La semana siguiente fue una mierda.
Y lo fue de un modo totalmente distinto al que estaba acostumbrada. Ya me había pillado por otros chicos antes, pero nunca antes había amado a nadie excepto a mi madre y a Caleb, pero era un amor distinto.
Este amor dolía como mil demonios.
Era raro no ver a Aiden después de clase, era como si me faltase algo, como si me hubiese olvidado de algo importante. Los días que debía haber estado entrenando con él, intentaba pasar el tiempo con Caleb y Olivia, pero normalmente acababa siempre enfurruñada en mi cuarto hasta que aparecía Seth.
Echaba de menos a Aiden, lo echaba muchísimo de menos. Cada segundo era doloroso y me estaba volviendo como una de esas chicas a las que el mundo se les acababa cuando un chico las rechazaba. Yo estaba viviendo en ese estado deprimente, deprimente y odioso.
—¿Vas a salir de la cama en algún momento? —Caleb estaba sentado con la espalda contra el cabecero de la cama. Sobre sus piernas permanecía cerrado un libro de Lengua Clásica. Unos cuantos días atrás le había contado mi humillante historieta. Igual que a Seth, no le había sorprendido el resultado. Aun así, estaba bastante cabreado porque hubiese estado fantaseando todo este tiempo con la idea de tener una relación con Aiden. Y eso me hacía sentir aún más estúpida.
Como no respondí, me dio un golpecito con la rodilla.
—Álex, son casi las siete y aún no te has movido de ahí.
—No tengo nada que hacer.
—¿Al menos te has duchado? —preguntó Caleb.
Me di la vuelta, hundiendo la cara en la almohada.
—No.
—Es un tanto asqueroso.
—Ahá —fue mi única respuesta. Un segundo después su móvil empezó a sonar con ese tono agudo desde la mesilla, y el libro se cayó al suelo. No me moví. Caleb pasó por encima mío, clavándome el codo en la espalda.
—¡Dioses! —grité contra la almohada—. Ay.
—Shhh —dijo Caleb, que seguía espachurrándome y clavándome sus codos huesudos en la espalda mientras miraba los mensajes en su móvil.
No podía mover más que la cabeza hacia los lados.
—Mierda, pesas como una tonelada. ¿Quién es? ¿Olivia?
Caleb rodó hacia un lado y me crujió toda la parte baja de la espalda. La verdad es que me sentó bastante bien.
—Sí, y dice que le gustaría saber qué es ese olor que le está llegando hasta su habitación.
—Cierra el pico.
—En serio, quiere saber si te has duchado —se puso boca abajo—. ¿Sabes? Eres bastante cómoda. Empiezas a tener relleno extra, Álex.
—Qué va, idiota.
Rio.
—Olivia dice que si queremos ver una película.
—No sé.
—¿Cómo puedes no saberlo? Es una pregunta bastante fácil.
Intenté encogerme de hombros.
Caleb gruñó.
—Mira, me he pasado el día aquí sentado mientras tú mirabas el techo como una idiota. Vas a salir de la cama, vas a ducharte, y vamos a ver una peli en tu habitación. Luego Olivia y yo nos iremos a tener sexo salvaje. Y punto.
—Puaj, esa es una imagen que no me gustaría tener en mi memoria. Gracias.
—Pues eso. ¿Qué piensas? ¿Te apuntas?
Puse los ojos en blanco.
—Es casi la hora del toque de queda.
—¿Pero qué dices? —Tiró el móvil junto a mi cabeza y lo siguiente que sé, es que estaba sentado sobre mi espalda, con sus dos manos sobre mis hombros—. Hace siglos que no hacemos nada divertido, Álex. Y tú necesitas diversión YA.
—Me estás matando —chillé—. No puedo… respirar.
—No te estoy diciendo que hagamos un trío. Me refiero a que nos metamos en la cafetería a escondidas, cojamos algo de beber y comer, y veamos una película.
Levanté la cabeza de la almohada.
—Mierda, ¿no quieres un trío? Mi vida ya no tiene sentido.
—Piensa únicamente en los puntos más importantes de lo he dicho. Y además de todas estas reglas de mierda, tú estás castigada —continuó Caleb mientras su móvil me vibraba junto a la oreja—. La semana que viene te vas al Consejo y estarás unas cuantas semanas fuera. Necesitamos hacer esto. Lo necesitas. Es nuestra última oportunidad.
—¿Vas a mirar el móvil? Empieza a molestarme.
Se echó hacia delante, apoyando su cabeza contra la mía.
—¿Dónde está la vieja Álex que yo conocía y quería, mi salvaje amiga pirada?
Gruñí, incapaz de quitármelo de encima.
—Venga, Caleb.
—Venga, vamos a divertirnos. ¿Tienes algo mejor que hacer?
¿Algo mejor? Quedarme tumbada toda la noche y sentir pena por mí misma, y… eso era una mierda. Salir con Caleb y Olivia me vendría bien. Por un rato podría olvidarme de Aiden, de cuánto le quería y cómo me había rechazado.
Cerré los ojos.
—¿Crees que… he sido una estúpida por, ya sabes, todo lo de Aiden?
Caleb se echó hacia delante, pegando su mejilla contra la mía.
—Sí, lo has sido y lo eres. Pero aún así te quiero.
Reí.
—Bien, vale.
Rodó para quitarse de encima y se puso de lado.
—¿En serio?
—Sí —me incorporé—. Pero primero tengo que ducharme.
—Gracias a los dioses. Apestas.
Le pegué en el brazo y me levanté de la cama.
—Y aun así huelo mejor que tú, pero te sigo queriendo.
Caleb se tumbó del todo.
—Lo sé. Sin mí estarías perdida.
Olivia soltó tres paquetes de palomitas con mantequilla para microondas, un paquete de regaliz y un montón de caramelos sobre mi mesita.
—¿Te dedicas a guardar comida o algo? —Cogí uno de los regalices rojos.
Ella rio mientras sacaba del bolsillo de la sudadera unas cuantas bolsas de gominolas ácidas.
—Me gusta estar bien abastecida. Ahora ya solamente necesitamos bebidas.
—Y aquí es donde entramos Álex y yo —Caleb abrazó a Olivia por la cintura.
Masqué el regaliz mientras miraba de reojo las chocolatinas. Hasta los dioses saben que la semana pasada asalté la máquina expendedora. No necesitaba más chocolate.
—Necesitamos una bolsa —me di la vuelta y volví a mi habitación. Hurgué por el armario hasta encontrar una bolsa azul que podría servir. Con el regaliz entre los labios, enrollé la bolsa y volví al saloncito.
Parecía que Caleb se hubiese perdido en la boca de Olivia de lo intenso que era su beso. Puse los ojos en blanco, me saqué el regaliz de la boca y se lo tiré a Caleb a la cabeza. Se dio la vuelta, pasándose una mano por el pelo. Miró hacia el suelo y vio el trozo de regaliz.
—Qué asco —dijo—. Eres una cerda, Álex.
Riendo, Olivia se apartó de Caleb.
—Sabías un poco agridulce, cariño.
—Oh, dioses —gimoteé mientras me enrollaba el pelo aún húmedo en un moño—. Qué cursi.
Me hizo un corte de mangas mientras se tiraba sobre el sofá. Hoy llevaba el pelo en una gruesa trenza que le caía por encima del hombro. Estaba segura de que los pantalones gastados y la sudadera que llevaba hoy valían un pastón.
—Muy bien. La misión, si aceptáis, es volver con una bolsa llena de delicias líquidas en lata. Será una misión peligrosa pero provechosa. ¿La aceptáis?
Miré a Caleb sonriendo.
—No sé. Es peligroso. Hay Guardias y Centinelas observando desde las sombras que nos impedirán llegar hasta la nevera de los refrescos. ¿Lo hacemos, Caleb?
Cogió una goma de su muñeca y se sujetó en una coleta su pelo rubio, que le llegaba hasta los hombros.
—Tenemos que ser valientes y fuertes, astutos y rápidos —hizo una pausa dramática—. No podemos fallar en esta misión.
—Oh, me gusta cuando te pones serio en plan machote. Es sexy —Olivia se acercó y le dio un beso a Caleb en la mejilla, que acabó convirtiéndose en un largo morreo.
Mientras tanto yo seguía ahí, un tanto incomoda, intentando fijarme en cualquier cosa que no fuesen ellos dos. No funcionó.
—Olivia, rezo a los dioses por que no te hayas olvidado tu dosis de hoy. Y es que estáis tan a puntito de poneros a hacer hijos…
Caleb se apartó un poco, completamente rojo.
—Vale, ¿algún deseo?
—Cualquier cosa con mucha cafeína —respondió Olivia alisándose la camiseta. Sus ojos brillaron—. No tardéis demasiado y que no os pillen.
Reí.
—¿Pillarnos? Qué poca fe tienes.
Olivia nos despidió con la mano y se sentó a juguetear con el mando a distancia. Yo hice que Caleb me siguiera hasta la habitación. Abrí la ventana que tanto usaba Seth y cogí la bolsa.
—¿Estás listo?
Caleb asintió con las mejillas aún sonrosadas.
—Después de ti.
Pasé las piernas por encima del alféizar y me quedé ahí durante unos instantes, observando la zona. Una vez vi que no había nadie cerca salté el metro y medio de altura que había hasta el suelo, aterrizando en cuclillas. Me levanté.
—Todo despejado, mi amado.
Sacó la cabeza.
—Te ha salido un pareado.
—Pues sí, qué observador —di un paso atrás cuando Caleb fue a saltar por la ventana.
—¿Por dónde vamos?
Me di la vuelta, yendo hacia la parte trasera de la residencia.
—Por aquí. Hay mucha más sombra aquí atrás, no hay luces.
Caleb asintió y nos pusimos en camino hacia la cafetería. El aire frío se agarró a mi pelo aún húmedo y me bajó un escalofrío por el cuello.
Nos quedamos en la sombra, rodeando el edificio. Ninguno de los dos hablaba demasiado, ya que sabíamos que los Guardias y Centinelas tenían una capacidad auditiva increíble para pillar a los estudiantes que se escapaban.
Al llegar a la esquina me asomé para mirar. Era difícil ver algo con tanta oscuridad. Me pregunté cómo podrían los Guardias ver a un daimon por ahí.
Caleb se puso a mi lado e hizo un gesto con la mano que no supe descifrar. Parecía un guardia de tráfico.
—¿Qué se supone que quieres decir con eso? —susurré confusa.
Sonrió.
—No lo sé. Me pareció que era momento de hacerlo.
Puse los ojos en blanco, pero sonreí.
—¿Listo?
—Sip.
Salimos a cruzar el espacio libre que había entre la residencia femenina y las instalaciones de entrenamiento. A medio camino, Caleb me empujó contra un arbusto con espinas. Le maldije entre dientes mientras me iba cayendo pero Caleb fue más rápido y saltó a salvo unos cuantos metros más adelante. Me esperó apoyado contra la pared del gimnasio, riendo suavemente.
Le pegué en el estómago.
—Capullo.
Empecé a quitarme espinas de los pantalones.
Después de eso seguimos bordeando los edificios y llegamos hasta el edificio médico. Parecía que estuviésemos jugando a una especie de rayuela extraña. Después, teníamos que bordear el edificio donde guardaban todas las armas y uniformes y ya estaríamos en la parte trasera de la cafetería. Desde ahí Caleb sabía cómo entrar en la cafetería aunque estuviese la puerta cerrada. La había asaltado unas cuantas veces.
Una sombra se movió en frente nuestro, confundiéndose con la noche. Según se fue acercando, nosotros nos apretamos contra el edificio y esperamos hasta que el Guardia desapareció tras la esquina del edificio médico. Que casi nos pillasen alimentó la emoción de estar haciendo algo prohibido. Sabía que a Caleb le estaba pasando lo mismo. Sus ojos azules parecían brillar y su sonrisa maliciosa se hizo más grande aún.
Un ruido repentino, como un grito ahogado, rompió el silencio. Nos miramos confusos. Cuando me miró, vi que a Caleb se le había quitado un poco la sonrisa. Me apreté contra él, intentando escuchar algo más, pero no había más que un denso silencio. Despacio, fui hacia uno de los lados e intenté mirar por la oscuridad.
—Parece que no pasa nada —susurré.
Corrimos por el camino, frenando un poco según llegábamos a la parte trasera del comedor, siempre alerta por si había más Guardias. Respiré hondo e inmediatamente me arrepentí de haberlo hecho. Un asqueroso olor a comida podrida subió por mis fosas nasales. Había un montón de bolsas de basura negras por el suelo, al lado de unos cubos de basura repletos.
—Dioses, aquí atrás apesta.
—Ya lo sé —Caleb se apoyó en mí, mirando alrededor—. A lo mejor eres tú lo que huele mal.
Le clavé el codo en el estómago. Caleb se dobló sobre sí mismo, gimiendo. Di la vuelta al contenedor y me paré. La lucecita de la puerta trasera que usaban los sirvientes parpadeaba, lanzando una luz amarillenta y mortecina sobre los cubos de basura. No estábamos solos en ese sitio. Otra sombra se movió por delante, más pequeña que la del Guardia que vimos antes. Levanté la mano para hacer callar a Caleb.
Se incorporó para mirar por encima de mi hombro.
—Mierda —susurró.
La sombra se estaba moviendo directamente hacia nosotros. Me eché hacia atrás, empujando a Caleb contra la pared. Un segundo justo antes de que la sombra nos alcanzase, pude imaginarme fácilmente la cara de Marcus cuando me llevasen a su despacho a la mañana siguiente. O peor aún, igual se lo contaban ahora. Oh, dioses, sería épico.
Caleb respiraba pesadamente y me clavaba los dedos en el brazo. Miré alrededor buscando desesperadamente algún agujero en el que esconderme. Nuestra única opción era meternos en el contendor, y eso sí que no lo íbamos a hacer. Prefería enfrentarme a mi tío furioso que eso.
La sombra se hizo visible cuando llegó hasta el contendor. Abrí la boca de par en par.
—¿Lea?
Lea dio un salto hacia atrás, dando un gritito. Se recuperó rápidamente del susto y se giró hacia nosotros. La gravilla suelta rechinaba bajo sus deportivas.
—En serio —susurró—, ¿por qué no me sorprende veros entre la basura?
Caleb salió de detrás de mí.
—Qué original, Lea. ¿Se te ha ocurrido a ti sola?
—¿Qué haces aquí? —Me aparté del contendor y su asqueroso olor.
Sus labios se curvaron.
—¿Qué hacéis vosotros?
—Seguro que está volviendo de tirarse a alguno de los Guardias —Caleb estiró el cuello mientras vigilaba en la oscuridad.
—¡No estoy haciendo eso! —chilló, asustándonos—. ¡Odio cuando decís esas cosas! ¡No soy una puta!
Levanté las cejas.
—Bueno, eso depende totalmente de…
Lea me dio con las manos en el pecho, empujándome unos cuantos pasos atrás. Recuperé el equilibrio antes de tropezarme con unas bolsas de basura, solté la bolsa azul al suelo, y me tiré a por ella. Mis dedos rozaron su sedoso pelo justo cuando Caleb me rodeó la cintura con un brazo y me apartó de ella.
—Oh, dioses, vamos —Caleb rechinó los dientes—. No tenemos tiempo para esto.
—¿Me has empujado? —Fui a por ella de nuevo, sin resultado—. ¡Voy a arrancarte el pelo mechón a mechón!
Lea entrecerró los ojos y se pasó el pelo por encima del hombro.
—¿Y qué vas a hacer, rarita? ¿Volver a romperme la nariz? Como quieras. Si vuelves a meterte en una pelea, te vas de aquí.
Reí.
—¿Quieres probar esa teoría?
Sonrió y me levantó el dedo.
—Igual es eso lo que quieres, para poder ir por ahí con tus amigos daimon.
—¡Eres una puta! —pensé en pegarle a Caleb únicamente para poder poner mis manos sobre su delgado y bronceado cuello. Parece que lo sintió, porque me agarró con más fuerza—. Siento lo que les pasó a tus padres, ¿vale? Siento que mi madre estuviese involucrada en eso, pero no tienes por qué ser tan…
Unos pasos al otro lado del callejón nos hicieron callar y el corazón se me paró. Una Centinela estaba al final, observándonos. Llevaba el pelo rubio y largo recogido en una tensa coleta, lo que le daba a su cara un aspecto más afilado. Bajo la tenue luz, sus ojos parecían dos agujeros vacíos. Un escalofrío me recorrió toda la espalda y agudizó mis sentidos.
Caleb gruñó, me soltó, y yo me arreglé la camiseta mientras le lanzaba a Lea una mirada de odio. Era ella la responsable de que nos hubiesen pillado. Si no hubiese estado merodeando por aquí no nos habrían pillado, ya estaríamos dentro con la bolsa llena de refrescos.
—Sé que esto parece bastante malo, pero…
—Estaban merodeando por aquí —dijo Lea con las manos en las caderas, cortando a Caleb.
La miré, deseando chafarle la cabeza.
—¿Y qué demonios estabas haciendo tú?…
La Centinela inclinó la cabeza hacia un lado mientras sus labios se abrían en una estrecha sonrisa. Y ahí fue cuando la reconocí. Era Sandra, la Centinela que había venido hasta mi ventana la noche que grité en sueños.
Lea nos miró con los ojos de par en par.
—Vale. Esto es raro —murmuró lo suficientemente alto como para que la oyésemos solamente nosotros. Cruzó los brazos y movió la cabeza—. Aquí atrás apesta, ¿vale? —dijo la voz más pija que podía tener—, así que, ¿podemos acabar con esto rápido?
Caleb casi se ahoga de la risa.
Sandra se volvió hacia él mientras desenfundaba la daga del Covenant. Sus dedos acariciaron el borde de la hoja mientras sus ojos seguían fijos en Caleb.
—Eh… —Caleb dio unos pasos hacia atrás. Su expresión me decía que tenía ganas de reír, pero era suficientemente listo como para no hacerlo—, no hace falta sacar una daga para esto. Solo estábamos dando una vuelta por aquí.
—Sí, somos mestizos felices, nada de daimons —Lea me lanzó una mirada maliciosa—. Bueno, dos de nosotros.
—Te voy a hacer daño de verdad —solté mirando hacia ella.
Lea puso los ojos en blanco y se volvió hacia la Centinela.
—No tengo nada que ver con… ¡oh, dioses!
—¿Qué pasa? —Seguí la mirada totalmente asustada de Lea.
Sandra no estaba sola. Detrás de ella había tres daimons puros, con sus caras monstruosas marcadas por unas venas oscuras y las cuencas de los ojos vacías.
Casi no podía creerme lo que estaba viendo. Mi cerebro intentó hacer que me moviese. El grito ahogado y el comportamiento extraño de la Centinela cobraron sentido de repente. No había marcas visibles en ella, pero sin duda sabía que era un daimon, quizá fuese incluso el daimon responsable del ataque hace unas semanas. ¿Cómo es que no lo habían comprobado? Ese misterio iba a tener que esperar.
—Oh, tío —susurré.
—Hemos escogido una mala noche para escaparnos —el larguirucho cuerpo de Caleb se tensó y se puso alerta.
Uno de los daimons puros dio un paso al frente, sin molestarse si quiera en usar magia elemental para camuflarse. Me pareció extraño, pero de nuevo, no es que yo fuese una experta en daimons.
—Dos mestizos y… —olfateó el aire—. Otra cosa. Oh, Sandra, excelente trabajo.
Dioses, ¿Seth me había pegado ya algo? ¿Ahora podían olerme?
—¿Hablan? —dijo medio ahogada, como si el saberlo la horrorizase. Nunca había visto a un daimon, y menos aún hablado con él.
—Mucho —respondió Caleb.
El puro inclinó la cabeza hacia un lado.
—¿Los matamos?
Sandra, que seguía mirando a Caleb, levantó la daga.
—No me importa. He esperado demasiado tiempo ya, así que uno de ellos es todo mío.
El daimon rio.
—Necesitarás más de uno si secas a un mestizo, Sandra. No son como los puros, pero la chica… es diferente.
—Ya hemos matado a los Guardias del puente —la mirada del otro daimon pasaba de Lea a mí mientras su boca parecía esbozar algo como una sonrisa. Solo pude ver sus dientes afilados—. Ahí podías haber conseguido más éter. Mata al chico, nos llevaremos a estas dos.
El estómago me dio un vuelco. Me contuve desde mis adentros, haciendo que el terror que me atenazaba se calmase. ¿Luchar contra daimons sin titanio? Loco y suicida, pero aún tenía que haber Guardias y Centinelas patrullando, tenía que haberlos. Nos oirían y vendrían.
Claro está, si estos cuatro no los habían matado ya a todos. Pero no podía pensar eso, porque sabía que Aiden y Seth estaban por ahí en alguna parte, y no podían fallar en una noche así, no en una noche en la que Caleb y yo solamente queríamos coger unos refrescos y ver unas pelis con Olivia.
Lea se acercó a mí, con el pecho latiendo a mil.
—Estamos bien jodidos.
—Quizá —me agaché y cogí la tapa de un cubo de basura. Me enderecé y le apreté el brazo a Lea. Escuché cómo cogía aire y sentí cómo se tensaba. Sabía que estaba haciendo lo mismo que yo, guiarnos por nuestro instinto y años de entrenamiento. Le solté el brazo.
Caleb se puso frente a mí.
—Cuando haya un hueco, sal corriendo.
No podía quitarle el ojo a los daimons.
—No voy a dejarte.
Según dije esas palabras, los daimons volaron hacia nosotros.