Capítulo 10

Estaba hecha un manojo de nervios.

Tenía que ver con la cajita que llevaba en la bolsa de deporte. Deacon había sido muy majo envolviéndome la púa para regalo, pero ahora me sentía estúpida dándosela a Aiden, sobre todo después de todo lo que pasó entre ambos en el zoo.

Pero ya la tenía y debía dársela. Si no, igual a Deacon se le escapaba en algún momento y entonces sería mucho peor. Además, solo era una púa de guitarra, no era como si fuese a gritarle te quiero ni nada así. Que tampoco es que importase mucho porque ya se lo había soltado.

El entrenamiento con Aiden me lo pasé entre atontada e hiperalerta. No dejaba de perder oportunidades en las que decirle feliz cumpleaños o darle la maldita caja. No me atrevía.

¿Y si se reía de mí? ¿Y si la odiaba? ¿Y si me miraba y me decía «¿Para qué narices es esto?» y tiraba la caja al suelo? ¿Y si luego la pisaba?

No podía dejar de pensar todas las formas en que podía ir mal. ¿Tanto me importaba su reacción? Desde nuestro viaje al zoo y mi lamentable declaración de amor, Aiden había mantenido ciertas distancias conmigo. Pocas veces le había pillado mirándome con un mínimo de interés, y me preguntaba en qué estaría pensando en esos momentos.

Aiden volvió a lanzarme una mirada extraña, y me puse roja.

Nunca me había odiado tanto a mí misma.

Naturalmente, me quedé sin tiempo. Con el corazón a punto de salirse de mi pecho, me agaché y rebusqué por mi bolsa de deporte hasta encontrar la cajita blanca. Deacon incluso le había puesto un lazo negro, no sabía que se le daban tan bien estas cosas.

—Álex, ¿qué haces?

Con la caja en la mano, me levanté.

—¿Vas a hacer algo… especial esta noche?

Soltó la colchoneta que estaba enrollando.

—La verdad es que no. ¿Por qué?

Me moví nerviosa, con la caja escondida.

—Es tu cumpleaños. ¿No deberías celebrarlo?

Se le veía sorprendido.

—¿Cómo sabías que era hoy? Espera —sonrió triste—, te lo ha dicho Deacon.

—Bueno, tu cumpleaños es el día antes de Halloween. Difícil de olvidar.

Aiden se sacudió las manos.

—Iremos a cenar con algunos amigos, pero nada especial.

Sonreí mientras me acercaba a él.

—Bueno, eso ya es hacer algo.

—Sí, algo es.

Simplemente dale la estúpida caja, Álex.

—Bueno… hoy no tienes que trabajar, ¿no?

Dale la maldita caja, Álex, y deja de hablar.

Aiden sonrió fugazmente y me miró.

—No. Tengo la noche libre. Álex, te tengo que decir…

Di un paso al frente poniéndole las manos delante. Casi le estampo la cajita contra el pecho.

—¡Feliz cumpleaños! —Parecía y me sentía como la tonta más tonta del mundo.

Bajó la mirada hacia la cajita y luego me miró. Cogió la cajita.

—¿Qué es?

—Es solo un regalito. Nada grande —dije rápidamente—. Es por tu cumpleaños. Bueno, obviamente.

—Álex, no tenías por qué hacerlo —le dio la vuelta, acariciándola con sus maravillosos dedos—, no tenías que comprar nada.

—Lo sé —me aparté el pelo de la cara—, pero quería hacerlo.

—¿Puedo agitarlo?

—Sí, no va a romperse.

Sonriendo, agitó la caja. La púa chocó contra las paredes. Me miró una vez más y soltó el lazo negro. Aguantando la respiración, le vi abrir la tapa con cuidado y mirar dentro. Aiden entrecerró los ojos y abrió un poco la boca. No sabía qué quería decir esa expresión. Despacio, sacó la púa de la caja.

Aiden cogió la púa de piedra entre sus largos dedos, con cara de incredulidad.

—Es negra.

—Pues sí. Es negra. Eh… vi que tenías de todos los colores excepto el negro —siguió mirando la púa con cara de bobo. Crucé los brazos, con unas ganas repentinas de llorar tremendas—. Si no te gusta, estoy segura de que la puedes devolver. La compré por internet. Se puede…

—No —Aiden me miró a los ojos. Los suyos eran de un color gris oscuro, bordeados por un hilo de plata—, no. No quiero devolverla —le dio la vuelta a la púa, acariciándola con el pulgar—. Es perfecta.

Me puse roja. Aún seguía queriendo llorar, pero ahora por algo bueno.

—¿En serio?

Aiden dio un paso al frente, con los ojos vidriosos. Me cogió la cara. No sabía qué iba a pasar después, solamente sabía que estaba pillada por él, irremediablemente.

—Estáis aquí —Marcus estaba en la entrada de la sala—. Os he estado buscando por todas partes.

Aiden fue bastante ágil al guardarse el regalo en el bolsillo y girarse tranquilamente. No pude verle la cara, pero sabía que no mostraba emoción alguna. Tan solo sus ojos dirían algo, y Marcus nunca sería capaz de adivinarlo solamente por su color, tal y como yo hacía.

De todas formas, también estaba segura de que mi cara lo diría todo. Fui corriendo hacia mi bolsa de deporte y me quedé embobada con el asa.

—¿Qué puedo hacer por usted? —preguntó Aiden como si nada.

—Se ha hecho un poco tarde para estar entrenando, ¿no?

—Estábamos recogiendo.

—Alexandria, ¿qué haces? —preguntó Marcus.

Maldije entre dientes y me colgué la bolsa al hombro mientras me acercaba hacia mi tío. Llevaba un traje de tres piezas. Nadie en todo el campus vestía tan bien como él.

—Nada, solo estaba cogiendo mis cosas.

Levantó una ceja con elegancia.

—¿Has llegado tarde a la clase y has entretenido a Aiden? Deberías tener más respeto por su tiempo.

Le lancé una mirada enfadada, pero logré mantener la boca cerrada.

—No pasa nada —respondió Aiden rápidamente—. No ha llegado demasiado tarde.

Marcus asintió.

—Bueno, me alegro de haberos encontrado juntos.

Levanté las cejas y sentí la necesidad de reír descontroladamente. A Aiden no le pareció tan gracioso.

—Le he dado unas cuantas vueltas a lo que pediste y estoy de acuerdo con tu sugerencia, Aiden.

Los músculos se tensaron en la cara de Aiden.

—Aún no he podido hablarlo con Álex.

Marcus frunció el ceño.

—No te preocupes por eso. Lo has hecho estupendamente. Tengo que admitir que no pensé que pudiese coger el ritmo, pero tenías razón. Podemos dar por terminados los entrenamientos adicionales.

Di un paso al frente, pero no sentí el suelo bajo mis pies.

—¿Terminar mis entrenamientos?

—Aiden cree que ya no necesitas entrenamientos extra, y estoy de acuerdo con él. Seguirás trabajando con Seth, esto te dará algo de tiempo libre y así Aiden también podrá volver a su trabajo como Centinela.

Miraba a Marcus, escuchándole pero sin entenderle del todo. Luego me giré hacia Aiden. Estaba como ausente. Sabía que tenía que sentirme bien por esto, porque era un gran paso en la dirección correcta y Marcus me había felicitado, pero no podía ignorar el enorme vacío que comenzaba a abrirse paso en mi pecho. Aiden y yo no volveríamos a vernos si dejábamos de entrenar juntos.

—Aiden, ¿lo has hablado con Seth? —preguntó Marcus—. ¿Habéis hablado sobre qué áreas puede mejorar?

—Sí, Seth ya sabe qué cosas puede trabajar más —la voz de Aiden sonaba increíblemente vacía y plana.

¿Ya lo había hablado con Seth? Respiré, pero el aire se me escapaba de los pulmones. Se me encogió el pecho de una manera extraña y mi cerebro intentaba decirme que ya sabía que este día acabaría llegando. Pero no pensaba que llegaría tan pronto.

—Bueno, no quiero entretenerte. Disfruta de tu cena esta noche —Marcus hizo una pausa, como acordándose de que todavía estaba yo ahí. Se dio la vuelta, sonriendo educadamente—. Buenas noches, Alexandria.

No esperó a mi respuesta, lo cual estuvo bien porque no tenía nada que decirle. En cuanto me aseguré de que no podía oírnos, me giré hacia Aiden.

—¿No volveremos a entrenar?

Aiden seguía sin mirarme.

—Iba a contártelo. Creo que…

—¿Que ibas a contármelo? ¿Por qué no lo hiciste antes de ir a ver a Marcus?

—Fui a ver a Marcus la semana pasada, Álex.

—¿Después… de volver del zoo? ¿Por eso estabas en su oficina cuando entré yo?

Y Aiden seguía sin mirarme desde que Marcus soltó la bomba.

—Sí.

—No… no lo entiendo —agarré la correa de la bolsa como si fuese un salvavidas—. ¿Por qué no quieres seguir entrenándome?

—Álex, ya no necesitas que entrene más —su cuerpo empezó a tensarse—. Ya estás al mismo nivel que el resto de los estudiantes.

—Si eso es cierto, ¿por qué has tenido que decirle a Seth qué cosas debo mejorar? ¿Por qué no podíamos trabajarlo nosotros?

Aiden se dio la vuelta, pasándose una mano por el pelo.

—Necesitas tiempo libre. Vas todo el día cansada, y tenía que hacer algo al respecto. Necesitas trabajar con Seth mucho más que conmigo. Él puede trabajar contigo en los elementos, prepararte para cuando despiertes.

Tenía un extraño zumbido en los oídos que le añadía más surrealismo a toda la escena.

—Eso no es cierto. No necesito a Seth.

Aiden miró hacia mí.

—No me necesitas a mí.

Necesité varios intentos hasta lograr que las siguientes palabras salieran a través del nudo de mi garganta.

—Sí. No volveré a verte si no entrenamos.

—Me verás en el Consejo, Álex, y me verás por aquí. No seas absurda.

Ignoré la frialdad de su voz.

—¿Y después de eso? No volveré a verte —se me quebró la voz, sonando igual de triste que humillante.

—Bueno, creo que es… es lo mejor.

Sentí como si se hubiese metido dentro de mí y me hubiese aplastado los pulmones hasta convertirlos en una masa sin vida. Respiré profundamente e intenté calmarme, pero tenía un dolor clavado en el pecho. Dolía mucho, como si fuese a estallar de verdad. No podía hacer más que mirarle.

—Es… ¿es por lo que te dije en el zoo? ¿Es por eso que no quieres seguir entrenándome?

El cuerpo de Aiden volvió a tensarse, igual que su mandíbula.

—Sí, tiene que ver con eso.

Mi corazón empezó a partirse.

—¿Porque… porque te dije que te quería?

Hizo un sonido con la garganta.

—Y porque yo no… —hizo una pausa y apartó la mirada—. Yo no siento lo mismo por ti. No puedo. ¿Vale? No puedo permitirme quererte. Si lo hiciese, te lo quitaría todo, todo. No puedo hacerte eso. No te lo haré.

—¿Qué? Eso no…

—Sí que importa, Álex.

Intenté cogerle el brazo, pero Aiden se apartó. Dolida, me abracé a mí misma.

—Estás diciendo…

—Para —se volvió a pasar una mano por el pelo.

La crudeza de sus palabras me atravesó.

—¿Entonces por qué me dijiste esas cosas en el zoo? ¿Por qué dijiste que te preocupabas por mí? ¿Que querías romper las reglas por mí? ¿Por qué me dijiste todo eso?

Aiden me miró con sus ojos de un color gris oscuro y di un paso atrás. No se parecía en nada al Aiden que yo conocía. Aiden nunca me miraba tan fríamente, tan distante.

—Me preocupo por ti, Álex. No… no quiero ver que te ocurra nada malo o verte herida.

—No —negué con la cabeza—. Es más que eso. Tú… me cogiste de la mano —la última parte no fue más que un susurro lastimoso.

Se estremeció.

—Eso fue… un error estúpido.

Ahora me estremecí yo, y no pude evitar que las palabras salieran de mi boca.

—No. Yo te gusto…

—Por supuesto que me gustas —dijo con una voz dura—. Soy un hombre y tú eres una chica guapa. No puedo evitarlo. Que me gustes en sentido físico no tiene nada que ver con lo que siento por ti.

Abrí la boca, pero no dije nada. Al parpadear, unas lágrimas cálidas rodaron por mis mejillas.

Aiden cerró los puños.

—Eres una mestiza, Álex. No puedes quererme, y los pura sangre no pueden amar a los mestizos.

Di unos pasos hacia atrás atropelladamente, sintiendo como si me hubiese dado una bofetada. Estaba muy avergonzada, humillada. ¿Cómo podía haberme equivocado tanto sobre qué sentía por mí? Lo había entendido todo al revés. Soltando un bufido de rabia, me di la vuelta cuando Aiden cerró los ojos y bajó la cabeza.

Me encontraba mal y fui hacia mi habitación, aturdida. Lo peor era la vergüenza. No podía ver más allá, ni pensar en nada más. Trataba de luchar contra el ardor en mis ojos. Llorar no iba a solucionar nada, pero joder, era lo único que quería hacer. Me dolía el pecho como si me lo hubiesen abierto y arrancado el corazón.

Cuando abrí la puerta de mi cuarto, no me sorprendió mucho encontrarme a Seth sentado en el sofá. No me sorprendió, pero me enfadó. Tendría que ir pensando en atrancar la ventana del cuarto.

No me miró.

—Hey.

—Por favor, vete —dejé caer la bolsa al suelo.

Seth apretó los labios mientras seguía mirando al frente.

—No puedo.

En mi interior no tenía más que pura rabia. No podía, no podía perder las formas delante de Seth.

—No estoy bromeando. Sal de aquí.

Me miró, con los ojos del color de una cálida puesta de sol.

—Lo siento… pero no puedo irme.

Di un paso al frente, cerrando los puños.

—No me importa qué estás sintiendo a través de mí y cómo te esté afectando. Vete, por favor.

Seth se levanto despacio.

—No voy a irme. Te vendría bien un poco de compañía.

Puede que la conexión entre mis emociones y Seth fuese lo que más odiase en toda mi vida.

—No me fuerces, Seth. Vete o haré que te vayas.

En un segundo lo tenía frente a mí. Me cogió los brazos y se puso a mi nivel, mirándome a los ojos.

—Mira, puedo irme de la habitación. Vale. Vas a seguir sintiéndote como el culo, lo que significa que yo voy a sentirme como el culo.

Tomé aire con dificultad, sin poder escaparme de él. Las lágrimas me ardían en los ojos y se me atragantaban, a punto de ahogarme.

Respiró profundamente.

—Sé que me mentiste cuando me dijiste que no… le querías. ¿Por qué te estás haciendo esto? Aiden es como todos los demás puros, Álex. Seguro que hay momentos en los que no lo parece, pero es un pura sangre.

Aparté la mirada, mordiéndome el labio hasta que saboreé la sangre. Una hora antes no habría estado de acuerdo con eso, pero Aiden había dicho exactamente lo mismo.

—¿Y qué pasaría si él también te quisiese, Álex? ¿Qué pasaría entonces? ¿Te conformarías con ser algo que tuviese que esconder? ¿Te conformarías con mentir a todo el mundo y ver cómo él actúa como si no se preocupase por ti? Y luego, cuando os pillaran, ¿serías feliz dando tu vida por él?

Todas eran muy buenas preguntas, preguntas que me había repetido a mí misma una y otra vez.

—Eres demasiado importante, demasiado especial como para echarlo todo a perder por un puro —Seth suspiró y me cogió de las manos—. He traído una peli, esa con los vampiros que brillan. Pensé que te podría apetecer.

Le miré en silencio. Estaba como siempre, una estatua viviente. Perfección sin humanidad, pero aquí estaba.

—No te entiendo.

No respondió y me hizo sentar en el sofá. Puso la película y volvió, con el mando a distancia en la mano.

—Estoy un poco raro hoy —dijo al final mientras jugueteaba con el mando.

Le miré y se me escapó una risita. ¿Raro? Más bien lo que le pasaba era que tenía un trastorno de personalidad o algo. ¿Pero quién era yo para juzgarle? Yo también debía estar loca, ¿no? Me había enamorado de un puro. Eso estaba en lo más alto de la lista de síntomas de cualquier enfermedad mental.

Pensar en Aiden me provocó un fuerte pinchazo en el pecho. Pensé que me había dejado el corazón en el gimnasio, sangrando sobre el suelo. Intenté concentrarme en la película, pero mi cerebro no estaba por la labor. Empecé a rebobinar en mi mente mi conversación con Aiden, todas en realidad. ¿Cómo podía pasar de ser un tío por el que daría mi vida, en quien podía confiar y apoyarme, que hacía latir a mil por hora mi corazón con la más ligera sonrisa o halago, a ser alguien tan frío como pensaba que era Seth?

Y sin embargo era Seth el que estaba ahora sentado a mi lado.

Igual él no era tan frío como parecía y Aiden no era tan perfecto como yo creía. Quizá mi opinión estaba tan equivocada como mi gusto en tíos.

Seth volvió a suspirar, esta vez mucho más alto que antes. Despacio y como si nada, me cogió y me echó sobre él. Acabé con la cara contra su muslo y su brazo sobre mí.

—¿Qué estás…?

—Shh, estoy viendo la película.

Intenté incorporarme, pero no pude. Su brazo pesaba una tonelada. Unos cuantos intentos infructuosos después, me rendí.

—Y bueno… eh, ¿eres un tío de los del Team Edward?

Resopló.

—No. Soy más bien Team James o Team Camioneta de Tyler, pero parece que ninguno de ellos gana por lo que veo. Ella sigue viva.

—Sí, eso parece.

Seth no volvió a decir nada más y, en un momento dado, mi cuerpo se relajó y parte del dolor disminuyó. Seguía ahí, pero la presencia de Seth lo había apagado, la conexión Apollyon hacía su trabajo. Igual era por eso por lo que Seth había venido. O quizá solo era porque quería ver en vivo mi estupidez.