Las carnes rojas y la política no se llevaban bien.
—Marcus, las cosas han cambiado, pero en algunos aspectos, no lo han hecho —Lucian hizo girar una copa de vino entre sus dedos elegantes—. La postura del Patriarca Telly acerca de la separación en lugar de integración está ganando adeptos.
—Únicamente porque él cree que los dioses están entre nosotros —Marcus se inclinó hacia delante, bajando la voz—. Telly es un fanático, siempre lo ha sido.
Lucian dio un sorbo al vino.
—Estoy de acuerdo contigo pero por desgracia, la mayoría no.
—Me gustaría pensar que la mayoría ve que su pensamiento está errado —Laadan estaba sentada a mi lado. Llevaba el pelo recogido en un elaborado moño—. Estamos al borde de un cambio. La Orden de Razas también tiene que cambiar.
Clavé el cuchillo en mi filete, viendo cómo salían los jugos de él. Era una mierda estar aquí sentada y no poder decir nada. Me imaginé qué diría Seth si estuviese aquí, pero estaba desaparecido en combate.
Le echaba de menos o algo así.
Pusieron un plato de tiramisú frente a mí. Una vez dejada de lado la política, miré al puro de ojos grises que estaba sentado a mi lado. El que hizo la distribución de asientos merecía morir.
—Gracias —murmuré.
Aiden asintió y volvió a la conversación. Metí la cuchara en el bol e intenté no hacer mucho caso de su gesto.
—Nadia y yo haremos todo lo posible para asegurar que la Orden de Razas se cambie —dijo Lucian—, pero me temo que hay muchos que están en contra y no se detendrán hasta ver que todo sigue igual.
Me atraganté con el postre, y todo el mundo paró para mirarme.
—Lo siento —dije a media voz agitando una mano delante de la cara.
Lucian puso cara de extrañado.
—¿Estás bien, cariño?
—Tú… ¿quieres que cambie la Orden de Razas?
—Por supuesto —respondió—, ya es hora de que los mestizos tengan representación en el Consejo. Hace solo unas horas le dije a Seth que, con vosotros dos, estamos más cerca que nunca de ese cambio. No seremos nosotros, los pura sangre, quienes consigamos esas maravillas. Seréis Seth y tú.
Levanté las cejas.
Lucian me dio unos toquecitos en la mano.
—Algunos pura sangre como Telly creen que los dioses favorecerán la vuelta a los viejos tiempos.
Miré la mano pálida de Lucian, incapaz de evitar las sospechas que siempre me producía todo lo que tuviese que ver con él. Me volvió a tocar la mano y sonrió.
—Cariño, ¿has pensado qué vas a ponerte para el baile de la semana que viene?
—¿Qué? —No tenía di idea de qué estaba hablando.
—El Baile Anual de Otoño… Estás invitada, lo cual es un gran honor para Seth y para ti. Seréis los dos primeros mestizos que asistan. Tendrás que ponerte algo bonito —miró hacia el otro lado de la mesa—. Laadan, ¿podrás ayudarla?
Asintió con la cabeza.
—Por supuesto.
¿Baile? ¿Qué baile? Miré a mi alrededor, confusa. Aiden parecía ligeramente contento ante la idea de que yo asistiese a su baile. Arrugué la cara.
—Entonces está todo arreglado —Lucian se giró hacia Marcus, olvidándose de mí—. ¿Has recibido respuesta del Decano de Dakota del Sur?
Marcus negó con la cabeza.
—Convirtieron a un estudiante, un mestizo. Al puro no lo mataron.
¿Cómo demonios eran capaces de pasar de la política a una baile y luego a los ataques daimon? Aquí fue cuando me di cuenta de que tenía el mismo nivel de atención que una hormiga puesta de Red Bull.
Aiden se inclinó hacia delante.
—¿Así que todos los Covenants han sufrido un ataque, pero el Consejo sigue pensando que no están relacionados?
Cogí la cuchara, fingiendo no prestar atención.
Lucian se recostó en la silla, estudiando a Aiden.
—No somos tan tontos como para pensar que los daimons no tienen algo pensado, ¿pero qué? No pensarán que pueden hacerse con los Covenants…
Aiden agarró con fuerza el pie de su copa.
—¿Acaso no lo han intentado ya, Patriarca? Lo único que he oído discutir en el Consejo es qué bebidas servir en el baile, si se debería abrir otro Covenant en el Medio Oeste y otros temas sin importancia.
Lucian le miró por encima del borde de su copa.
—Para ser alguien que no tiene interés por su asiento en el Consejo, tienes muchas cosas que decir sobre las sesiones.
Dos brillantes manchas comenzaron a aparecer en las mejillas de Aiden. Sentí la necesidad de defenderle.
—Tiene cierta razón, ¿sabes? —Cuatro pares de ojos se fijaron en mí. Mierda—. Mira qué pasó en casa. Lograron pasar a nuestros Guardias y… y mataron a gente. Están planeando algo grande. ¿No debería estar más preocupado el Consejo de esto en vez de en un estúpido baile?
Marcus me miró.
—Si ya has acabado la cena, puedes marcharte.
Solté la cuchara de golpe.
—Si no queréis mi opinión, quizá no deberíais hablar de estas cosas en mi presencia.
—Me lo apunto —Marcus vio mi mirada furiosa—. Buenas noches Alexandria.
Avergonzada por la forma en que me habían echado de ahí, me levanté. Ninguno de los puros que estaban sentados en el lujoso comedor miró hacia arriba al pasar por su lado, igual que tampoco lo hicieron los sirvientes que quitaban las bandejas y rellenaban las copas. Recorrí con la vista toda la sala, pero el único sirviente que me interesaba no estaba ocupado con las mesas.
No podía hacer nada más que volver a mi habitación, y prefería meter la cabeza en un horno que volver ahí. Vagué por la sala sin rumbo, pasando tan desapercibida como todos los mestizos de este infierno.
Eché de menos Carolina del Norte aún más, y a Caleb. Dioses, ojalá pudiese meterme en Internet y hablar con él como habíamos pensado. Me sequé las lágrimas y entré en una enorme sala que olía a cerrado, una biblioteca.
Era raro verme en una biblioteca, porque la verdad es que leer no me gustaba demasiado. Unas cuantas sillas solitarias se situaban junto a unas lámparas antiguas que parecían estar llenas de polvo. Fui recorriendo las estanterías, pasando los dedos sobre los lomos de los libros. Igual encontraba alguna de esas novelas históricas obscenas, como las que leía mamá.
Seguramente no.
La sala parecía llevar intacta muchos años. No era capaz ni de descifrar muchos de los títulos. Pero seguí adelante, intentado evitar el dolor que me producía pensar en Caleb. Intenté pronunciar los títulos, pero me rendí al quinto. Suspiré, me recogí el pelo y me agaché.
—Impronunciable. Impronunciable. Impronunciable —ladeé la cabeza—. Totalmente impronunciable. Esta no puede ser una palabra de verdad. Oh, venga…
Mis dedos se pararon sobre un gran libro negro con caracteres bonitos. No sabía qué querían decir esas palabras, pero reconocí el símbolo del lomo, una antorcha boca abajo, empecé a sacar el libro.
Un pequeño escalofrío me recorrió el cuerpo. Levanté la cabeza y miré por toda la biblioteca. Sin duda estaba siendo observada.
—Alexandria, ¿estás por aquí?
Solté el libro y me puse de pie.
—¿Laadan?
Salió de entre unas estanterías. Bajo la tenue luz y con ese vestido blanco parecía etérea. Una sonrisa apareció en sus labios.
—No interrumpo nada, ¿verdad?
—No. Solo estaba buscando algo que leer, pero todo está en griego antiguo.
Miró hacia los libros con sus ojos grises.
—No sé por qué Telly guarda en la biblioteca tantos libros que la mayoría de nosotros no sabemos leer.
Me acerqué un poco, pero mantuve cierta distancia entre las dos.
—Pensaba que todos los puros sabíais leer el idioma antiguo.
Laadan rio suavemente.
—Nos lo enseñan a todos en el colegio, pero yo lo olvidé enseguida. La mayoría de nosotros no sabemos.
Excepto Aiden, pensé. Pensar en él me recordó la primera vez que vi a Laadan, de pie al lado de Leon e intentando convencer a Marcus para que me dejase quedarme.
—Nunca pude darte las gracias.
—¿Por qué?
—Convenciste a Marcus de que me diese otra oportunidad. Si no hubieses estado ahí, no creo que me hubiese dejado volver al Covenant —me mordí el labio y di otro paso hacia la última estantería—. ¿Por qué me defendiste? ¿Sabías… qué era?
Se pasó las manos por el vestido y miró hacia la puerta.
—¿Que si sabía que te convertirías en el Apollyon? No, pero de algún modo te conocía.
Realmente curiosa, salí de entre las estanterías.
—Cuando tenía tu edad estuve en el Covenant de Carolina del Norte. Tu madre y yo éramos muy amigas. Aún hoy sigo deseando que no nos hubiésemos separado, haberme quedado en Carolina del Norte. Quizá las cosas habrían sido distintas.
La sorpresa me dejó sin palabras. Laadan volvió a sonreír. De repente, las miradas nostálgicas que a veces me lanzaba cobraron sentido.
Asintió.
—Te pareces mucho a Rachelle cuando tenía tu edad. Eres un poco más salvaje, pero eso es por parte de tu padre.
Me tensé.
—¿Conociste… conociste a mi padre?
—Sí —se acercó un poco más, bajando la voz—. Era mejor partido para Rachelle que Lucian, pero tu madre no tenía elección. Mucha gente te dirá que ella conoció a tu padre después de casarse con Lucian, pero no es cierto. Primero conoció a tu padre, amó a tu padre mucho antes de que Lucian entrase en escena.
—Pero… no lo entiendo. Se casó con Lucian de joven y eso fue al menos cinco años antes de que yo naciese.
En sus ojos se veía cierto aire de distancia al recordar un pasado del que yo no sabía nada.
—Entonces puedes imaginarte el escándalo que supuso tu nacimiento. Pero no dejes que eso empañe lo que tenían tus padres. Su amor era como el de esos libros tontos que tu madre solía leer. Alexander y ella empezaron como amigos, nosotros tres, de hecho, pero con los años su amistad fue creciendo hasta algo mucho mayor —escuchar el nombre de mi padre era raro y extrañamente maravilloso, como si fuese alguien real que existió algún día—. Rachelle intentó hacer lo correcto. Después de casarse con Lucian se mantuvo alejada de tu padre todo lo que pudo, esa boda era lo que se esperaba de ella. Estaba dispuesta a seguir las reglas de nuestra sociedad, pero un amor como el suyo no puede negarse durante mucho tiempo, por mal que esté —hizo una pausa—, Alexandria, ¿estás bien?
—Sí —moví la cabeza—. Lo siento. Es solo que mamá nunca me habló de él. Jamás. No tenía ni idea de que fuera como un amor de leyenda.
Juntó los labios y se dio la vuelta. Se dirigió hacia una de las lámparas con vidrios verdes y dorados y negó con la cabeza.
—Creo que era demasiado duro para tu madre hablar de él después de todo.
La seguí.
—¿Cómo era mi padre?
—¿Alexander? —Laadan miró hacia atrás con una sonrisa triste—. Un hombre bueno, leal hasta la muerte, muy guapo, y Rachelle era todo su mundo —se giró y puso sus esbeltos brazos sobre su cintura—. Te pareces mucho a ella, pero tienes la personalidad de él. Cuando Marcus leyó tu informe en su oficina aquel día, no podía dejar de pensar en Alexander. Tenía mucho genio, era un tanto inconsciente y salvaje.
Por cómo hablaba de Alexander, como si aún estuviese aquí, me hizo pensar si sintió algo por él.
—Me pregunto qué pensaría de mí —me reí—. Ha sonado muy estúpido.
—No, para nada. Estaría orgulloso de ti, Alexandria. Espero que lo sepas.
—Bueno, soy un Apollyon.
Acercó su mano y me tocó el brazo.
—No por lo que te convertirás, sino por quién eres.
Los ojos comenzaron a picarme por las lágrimas, lo que me hacía parecer muy débil. Intenté distraerme jugueteando con la cadena de la lámpara.
—No lo sé. Tendría que haber hecho algo cuando mamá se fue del Covenant. Y no debería haber ido tras ella cuando se convirtió o al menos debería haber vuelto al Covenant cuando Caleb apareció, pero no lo hice. ¿En qué estaba pensando?
—Hiciste lo que creíste correcto —se puso a mi lado, apoyándose en la vieja mesa sobre la que estaba la lámpara—. Rachelle seguramente te habría dado un guantazo por hacer algo tan peligroso, pero te aseguraste de que encontrase la paz.
—¿Eso crees?
—Sí.
Me quité un poco de peso de encima, pero mi respiración aún iba a mil.
—La he cagado, mucho, muchas veces —apreté la cadena entre los dedos—. No creo que estuviese tan orgullosa.
Laadan puso una mano sobre la mía.
—Estaría orgullosa. Seguiste a tu corazón y sí, a veces las decisiones que has tomado no eran las correctas, pero ya lo sabes. Has aprendido de ellas. ¿Y atreverte a decirle a Telly qué le pasó a tu amigo? Fue valiente y maduro.
La admiraba, a una pura sangre. Todo esto me parecía muy extraño. Necesité unos segundos para asimilar mis propios sentimientos cruzados y todas las emociones que me había supuesto lo que acababa de decir sobre mis padres.
—¿Cómo se conocieron, mis padres? No hay muchos mortales alrededor de los Covenants. ¿Trabajaba en Bald Head?
La sonrisa de Laadan se desvaneció un poco, parecía casi nerviosa. Se apartó de la mesa y se acarició los brazos.
—Le conoció en Carolina del Norte.
Había más en esa historia, y eso me llenaba de curiosidad. Así que mamá había amado a un mortal durante mucho tiempo. No eran los primeros ni los últimos, supongo.
—¿Qué hacía el ahí? ¿Cómo murió?
Un fuerte golpe nos sobresaltó. Me giré, esperando ver en el suelo una pila enorme de libros.
Laadan rio nerviosa.
—Olvidé que hay cosas por aquí que se mueven solas.
La miré, desconcertada.
—¿Qué quieres decir? ¿Espíritus?
Pestañeó y volvió a reír.
—Sí, espíritus. Soy un tanto supersticiosa. Esta biblioteca tampoco ayuda mucho, da un poco de miedito. Creo que se ha caído una de las estanterías —Laadan se puso a mi lado, echando un vistazo rápido a todas las estanterías, un poco ansiosa—. Ocurre de vez en cuando. Pero bueno, si te pareces a Rachelle, seguro que te encantan el helado y las tartas.
Me giré hacia ella.
—Tarta de vainilla…
—Y calabaza —acabó mi frase sonriendo—. Sé dónde podemos conseguirla. ¿Te apetece?
Se me hizo la boca agua.
—Siempre me apetece cualquier cosa relacionada con comida.
—Bien —me cogió del brazo—. Vamos a atiborrarnos de comida hasta que nos salga por las orejas.
En la puerta, sentí un escalofrío y miré hacia atrás. La sensación de que unos ojos me miraban seguía ahí, pero no había nadie, al menos nadie que pudiese ver.
¿Mi padre estaría orgulloso de mí, incluso después de todas las estupideces que he hecho y que probablemente seguiría haciendo? Me parecía difícil de creer, pero Laadan le había conocido y no tenía ninguna razón para mentirme.
—Álex, ¿me estás haciendo caso?
—¿Eh? —Parpadeé, apartando la vista de mi roca. Estábamos en una zona boscosa lejos del laberinto, y llevábamos ya unas cuantas horas de entrenamiento vespertino—. Sí, te he oído. Esquivar. Correr. Cosas de esas.
Seth cruzó los brazos.
—¿Qué pasa? —Me levanté y me rasqué la cabeza.
—Creo que te has quedado dormida. Y eso heriría mis sentimientos, si los tuviese.
—Perdón. Es que me aburres.
—Bien, vale. Entonces vamos a trabajar —Seth levantó una mano como si fuese a lanzar una pelota de baseball. En su palma se formó una bola de llamas azules. Soltó la diminuta bola directa a mi cabeza.
La esquivé fácilmente.
—Me aburro.
Seth soltó otra, pero esta vez la lanzó a mis pies. Salté sobre la roca y bostecé sin disimulo. Según se acercaba lentamente hacia mí, una sonrisa traviesa se le iba formando en la cara. En cuanto se puso a mi alcance, le di una patada en el hombro. Contraatacó lanzando dos bolas de fuego, una hacia mi cabeza y otra hacia mis piernas. Tuve que hacer ciertos malabarismos para esquivarlas, pero lo hice y conseguí seguir en pie sobre la roca.
Le saqué la lengua.
—Puedes hacerlo mejor.
Con sus manos me lanzó una ráfaga de viento que me dio de lleno en el pecho. No podía hacer nada para bloquear algo así.
—Recuerda: agacharte y rodar —gritó Seth riendo.
Si no hubiese estado volando por los aires, le habría dado una buena. Sin embargo, no me acordé de agacharme y rodar. Caí con los hombros sobre la hierba fresca. No di ni tiempo a que mi cuerpo notase el impacto. Me puse en pie rápidamente, sospechando que Seth ya estaría haciendo su próximo movimiento.
Tenía razón.
Una bola de fuego me rozó la cabeza justo al moverme a un lado. Siguió así hasta que me dio con el elemento aire, me tiró al suelo y no me dejó levantarme. Atrapada contra el suelo, lo miré.
—Levántate —me ordenó mientras me sujetaba.
—No puedo levantarme. Ya lo sabes.
Seth inclinó la cabeza hacia un lado y suspiró.
—Es lo de siempre, Álex. Eres estupenda en todo lo referente a la lucha, no tan buena como yo, pero ¿a quién pretendo engañar? Nadie es mejor que yo.
Puse los ojos en blanco.
—Te encanta escucharte a ti mismo, ¿verdad?
—¿Por qué lo dices? Y sí, me gusta.
—Por eso no tienes amigos.
—Y la última vez que lo comprobé, yo era tu único amigo.
Cerré la boca. Minipunto para Seth.
—Pero ese no es el tema. Estábamos hablando de que no puedes contra el elemento aire, y es el más común, el que todos los daimons y puros saben manejar. Es un problema.
—Uff, ¿eso crees?
Aumentó la presión del viento hasta que sentí como si alguien estuviese sentado sobre mi pecho. Me retorcí un poco, pero nada más.
—¿Qué te he dicho sobre los elementos, Álex?
—Algo sobre… que la magia… son todo imaginaciones —dije entrecortadamente.
—No. Los elementos son muy reales, obviamente. Tendrás que superarlo, Álex. Imponte.
Seguía sin saber qué quería decir con eso de «imponte», pero no dejaba de decírmelo cada vez que pasaba esto.
—Si no puedes imponerte, volverás a ser comida de daimon, Álex. Van a oler todo ese éter que tienes dentro de ti y se van a volver locos. ¿Estás segura de que quieres ser un Centinela?
Ahora ya me estaba cabreando.
—Cállate, Seth.
Se puso encima mío, con un pie a cada lado de mi cuerpo. Se agachó y acercó su cara a la mía.
—Recuerda, para ellos no eres un plato de comida rápida; eres el mejor bistec de todo el país.
—Lo dices… como si fuese algo bueno.
Seth sonrió, parecía que rememoraba algo gracioso.
—Concéntrate. Tienes que concentrarte en seguir adelante. Imagínate levantándote, Álex.
Le miré.
Suspiró y puso los ojos en blanco.
—Cierra los ojos e imagínate levantándote.
Suspiré entre jadeos e hice lo que me pidió. Cerré los ojos y me imaginé que me levantaba.
—Vale.
—Concéntrate en esa imagen. Mantenla en tu mente. Concéntrate.
Hice lo que me pidió, pero lo único que conseguí fue doblar una pierna. Y eso me dejó rendida.
—Es ridículo. Un daimon ya me habría matado.
—Un daimon ya te habría mordido por todo —mantuvo su mirada fija en la mía—. Pero eso tú ya lo sabes, ¿verdad?
Solté un bufido de rabia. Mi piel prácticamente ardía al recordarlo, y Seth lo sabía.
—¿Cuántas veces te marcaron, Álex? —Seth bajó la mano y me apartó el pelo del cuello—. Puedo contar hasta tres en este lado del cuello.
—Para —dije entre dientes.
Sus dedos se movieron sobre las cicatrices del otro lado.
—Y veo tres más, Álex —luego pasó los dedos por el cuello de mi camiseta, buscando más marcas—. ¿Cuántas hay por aquí? ¿Dos o tres… o incluso más? ¿Quieres más? ¿No? Entonces levántate.
Lo intenté porque tenía unas ganas locas de pegarle bien fuerte. Tensé todos los músculos de mi cuerpo, pero no pude soltarme de él.
—Déjalo ya.
La frustración ardía en sus ojos.
—¿Cuántas hay en tus brazos?
—¡Déjalo! —Algo cambió en mí, como un sentido de profunda cautela. De repente, todo a mi alrededor parecía haberse agudizado, era más intenso. El cielo nublado parecía más revuelto, el graznido de los cuervos parecía estar más cerca y el tono dorado de la piel de Seth tenía un brillo nacarado.
—¡Entonces levántate! ¡Suéltate, Álex!
Y entonces pasaron unas cuantas cosas.
Sentí crecer la rabia en mi interior, una bola de energía que comenzaba a desplegarse. Era tan fuerte, tan vibrante, que imaginé que sería como el cordón que se enrolló entre Seth y yo la primera vez que nos tocamos.
Seth se acercó esta vez a mi brazo. Demasiado cerca, estaba demasiado cerca. La bola en mi interior creció, se me paró el corazón y algo, la roca en la que había estado de pie, salió volando.
El enorme bloque confundió a Seth lo suficiente como para que parase el fuerte viento que había creado. Todos los músculos de mi cuerpo habían estado luchando para levantarme, así que cuando me soltó, salí disparada tan fuerte que fui directa hacia él. El impacto de mi cuerpo tiró a Seth de espaldas contra el suelo. Inmediatamente me agarró con sus brazos.
Nos quedamos así abrazados durante un segundo, ambos intentando respirar. Yo no era capaz de procesar, ni siquiera de empezar a entender qué había pasado.
—¿Álex…?
Me aparté un poco y bajé la mirada hacia él. Las marcas del Apollyon se movían como locas por toda su cara. Nunca las había visto moverse tan rápido.
—Emmm…
Los ojos de Seth prácticamente brillaban.
—Yo no he sido.
—Ni yo.
—Y una mierda —lo dijo totalmente impresionado.
Tragué.
—Bueno. Igual sí que fui yo.
—¿Qué sentiste cuando pasó?
—No lo sé, como algo enrollándose en mi estómago.
Abrió los labios lentamente.
—No puede ser verdad, pero lo es. Ya estás despertando. No puedo creerlo, aunque explicaría por qué has sido capaz de sentir mis emociones.
—¿Qué? —empecé a levantarme, pero me cogió de la cadera y me dejó donde estaba—. ¿Qué quieres decir con que estoy Despertando? ¿Voy antes de tiempo o algo así?
Seth intentó reír, pero soltó un sonido ahogado.
—No. No lo sé. Bueno, ¿quién sabe? ¿No? Los otros dos Apollyons nunca estuvieron juntos antes de que Solaris despertase. Él solamente pudo sentir a Solaris después de su Despertar. Igual… igual está pasando. ¿Te había ocurrido algo así antes?
—Oh, sí, en mis ratos libres suelo levantar rocas. Leches, no —empecé a moverme de nuevo—. Seth, puedes soltarme.
Sonrió de esa forma en la que se le suavizan los rasgos.
—No creo que esté listo para hacerlo. Y quítate esa cara de susto. No es nada malo, Álex. No, para nada. Es bueno. Podemos empezar a trabajar en tus poderes y…
Dejé de escucharle. La cara de susto no tenía nada que ver con lo de levantar rocas. Hace tiempo que asumí que en algún momento iba a convertirme en un arma de destrucción masiva. Esa cara venía a que nuestros cuerpos se estaban rozando por todos los sitios estratégicos por los que les gusta rozarse.
—Álex, ¿me estás escuchando?
—Sí —miré las runas que recorrían su cuello. Cuando llegaban al centro, vibraban al ritmo de su pulso. Me moví. Un dolor agudo me recorrió todo el cuerpo. Quería tocarlas, necesitaba tocarlas. Estaba segura de que algo ocurriría si lo hacía.
—No me estás prestando nada de atención —Seth suspiró. Ese movimiento nos acercó más—. Sabes —dijo Seth—, esto abre tantas posibilidades. Nosotros…
Levanté la mano y toqué la runa de su cuello, donde le latía el pulso, con la punta del dedo. Salió una llama de luz azul crepitante. Sus ojos se abrieron por completo, enormes y ciegos. Los glifos de su cara cambiaban de forma y color, poniéndose de una tonalidad azul como la de cielo antes del atardecer.
El aire chispeaba y silbaba según la luz azul se iba extendiendo por el suelo, y de esa luz azul, salía otra que brillaba mucho más, más intensa.
Un cordón ámbar comenzó a surgir del glifo de su cuello, enrollándose rápidamente por mi dedo, mi mano, mi muñeca… tratando de conectarnos otra vez.