El dolor no había desaparecido aún cuando abrí los ojos y vi que el sol seguía brillando. Y tampoco se pasó cuando el sol comenzó a descender y las estrellas tomaron sitio en el cielo.
Había estado en silencio y sin mostrar ninguna emoción hasta que llegué a mi habitación y vi los restos de nuestra fiesta de cine. Alguien había sacado a Olivia de la habitación, pero cuando vi el regaliz que le había tirado a Caleb a la cabeza unas horas antes, me desmoroné. Solamente recordaba a Seth cogiéndome del suelo y llevándome de nuevo a la cama.
En algún momento de la tarde, Seth se fue. Volvió antes de la hora de la cena e intentó hacer que comiese algo, pero yo había tocado el fondo oscuro que seguía los episodios como este. Quizá nunca había llegado a superar la muerte de mamá y la pérdida de Caleb lo había sacado todo a la superficie. La verdad es que no lo sabía, pero cuando pensaba en ella, pensaba en Caleb y nuestros barquitos.
No hacía más que dormir, y es que en el sueño profundo no podían alcanzarme ni las pesadillas ni la realidad. En los pocos momentos que estaba despierta y consciente de lo que estaba pasando a mi alrededor, echaba de menos a Caleb y a mi madre. Necesitaba uno de sus abrazos. Necesitaba que ella me dijese que todo iba a ir bien. Pero no iba a ocurrir nunca, y mi corazón no podía soportar la idea de estar de luto también por Caleb.
Seth se quedó a mi lado, convirtiéndose en esa feroz criatura protectora que no iba a dejar que Marcus ni cualquiera de los Guardias entrase en mi habitación. Me tenía al tanto de todo lo que pasaba fuera de mi habitación. Los mestizos estaban volviendo a ser examinados, pero creían que Sandra era la culpable del primer ataque. Era una Centinela, por lo que había estado yendo y viniendo a la isla muchas veces, tantas que ella se les había escapado cuando examinaron a los Centinelas y Guardias. Todo este tiempo habían sospechado que era un alumno, y al final era un Centinela.
También intentó decirme que lo que le pasó a Caleb no fue culpa mía. Como eso no funcionaba, empezó con la táctica del «Esto no es lo que Caleb hubiese querido». Y luego confió en lo único que normalmente me molestaba, los insultos y bromas ingeniosas. Creo que al tercer día me dijo que olía mal.
De vez en cuando Seth parecía no saber qué hacer. Se estiraba, me pasaba un brazo por encima, y esperaba. Me costó un rato darme cuenta de que todo el dolor que sentía se lo estaba pasando a él. Seth tampoco sabía cómo lidiar con ello, y al principio del cuarto día ya era como si él también hubiese perdido a su mejor amigo. Así que nos quedamos ahí los dos, en silencio y con dolor en el alma.
Como dos caras de una misma moneda.
En un momento dado, en mitad de la noche, Seth se inclinó sobre mí.
—Sé que no estás dormida —unos segundos después, me apartó unos mechones de la cara—. Álex —dijo con suavidad—, mañana por la tarde es el funeral de Caleb.
—¿Por qué… por qué no lo hacen al amanecer? —pregunté con la voz quebrada.
Seth se acercó más.
—Los Guardias que mataron serán enterrados al amanecer, pero Caleb no era más que un estudiante mestizo.
—Caleb… se merece un funeral al amanecer, se merece esa tradición.
—Lo sé. Sé que se lo merece —Seth suspiró con tristeza—. Tienes que salir de la cama, Álex. Tienes que ir.
Intenté ignorar el dolor agudo que me atenazaba, pero seguía atravesándome.
—No.
Echó su cabeza junto a la mía.
—¿No? Álex, no puedes decirlo en serio. Tienes que ir.
—No puedo. No voy a ir.
Seth continuó sacando el tema hasta que la frustración y el enfado le pudieron. Saltó de la cama. Me puse de espaldas y me pasé las manos por la cara. Me pareció que estaba sucia.
A los pies de la cama, Seth hizo lo mismo con sus manos.
—Álex, sé que esto, todo esto te está matando, pero tienes que hacerlo. Se lo debes a Caleb. Te lo debes a ti misma.
—No lo entiendes. No puedo ir.
—¡No seas ridícula! —me gritó sin importarle que pudiese despertar a toda la planta—. ¿Sabes cómo te arrepentirás de esto? ¿Acaso quieres que eso también te carcoma por dentro?
Había una línea muy fina entre la ira y la pena, una que sobrepasé en ese momento y pasé al lado de la rabia. Me levanté y me puse de rodillas.
—¡No quiero ver cómo levantan su cuerpo en el aire y lo queman! Su cuerpo, ¡el cuerpo de Caleb! —Se me quebró la voz a la vez que mi corazón—. Van a quemar a Caleb.
Y así sin más, la ira desapareció de la cara de Seth. Dio un paso al frente.
—Álex…
—¡No! —Levanté el brazo, ignorando cómo me temblaba—. No lo entiendes, Seth. ¡No era tu amigo! ¡Casi ni lo conocías! ¿Y sabes qué es lo peor de todo? Que Caleb te admiraba. Te idolatraba, ¿y alguna vez le hiciste algo de caso? ¡Claro que alguna vez hablaste con él, pero no le conocías! No te molestaste en hacerlo.
Seth se frotó la mandíbula.
—No lo sabía. Si hubiese pensado…
—Estabas demasiado ocupado tonteando con las chicas o siendo un capullo arrogante —en cuanto las palabras salieron de mi boca, me arrepentí de haberlas dicho. Me senté de nuevo, con el corazón latiendo tan rápido que hasta dolía—. No puedes hacer nada…
—Estoy intentando hacer algo —sus ojos brillaron con viveza, de un color ámbar—. ¡No sé qué más hacer! He estado contigo…
—¡No te he pedido que te quedases conmigo! —grité tan fuerte que me dolía la garganta. Tenía que calmarme. Si seguía así, los Guardias acabarían viniendo a la habitación—. Solamente vete. Por favor. Déjame sola.
Me miró durante lo que me pareció una eternidad y luego se fue, cerrando de un portazo. Me tiré en la cama, con las manos sobre mis ojos.
No tenía que haber dicho esas cosas.
Durante todo este tiempo me había preocupado no tener el control. Irónicamente, desde el primer día había estado fuera de control. No podía controlar mi ira ni mis impulsos por hacer todo lo que quería. ¿Cómo me había engañado todo este tiempo? Tener el control significaba actuar correctamente, al menos la mayoría de las veces. Pero yo iba a lo loco, inconsciente. Había dejado que mi corazón decidiera cuando dudé en contactar con el Covenant en el momento en que mamá y yo nos fuimos. No había ninguna lógica. Mi corazón destruyó cualquier amistad que pudiese haber tenido con Aiden. Y mi corazón y mi egoísmo me hicieron escaparme con Caleb. Si nos hubiésemos quedado en mi habitación, o si no hubiese estado atontada una semana entera, Caleb no habría sentido la necesidad de animarme. No habríamos ido a por bebida.
No habría muerto.
No sé cuánto tiempo me quedé ahí tumbada enredada entre las sábanas. Mi mente viajaba recordando mi infancia con Caleb, los tres largos años sin él, y cada momento que pasé con él cuando volví al Covenant. Me di la vuelta y me hice un ovillo. Le echaba de menos, echaba de menos a mamá. Las dos muertes estaban relacionadas conmigo, con decisiones que tomé o no tomé. Acción. Inacción. Las palabras de Marcus volvieron para darme caza, una y otra vez. Todo lo que haces…
En el quinto día, el día del funeral de Caleb, el sol salió antes y brillaba más fuerte de lo que recordaba en una mañana de noviembre. En menos de cuatro horas, los restos mortales de Caleb se habrían perdido para siempre. Cinco días desde su muerte, ciento veintidós horas desde la última vez que le había tocado y escuchado reír, más de siete mil minutos para acostumbrarme lentamente a un mundo en el que él ya no estaba.
Y solamente unas pocas horas desde que me diese cuenta de que nunca he tenido el control.
Me incorporé, aparté las sábanas a un lado y saqué las piernas de la cama. Me mareé un poco al ponerme de pie, pero fui al baño y me quedé mirando mi reflejo en el espejo.
Estaba horrible.
Uno de los daimons me había dejado moratones enormes por toda la mandíbula y el pómulo. Tenía el pelo enredado y como a pegotes. Una fina línea roja bordeaba mis ojos. Despacio, sin ganas, me desprendí de mi asquerosa ropa y la tiré al suelo. En la ducha, apoyé la frente contra el frío azulejo, dejando la mente en blanco.
Frías gotas de agua cayeron al suelo cuando salí de la ducha y me enrollé una gran toalla blanca al cuerpo. Justo cuando, sin pensar, metí el peine entre los pegotes de pelo, me vino algo a la mente.
A media luz, las cicatrices de mi cuello se veían brillantes y rugosas. Siempre llevaba el pelo suelto y camisetas de manga larga para esconder los parches rojos de mis brazos. Las cicatrices no parecían curar como deberían. Hacía todo lo posible por esconder las cicatrices. Cicatrices que eran el resultado de mis propias acciones imprudentes y descuidadas. Tan horribles.
Me volvieron a la mente las palabras del Instructor Romvi. Debería estar menos preocupada por su vanidad.
El peine de púas grandes se me cayó de las manos. Salí del baño corriendo hacia la cocina, directa hacia la cesta que estaba al lado del microondas. Escarbé entre servilletas, clips y otras cosas que nunca usaba. Entre ellas, encontré un par de tijeras naranjas. Según las cogía, dudé que pudiesen cortar la mayor parte de las cosas, pero servirían.
Volví al baño y me cogí el pelo, pasándolo por encima del hombro. Mis propios ojos me miraron desde el espejo. El pelo húmedo me llegaba casi a la cintura. Sin pensarlo dos veces, puse las tijeras justo por encima de mis hombros desnudos.
Una mano apareció de la nada, quitándome las tijeras de la mano. Tan rápido, tan inesperado, que grité y di un salto hacia atrás. Ahí estaba Seth, todo vestido de negro. Me agarré la toalla y le miré.
—¿Qué estás haciendo? —Seth sujetaba las tijeras como si fueran una serpiente a punto de querer hundirle los colmillos en el cuello.
—Soy… soy presumida.
—¿Y por eso te ibas a cortar el pelo? —Sonó incrédulo.
—Sí, ese era el plan.
Pareció querer cuestionarlo, pero se dio la vuelta y metió las tijeras en un cajón.
—Vístete. Ahora. Vas a ir al funeral de Caleb.
Agarré la toalla con más fuerza.
—No voy a ir.
Ignorándome, Seth entró en mi cuarto.
—No pienso discutirlo más contigo. Vas a ir a este funeral, aunque tenga que arrastrarte hasta ahí.
La verdad es que me lo creía, y por eso me asustó más que, al intentar cerrar la puerta del baño con cerrojo, Seth apareció justo a mi lado. Apartó mi mano de la puerta y me arrastró fuera del baño.
El cansancio y el hambre me habían ralentizado, y me sujetaba con fuerza la toalla. Por esas razones acabé pegada a su pecho, los dos en el suelo junto a la cama. Podía sentir su corazón latiendo fuertemente contra mi hombro y su aliento en mi mejilla.
Las manos de Seth me agarraban con fuerza los brazos, impidiendo que le pudiese dar un codazo en la cara.
—¿Por qué… por qué actúas siempre así? ¿Por qué? ¿Por qué te has hecho esto? Se podría haber evitado todo.
La repentina presión que sentí en la garganta me advirtió que el enorme vacío seguí ahí, en mi interior.
—Lo sé. Por favor… por favor, no te enfades conmigo.
—No estoy enfadado contigo, Álex. Bueno, igual un poquito sí —se movió ligeramente, apoyando su cabeza contra la mía. Pasó un rato hasta que volvió a hablar—. ¿Cómo has podido hacerte esto? Tú, precisamente tú, deberías haber sabido que eso estaba mal. Tenías que haberlo pensado dos veces.
Sentí que los ojos se me llenaban de lágrimas de nuevo.
—Perdón. No queríamos…
—Podías haber muerto, Álex, o aún peor —Seth soltó un suspiro enfadado y sus dedos se tensaron sobre mis brazos—. ¿Sabes qué pensé cuando sentí tu pánico?
—Lo siento.
—Sentirlo no habría servido de nada si te hubiese perdido, ¿y para qué? —Me cogió la cabeza y me la giró para que no tuviese más remedio que mirarle a la cara. Sus ojos buscaron los míos—. ¿Por qué? ¿Es por lo que pasó con Aiden?
—No —las lágrimas ya rodaban por mis mejillas—. Lo hice porque soy estúpida. Solo queríamos pillar algo de beber. No pensé que fuese a pasar nada. Si pudiese cambiarlo, lo haría. Haría cualquier cosa.
—Álex —Seth cerró los ojos.
—Lo digo en serio. ¡Haría cualquier cosa por cambiar lo que pasó! Caleb no se lo merecía. Sabía que estaba mal. Si nos hubiésemos quedado en la habitación, aún seguiría vivo. Lo sé.
—Álex, por favor.
—Sé que hice algo estúpido —mi voz se quebró—, y si pudiese retroceder en el tiempo, lo haría. Me cambiaría por él. Lo haría…
—Para —susurró mientras me secaba las lágrimas con el pulgar—, por favor, deja de llorar.
Parecía que mi interior comenzaba a retorcerse y hacerse un nudo gigante.
—Lo siento tanto. Me gustaría poder volver atrás. Quiero una segunda oportunidad, porque no puedo seguir así.
—Tienes que seguir así porque no vas a tener una segunda oportunidad, Álex. Nadie la tiene. Solamente puedes seguir adelante, y el primer paso es ir a su funeral.
Respiré profundamente.
—Lo sé.
Seth me levantó un poco la barbilla con la punta de sus dedos. Creo que fue entonces cuando se dio cuenta de que no llevaba puesto nada más que una toalla. Bajó la mirada un momento y en ese momento todo su cuerpo pareció tensarse. Puede que fuese por las emociones extremas que se habían desatado en los dos o por la conexión que compartíamos, pero de repente sentí calor en cada centímetro de mi cuerpo.
Es extraño como el cuerpo puede olvidar todas estas cosas horribles tan rápidamente, o igual es el alma la que funciona así, buscando el calor y el roce, como para probar que seguimos en el mundo de los vivos. Me recosté, apoyando mi mejilla contra su hombro. Cerré los ojos.
—Estás temblando —murmuró Seth.
—Tengo frío.
Puso las manos sobre mis hombros.
—Tienes que ponerte algo de ropa. No deberías estar así vestida.
—Eres tú quien ha entrado aquí. No es mi culpa.
—Aún así. Ponte algo de ropa.
Me mordí el labio y me eché hacia atrás. Seth me miró, con los ojos brillantes.
—Vale, pero primero me tienes que soltar.
Sus manos se tensaron sobre mi espalda y por un segundo… bueno, parecía que no iba a soltarme. No estaba muy segura de qué pensar sobre eso. Seth me soltó, pero primero apoyó su frente contra la mía.
—Ahora hueles mejor. Creo que vamos haciendo progresos.
Torcí la boca.
—Gracias.
Parte de la tensión en su cuerpo pareció haberse esfumado.
—¿Estás lista?
Respiré hondo, y me sentí como nunca en muchos días.
—Sí.
Cuando era pequeña, mi madre me dijo que solamente una vez muertos, un puro y un mestizo serían vistos como iguales. Ambos esperarían en las orillas del río Estigia a que sus almas fuesen llevadas al más allá.
Cuando Seth y yo llegamos todo el mundo estaba ya en fila en el cementerio. Los puros estaban al frente, delante de los mestizos, algo que no tenía sentido. Caleb era uno de los nuestros, no de los suyos. ¿Entonces por qué tenían que estar ellos más cerca de él? Aiden diría que era la tradición.
Pero seguía estando mal.
Deambulamos por el grupo del final, esquivando miradas curiosas e incluso unas cuantas de repulsa. Me intenté convencer a mí misma de que no estaba buscando a un puro de pelo oscuro en concreto, mientras mi mirada se dirigía todo el rato al grupo del principio. Aiden era la última persona que quería ver.
Seth paró, y yo también. No habíamos vuelto a hablar desde que salimos de la habitación, pero no dejaba de mirarme. Creo que temía que me diese la vuelta. Me eché el pelo aún húmedo hacia atrás y levanté la mirada hacia él, mordisqueándome el labio.
—Vas a darme las gracias, ¿verdad? —Seth sonó simpático.
—Bueno… iba a hacerlo. Pero ahora no estoy tan segura.
—Vamos. Quiero oírtelo decir. Seguramente será tu primera y última vez.
El intenso brillo del sol me hizo entrecerrar los ojos. A lo lejos, podía ver la pira y el cuerpo envuelto en sábanas blancas.
—Gracias por quedarte conmigo. Siento haberme portado como una imbécil contigo.
Seth descruzó los brazos y me dio un toquecito con el codo.
—¿Acabas de llamarte…?
—Sí, porque lo soy —suspiré—. No merecías que te gritara cuando… lo de Caleb.
Se acercó un poco más cuando Lucian empezó a moverse para ponerse frente a la pira. Como Patriarca, tenía que dar el discurso de despedida, hablar de la vida eterna y todo eso.
—Me merezco muchas cosas —dijo Seth.
—Pero eso no —aparté la mirada de la escena frente a mí. Me puse a mirar unas flores de jacinto que había al lado. Su densa espiga de flores era de un rojo intenso, y las flores parecían pequeñas estrellas. Eran el símbolo de la pena y el luto, estaban por todas partes en el cementerio, recordándonos a todos la tragedia del amor de Apolo por el hermoso Jacinto. Mucho tiempo atrás, cuando los dioses andaban por la Tierra libremente, la gente que acababa muriendo de forma trágica, si eran jóvenes y bellos, se convertían en flor, ya fuesen hombres o mujeres, se habían ganado el favor de un dios.
Qué retorcido.
Seth se acercó un poco más, rozándome el brazo.
—Ya sabes, la conexión que tenemos entre nosotros no me dejó otra opción.
Puse los ojos en blanco.
—Bueno, gracias de todas formas.
Lucian empezó con el discurso de despedida, hablando del espíritu y la fuerza de Caleb. El dolor que sentía en el pecho comenzó a crecer y sentí el aire fresco, impregnado de un dulce aroma, sobre mis mejillas húmedas. Cuando encendieron la pira, se retorció todo en mi interior y no pude evitar que un escalofrío me recorriese todo el cuerpo. Me di media vuelta, agarrándome a algo cálido, mientras el aire se llenaba con los sonidos de la madera crujiendo y leves sollozos.
No sé qué dolía más: el hecho de que nunca más volvería a verlo o que nunca más volvería a escuchar su risa contagiosa. Con cada cosa que recordaba, sentía una punzada de dolor.
Hasta que la multitud no comenzó a dispersarse no me di cuenta de que eso cálido a lo que me estaba agarrando era un cuerpo, y que ese cuerpo pertenecía a Seth. Me puse roja y me solté de su abrazo. Había llorado sobre él como nunca en mi vida.
—Lo necesitaba…
Agradecí que se quedase con eso y no dijese nada más, lo vi marcharse hacia las puertas del cementerio. Me volví a secar los ojos y me di la vuelta.
Me quedé helada.
Olivia estaba justo enfrente, vestida con unos pantalones negros y un jersey. Tenía la piel mucho más clara; sus ojos, que normalmente eran cálidos y enormes, estaban ahora fríos y llenos de ira. Por su cara corrían las lágrimas sin parar.
Di un paso hacia ella, queriendo consolarla.
—Olivia, lo…
—¿Por qué no hiciste algo? —Su voz se quebró en mil pedazos—. Eras su mejor amiga. ¡Podías haber hecho algo! —Dio un paso al frente, señalándome con su brazo tembloroso.
Luke se acercó a ella y le pasó un brazo por los hombros.
—Déjalo. Álex no tiene…
—¡Eres el Apollyon! —gritó Olivia, acabando la frase con un sollozo—. ¡Sí, lo sé! ¡Caleb me lo contó, y te he visto pelear! —Se dio la vuelta hacia Luke, con ojos suplicantes—. Tú has visto lo rápido que se mueve. ¿Por qué no hizo nada?
Lo sabía, sabía que no había nada que pudiese haber hecho. Yo no era el Apollyon, aún no, ¿pero oírla decir eso? Bueno, era como escuchar la voz de Marcus en mi cabeza. La gente espera más de ti, debido a en qué te vas a convertir.
—Lo siento Olivia. Lo…
—¡No digas que lo sientes! ¡No traerá a Caleb de vuelta!
Me estremecí.
—Ya lo sé.
—Olivia, vamos. Volvamos a tu habitación —Luke me lanzó una mirada de disculpa mientras se la iba llevando.
Elena se acercó a ellos, cogiendo a Olivia de la mano.
—No pasa nada. Todo irá bien.
Olivia se derrumbó sobre Luke y apoyó la cabeza sobre su pecho. Se veía claramente el peso que su pérdida estaba causando en ella.
El dolor clavó sus garras en mi pecho. Me di la vuelta, con un torrente de lágrimas en mis ojos. A ciegas, me aparté de ellos a duras penas, adentrándome más en el cementerio. No miré hacia arriba y no me sequé los ojos hasta que no me choqué contra alguien.
—Oh, lo sient… —paré a media disculpa.
No era una persona contra lo que me había chocado, sino una estatua. Una risita escapó de mi garganta cuando miré hacia arriba. La cara labrada en piedra era asombrosa, y reflejaba en ella una pena descomunal. La escultura estaba hecha de tal manera que el personaje estaba ligeramente inclinado hacia delante, con un brazo estirado hacia delante y la palma abierta, como haciendo señas. Miré hacia la base, donde estaba grabado el nombre de Thanatos. Bajo su nombre, un símbolo, una antorcha boca abajo.
Ya lo había visto antes… en el brazo del Instructor Romvi.