Capítulo 15

—Venga, vamos —dijo Seth metiéndome prisa y tirando de mi mano—. Nos lo vamos a perder.

Con cierto esfuerzo, volví a concentrarme en la espalda de Seth y seguí subiendo escaleras. La línea de los hombros de Seth parecía tensa. En el rellano del cuarto piso, paré un segundo para mirar hacia atrás.

El sirviente mestizo de abajo nos estaba mirando. Nuestros ojos se encontraron durante un segundo, el mestizo dio un paso atrás y cerró los puños. Luego se dio la vuelta y desapareció por las escaleras.

—Qué raro —murmuré.

—¿Eh?

¿No se había dado cuenta de lo despierto que estaba ese sirviente? Seth me miró con cara extrañada, así que supongo que no.

—Nada.

Seth abrió un poquito una puerta.

—¿Estás lista?

—Supongo —aún seguía pensando en ese sirviente.

—Tenemos que pegarnos a la pared, pero deberíamos poder verlo todo desde aquí —me ayudó a entrar.

Subí a lo que parecía ser un balcón que sobrevolaba el Consejo. Me eché hacia delante pero Seth me tiró hacia atrás.

—No —me dijo pegado a mi oreja—. Tenemos que estar pegados a la pared.

—Perdón —me moví para soltarme de él—. ¿Me puedo sentar?

Sonrió juguetón.

—Pues claro.

Me deslicé por la pared y estiré mis piernas doloridas. Seth hizo lo mismo, intentando estar lo más cerca posible de mí. Le di un pequeño codazo, pero él sonrió.

—¿Y ahora qué?

—¿No estás superinteresada en escuchar lo que dice el Consejo?

Miré hacia el Consejo debajo nuestro, jugueteando con el cordón de mi sudadera. «Interesada» no era la primera palabra que me venía a la mente; «aterrada» me parecía más adecuada. Estos puros podían ser la diferencia entre la fortuna o la ruina de un mestizo. Me incliné hacia delante, mirando hacia la multitud a través de los barrotes del balcón.

Un mar de rojos, azules, verdes y blancos se movían por toda la sala, sentándose con los que llevaban túnicas del mismo color. Miré hacia los blancos y vi una pelirroja que se movía entre la multitud de puros tan elegante como una bailarina.

—Dawn Samos —susurré. Le sentaban bien hasta esas sábanas blancas.

Seth se inclinó.

—¿La conoces?

—Es la hermana de Lea. ¿Crees que habrá venido con Dawn? —Hice una pausa, recordando cómo Lea había luchado a mi lado—. Me… me gustaría hablar con ella.

—No ha venido, pero se pasó por tu habitación después… del incidente.

—¿En serio? —Sorprendida, miré hacia los puros—. Me sorprende. ¿Estaba… estaba bien?

—Tenía un brazo roto y unas cuantas moraduras, pero se pondrá bien.

Asentí y miré cómo Dawn se sentaba y estiraba la túnica. No dejaba de mirar a su alrededor buscando a alguien. Antes de poder estudiar algo más a los puros de Consejo, me di cuenta de que los que no eran miembros del Consejo también estaban esperando. Por el final estaban Marcus y una hermosa mujer de pelo azabache que únicamente había visto una vez.

—Laadan, la mujer que está con Marcus es Laadan. Es la pura que más o menos dio la idea de darme la oportunidad de quedarme en el Covenant —me eché el pelo hacia atrás—. Me había olvidado que estaba aquí.

Seth me dio un golpecito en la pierna.

—He oído hablar de ella. No parece mala persona.

Una cabeza familiar se sentó junto a Laadan. Aiden se había puesto unos pantalones blancos y una camisa blanca arremangada hasta los codos, enseñando sus potentes antebrazos. Las puntas de su pelo se rizaban por el cuello, dándole un cierto aire salvaje. Se giró hacia Laadan y le dijo algo. Esta le tocó el brazo y Marcus movió la cabeza.

Algo me sorprendió, y es que Marcus iba vestido como siempre: pantalones oscuros y una chaqueta de traje, pareciendo más un corredor de bolsa que un semidiós. Laadan llevaba un vestido de terciopelo rojo. Miré hacia la gente del fondo y me di cuenta de que muchos iban vestidos del mismo color que los que llevaban túnicas.

—¿Por qué Aiden va de blanco?

—Le deben un asiento en el Consejo.

Miré a Seth.

—¿Qué significa eso?

Seth arqueó una ceja.

—Como el asiento de su padre aún está libre y así quedará, se le debe un asiento en el Consejo.

—¿Y? Él no lo quiere.

—Eso no importa. Aiden tiene que mostrar su respeto por los miembros actuales del Consejo. Por eso va de blanco. ¿El resto de los que van vestidos así? O son los siguientes en la línea de sucesión o entrarán en campaña para tomar asiento cuando alguno quede libre.

Me giré hacia Aiden. Estaba echado hacia atrás, con un brazo sobre el asiento vacío a su lado.

—Nunca me lo había dicho.

—¿No tendrías que haberlo sabido ya antes?

—La verdad es que no presto atención en las clases de Política.

Seth rio entre dientes.

—Probablemente tome el asiento algún día, cuando siente cabeza. Todos los puros lo hacen.

Me abracé.

—¿Qué quieres decir con «cuando siente cabeza»?

Seth miró hacia el infinito.

—Nada en especial.

Pero sí. Las palabras que no había dicho flotaban entre nosotros. La mayoría de los puros pensaba que cazar y matar daimons era algo que estaba por debajo de su clase social, pero las puras lo veían como algo peligroso y emocionante, sexy. En mi interior se hicieron varios nudos. La idea de que él estuviese con otra me daban ganas de darle una patada a algo, o a alguien.

Un silencio repentino cayó sobre toda la gente cuando entraron los Patriarcas de los cuatro Covenants. Reconocí a Lucian y a la Matriarca Nadia Callao, una mujer muy alta que solamente había visto unas pocas veces en Carolina. Se sentaron juntos, igual que los demás. Uno de ellos, un hombre con el pelo oscuro que comenzaba a pintar canas en las sienes, la cara redonda y profundos ojos azules, se puso en el centro de la tarima elevada. Llevaba una pesada túnica verde adornada con hilo de oro y sobre su cabeza una corona de laurel dorada.

—¿Quién es ese? —pregunté.

—El Patriarca Gavril Telly. Esta casa es suya. La mujer de verde es Diana Elders, la otra Matriarca de Nueva York, pero Telly es el jefe de los Patriarcas. Él está al mando.

Telly abrió la sesión con una plegaria en griego antiguo. El idioma era bonito, casi musical, pero duró tanto que me eché hacia atrás y bostecé.

Seth sonrió.

—No te quedes dormida encima de mí.

—No puedo prometértelo.

Pero no me quedé dormida. El Patriarca Telly en un momento dado comenzó a dirigirse al público hablando con un fuerte acento. No podía situar de dónde era, pero tenía en la voz el mismo tono que Seth, Solo que con mucha más autoridad.

—Tenemos varias cuestiones urgentes que tienen que hablarse durante esta Sesión del Consejo —la voz de Telly llenaba cada rincón de la sala—. La más importante es que estamos aquí para hablar de… la desagradable situación que surgió este pasado verano.

—Van a hablar de Kain, ¿verdad? —Me incorporé un poco, deseosa de ver lo que dirían los puros de esto.

Seth se encogió de hombros.

—Hay muchas cosas de las que pueden hablar.

Telly caminó a lo largo de todo el estrado, con su larga túnica ondeando tras él. Levantó un brazo, señalando hacia el tramo justo bajo nosotros. Intenté asomarme un poco, pero Seth me agarró de la sudadera y me sujetó. Dos Guardias se pusieron a la vista, escoltando a una mujer vestida únicamente con una túnica gris que le llegaba hasta las rodillas. Ni siquiera llevaba zapatos. La llevaron hasta el borde del estrado y le obligaron a ponerse de rodillas.

Una cierta desconfianza comenzó a aflorar en mi estómago. Por lo que podía ver, aquella mujer de piel oscura no era un daimon. Parecía una mestiza normal, quizá una Guardia o Centinela. Tenía las piernas bien fuertes, como si hubiese pasado años entrenando y luchando.

Levantó la cabeza desafiante, y entre los puros se desató un murmullo silencioso.

—Kelia Lothos —Telly levantó el labio superior—. Has sido acusada de romper la Orden de Razas por tener contactos inapropiados con un pura sangre.

Abrí los ojos de par en par. Caleb me había hablado de ella y su novio pura sangre, Héctor. Me giré hacia Seth.

—¿En serio? ¿Lo que más les apremia es que una mestiza tenga relaciones con un puro?

Me devolvió su mirada color ámbar.

—Eso parece.

Negué incrédula y volví a ver el drama que se estaba desarrollando en el piso de abajo.

—Malditos Hematoi.

—¿Cómo se declara? —preguntó Telly.

Kelia comenzó a ponerse de pie, pero los Guardias la obligaron a permanecer de rodillas.

—¿Acaso importa cómo me declare? Ya me habéis declarado culpable.

—Tienes derecho a defenderte —la Matriarca Diana Elders se levantó, acercándose al centro del estrado lentamente. Su expresión estaba marcada por una suave amabilidad—. Si sientes que no eres…

—¡No es culpa suya! —Salió una voz de entre el público y un puro vestido de verde se puso en pie. Era moreno como Jackson—. Ella no ha hecho nada malo. Si hay que culpar a alguien, es a mí.

—Ahora empieza todo —murmuró Seth.

Le ignoré, anonadada ante este pura sangre que salió en defensa de Kelia. Era mejor que ver un culebrón.

Telly se dirigió hacia la parte izquierda del estrado.

—Héctor, aquí nadie piensa que sea culpa tuya. Los mestizos pueden ser tan bellos como los puros… y manipuladores como un daimon.

Héctor, el amante pura sangre de Kelia, comenzó a bajar por el pasillo.

—Sí, es bella, ¿pero manipuladora? Nunca. La quiero, Patriarca Telly. Y eso no es culpa suya.

Telly se burló desde el borde del estrado.

—Un mestizo y un pura sangre no pueden enamorarse. La idea es absurda y asquerosa. Ha incumplido la ley. Debería haberlo pensado antes de actuar como una puta cualquiera.

—¡No hable así de ella! —La cara de Héctor se puso roja de ira.

—¿Cómo osas hablarme así? —Telly comenzó a subir—. Continúa con cuidado, o tu próxima acción podrá ser confundida con una traición.

Kelia se giró. En sus ojos podían verse la preocupación, el miedo y el amor. Verlos me partía el corazón.

—Héctor, por favor, déjalo. Vete.

Los ojos oscuros de Héctor miraron a Kelia, mostrando los mismos sentimientos que ella.

—No. No puedo dejar que ocurra. No has hecho nada malo. Yo nunca debería haber…

—Héctor, por favor, vete —le pidió Kelia—. No quiero que… me veas así.

—No voy a marcharme —dijo Héctor—. ¡No eres culpable de nada!

—¡Soy culpable de amarte! —Se soltó de los Guardias. Parecían estar demasiado aturdidos ante esa explícita demostración de amor como para hacer nada—. ¡No hagas esto! ¡Me prometiste que no lo harías!

¿Prometer qué? Lo que Héctor estaba haciendo era heroico, romántico, y bonito hasta el desmayo. ¿Cómo es que no quería que el hombre al que amaba se rebelase ante el Consejo por ella?

Héctor se lanzó escaleras abajo, y finalmente los Guardias le cerraron el paso. Se pusieron entre la mestiza y el puro.

Héctor paró, con los puños apretados.

—Baja del estrado.

—¿Va a permitir que esto continúe, Patriarca? —preguntó Lucian, que habló por primera vez desde que había comenzado la sesión.

Telly exhaló lentamente.

—Kelia Lothos, ¿cómo se declara?

Todos los puros miraban entre emocionados y horrorizados, ansiosos por ver qué respondería Kelia. Pero fue Héctor quien lo hizo.

—Se declara no culpable.

Una Matriarca más mayor se puso de pie. La túnica roja engullía su menudo cuerpo. Me recordaba a la Guardiana de la Cripta a la que vi con siete años.

—Ya basta. ¡Sentenciad a la mestiza a servidumbre y sacad a este puro de la sesión!

Un trueno que sonó dentro del edificio me hizo apartar de los barrotes y pegarme a Seth. Sobre nosotros, el aire comenzaba a ponerse más denso y oscuro. Por imposible que parezca, comenzaron a formarse unas nubes de aspecto peligroso, y provenían de Héctor. Estaba usando el elemento tierra, creando una tormenta en el interior.

Héctor miró hacia un sorprendido Telly.

—No dejaré que la apartéis de mí.

En el piso inferior se desató el caos. Héctor lanzó una descarga y una nube sobre nosotros brilló con un relámpago, cargando el aire de energía eléctrica. Los Patriarcas se pusieron en pie, asustados y enfadados.

—¡Por favor! ¡Podemos discutirlo como personas normales! —gritó Diana—. ¿No podemos…?

Otro trueno silenció sus palabras. Como era de esperar, los Guardias que sujetaban a Kelia no parecían querer atacar a un puro. Nos entrenaban desde pequeños a no hacerlo, ni siquiera en casos extremos como este. Se echaron atrás, temerosos, cuando Héctor cogió a Kelia y la apretó contra su pecho.

—¡La mestiza es culpable! —gritó Telly—. ¡Suelta a la mestiza y dásela a los Maestros! Acaba con…

Héctor puso a Kelia detrás de él y la nube crujió, lanzando relámpagos por toda la sala. Los puros se levantaron de sus bancos, empujándose los unos a los otros para escapar corriendo de esa locura. Preocupada por Aiden, lo busqué entre la multitud. Estaba en el centro, al lado de Laadan, con una expresión vacía, como si llevase una máscara de acero.

—Mataré a todo aquel que se atreva a llevársela —dijo Héctor con voz baja y firme.

—¿Te rebelarías contra los tuyos por una mestiza? —Telly estaba pálido de rabia.

Héctor no dudó.

—Sí. Lo haría por la mujer a la que amo.

Telly dio un paso atrás.

—Acabas de sellar tu destino.

No entendí esas palabras. Nunca castigaban a los puros por ir con mestizos. Solo se les castigaba por cosas como usar compulsiones o poderes elementales contra otro puro, pero…

La nube se oscurecía cada vez más, Seth me tiró del brazo, pero yo me sujeté a los barrotes del balcón.

—¡Guardias! —gritó Telly, y Guardias salidos de todos los rincones bajaron como una nube blanca. Todos ellos eran mestizos excepto uno.

El Guardia pura sangre tenía los ojos color barro mojado. Miró a Telly con sus dedos agarrando una daga del Covenant. Los demás Guardias habían llegado hasta los dos amantes, intentando soltar a Kelia de Héctor. Ella gritaba y trataba de pelear, soltándose solo para acabar en el suelo.

Por encima, la nube se oscurecía cada vez más. Un rayo salió de ella, impactando contra el suelo al lado de Telly.

—¡Reducidle! —dijo Telly.

—¡No! —gritó Kelia—. ¡Para, Héctor! ¡Por favor!

El puro llegó hasta Héctor antes de que este pudiese lanzar otro rayo. Un grito de terror creció en mi garganta, pero Seth lo amortiguó con su mano. El Guardia pura sangre, el único que podía abatir a otro puro, clavó la daga de titanio en la espalda de Héctor y la retorció. Un sonido como de succión atronó todo el edificio y la amenazante nube se dispersó.

Seth me apartó de los barrotes.

—No puedes gritar, ¿de acuerdo? Dudo que les parezca bien el que estemos aquí. Prométeme que no vas a gritar —me soltó en cuanto asentí con la cabeza—. Tenemos que salir de aquí.

Casi no escuché a Seth. Mi corazón latía de rabia y miedo, y le clavé los dedos en el brazo. Los gritos de Kelia llenaron el aire hasta que cesaron repentinamente. Todo me parecía imposible, horrible y cruel.

Seth me lanzó una mirada cansada.

—Supongo que fue buena idea que Aiden entrase en razón.

La sangre se me heló en las venas y el aire escapó de mis pulmones. Me giré hacia él.

—Sabías que iba a pasar esto. ¡Me has traído aquí a propósito!

Sus ojos rojizos brillaron.

—No sabía que iba a llegar tan lejos.

—No te creo —le empujé—. ¡Sabías qué iban a hacer!

Seth apartó la mirada y sus mejillas se sonrosaron.

—Solo sé cuál habría sido el futuro de Aiden si hubieseis continuado con esa locura.

Volví a empujarle, y esta vez, Seth me soltó.

Me pasé el primer día en Nueva York enclaustrada en mi deprimente habitación. No quería estar aquí, ni en ningún otro sitio. Tenía el estómago cerrado por nudos de rabia, estaba furiosa con Seth.

Pero también estaba furiosa conmigo misma.

Me tiré en el borde del duro colchón Solo sé cuál habría sido el futuro de Aiden si hubieseis continuado con esa locura.

Aunque odiase admitirlo, Seth tenía razón.

Aiden era el tipo de hombre que habría hecho exactamente lo mismo que Héctor. Si Aiden me hubiese amado y yo hubiese acabado como Kelia, él habría luchado contra una horda de Guardias y habría acabado con una daga clavada en la espalda.

Bajé la cabeza y respiré a duras penas. Mi corazón anhelaba a Aiden como si fuese el aire que respiro, pero al mismo tiempo entendía, y lo hacía de verdad, que, aunque Aiden también me amase, nunca podríamos estar juntos.

¿Qué fue lo que me dijo aquel día en el gimnasio? Que si me quisiese me quitaría todo lo que tengo. Lo que acababa de ver probaba que yo también le quitaría todo a él, hasta la vida.

Alguien llamó suavemente a mi puerta y me sacó de mis pensamientos. Anduve los apenas dos metros que había hasta la puerta y la abrí.

Ahí estaba Seth, con los brazos cruzados.

—Álex…

Cerré la puerta y eché el pestillo. Puede que Seth tuviese razón, pero aún así no quería verle. Si le viese regodeándose, no podría evitar el darle un puñetazo. Me senté en la cama y miré hacia la puerta.

Pasó a penas un minuto, y el pomo giró, primero a la izquierda y luego a la derecha. Entrecerré los ojos y me incliné hacia delante. Se oía el inconfundible sonido de una puerta abriéndose por dentro.

—¿Pero qué demonios? —Me puse en pie de un salto.

La puerta se abrió de par en par y Seth entró en la pequeña habitación.

—He roto la cerradura.

Abrí la boca.

—Arrogante hijo de…

—Shhhhh —cerró la puerta y observó la habitación con mala cara—. Sigo sin creerme que te hayan metido en este cuchitril. Tendré que comentárselo a Lucian.

—¿Y a Lucian qué le importa?

Caminó hasta mí, se agachó y apretó el colchón con la palma de la mano.

—Lucian se preocupa por ti más de lo que piensas —se estiró y sonrió—. Deberías venir a mi habitación. Te gustaría.

Puse los ojos en blanco.

—Ni en sueños.

Seth pareció un poco decepcionado, pero entonces miró hacia mi baño.

—Tengo un jacuzzi en mi baño.

—¿En serio?

—Síp.

Me tentó la idea de tomar un baño largo y caliente, pero negué con la cabeza.

—Seth, la verdad es que ahora mismo no quiero hablar contigo.

Se tiró sobre la cama y sonrió.

—Bueno, no tenemos por qué hablar.

Incliné la cabeza hacia un lado, gruñendo.

—¿Alguna vez te importa qué quiero hacer?

—Siempre me importa lo que quieres hacer —dijo serio—. Por cierto, me gustaba el pijama de la otra noche. Este pantalón largo y la camisa de franela no son muy seductores que digamos, me gustaban más esos otros pantaloncitos cortos.

Le miré con los ojos entrecerrados.

—La habitación está helada y no pienso —fui hacia la cama y cogí la manta— tocar esto. Seguro que tiene pulgas —me giré hacia él—. ¿Qué quieres, Seth?

Bajó la mirada.

—Siento que hoy hayas tenido que ver eso.

No era lo que me esperaba.

—Pero necesitabas verlo —continuó mientras levantaba la mirada hacia mí—. Sé que… le quieres. No lo niegues, Álex, lo sé. Y sé que diga lo que diga, Aiden se sigue preocupando por ti más de lo que debería.

Abrí la boca para negarlo, porque Aiden me había de dicho que no de muchas formas diferentes, pero paré. ¿Acaso importaba si Aiden se preocupaba por mí? Me senté al lado de Seth, mirando hacia la alfombra deshilachada.

—Creo que lo sabes, Álex —dijo suavemente—. Ya te lo he dicho alguna vez. En algún momento acabarían pillándoos. Nadie, ni siquiera yo, podría parar al Consejo. Sabes qué habría hecho Aiden.

—Lo sé. Exactamente lo mismo que Héctor, solo que no pensaba que le hiciesen eso a los suyos.

—Este sitio es otro mundo. He estado aquí unas cuantas veces. Son de la vieja escuela. No es difícil molestar al Patriarca Telly, y no es para nada entusiasta de los mestizos… ni del Apollyon.

Levanté la cabeza, mirándole.

—¿Qué quieres decir?

Seth juntó los labios.

—No es que me hayan dicho nada, es simplemente un presentimiento.

—¿Será él quien me interrogue durante la sesión?

—No lo sé —entonces Seth sonrió—. No tienes que preocuparte por él.

En realidad no le creí, pero estaba demasiado cansada como para seguir insistiendo.

—Odio este sitio.

Se inclinó y me apartó el pelo del cuello, dejando ver mis marcas.

—Solo llevas aquí un día, Álex.

—No me hace falta pasar más de uno para saberlo —giré la cabeza y me di cuenta de que nuestras caras estaban a unos pocos centímetros de distancia—. A ti… ¿te gusta este sitio?

Seth cerró los ojos, abanicando sus mejillas con las largas pestañas.

—No es el peor sitio del mundo —estuvo en silencio un rato y me miró a los ojos—. Te has dado cuenta de que Aiden es una causa perdida, ¿no?

Pestañeé y miré hacia otro lado. De repente me entraron ganas de llorar, porque era cierto.

—Supongo que eso te llena de satisfacción, ¿no?

—No soy una persona horrible, Álex.

La dureza de sus palabras me hizo volver a él.

—No he dicho que lo fueses.

Seth sonrió tenso.

—¿Entonces por qué piensas que me gustaría verte dolida? Y sé que lo estás.

Ahora me sentía culpable.

—Mira, lo siento. Es que estoy un poco fuera de mí.

Se relajó.

—Es la segunda vez que te disculpas. Guau.

—Y será la última.

—Puede —se echó hacia atrás, tumbándose de lado. Dio una palmada a su lado—. Esta cama es un asco. ¿Seguro que no quieres algo mejor?

Suspiré.

—Seth, no puedes quedarte.

Se encogió de hombros.

—No veo por qué no.

—Mi tío está justo al lado.

—¿Y? —Volvió a dar una palmada sobre la cama—. Ni siquiera está en su habitación. Está abajo, con el resto de los puros. Tienen una fiesta de inauguración.

—Da igual —me senté a su lado—. Esto de compartir cama tiene que acabarse.

Seth me miró con cara inocente.

—¿Por qué? Acaba con las pesadillas, ¿no?

Cualquier respuesta murió en mis labios. Maldito sea.

—No has tenido más desde hace un tiempo. ¿Qué te dije sobre necesitar…?

—Oh, cállate.

Seth rio y me habló de su primera vez en el Covenant de Nueva York. Yo le hablé de algunas de las ciudades en las que mamá y yo habíamos vivido. Un rato después, se le cerraron los ojos y se acabaron las historias. ¿Qué narices hacía ahora con él?

Me eché en un lado, con cuidado de no despertarlo. Me quedé mirando hacia la pared roñosa durante lo que me pareció una eternidad. Mi mente no paraba quieta, algo raro. Normalmente la presencia de Seth me sumía en el sueño.

Hoy la cosa era distinta. Echaba de menos a Caleb, odiaba este sitio y, ahora más que nunca, deseaba que todo pudiese ser distinto entre Aiden y yo. Esta noche me sentía más sola que nunca. Igual era que aquí todo parecía mucho más real, mucho más frío y fuerte. Ver cómo mataban a Héctor había destruido cualquier atisbo de esperanza que pudiese quedar en mí de que este precioso cuento de hadas con Aiden pudiese acabar bien.

A mi lado, la respiración de Seth se fue haciendo cada vez más pausada y rítmica. Me puse de espaldas y le miré.

Seth me miraba, no estaba dormido. Parecía curioso e incluso un poco confuso. En esta cama minúscula, al estar de espaldas le dejaba poco sitio. Aún así, se había puesto un brazo como almohada y tenía el otro pegado al cuerpo. Me mordí el labio y me incorporé. Eché la mano atrás y le ofrecí la almohada. La cogió, mirándome confuso. Nos miramos y entonces Seth pareció comprender algo. Esperaba que fuese a decir alguna guarrada.

Pero no dijo nada. En silencio, levantó la cabeza y se puso la almohada debajo. Luego se puso boca arriba y estiró el brazo derecho. Me pasé una mano por la cara y cerré los ojos con fuerza. ¿Qué estaba haciendo?

No lo sabía. Estaba cansada y odiaba este sitio. La habitación estaba helada, la manta asquerosa en el suelo, yo necesitaba a Aiden… y dejé de ponerme excusas. Me tumbé, apoyando la cabeza en el hueco entre su hombro y su pecho. Mi corazón latía de forma extraña.

Seth se quedó quieto durante un minuto, quizá dos. Luego bajó el brazo agarrándome por la cintura y me acercó más a él. Mi cuerpo se acomodó al suyo y puse una mano sobre su pecho. Bajo mi palma, su corazón latía tan fuerte como el mío.