Capítulo 12

Y cuando digo que volaron, no es de broma.

Me agaché en cuanto el daimon pasó sobre mi cabeza. Me levanté bajo su brazo y clavé mi puño en su garganta hasta escuchar el asqueroso crujido del cartílago cediendo. Cayó detrás de mí chirriando y agarrándose la garganta.

—¡Mierda! —Oí gritar a Caleb y un cuerpo cayendo al suelo. Aterrada, miré por el callejón y suspiré aliviada al verlo sobre un daimon.

Lea giró sobre sí misma y le dio al daimon una patada en el pecho. Se tambaleó y volvió a darle. Demonios, Lea era rápida, estable y muy buena. El daimon contra el que estaba luchando no tenía ni la más mínima oportunidad de recuperarse de los golpes. Los acertaba todos.

Le di la vuelta a la tapa y vi que el daimon de la laringe rota se levantaba. Le pegué en la cabeza y me fijé en el bollo que había dejado su cabeza en la tapa. No estaba mal. Al daimon que no había hablado le di también en toda la cabeza. Parecía que estuviese jugando al juego ese de golpear al topo.

Lo malo es que el callado se levantó y me agarró del hombro. Tiró de mí hacia delante. Tambaleándome, solté la tapa al intentar deshacerme de él. El daimon me cogió del otro brazo y tiró más fuerte, causándome punzadas de dolor en los hombros. Clavé los pies al suelo, pero la gravilla me hacía resbalar.

Detrás de él, Lea salió corriendo y se le tiró encima. Lo agarró con las piernas por la cintura, cogió su cabeza y le retorció el cuello. Se oyeron crujidos de hueso. El daimon me soltó y cayó al suelo, convirtiéndose en una masa sin forma.

—Joder, Buffy —dije con los ojos bien abiertos. Parte de mi seguía sin creerse que me hubiera ayudado y salvado la vida—. Gracias. Te debo una.

Lea me sonrió.

—Primero tendremos que escapar…

Una enorme corriente de aire le dio desde atrás, estampándola contra la pared. Cayó al suelo de medio lado, gimiendo.

—¡Lea! —Fui hacia ella, pero la Centinela daimon me cortó el paso. Jadeando, derrapé hasta parar. Caleb estaba luchando contra el daimon que había lanzado a Lea por los aires, pero la mestiza estaba acabando conmigo. Luchar contra ellos, especialmente contra uno entrenado como Centinela, no tenía nada que ver con luchar contra los daimons puros.

Esta daimon mestiza lo sabía.

Sonrió con frialdad y dio un paso al frente.

—Es hora de dejarnos de jueguecitos, niña. No puedes ganarme.

La sangre se me heló en las venas. Lanzó su mano hacia delante y me dio en el pecho. Cuando caí al suelo, no vi más que una luz blanca cegadora. Cuando me puse en pie la gravilla me hizo cortes en las palmas de las manos, estaba tambaleándome, mareada.

Lea se levantó y fue corriendo hacia la daimon mestiza. Deseaba poder apretar el botón de stop y rebobinar. No podía moverme rápido. No podía gritar fuerte. Quizá, si hubiese tenido una segunda oportunidad, habría podido parar a Lea, pero todo se movía y cambiaba a una velocidad increíble.

Lea llegó hasta la daimon mestiza y le clavó el puño en la barbilla, lo que hizo que echase la cabeza hacia atrás, pero nada más. Lentamente se acercó a Lea y detuvo su segundo golpe. Le retorció el brazo. El sonido de sus huesos crujiendo resonó por encima del de mi sangre latiendo en mis sienes. Fui hacia ella, pero no pude llegar.

Tiempo… no había el suficiente en todo el mundo.

Lea se puso blanca, pero no gritó. Ni un sonido, y yo sabía que eso tenía que estar doliéndole. Ni siquiera cayó al suelo ni rechistó. Ni siquiera cuando la daimon mestiza levantó el brazo con la daga del Covenant en la mano.

Caleb salió corriendo a mi lado como un rayo, con determinación y rabia. Agarró a Lea por la cintura, soltándola del daimon y sacándola fuera del alcance de la daga.

Y la daga encontró un nuevo hogar.

Un chico y una chica, uno con un brillante y corto futuro…

—¡No! —Un grito desgarró mi garganta y mi alma.

La hoja se clavó en el pecho de Caleb, entera, hasta la empuñadura. Mientras se tambaleaba, se miró el pecho. Toda su camiseta estaba empapada y parecía como si alguien le hubiese tirado un cubo de pintura negra encima.

Lo cogí por la cintura mientras empezaba a caer.

—¡Caleb! No. ¡No! Esto no debería estar pasando. Solo íbamos a pillar unos refrescos. Solo eso. ¡Por favor! Caleb, despierta.

Pero no despertó. Una parte de mi cerebro, que aún parecía funcionar, me dijo que la gente que muere no vuelve a despertar. No se despiertan nunca más. Y Caleb estaba muerto. Se había ido antes incluso de tocar el duelo. El dolor, intenso y real, me desgarró por dentro, llevándose consigo una parte de mi alma.

El universo dejó de existir. No había daimons, no estaba Lea. Únicamente Caleb, mi mejor amigo, mi compañero, el único que me entendía. Con dedos temblorosos recorrí sus masculinos pómulos hasta el cuello, donde ya no le latía el pulso. Una parte de mi mundo acabó en ese instante, para siempre, con Caleb. Lo acerqué a mí, juntando mi mejilla con la suya. Pensé que quizá, si lo sujetaba suficiente y lo deseaba mucho, todo esto no sería más que otra pesadilla. Despertaría a salvo en mi cama, y Caleb seguiría vivo.

Unas manos se hundieron en mi pelo, tirándome hacia atrás. Tuve que soltar a Caleb y caí de espaldas. Aturdida y vacía, miré a la daimon. Había sido una mestiza, una Centinela, que había jurado matar daimons. No a los suyos.

Me cogió la cabeza, golpeándome contra el asfalto. Ni siquiera lo sentí. Una ira oscura me llenaba por completo. Se movía por todo mi interior, tan potente que me hizo perder el control. Ella iba a morir, y le iba a doler.

Le cogí la cara y le clavé los pulgares en los ojos. Ella se soltó, gritando y tratando de zafarse de mis manos. Alguien gritaba sin parar… y yo apretaba más fuerte. Sangre y lágrimas se mezclaron resbalando por toda mi cara. No podía parar. Solo la veía a ella clavándole la daga en el pecho a Caleb.

Solamente sentía dolor. No sabía si físico o mental. No paraban de golpearme violentas oleadas de dolor. Y entonces la daimon salió volando y alguien se agachó a mi lado. Unas manos firmes y fuertes me sujetaron las muñecas con delicadeza y me ayudaron a levantarme. Sentí ese olor familiar a mar y hojas ardiendo.

—Álex, cálmate. Te tengo —dijo Aiden—. Cálmate.

Era yo la que estaba gritando, emitiendo un sonido aterrador, terrible. Y no podía parar. Aiden me giró, poniéndome contra la mugrosa pared. Se dio la vuelta y clavó la daga bien profundo en el pecho de un daimon.

Me deslicé hasta el suelo y me eché a un lado. La mestiza estaba avanzando por la misma pared.

Tenía ríos de sangre corriendo por su cara, pero aún podía sentirme. Una luz azul salió de la nada, tragándose todo a mi alrededor. La daimon mestiza salió volando hacia atrás, golpeándose contra el suelo, detrás de Caleb. El aire se llenó de gritos y de olor a carne quemada.

Unos brazos me rodearon, levantándome. En cuanto sus manos tocaron las mías, supe que era Seth. Me arrastró fuera del estrecho callejón, detrás del comedor, hacia la oscuridad del patio. Durante todo el camino estuve luchando contra él, soltando puñetazos y arañazos. Unos Centinelas y Guardias pasaron corriendo a nuestro lado, pero llegaban demasiado tarde.

Llegaban demasiado tarde.

Cuando Seth me soltó, intenté pasar por su lado, pero me cogió de los hombros.

—¡No puedo dejar a Caleb así! ¡Suéltame!

Seth negó con la cabeza y sus ojos ámbar brillaban en la oscuridad.

—No vamos a dejarle ahí, Álex. No le…

Le di un puñetazo en el estómago. Él gruñó, pero poco más.

—¡Entonces sácalo! ¡Sácalo de ahí!

—No puedo…

Volví a pegarle. Seth ya había tenido suficiente, así que me cogió las muñecas con una sola mano y las sujetó entre los dos.

—¡No! ¡Tienes que dejarme que vaya a por él! ¡Tú no lo entiendes! Por favor… —mis palabras terminaron en un sollozo.

—Déjalo, Álex. No vamos a dejar el cuerpo de Caleb detrás del comedor. Tienes que calmarte. Tengo que asegurarme de que estas bien —como no contesté, maldijo entre dientes. Sentí sus manos en mi cabeza, eran rápidas y amables—. Te está sangrando la cabeza.

No podía responder. Aunque mis ojos estaban abiertos y Seth estaba enfrente de mí, Solo veía la cara de susto de Caleb. No lo vio venir.

Ni yo.

—¿Álex? —Seth me envolvió entre sus brazos.

El mundo comenzó a aclararse un poco más.

—¿Seth? —susurré—, Caleb se ha ido.

Murmuró algo mientras me secaba con sus dedos las lágrimas que no dejaban de brotar de mis ojos. No volví a hablar durante un tiempo.

Seth me llevó al centro médico. Los médicos me examinaron y determinaron que solamente tenía que lavarme y tomar un descanso, muy necesario. Alguien me lavó toda la sangre de las manos, y se intercambiaron miradas de preocupación.

Cuando acabaron, me quedé donde me habían dejado. Las paredes blancas comenzaron a ponerse borrosas. Seth volvió justo cuando me empezaba a recostar. Le miré y no sentía nada en mi interior.

Se puso a mi lado, unos mechones le caían sueltos por la cara.

—Aiden y los demás se han encargado de los daimons. Solo eran tres y la mestiza, ¿no? —Hizo una pausa y se pasó una mano por el pelo—. Mataron a dos de los Guardias del puente e hirieron a otros tres Centinelas en el Covenant. Has tenido… suerte, Álex. Mucha suerte.

Me miré las manos. Seguía teniendo sangre entre las uñas. ¿Sería mía, del daimon o de Caleb? Seth me cogió la mano y me llevó hacia el pasillo.

Paró un momento.

—Tienen… el cuerpo de Caleb. Ahora se están ocupando de él.

Me mordí el labio hasta notar la sangre. Solo quería sentarme y que me dejasen sola.

Seth suspiró y me sujetó la mano con más fuerza según salíamos del centro médico. No le pregunté a dónde íbamos. Ya lo sabía, pero Seth sintió que tenía que asegurarse de que lo entendiese.

—Te has metido en muchos problemas —me guio a través de la oscuridad del campus. Era casi media noche, y había Guardias por todas partes. Algunos patrullaban y otros se habían juntado en grupillos—. Para que lo sepas, Marcus ya ha soltado algo. Lucian estaba despierto y los dioses saben que no le gustó nada. Van a querer saber por qué estabas fuera de tu residencia.

Tenía todo el cuerpo medio dormido. Quizá era por eso que Marcus no me preocupaba. Iba a trompicones detrás de Seth. Nos paramos cuando abrió las puertas de la Academia y se vio la estatua de las tres furias. ¿Por qué no se habían soltado? El Covenant había vuelto a ser vulnerado.

Se dio cuenta de lo que estaba mirando y me apretó la mano.

—Ningún puro ha sufrido daños, Álex. No les… no les importa.

Pero Caleb había muerto.

Seth me apartó de las estatuas. No fui consciente de toda la gente que se había juntado a las puertas de la oficina de Marcus. En cuanto entré en la sala, Marcus empezó a hablar. Lucian se quedó en pie, algo nuevo. Los dos me gritaban a la vez, y luego se iban turnando cuando el otro se quedaba sin palabras o sin aliento. Lo que dijeron fue un poco lo de siempre: Que era irresponsable, imprudente y estaba fuera de control. No dejé de prestarles atención como solía hacer normalmente. Escuché todo lo que decían, porque era cierto.

Según estaba ahí sentada, mirando a mi tío y viendo por primera vez en mucho tiempo alguna emoción en su cara, aunque fuese ira, recordé otra advertencia críptica que me había hecho la Abuela Piperi.

Matarás a los que amas.

Tenía que haberme quedado en la habitación como debía. Si habían puesto un toque de queda, era por algo. La seguridad del santuario del Covenant había sido violada una vez. Lo había olvidado, o simplemente no había pensado en ello, ni me había importado.

Nunca me paraba a pensar.

—No creo que nada de esto esté ayudando —Seth estaba de pie detrás de mí, que estaba sentada—. ¿No veis que está afectada? Quizá deberíais dejarla descansar y mañana hacer las preguntas.

Lucian se puso a caminar por la sala.

—¡Pues claro que nada está ayudando! ¡Podrían haberla matado! Podríamos, podrías, haber perdido al Apollyon. Siendo el Primero, tendrías que saber qué hace ella. ¡Es tu responsabilidad!

Sentí cómo Seth se tensaba a mis espaldas.

—Lo entiendo.

—¿Y tú? —me dijo Lucian gruñendo—. ¿En qué estabas pensando? Ya sabías que hubo un ataque daimon. ¡No era seguro para ti ni para ningún otro estudiante el estar por ahí fuera de noche!

No había nada que decir. ¿Acaso no lo entendían? La había cagado, la había cagado mucho, y ahora ya no había nada que pudiese hacer al respecto. Cerré los ojos y miré hacia otro lado.

—¡Mírame cuando te hablo! Eres igualita que tu…

—¡Ya basta! —Seth se puso al otro lado de la silla que casi vuelca—. ¿No veis que no tiene sentido decirle nada ahora mismo? ¡Necesita tiempo para recuperarse de la pérdida de su amigo!

Varios Guardias del Consejo dieron un paso adelante, preparados para intervenir. Ninguno de ellos parecía querer hacerlo. Estoy segura de que recordaban lo que les pasó a los Guardias en casa de Lucian el verano pasado.

Vi cómo Lucian aguantaba su enfado y cedía. Tuve un momento de lucidez a pesar de todo. ¿Por qué había cedido Lucian? Apollyon o no, Seth era solamente un mestizo y Lucian el Patriarca. Era más que extraño, pero antes de que pudiese ser consciente de ello, desapareció de mi mente, como todos los pensamientos que me venían.

Seth se quedó donde estaba, entre mí y el resto de personas en la sala. Era como un muro de ira, y nadie se atrevía a dar un paso al frente.

En ese momento, entendí por qué todo el mundo tenía miedo de que estuviésemos allí los dos. Seth por sí mismo era una fuerza a la que tener bien en cuenta. Ya lo temían. ¿Pero Seth después de que yo despertase?

—Está bien —Marcus se aclaró la garganta. Comenzó a andar a grandes zancadas, con un ojo atento a Seth—. Estas preguntas pueden esperar a un momento mejor.

—Me parece lo correcto —respondió Seth bastante tranquilo, pero miraba a Marcus como un ave de presa.

Esquivando a Seth, Marcus se paró y se inclinó frente a mí. Le miré.

—¿Entiendes ahora que todo lo que haces, cada decisión que tomas, hasta la más pequeña, tiene enormes consecuencias?

Pues sí, y también entendía que hablaba no solo de Caleb, sino también de Seth. Sin embargo Marcus se había equivocado en algo la última vez que me sermoneó. Mis acciones no se reflejaban únicamente en Seth, eran un catalizador que marcaba las reacciones de Seth.