Aparté la mano y me siguió, una línea ámbar cruzaba el aire entre los dos. Tenía que levantarme, salir de ahí y marcharme lo más lejos posible, porque todo esto era demasiado extraño.
—Yo…
El cordón ámbar desapareció, y la luz azul también. Seth cayó al suelo, soltando un suspiro entrecortado.
—¿Seth? ¿Estás bien? —Temblando, me llevé una mano al pecho. Seth no se movía ni hablaba. El miedo afloró en mi pecho. ¿Y si lo había matado? Ya sé que había dicho que me gustaría matarle, lo había dicho muchas veces, pero no iba en serio. No era verdad—. Seth, por favor, di algo.
Pasó una eternidad hasta que abrió los ojos.
—Ha sido… genial.
Un repentino mareo me azotó y me empezó a doler el estómago.
Seth inclinó la cabeza hacia un lado, con una sonrisa vaga y desdibujada.
—Estoy bastante seguro de que ahora mismo podría parar un camión con las manos.
—Vale… —respiré profundamente—, eso no me dice nada. Quiero saber qué ha pasado cuando he tocado tus marcas…
Seth se giró y me puso de espaldas contra el suelo en un movimiento fluido. Se puso sobre mí, sosteniéndose con un brazo. Únicamente se tocaban nuestras piernas, pero aún parecía como… bueno, como si nos estuviésemos tocando por completo.
—Ángel, estos son los juegos preliminares del Apollyon.
—¿En serio?
—En serio —me apartó un mechón de pelo de la mejilla.
Tragué saliva.
—No lo sabía. Culpa mía, pero es que es un poco raro. Normalmente, con la mayoría de los tíos, hace falta más —ni idea de por qué dije eso.
Los dedos de Seth me recorrieron la mejilla y bajaron hasta la barbilla.
—¿Ah sí, ángel? ¿Y qué más hace falta?
Esta era una conversación que era mejor no tener con Seth, especialmente estando prácticamente tumbado sobre mí.
—Creo que precisamente tú deberías saberlo.
Su mano fue bajando por mi cuello.
—Tengo que contarte un secreto. No eran los juegos preliminares del Apollyon; te estaba tomando el pelo. No tengo ni idea de lo qué ha pasado.
—Dioses, te odio —me puse roja de vergüenza. Le aparté la mano de un golpe.
Seth me agarró la mano y se levantó, llevándome consigo.
—¿Cómo te sientes?
—Bien, un poco mareada.
Asintió.
—Pues a mi la piel sigue cosquilleándome. Tío, ha sido un subidón increíble. Nunca había sentido algo así —dio la vuelta a mi mano, poniendo la palma hacia arriba—, tendríamos que intentarlo… ¿pero qué narices? —sus dedos recorrieron mi palma como si la estuviese estudiando, y de repente abrió los ojos de par en par—. Oh. Guau.
—¿Qué? —Sostuvo mi mano levantada entre ambos.
—Mira.
Miré tan atentamente que bizqueé.
—No veo nada —suspiró y giró mi mano. Me quedé boquiabierta. Una débil línea azul me marcaba el centro de la palma, cruzada por otra línea más pequeña. Se parecía a una cruz, solo que la línea horizontal estaba inclinada.
—Oh, dioses —aparté la mano y me eché hacia atrás—. Tengo una runa en la mano. Es una runa de Apollyon, ¿no?
Seth se puso las manos sobre las rodillas.
—Eso creo. Yo tengo una igual.
—¿Pero por qué sigue aquí? ¿Por qué la tengo? —Giré la palma varias veces, la agité, pero el débil tatuaje azul seguía ahí—. Tú puedes verla, ¿verdad? Ahora mismo, ¿la ves?
—Sí. No ha desaparecido —Seth me cogió la mano—. Deja de agitarla como si fuese un Telesketch[4]. Así no va a desaparecer.
Le miré a los ojos.
—¿Y qué las hace desaparecer? Las tuyas lo hacen. No están ahí todo el rato. Aún no he Despertado, ¿verdad? ¿Y si lo he hecho? Desea algo, y así veré si yo también lo quiero. Venga. Inténtalo.
Levantó las cejas.
—Hey. Cálmate, Álex. Respira profundamente. En serio, respira largo y profundamente.
Inhalé y dejé escapar el aire lentamente.
—No hace nada.
Parecía querer reírse.
—Álex, deja de volverte loca. No has Despertado. Lo sabría, y en vez de eso siento algo distinto…
—¿Distinto como qué?
—Me siento como… más cargado, pero aún no has Despertado.
Solté el aire con fuerza.
—¿Entonces qué ha pasado?
Sus facciones se suavizaron y todos los restos de vanidad y frialdad desparecieron de su cara, revelando una juventud y una honestidad que no había visto nunca antes.
—Creo… que es producto de la conexión que hay entre nosotros. Unos minutos antes, usaste el elemento tierra, Álex. Es uno de los elementos más poderosos y, no sé cómo lo hiciste, pero creo que probablemente te alimentabas de mí. Tiene sentido.
—¿Ah sí? —asintió.
—Eso creo, también es lo que ha pasado al tocarme, que por cierto, ¿por qué me has tocado?
Miré hacia abajo, avergonzada.
—No… no sé.
—¿En serio no sabes por qué?
Me encogí de hombros.
—No.
—Da igual —Seth no parecía creerme—. Bueno, no hay que asustarse, ¿cierto?
—Cierto.
—En realidad no ha cambiado nada, y todo está bien. ¿Me sigues? Todo está bien. Estamos juntos en esto.
En ese instante me recordó a Aiden, cuando descubrí que era un Apollyon él me guio. Me puse de pie. Mis piernas parecían de gelatina.
—¿Hemos acabado el entrenamiento?
Se quedó de rodillas y levantó la cabeza.
—Sí.
Asentí y me giré, pero Seth me llamó.
—Álex, no creo que debamos contarle esto a nadie, ¿vale?
—Vale —me parecía bien. Me dirigí hacia el edificio principal, dándole vueltas a todo. Ya tenía una marca de Apollyon. Me miré la mano.
Una marca que no parecía desaparecer.
Durante la cena, me excusé tras el primer plato. Siempre hacían comidas de cuatro platos y normalmente me quedaba hasta el postre, pero esa noche era diferente. Tenía la mente puesta en mi palma cosquilleante.
Aiden me miró, extrañado, pero no dijo nada de mi falta de apetito. Sin embargo, sentí que Seth se levantaba y me seguía fuera del comedor.
—¿Te encuentras bien? —me preguntó Seth.
Le miré a los ojos. Estaban extrañamente brillantes, como dos mini soles.
—Sí, es solo que no tengo hambre.
Me lanzó una mirada de complicidad y me cogió la mano derecha. Le dio la vuelta.
—Sigue ahí.
Asentí.
—Hace un rato intenté quitármela lavándome.
Seth soltó una risa breve.
—Oh, Álex, no puedes quitártela así.
Me puse roja.
—Sí, ahora ya lo sé.
Pasó el pulgar por la línea recta de la runa, lo que me hizo soltar un gritito ahogado. Sentí como si una mariposa me estuviese tocando todos y cada uno de los huesos de mis dedos. Solté la mano y me aparté.
Fijó su mirada en mí.
—¿Qué has sentido?
Cerré la mano, cubriendo la runa.
—Era raro.
Seth volvió a cogerme la mano, pero lo esquivé. Me miró enfadado.
—¿Qué quieres hacer ahora?
Pensé en decirle que no era de su incumbencia.
—Estoy un poco alterada. Creo que voy a entrenar o algo.
Sonrió.
—¿Quieres que vaya contigo?
—No —negué con la cabeza—, necesito algo de tiempo a solas.
Increíblemente, Seth lo dejó estar y volvió al comedor. Yo salí corriendo escaleras arriba, cogí la sudadera y me dirigí hacia el gimnasio.
No me costó mucho ponerme a tono pegándole patadas a un maniquí. Seth prefería no trabajar con ellos. Le gustaba mucho más el contacto directo.
Qué raro.
No sé cuánto tiempo pasé pegándole una paliza al maniquí, pero cuando paré, estaba jadeando y cubierta de sudor. Apoyé las manos sobre las rodillas. El maniquí se mecía frente a mí. La pelea no había logrado hacer desaparecer la frustración general que sentía por… todo.
Me incorporé y giré la mano derecha.
La runa azul estaba muy débil, pero ahí estaba. Fui hacia donde había dejado la sudadera y me la puse.
Me dio un ligero escalofrío. Me giré y recorrí con la mirada la sala vacía. Era la misma sensación que tuve la noche que salí del despacho de Marcus. Como una advertencia de que no estaba sola. No iba a ignorarla.
Las luces sobre mí parpadearon y se fueron, sumiendo a la sala en la oscuridad. Deseé haber tenido supervisión o algo así, porque no veía una mierda. Ni siquiera dónde estaba la puerta, y estaba deseando salir de ahí. Todos mis sentidos me pedían que me fuese de allí. Algo estaba mal, había algo que no…
Una corriente de aire se movió a mis espaldas, levantándome el pelo húmedo que tenía pegado al cuello, acariciando mi piel con el cuidado de un amante. Me giré, pero no le pegué a nada más que al aire.
Respiraba con dificultad y me salió la voz chillona.
—¿Quién está aquí?
Nada… y después escuché:
—Alexandria, escúchame.
Las palabras, oh, dioses, esas palabras se deslizaron por mi piel como fina seda. Dejé caer los brazos y se me cerraron los ojos. Una pequeña parte de mi cerebro seguía estando alerta y reconoció la compulsión, pero se desvaneció.
Sentí de nuevo el aire. Una mano se posó sobre la base de mi cuello, y una suave voz me susurró al oído. Mis pensamientos iban y venían hasta que quedaron vacíos de sentido, y entonces se llenaron de instrucciones que mi parte consciente no reconocía, pero que aún así iba a seguir.
—Vale —me escuché decir en una voz como de ensueño.
Poco, pero era consciente del aire a mi alrededor y de que las luces volvían. Floté hacia el exterior de la sala. Fuera, con esa temperatura tan baja, podría haber salido flotando hacia el cielo.
Creo que me gustaba.
Me vi frente a la entrada del laberinto. Debía estar ahí. Mi cuerpo lo sabía. Me agaché lentamente y me desaté los cordones. Me costó un poco, pero al final lo logré y me quité los calcetines también. Los puse uno al lado del otro en el suelo. Me quité la sudadera y la doblé cuidadosamente. La puse sobre los zapatos.
Y entonces entré en el laberinto, sonriendo mientras el aire frío me daba sobre los brazos desnudos, aún empapados en sudor. Iba andando sin rumbo, sin ninguna idea clara excepto que tenía que seguir andando hasta que me cansase. Era lo que tenía que hacer: poner un pie delante del otro.
Empezó a nevar.
Unos hermosos y enormes copos caían del cielo sobre mis brazos. Era como si todo estuviese en su sitio, como si yo estuviese en mi sitio. La hierba crujía bajo mis pies según me adentraba más. La nieve se me pegaba al pelo y sobre la piel. Mi aliento se convertía en vapor, y cada vez se iba ralentizando más.
Debían de haber pasado horas, porque cada paso me costaba más que el anterior. Me caí al suelo con las rodillas y las palmas de las manos. A parte de por la nieve, mi piel estaba extraña. ¿Era azul? No del todo, pero era como si las venas bajo mi piel estuviesen destiñendo, dándole a mi piel un tono violáceo.
Estaba estupenda.
Me levanté y perdí un poco el equilibrio. Estaba cansada, pero aún podía andar un poquito más. Seguí caminando. Bueno, a duras penas. No sentía los dedos de los pies y tenía toda la piel agradablemente insensible. Volví a tropezar, esta vez sobre una estatua helada. Me deslicé sobre el mármol, sintiendo cómo los bordes rozaban mi piel. Debería haberme dolido, pero según estaba ahí sentada, me di cuenta de que no sentía nada.
De algún modo, me encontré tumbada de espaldas, mirando hacia la estatua alada. Me miró desde arriba, con el brazo extendido y la palma abierta. Intenté mover el brazo, pero no se levantó. Miré hacia la estatua, respirando profundamente pero sin llegar a llenar mis pulmones. El cielo se llenó de pequeños copos que iban cayendo hacia mí. Los párpados me pesaban demasiado, y la nieve me hizo bajar las pestañas. Creí escuchar un grito desolado en una hermosa lengua, pero luego no hubo nada más.