—¿Te encuentras mal?
—¿Eh? —Levanté la vista de mi plato intacto.
Marcus me miraba extrañado.
—No has comido nada de desayuno.
Miré a Aiden. Él también me estaba mirando. Y Seth. Laadan también me miraba, pero con ese aire nostálgico en ella, como si en realidad no me estuviese viendo.
El desayuno estaba siendo muy incómodo.
Volví a mirar a Aiden y no pude evitar que me viniese a la mente la imagen del Guardia apuñalando a Aiden por la espalda. Podía sentir su sangre resbalando por mi cara.
Aiden soltó el vaso de zumo de naranja.
—¿Álex?
—Sí… la verdad es que anoche no dormí mucho —pude sentir los ojos de Seth clavados en mí—. Por estar en un sitio nuevo y eso.
—¿No te gusta tu habitación? —preguntó Marcus.
—¿Has visto mi habitación? —pensé en meterme un montón de huevo a la boca, pero por cómo Aiden me miraba por encima del borde de su vaso, no parecía buena idea—. Si es que esa caja puede considerarse una habitación.
Marcus se apoyó en el respaldo y cruzó las piernas.
—No he visto tu habitación, pero estoy seguro de que no es tan…
—Marcus, ¿a qué hora son las sesiones hoy por la mañana? —preguntó Laadan.
Distraído, miró el reloj.
—Deberían empezar en breve.
Le lancé a Laadan una sonrisa de agradecimiento, y ella me guiñó un ojo mientras se bebía el vaso de champán. Beber champán a estas horas de la mañana me parecía algo sofisticado y guay, igual que el increíble vestido verde que llevaba, recatado y con unas pequeñas mangas redondeadas.
La silla de Seth chirrió sobre las baldosas de mármol.
—Álex, es hora de entrenar.
Aiden miró a Seth.
—No ha comido nada.
—Así por lo menos comerá en la comida —replicó Seth.
Las facciones de Aiden se endurecieron.
—Quizá podrías dejarle unos minutos para que se acabe el desayuno antes de empezar a entrenar.
—Ummmm… estoy teniendo una sensación de déjà vu, solo que en ese momento decías que me mantuviese alejado de tus entrenamientos, y yo te dije lo raro que…
—Qué gracioso —Aiden hizo una mueca—. A mí me pasa lo mismo; solo que yo te dije que deberías…
—Oh, por el amor de los dioses, estoy preparada para el entrenamiento —me levanté de la silla.
Aiden se giró, estrechando los ojos. Cogí mi vaso de zumo y di un trago, mientras Laadan lo miraba todo divertida.
—¿Contento?
—¿Suelen hacer esto a menudo? —preguntó, dando un sorbo a su copa.
Marcus se aclaró la garganta.
—¿Tengo que responder?
—¿Qué? —Seth frunció el ceño, endureciendo su belleza—. ¿Qué es lo que…?
—Decano Andros, le estaba buscando. Quiero comentarle algunas cosas, oh, ¿es esta la infame Alexandria?
Me tensé al reconocer la voz. El Patriarca Telly. Miré a Seth un instante, y luego me obligué a darme la vuelta. Verle después de ordenar la muerte de Héctor me ponía enferma. Sonreí, aunque seguramente pareció más una mueca que otra cosa, pero al menos lo intenté.
Telly me recorrió con una mirada de reproche.
—¿Así que es por esto por lo que hay tanto revuelo?
Iba por mal camino.
—Eso parece.
Sonrió levemente.
—Bueno, ha habido mucho alboroto acerca de tus logros y muchos rumores que dicen que ya has matado algún daimon. Tengo curiosidad por saber si es cierto. ¿A cuántos has matado?
Levemente sentí cómo Seth se movía. Era raro saber dónde se encontraba.
—A tres.
—Oh —Telly levantó las cejas—, impresionante. ¿Y a cuánta gente inocente has puesto en peligro? ¿O has hecho que maten?
La sangre me subió a la cabeza. Telly sonrió de verdad. Estaba disfrutando viéndome sufrir.
—¿Seth? ¿No tienes que ir a entrenar con Álex? —preguntó Aiden.
Seth siguió la corriente al repentino cambio de Aiden.
—Oh, sí. Perdónenos Patriarca, pero tenemos que…
Le mantuve la mirada a Telly.
—Una.
—¿Una qué, cariño?
Probablemente todos se quedaron sin respiración.
—He hecho que matasen a una persona inocente, y no sé a cuántas he puesto en peligro, quizá docenas.
Seth maldijo entre dientes.
Los ojos de Telly brillaron un segundo, sorprendido.
—¿Es eso cierto?
Increíblemente, fue Marcus el que vino en mi ayuda. Se puso delante de mí, bloqueando la mirada hostil del Patriarca.
—Patriarca Telly, hay algunas cosas que yo también querría discutir con usted. Si le parece, ¿sería este un buen momento?
Sin esperar una respuesta por parte de Telly, Seth me agarró del brazo y me alejó de la mesa. Esperó hasta estar al otro lado de las puertas.
—Dioses, es que nunca puedes mantener la boca cerrada.
—Bah —me solté y salí de allí.
La ropa de abrigo que llevaba no era suficiente contra el viento helado.
Seth ni se inmutó por el viento. Levantó una mano según íbamos por el laberinto y formó una pequeña bola azul de energía sobre la palma de su mano.
—No es alguien que quieras tener como enemigo.
La bolita subía y bajaba sin parar sobre su mano. Mi yo perruno no podía dejar de mirar.
—Para empezar, creo que no le gusto.
—Aún así, no tienes que empeorarlo.
Su tono me cabreó.
—¿Pues sabes qué? Deberías mantenerte alejado de mi habitación. Ya tienes la tuya.
Sonrió.
—Ya lo sé. La veo a menudo. Aunque prefiero tu cama, huele mejor.
Hice una mueca.
—¿Que huele mejor? ¿A qué huele tu cama? ¿A arrepentimiento y mal gusto?
Seth rio.
—Donde duermes huele a ti.
—Dioses, es lo más perturbador que he oído nunca. Y eso… es mucho, Seth.
—Hueles a rosas y verano —lanzó la bola un poco más alto—. Me gusta.
Reí.
—¿Huelo a verano? ¿En serio? ¿A verano?
—Sí, ya sabes. A calor. Hueles a calor.
Dos puros pasaron a nuestro lado, mirando la pequeña demostración de poder de Seth. Empecé a sonreír al ver sus caras de sorpresa, pero entonces recordé que se suponía que estaba enfadada.
—Me da igual que te guste cómo huelo, tío raro.
—Marcus no va a entrar —la bola creció hasta ocupar toda su mano—. Por eso cerré la puerta. No va a interrumpir nuestro festival de achuchones.
—Esa no es la razón, ¡y aparta eso!
Seth estuvo en silencio un minuto entero, un nuevo récord en él.
—No te preocupes; algún día tú también podrás hacer esto. Y me echarías de menos si no quisiese achucharte.
—Para nada.
Me miró de reojo, con unos ojos que decían que se acordaba de cómo yo le había abrazado la noche anterior. Gruñí y me dieron ganas de pegarle, pero apagó la bola de energía según salimos del laberinto y empezábamos a ver el coliseo. Un escalofrío que no tenía nada que ver con la temperatura me recorrió entera.
—¿Dónde vamos?
—Ahí no.
—Bueno, eso ya lo suponía —le seguí alrededor del edificio, sin querer mirarlo. Igual que los sirvientes con los que nos cruzábamos, que no nos miraban a nosotros.
Detrás del edificio del Consejo pude ver el Covenant. Una valla de hierro forjado rodeaba todo el campus. El nuestro parecía directamente salido de la Antigua Grecia, pero este parecía una fortaleza medieval, con torreones y torretas que aparecían en la niebla. Tras esa estructura, pude ver la parte superior de unos edificios grises que supuse que serían las residencias.
Me fijé en el diseño de la valla.
—¿Qué pasa con todo esto de la antorcha?
—¿Eh?
—Las antorchas están boca abajo —señalé una de la valla—, están por todas partes.
—Sí, ya me he dado cuenta. Son un símbolo de Thanatos.
—Uno de mis Instructores del Covenant la tiene tatuada en el brazo.
Apretó los labios.
—El Patriarca Telly también la tiene en el brazo.
—¿Cómo narices lo sabes? —atajamos a través del césped helado para llegar a uno de los pasillos cubiertos que conectaba los edificios más pequeños con el principal—. ¿También te has metido en su habitación a hacerle mimos?
—No estés celosa. Tú eres la única. Pero para que lo sepas, cuando llegué con Lucian, Telly estaba moviendo el brazo mientras le gritaba cosas a unos sirvientes. La manga de la toga se le echó hacia atrás y le vi el tatuaje.
—Me pregunto si pertenecerán a una sociedad secreta o algo así.
—Una sociedad secreta de capullos.
Reí.
—Algo así, seguro.
Nos cruzamos con dos mestizos que iban a clase y que se pararon de repente. Con los ojos bien abiertos, nos miraban sorprendidos. Uno le dio un codazo al otro.
—¡Es él! Y esa tiene que ser ella, el otro.
El otro chico abrió la boca de par en par.
—¡Así que es cierto! Hay dos Apollyons.
—Por los dioses —su compañero se llevó una mano al pecho—, mola un montón.
Seth les saludó.
—Mola muchísimo.
Puse los ojos en blanco y le hice seguir caminando. Todo este rollo de poder sentir a Seth empezaba a ser molesto.
—¿Dónde vamos?
—Como por las mañanas hace tanto frío, he pensado que podríamos hacer la primera tanda en un gimnasio y luego salir fuera.
Bajé los hombros.
—¿Tengo que entrenar contigo todo el día?
Seth se plantó frente a mí, con esa perpetua sonrisa de chulo en la cara.
—Tienes que pasar todo el día conmigo. Todos los días. Todo el tiempo que estemos aquí.
Le miré.
Dio una palmada y soltó un gritito al cogerme la mano.
—¡Ooooh, nos los vamos a pasar tan bien! ¿Verdad? Divertirnos, Álex, vamos a divertirnos.
No nos divertíamos.
Me di la vuelta, bloqueando primero la patada y luego el puñetazo. Estaba chorreando sudor y me dolían los músculos por la interminable sesión con Seth.
Y aún así, prefería estas sesiones matutinas que las de la tarde. Durante estos últimos tres días, había comenzado a odiar los entrenamientos al aire libre. El tiempo no mejoraba mucho por la tarde y el suelo helado era implacable, incluso con esa hierba mágica que crecía a través de él.
Seth me lanzó una botella de agua.
—Cinco minutos.
Me retiré a un lado y di un gran trago. Seth, que nunca parecía tener sed, decidió entretener al cada vez mayor grupo de curiosos. En los cambios de clase, los estudiantes mestizos habían empezado a juntarse a las puertas. Seth las dejaba abiertas porque le subían el ego. Los mestizos eran bastante majos, la verdad, y no me trataban como los de mi Covenant. De algún modo, y estoy segura que era por culpa de Seth, sabían que yo ya había matado algunos daimons, lo que aumentaba mi estatus. Tanto estudiantes como Instructores miraban cómo intentábamos arrancarnos las cabezas.
Y es que, más o menos, eso era lo que realmente queríamos hacer.
Parece que el único momento en que no peleábamos era cuando dormíamos. No se había vuelto a repetir la noche en que usé a Seth de almohada, y creo que eso le había picado.
Crucé la sala a grandes pasos, pillando justo lo último que Seth le estaba diciendo a una mestiza guapilla con un estupendo pelo pelirrojo y un pecho que me hacía sentir como si yo llevase sujetador deportivo.
—Quizá después del entrenamiento podría enseñarte mis pelotas de…
Le tiré a Seth la botella de agua directa a la cabeza. Se giró y la cogió justo antes de que le diese. Dando un pequeño gritito, la chica dio un paso atrás y me miró. Me dio la sensación de que si yo hubiese sido otra cualquiera, me habría tirado de los pelos.
—Eso no está nada bien —Seth tiró la botella al suelo.
—Ya han pasado los cinco minutos —sonreí mientras andaba de espaldas.
Cross, un mestizo que se había vuelto un habitual por aquí, le dio un golpecito con el codo a su amigo.
—Cien dólares a que al final de la semana acaban teniendo una lucha a muerte.
—¿Quién crees que ganará? —Will, otra cara familiar, sonrió.
—Yo apuesto que gana esa —Cross me señaló con la cabeza.
Eché la cabeza hacia atrás, sonriendo a Seth.
—Yo —dije en silencio.
Seth ponía cara de aburrido.
La Tetas dejó de tocarse el pelo cinco segundos.
—Oh no, yo diría que el Primero ganaría seguro.
Borré la sonrisa de mi cara y decidí ignorarlos. Me giré hacia Seth.
—¿Estás listo, cariñín?
Vino hasta mi, dándole la espalda a sus, nuestros, groupies.
—Siempre estoy listo para ti, gatita.
Logré que mi mano esquivase su bloqueo, dándole en el plexo solar. Se tambaleó hacia atrás y dio un gruñido.
—Has estado un poco lento ahí eh, Apollyon.
Para no defraudar a todos los fans que continuaban agolpándose a las puertas, empezó con los elementos. Capullo, pensé. La primera ráfaga de viento no me dio por un centímetro, pero la segunda se le fue tan lejos que tuve que parar para reírme. La tercera me dio de lleno en el pecho. Me di de golpe contra las colchonetas, pero me puse en pie antes de que me inmovilizase. Seguimos así hasta que hicimos una pausa para comer. A Seth le gustaba comer con los estudiantes. Tenía más oportunidades de hinchar el pecho.
Cross y Will nos invitaron a una fiesta que daban el sábado por la noche.
—Sería una pasada si pudieseis venir —dijo Cross—. Los puros estarán a lo suyo, así que no nos va a vigilar nadie.
Los puros estaban a lo suyo todas las noches. Incluso cinco pisos por encima, podía escuchar sus estridentes risas a altas horas de la madrugada. Pensarlo me mosqueó un poco. Me preguntaba si él sería uno de los puros de la fiesta.
Seth pensó que la fiesta era muy buena idea, y Tetas también. Yo no estaba tan segura, porque los calores pasivos que sentí de Seth ya fueron bastante malos a distancia, y no quería experimentarlos en la misma habitación. Al final de nuestro entrenamiento al aire libre, Seth me cogió de la mano antes de que me pudiese escapar de allí sin él.
—¿Qué? —Solo quería una larga ducha caliente.
Sin importarle el barro frío que tenía por toda la ropa, tiró de mí hacia él.
—Tienes que venir conmigo a la fiesta.
Arqueé una ceja.
—No he dicho que vaya a ir.
—No lo has dicho y has estado gruñona toda la tarde.
—Eso es porque me pego contigo todo el día y toda la noche.
—No me lo creo —Seth se puso detrás de mí, y entonces me acercó aún más hacia él. Intenté apartarme un poco poniéndole una mano sobre el hombro, pero sonrió, con una sonrisa diferente, la que solía reservar para chicas como Tetas y Elena. Se despertó en mí cierta cautela, que se elevó al máximo cuando me cogió de la barbilla con su mano libre.
Mi pulso se aceleró.
—¿Qué estás…?
Seth pasó su dedo pulgar por mi labio, lo que me provocó un montón de escalofríos. Me miró a los ojos, y sus ojos amarillentos brillaron.
—Tenías barro en el labio.
—Oh —me froté la boca con la mano mientras me deshacía de su abrazo—. Tengo…
Aiden estaba debajo de una estatua de Apolo, tan inmóvil y fiero como el propio dios. Me tuve que contener muchísimo para no darle un guantazo a Seth en toda la cara.
—Hombre, hola —Seth me rodeó—. ¿Qué, viéndonos entrenar? No temas; cuido bien de ella.
Lo decidí en ese mismo momento: lo primero que haría nada más despertar sería tirarle un rayo a Seth.
—Sí, seguro —dijo Aiden con voz fría.
Seth se puso al lado de Aiden y le cogió del hombro.
—¿Cómo van las sesiones del Consejo? ¿Cambiando el mundo?
La mirada de Aiden se dirigió a la mano de Seth y luego, lentamente, fue subiendo hasta su cara. Sea lo que fuere que Seth vio en sus ojos, debió de advertirle de que quitase la mano de ahí lo antes posible. Rio como si le pareciese divertido y me miró.
—Luego nos vemos, gatita.
Lo que salió de mi boca sorprendió a Aiden, pero solo hizo que Seth riese más fuerte según volvía hacia el campus.
—Hey —dije ruborizada, agradeciendo que el barro realmente me cubriese media cara.
Aiden se metió las manos en los bolsillos de sus pantalones blancos.
—Ya veo que los entrenamientos van según lo esperado.
—Le odio, en serio.
—«Odiar» es una palabra muy fuerte.
Levanté la barbilla.
—Lo entenderías si tuvieses que pasar cinco segundos con él.
Sus ojos grises se posaron en mi cara, y luego sobre mis labios, unos labios que él había visto cómo Seth me tocaba.
—Supongo.
—Bueno, ¿por qué has venido? —Sonó duro, pero estaba enfada por la frialdad en sus ojos. Aún me estaba recuperando de las heridas emocionales que Aiden había abierto en mí.
—No te he visto desde hace días, y quería ver qué tal iba todo.
Sentí algo de calor a pesar del viento helado y me odié por ello.
—¿Por qué?
Se encogió de hombros.
—¿No puedo?
En secreto, mi corazón estallaba de alegría ante la idea de que Aiden viniese a verme. Pero mi cerebro, por otro lado, me ordenaba que me fuese de allí. Me quedé.
—Supongo que sí.
—¿Te acompaño?
—Si se puede, quiero decir, ¿no le importará a nadie que un puro vaya con un mestizo? No veo a muchos haciéndolo por aquí —hice una pausa y arrugué la frente—. De hecho, no he visto a ningún puro hablando con un mestizo.
—El Patriarca Telly es un poco arcaico en el modo de llevar el Consejo y el Covenant de aquí. Quiere que las cosas sean como si no hubiesen pasado siglos de cambios, una separación completa de clases y razas.
Volvimos juntos hacia el edificio principal.
—Por eso no he visto a ningún mortal por aquí.
Aiden asintió.
—Creo que al Patriarca Telly le gustaría volver completamente a la antigüedad, a un tiempo en el que los nuestros basaban toda su vida en los dioses. Ni siquiera cree que debamos tener contacto con los mortales, ni mediante compulsiones.
—Bueno, ¿y cómo espera formar un ejército de mestizos para matar daimons? —Me miró directamente. Y lo entendí—. Cree que los mestizos no deberíamos existir, ¿verdad?
—Cree que los puros deberían poder contenerse de esas actividades carnales que acaban llevando a la creación de los mestizos, y que nosotros mismos deberíamos poder defendernos de los daimons.
Me aparté de la cara un mechón de pelo acartonado por el barro.
—¿Y entonces qué pasaría con los sirvientes? ¿Os encargaríais vosotros de hacerlo todo?
Miró hacia el cielo.
—Hay suficientes mestizos en el mundo como para encargarse de los puros durante varias generaciones. Después, no sé qué tiene pensado Telly.
—¿Entonces quiere esclavizar a todos los mestizos? Qué bien. Sabía que había alguna razón para que pensase que era un capullo integral. No juzgo tan mal a la gente como pensaba.
Aiden me miró con cara de curiosidad.
—¿Por qué pensabas que juzgabas mal a la gente?
Le miré directamente.
Apretó los labios y asintió, tenso.
—Lo pillo.
Continuamos en silencio unos minutos.
—Y… ¿te gusta este sitio?
Me humedecí los labios mientras pensaba en Héctor.
—Echo de menos… mi hogar.
Aiden volvió a mirar hacia el cielo cubierto.
—Yo también.
Me acerqué más a él según nos aproximábamos al edificio del Consejo. Me dije que era normal. Aiden era mi amigo, solo un amigo.
—Todo este sitio me incomoda. Ojalá pudiese tener ya mi audiencia y acabar de una vez por todas. Es estúpido que tenga que estar aquí todo este tiempo cuando mi audiencia no está programada hasta el final del todo. Por cierto, ¿qué tal van las sesiones?
—Largas. El Consejo se pasa la mayor parte del tiempo discutiendo más que otra cosa.
Eso no me sorprendió.
—¿Aún no han hablado de que se pueda convertir a los mestizos?
De repente se quedó en blanco.
—Ese tema es el que provoca la mayoría de las discusiones, pero bueno. ¿Qué tienes pensado hacer esta noche?
—¿Que qué tengo pensado? —Eché la cabeza hacia atrás y suspiré—. Darme una ducha.
Aiden rio, lo que hizo que sintiese por el estómago toda una serie de sensaciones cálidas y agradables. Me parecía que habían pasado años desde la última vez que le había oído reír.
—Ahora mismo estás hecha un asco.
Suspiré.
—Lo sé. Creo que tengo barro hasta en la boca.
—Bueno, pues tengo algo que te hará sentir mejor —se metió la mano en el bolsillo y sacó un tubo negro delgado de unos diez centímetros de largo.
—¿Qué es eso?
Aiden sonrió.
—Han estado trabajando nuevas armas desde que descubrieron que los mestizos podían ser convertidos. Esto es lo que han inventado.
—¿Un tubito negro? Guau.
Su sonrisa aumentó.
—Tú mira —sus dedos se movieron hasta el final del tubo, apretando un pequeño botón. De cada lado salió una hoja de titanio. Aiden agitó la muñeca y la hoja de la derecha se extendió y se curvó.
Mis ojos se abrieron de par en par.
—Guau. Me gusta.
Rio.
—Sé lo mucho que te gustan las cosas de clavar. Ten —me entregó el arma—, pero ve con cuidado. Está increíblemente afilada.
Cogí el arma, sujetándola con cuidado. Pesaba más de lo que me esperaba, pero aún así era muy manejable. Mis dedos se curvaron sobre el material frío del centro. Uno de los extremos era puntiagudo, mientras que el otro me recordaba a una hoz. ¿Por qué le habrían dado a la hoja esta forma?
Me sentí estúpida por no haberme dado cuenta enseguida. Avergonzada, señalé hacia el extremo en forma de hoz.
—Esto es para cortar cabezas, ¿no?
—Sí. No todos podemos usar akasha como Seth. Y ni siquiera él puede usarlo con todos los daimons, ya que consume mucha energía, así que solo puede cuando realmente lo necesita.
—Oh —la moví de lado a lado, sonriendo a pesar del acto macabro que eso representaba—. Me pregunto cómo será cuando despierte. Si le será posible usar akasha más fácilmente.
—No lo sé —Aiden miró hacia el arma con cautela—. Creo que es algo que tendrás que preguntarle a él.
Me acordé de lo que dijo Lucian a cerca de que Seth me lo quitaría todo cuando despertase.
—Seguramente me absorba entera —en el momento en que esas palabras salieron de mi boca, me quedé helada. Mamá lo dijo. ¿Era eso lo que iba a pasar?
Aiden notó que me pasaba algo.
—¿Estás bien?
Parpadeé.
—Sí, todo bien —pulsé el pequeño botón al final del tubo de metal. El lado de hoz se estiró y ambos extremos volvieron a meterse en el tubo. Se lo devolví a Aiden forzando una sonrisa—. Gracias por dejar que lo viera.
—De nada —seguimos andando en silencio un poco hasta que volvió a hablar—. ¿Estás segura de que no te pasa nada?
—Síp —dije, prometiéndome que tendría una conversación seria con Seth muy pronto.
Aiden se puso delante y abrió la puerta del edificio principal. Una vez dentro, fuimos por las áreas menos transitadas hasta llegar a las escaleras. Pasamos por delante de otro de esos malditos cuadros con la antorcha, pero este tenía algo escrito en griego antiguo.
—Hey, tú sabes griego antiguo, ¿no?
Aiden paró y se giró hacia mí.
—Sí.
Señalé con un dedo sucio el cuadro.
—¿Qué pone ahí?
Se acercó un poco.
—Pone «Orden de Thanatos».
—Eso me suena de algo —crucé los brazos—. ¿Por qué hay tanta cosa de Thanatos por aquí?
Se apartó unos rizos rebeldes de la frente.
—La verdad es que no sé qué gracia le ven, pero la Orden fue un grupo místico que existió hace siglos. Está en el libro de Mitos y Leyendas que te di.
—Sí, bueno, ahora sirve de tope en mi puerta.
Aiden sonrió, y me di cuenta de que no habíamos discutido aún ni nos habíamos dicho nada desagradable. Estábamos progresando.
—El grupo se disolvió hace siglos. No recuerdo mucho sobre ellos, pero eran bastante extremos respecto a la tradición y lo antiguo.
Pensé en los tatuajes que compartían el Instructor Romvi y Telly.
—¿Qué crees que significa que alguien lleve un tatuaje con el símbolo de Thanatos?
—Seguramente nada, muchos llevamos tatuajes con diferentes símbolos.
—Tú no —en cuanto dije eso, me arrepentí.
Sus ojos cambiaron de color, de gris a plateado, en un instante. Supuse que estaba recordando cómo podía yo saber que no tenía ningún tatuaje escondido.
—Lo siento —susurré.
—No pasa nada —Aiden dio un paso hacia atrás. Sus ojos cayeron hacia mis labios un segundo y luego levantó la mirada.
En esos tensos momentos, lo que había entre nosotros podría haber incendiado todo el edificio. Un profundo y poderoso sentimiento de añoranza creció en mi interior. Clavé mis dedos en mi propia carne, pero no sirvió para amortiguar el deseo que tenía de estar junto a él, de estar en sus brazos. Creo que vi lo mismo en su cara.
Cerré los ojos con fuerza, dejando que ese estúpido deseo causase estragos en mi corazón. Cuando los volví a abrir, Aiden se había marchado. Apreté los labios y me dirigí hacia las escaleras de servicio, estaba segura de que Aiden había ido por la principal, y estar a solas con él en una escalinata… bueno, mi mente ardiente se dedicó a imaginar posibles escenas que nunca pasarían. Al girar en el quinto descansillo casi me choco contra un sirviente que salía por la puerta de mi piso.
—¡Perdón! Tendría que haber…
Era el mestizo del primer día, el sirviente que tenía esos ojos tan familiares, me miraba fijamente, alerta. Solo pasó un segundo antes de que bajase la cabeza y saliese disparado por mi lado. Me giré, agarrándome al pasamanos.
—¡Hey!
Se paró.
Bajé un escalón.
—¿Te conozco de algo?
No contestó.
—Sé que puedes hablar, al menos tú sí —bajé un escalón más—, no pareces como los demás —se movió tan rápido hacia mí que me echó hacia atrás. Me miraba fijamente a la cara, pero seguía sin decir nada. Respiré profundamente—. No tienes los ojos vidriosos como… como la mayoría de los sirvientes.
Inclinó la cabeza hacia un lado y subió un escalón.
Levanté las manos, con el corazón a mil.
—No voy a decirle nada a nadie. Soy totalmente del Team Mestizo. ¿Hay otros como tú? ¿Otros que no estén completamente drogados?
Probablemente no era la mejor palabra que podría haber usado, pero asintió.
Medité acerca de ello, estudiando sus rasgos. Probablemente había sido guapo antes de que la vida de sirviente se cobrase su precio, pero no podía dejar de mirarle a los ojos. Eran de un cálido color marrón.
—¿Por qué no me dices nada? —Hice una mueca—. ¿Por qué no habláis?
Se agarró con fuerza a la barandilla hasta tener los nudillos blancos.
—Vale, no pasa nada —tragué saliva, nerviosa. ¿Estarían locos los sirvientes de aquí?—, me suenas de algo.
Parece que no debía haberle dicho eso, porque le hizo retroceder.
—Espera, espera un segundo —de nuevo, se paró y me miró. Sus labios formaban una fina línea—, ¿cómo te llamas?
La puerta se abrió y oí la voz de Marcus.
—Álex, ¿eres tú la de las escaleras?
Los ojos del sirviente se estrecharon y desapareció escaleras abajo. Gruñí frustrada y subí los últimos escalones.
—Sí, soy yo.
—¿Con quién hablabas?
Negué con la cabeza, pasando a su lado.
—Con nadie.