y abrió las puertas del armario de par en par. Dio un paso atrás y extendió los brazos.
—Los bailes y los vestidos hermosos.
Curiosa, me incliné hacia delante para mirar dentro del armario y casi me caigo de la silla.
—Guau. Es mucha ropa.
Me sonrió juguetona por encima del hombro.
—Una chica nunca tiene suficiente ropa. Venga, échale un vistazo.
Me levanté de la silla. Los vestidos me tenían hipnotizada. Como si estuviese en una compulsión que en un segundo me hubiese convertido en una chica femenina, di un paso al frente y pasé la mano por todos ellos y sus suaves telas.
—¿Te gustan? —Cogió un vestido de terciopelo arrugado de color morado oscuro.
Mis dedos se pararon sobre un vestido de seda rojo. No podía ver el corte, pero el color era divino.
—Esta es la clase de vestidos por los que cambiarías a tu primogénito.
Rio, dejando el vestido morado y descolgando el rojo con cuidado. Lo sujetó delante de mí.
—¿Por qué eres tan contraria a ir al baile?
Me encogí de hombros, mirando el vestido sin mangas. Tenía ondas bordeando el corpiño, la cintura alta y el corte de la falda hecho para quedarse pegada a las piernas.
—No sé por qué iban a invitarme si los mestizos no van.
—Pero tú eres diferente —colgó el vestido de la puerta y alisó la seda—. Ser un Apollyon te hace diferente a los demás, Álex. En cuanto despiertes, me han dicho que, tanto Seth como tú, podréis ir a las sesiones del Consejo.
No lo sabía, pero tenía serias dudas de que con dieciocho años pudiese tener ese tipo de poder. La madurez no viene de la noche a la mañana. Tenía los ojos y la mente fijos en el vestido.
—No habrá nadie que conozca. Y, sin ofender, mi definición de diversión no es pasar la noche con un montón de puros.
—No pasa nada —Laadan apartó la falda. El rojo atrapó la luz, lanzando un suave destello por todo el vestido—. Seth estará por ahí. Y Aiden también.
La miré.
—¿Qué más me da que esté Aiden? Es un puro. ¿Dónde iba a estar si no?
Laadan sonrió levemente.
—¿Te gustaría probártelo?
—No, gracias.
—Hazlo por mí, ¿vale? Tu madre llevó un vestido parecido una vez, y no me queda mucho tiempo, tengo que bajar.
El ansia por querer probarme el vestido casi me dolía, pero negué con la cabeza. Laadan insistió hasta que me vi frente a un espejo de cuerpo entero con el vestido rojo de seda puesto. Ella estaba detrás de mí, con las manos sobre mis hombros.
—Estás preciosa.
El vestido era increíble. Parecía hecho a medida. La seda se ajustaba perfectamente a mí desde el pecho hasta las caderas, y luego se deslizaba por mis piernas. Me giré, sonriendo. La parte de atrás quedaba tan bien como la de delante. El rojo era mi color, definitivamente. Por un momento me abstraje en un sueño en el que Aiden me veía así de elegante y sexy.
¿Y si Seth me veía así? Ni en mis más sucios pensamientos podría describir su reacción de forma precisa.
—Debería quitármelo antes de que te lo estropee.
Laadan me apartó del espejo y me sentó frente a una mesita llena de maquillaje y otras cosas sospechosas. Empecé a levantarme, pero me detuvo con sus manos sobre mis hombros.
—Álex, no hay razón alguna para que te quedes esta noche en tu habitación mientras todo el mundo disfruta del baile. Así que quédate quieta y déjame hacerte algo en el pelo.
—No quiero ir —me giré para ponerme frente a ella.
Me volvió a dar la vuelta y cogió un cepillo.
—¿Por qué? ¿Porque tienes mañana la sesión? ¿Acaso no es esa una buena razón para relajarte y pasártelo bien esta noche?
Arrugué la frente e intenté ignorar lo relajante que era el paso del cepillo por el pelo.
—No es por la sesión de mañana. Es solo que… no quiero ir.
Me ignoró, cogió un rizador de pelo y empezó a enrollar mechones de pelo sobre él. Me rendí ante sus retoques bastante rápido, aunque seguía sin tener intención de ir al baile. Estaba bien que alguien me dejase guapa, a pesar de que todo el trabajo fuese a desperdiciarse sobre mi almohada. Mientras no paraba de hablar sobre mi madre, pasó al maquillaje, y cuando acabó casi no podía reconocer a esa chica de ojos pintados que tenía enfrente.
Laadan se había superado.
Había recogido los rizos a lo alto, pero había sacado varios mechones para taparme el cuello y bordear el escote. Los rizos parecían estar estratégicamente situados, ya que tapaban las cicatrices.
—¿Qué piensas? —preguntó, con una brocha en la mano.
No sabía qué decir. El colorete acentuaba mis pómulos, marcándolos más de lo normal. Había cubierto el moratón de la mandíbula sin llenarme la cara de maquillaje. La máscara y la sombra aplicada magistralmente hicieron que mis ojos tomaran un cálido color chocolate en vez del color sucio que solían tener. Mis labios estaban maquillados de un rojo que pedía ser besado.
—Guau. Mi nariz parece pequeña.
Laadan rio y soltó la brocha.
—Espera. Lo único que te falta es… —se dirigió hacia una cajonera y abrió una enorme caja de terciopelo. Se quedó de espaldas un momento y sacó una cadena de plata con piedras negras rodeando un rubí.
El collar posiblemente valía más que mi vida, pero lo pasó por mi cuello y lo cerró.
—¡Ya está! Ahora serás la más guapa del baile.
Me miré y deseé una foto de este momento. No creo nunca que volviese a estar tan… poco yo. Si Caleb pudiese ver esto, creo que me habría piropeado.
Laadan echó un vistazo hacia un reloj dorado.
—Hemos acabado justo a tiempo. El baile acaba de empezar y harás una entrada triunfal llegando ligeramente tarde.
Bajé la mirada.
—No puedo ir.
—No seas estúpida. Vas a estar más guapa que cualquier pura sangre, Álex. No vas a desentonar.
Negué con la cabeza, sin moverme.
—No lo entiendes, Laadan. Aprecio de veras todo esto, y ha sido muy divertido, pero no… no puedo ir.
Frunció el ceño.
—Puede que no lo entienda. ¿Me lo puedes explicar?
Lentamente, volví a mirarme al espejo. La chica que me devolvía la mirada era muy guapa si nadie miraba mucho ni desde cerca. Si lo hacían, esa imagen de perfección se desvanecería por completo. No había ni un solo vestido en todo el armario de Laadan que lo pudiese arreglar.
—¿Álex?
—Mírame —dije en voz baja—. ¿No las… ves? No puedo bajar y que todo el mundo me mire.
Laadan y su cara de preocupación aparecieron en el espejo.
—Cariño, todo el mundo va a mirarte porque estás preciosa.
—Todo el mundo va a mirarme las cicatrices.
Parpadeó y dio un paso atrás.
—No. Ni siquiera va a…
—Sé que lo harán —me di la vuelta, acariciando con los dedos la delicada cadena sobre mi cuello—, porque es lo primero en lo que me fijo yo. Y mírame los brazos, están horribles.
Y era cierto. La piel nunca había vuelto del todo a su tono original. Se habían difuminado, como todas las marcas de daimon, pero las diminutas marcas de los dientes era irregulares y rojas, alineadas por todo mi antebrazo, desde la muñeca hasta la sensible piel del interior del codo. La piel estaba tan irregular como la del cuello, pero por lo menos las cicatrices de la garganta habían acabado teniendo un tono o dos más claro que el mío. El poco escote del vestido las evitaba, pero los brazos estaban totalmente expuestos.
Laadan sonrió de repente, algo que me pareció totalmente inapropiado ya que debería estar compadeciéndose por lo horrible de mi estado. Se acercó a su armario y sacó una caja alargada de la estantería superior. La puso sobre la cama y sonrió.
—Tengo algo perfecto.
Lo dudaba, pero la seguí hasta la cama.
Levantó la tapa y sacó dos guantes largos de seda negra.
—Problema resuelto.
Cogí los guantes con cuidado.
—Voy a parecerme a Pícara, la de X-Men.
Arrugó la nariz.
—¿Quién? Da igual. Pruébatelos. Ahora quedan bien los guantes. Si fuese verano quedaría un poco más raro.
Me puse uno y la verdad es que cubría bastante bien las cicatrices, pero ¿guantes? ¿En serio? Excepto las abuelas, ¿quién lleva guantes de estos?
—No estoy segura.
Laadan suspiró, negando con la cabeza.
—Es un baile formal, Álex. ¿Has estado alguna vez en uno?
—Um, no.
—Confía en mí cuando te digo que no serás la única que lleve guantes. Y ahora vamos. No tenemos tanto tiempo como para estar aquí compadeciéndonos de nosotras mismas. Estás preciosa, Álex. Incluso más que tu madre.
Moví los dedos dentro de los guantes, y por primera vez comencé a sentirme emocionada. Los mestizos no iban a los grandes bailes, y tampoco tenían a un hada madrina pura. Así que nunca había esperado ir a una cosa de estas, y mucho menos con este increíble vestido.
Pero aquí estaba.
Una pequeña sonrisa apareció en mi cara.
—¿Laadan?
—¿Sí? —Paró junto a la puerta.
—Gracias.
Se llevó la mano al corazón.
—Cariño, no tienes que darme las gracias. Estoy encantada de poder hacerlo por ti.
—Lo tenías planeado desde que Lucian lo comentó en el desayuno, ¿verdad? Por eso este vestido me queda tan bien.
Laadan puso una media sonrisa.
—Bueno, siempre pensé que el rojo era tu color.
El baile estaba en su punto álgido cuando Laadan y yo bajamos. El suave rumor de una orquesta llenaba los pasillos según nos íbamos acercando a la sala de baile. Una fila de velas iluminaba el camino.
Toda la emoción se convirtió en nervios rápidamente. Nunca antes había llevado puesto algo así y asistir al baile iba en contra de todo lo que sabíamos los mestizos. Además, no me gustaba mucho la música de orquesta.
¿Querrán que baile un vals? La última vez, y única, fue con Seth y me tiró al suelo. Con este vestido no podía caerme, sería un sacrilegio. ¿Y quién iba a bailar conmigo? ¿Iba a quedarme abrazada a una columna toda la noche?
Y ahí es cuando empecé a sudar.
Laadan me cogió de la mano y me acompañó.
—¿Has luchado contra daimons y te da miedo un baile?
—Sí —susurré.
Rio, y su risa sonó como cascabeles.
—Vas a hacerlo estupendamente. Simplemente recuerda que tú sitio está allí. Más de lo que se piensan.
La miré con cautela.
—Te encantan algunos mestizos, ¿verdad?
Sus mejillas se pusieron completamente rojas.
—Yo… creo que todos somos iguales y que deberíamos ser tratados del mismo modo.
Dudaba que esa fuera la razón principal, pero no forcé más. Me sacó de las sutiles sombras del pasillo, pasamos junto a las furias heladas y entramos a la sala de baile. Me podía haber dado un mini ataque al corazón al ver aquello.
El salón era enorme, con las paredes de vidrio. En cada rincón, sobre cada mesa había unos jarrones de cristal llenos de rosas, y unas plantas llenas de flores colgaban de los candelabros encendidos, haciendo un juego de luces y sombras que se repartía por todo el techo. En el extremo más alejado de la sala, estaba la pequeña orquesta, de músicos mortales. Se diferenciaba bien a los mortales de los puros y los mestizos. Y no era solo por los atributos físicos. Sus movimientos eran torpes y lentos, mientras que los puros se deslizaban con elegancia a su alrededor. Comparada con la de los puros, sus caras estaban vacías. Probablemente estaban bajo una compulsión mientras tocaban, para que no notasen nada raro.
Los puros podían volverse un poco raritos con unas copas encima.
Detrás de la orquesta, Thanatos se alzaba sobre los mortales, acercándose a ellos como si de un ángel de la muerte se tratase. Su envergadura era de por lo menos dos metros y medio y habían esculpido en el mármol esa expresión triste que siempre tenía. Alguien había puesto una corona de rosas sobre la cabeza del dios.
Bonito toque.
Dos sirvientes aparecieron frente a nosotras. Uno llevaba una bandeja con copas de champán y el otro una con unos pequeños sándwiches y algo que olía a pescado crudo. De repente me entraron muchas ganas de comer nuggets.
Laadan aceptó dos copas de champán y me dio una. Me cogió la mano antes de que me bebiese la copa entera.
—Cuidado —me advirtió—, este no es champán mortal. Es mucho más fuerte.
Miré hacia el líquido burbujeante.
—¿Cómo de fuerte?
Inclinó la cabeza un poquito hacia una mesa en la que una pura reía histéricamente mientras sus acompañantes la miraban enfadados. Tenía una copa de champán en la mano.
—Seguramente sea la segunda. Este champán se toma a sorbitos.
—Lo pillo.
Lucian salió de entre un montón de puros y me cogió la mano libre. Sus ojos me recorrieron entera, con una mezcla de estupor y examen.
—Laadan, te has superado. Está igualita que Rachelle cuando vino a este mismo baile.
Ya era oficial. Esto empezaba a acojonarme.
—Y no se le ven las cicatrices —continuó diciendo Lucian. Tenía un extraño brillo en los ojos y me pregunté si estaría borracho—. Un trabajo completamente increíble, Laadan.
Un poco avergonzada, intenté mantener una sonrisa educada.
—Eh… gracias.
Laadan parecía tan abrumada como yo. Suavemente, captó la atención de Lucian. Yo recorría toda la sala con la vista buscando caras conocidas mientras sujetaba con fuerza el pie de la copa.
Todo el mundo, todos los puros, estaban impresionantes en sus mejores galas. La mayoría de las mujeres llevaban el tipo de vestidos atrevidos que me encantaban, mostrando eones de piel perfecta y suave y largos cuellos.
Yo no era como ellas. Dijese lo que dijese Laadan, yo no era como ellas.
Respiré profundamente y recorrí con la mirada a la gente. De entre todos, reconocí a la Matriarca Diana Elders. Llevaba un vestido blanco y amplio que me recordaba a lo que podría llevar puesto una diosa. A su lado, mi tío parecía completamente interesado en lo que le estaba contando. Asombrada, le vi sonreír, y cuando se giraron hacia nosotras, esos ojos color esmeralda brillaron como joyas reales.
Bueno, hasta que me vio.
Marcus dio un paso atrás, parpadeando e increíblemente sorprendido. Reaccionó como si hubiese visto un fantasma. Se recuperó lentamente y junto con la Matriarca Elders se acercaron a nosotras. Saludó con la cabeza a Lucian y a Laadan.
—Alexandria, parece que al final has decidido a unirte a nosotros.
Incómoda, asentí y di un sorbito al champán.
Diana sonrió amable, pero parecía nerviosa al dirigirse hacia mí.
—Señorita Andros, es un placer conocerla.
—Igualmente —murmuré a duras penas. Nunca se me dio bien intercambiar cumplidos, pero lo bueno es que los puros que me rodeaban se acercaban unos a otros y yo podía apartarme a un lado. Continué buscando entre la gente a… bueno, a Aiden, para ser sincera. Sabía que no me hablaría, pero quería… que me viera. Es estúpido, pero lo estaba deseando.
Qué raro que viese primero a Seth.
O él a mí. No lo sé. Sea como fuere, me sorprendió ver a Aiden y a Seth con un puro al que no conocía. Muchas puras estaban alrededor de ellos, seguramente fascinadas por el hecho de que un Apollyon mestizo estuviese allí, o igual era solo por el atractivo general del grupo.
Dawn Samos era una de ellas. Iba enfundada en un vestido por encima de las rodillas. Estaba al lado de Aiden y con su fino brazo bronceado le rozaba el suyo al hablar. No la había vuelto a ver desde el primer día de sesiones y me había olvidado de ella, pero ahí estaba.
Seth estaba de frente a Aiden y la entrada. Llevaba un esmoquin como el resto de los puros, excepto que él había logrado encontrar uno totalmente blanco y le quedaba genial. Sonreí.
Como si Seth necesitase ayuda extra para destacar.
Su mirada recorrió toda la sala y acabó sobre mí. La expresión de su cara fue casi cómica, con las cejas completamente levantadas y los ojos como platos. Parece ser que normalmente voy vestida como una paleta. Verme con un vestido debía ser una visión digna de admirar. Una sonrisilla traviesa reemplazó rápidamente su cara de sorpresa. Asintió en forma de aprobación.
Levanté la copa hacia él.
Debió decir algo, porque vi como Aiden se ponía tenso bajo su esmoquin. Entonces lentamente y casi sin ganas, Aiden miró hacia atrás. Cuando nuestros ojos se encontraron, me sentí como Cenicienta.
Sus labios se abrieron mientras su mirada me recorría de un modo que hizo temblar la copa en mi mano. Cuando sus ojos volvieron de su recorrido, volví a respirar. Su plateado era tan intenso que me provocó una oleada de calor por toda la piel. Dejé caer la mano a un lado, con la copa de champán casi intacta colgando de mis dedos.
Aiden se dio la vuelta completamente y pude ver perfectamente cómo su pecho subía y bajaba violentamente. No sonreía, solo parecía capaz de mirar. Igual que yo, porque él estaba realmente estupendo en ese esmoquin, con su pelo cayendo en ondas sobre su frente y esos suaves labios que seguían abiertos por la sorpresa y los ojos hambrientos.
Como si estuviese en las nubes, Aiden cruzó la pista de baile, con sus penetrantes ojos fijos en mí. Sabía que estaba guapa, pero no tanto. No tanto como para que todo el mundo pareciese haber desaparecido para Aiden. Pensé acerca de lo que dijo fuera de la sala de estar, eso de que se había equivocado en muchas cosas.
Creo que sabía cuál era una de esas cosas en las que se había equivocado.
Estaba tan absorta en Aiden que no me había fijado en que Seth se había movido, pero le sentí antes de que me pusiese la mano sobre mi hombro desnudo. Aiden no pudo ocultar la ira. Se paró en seco, con sus ojos plateados fijos sobre mi hombro. Casi podía sentirlos en el aire, unos celos primarios, la necesidad de quitarle a Seth la mano de ahí.
Seth se acercó más y su aliento cálido me rozaba el pelo sobre el cuello.
—La gente está empezando a mirar.
¿En serio? No es que me importase, y estaba mal, pero Aiden me estaba mirando, me estaba mirando con tanta pasión, con tanto anhelo que no podía pensar en otra cosa.
Entonces Aiden se calmó. Se paró a medio camino y cerró la boca. Sus ojos seguían siendo como plata líquida, ardiendo bajo la suave luz. Su mirada volvió a recorrerme entera una vez más. Me estremecí de lo intensa que era e imaginé que estaba grabando la imagen en su memoria.
La mano de Seth bajó por mi brazo y enlazó sus dedos entre los míos.
—Sabes que no es para ti.
—Lo sé —susurré. Y es que lo sabía; quizá por eso me sentía tan vacía por dentro.
Aiden se dio la vuelta, sonriendo por algo que le había dicho Dawn, pero era una sonrisa falsa. Conocía bien las sonrisas de Aiden, y es que yo vivía de ellas.
—¿Quieres bailar? —me preguntó Seth.
Venir al baile había sido una mala idea. El vacío que sentía se extendió aún más, dejándome un agujero en mi interior. Yo no era como ellos, pero Aiden sí. Aiden era como todos estos puros, como Dawn. No como yo, no como una mestiza.
Aparté la mirada de Aiden y miré a Seth.
—No quiero bailar.
Los ojos ámbar de Seth se clavaron en mí.
—¿Quieres quedarte aquí?
—No lo sé.
Sonrió y se inclinó hacia delante. Al hablar, sus labios rozaron mi oreja.
—No tenemos por qué estar aquí. No somos como ellos.
Me hubiese gustado preguntarle dónde teníamos que estar, pero ya sabía cuál sería su respuesta. Diría que teníamos que estar juntos. No como me gustaría estar con Aiden, sino de otra forma. De alguna otra forma que aún no sabía cuál era.
—Vámonos —dijo suavemente para convencerme.
Podía quedarme aquí y hacer como que este era mi sitio, o podía irme con Seth. ¿Y luego qué? Me temblaba la mano al dejar la copa sobre una mesa. Dejé que Seth me sacase del baile. De repente sentí una tremenda pesadez, como si acabase de tomar una decisión irrevocable.