—El oráculo ha fallecido —Lucian andaba de un lado a otro, mirándonos a todos. Estaba ridículo con esa túnica blanca ondeando sobre su cuerpecillo—. Otro tiene que tomar su poder.
Me dolía la cabeza.
Al parecer, que muriese el oráculo no era gran cosa. La Abuela Piperi ya era vieja, seguramente debí encontrármela el día de su muerte o algo así, qué suerte.
Leon levantó uno de sus enormes brazos y se pinzó el puente nasal. Esta improvisada reunión no estaba yendo bien. Había venido directamente al despacho de Marcus después de que la Abuela Piperi se desvaneciera, y desde allí, Marcus llamó a todos. Por desgracia, Lucian vino con Seth. Y peor aún, por alguna razón, Aiden ya estaba en el despacho de Marcus.
Marcus tomó aire.
—Álex, ¿qué ha pasado exactamente?
—Ya te lo he contado todo. Me la encontré en el jardín. Un segundo estaba hablando y al siguiente, simplemente se desvaneció…
—¿Se desvaneció? —Seth se rio. Estaba apoyado en una esquina, con los brazos cruzados sobre el pecho y esa maldita sonrisa pegada a la cara—. ¿En serio?
—Sí, se desvaneció. Estaba ahí y al instante se convirtió en una pila de polvo.
—Nosotros no nos desvanecemos, Álex. Eso no ocurre.
—Bueno, pues ocurrió. Me dio un golpecito en el pecho con sus dedos huesudos y dijo alguna tontería. Luego se desvaneció.
Seth levantó las cejas y volvió a reír.
—¿Qué has estado haciendo hoy? ¿Te has fumado algo?
Dirigiéndome a Marcus, levanté las manos. No tenía ni idea de por qué Seth estaba siendo un capullo conmigo. Había empezado en el mismo instante en que había entrado a la sala, y a estas alturas ya quería matarlo.
—¿Tiene que estar él aquí?
—Él está donde lo necesite —dijo Lucian—. Y lo necesito aquí.
—Por lo menos, ¿puede callarse? —Echaba de menos la versión maja de Seth. Esta era una mierda—. No hay ninguna necesidad de que comente todo lo que sale de mi boca.
—Comento todo porque suena como si hubieses fumado crack —siguió Seth—. ¿Dónde has estado todo el día?
—Seth —dijo Aiden. Fue lo primero que dijo desde que la reunión había empezado. Se había puesto el uniforme de Centinela, y me estaba costando horrores no mirarle—. ¿Puedes estar callado durante cinco segundos?
Los ojos de Seth llameaban.
—¿Por qué tiene que estar aquí? Solamente es un Centinela.
—Él estaba aquí antes que ninguno de vosotros —respondió Marcus con una sonrisa tensa—. Y Seth, por favor, trata de contener tus comentarios.
Seth se acomodó contra la pared, levantando las manos a modo de rendición.
—Claro, claro. Continúa Alexandria. Vuelve a contarnos cómo se desvaneció.
—Ya lo he explicado —dije—. Es bastante fácil de entender. Hasta para ti. ¿O es que esta mañana te has levantado con el pie izquierdo?
—Álex —dijo Aiden entre un suspiro—. Háblale solo a Marcus.
Me tensé.
—Lo siento. Si vuelve a decirme una sola palabra, voy a coger esa daga de la pared y se la voy a clavar entre los ojos.
Seth se incorporó.
—Vaya, qué valiente para ser una pequeña Apollyon en formación. Si quieres intentarlo, me apunto.
—¡Seth! —gritó Marcus dando un golpe contra la mesa y haciendo temblar varios libros.
No pude aguantarme más.
—¿Sabes qué? Apuesto que tu madre quiso ahogarte cuando naciste.
—¡Alexandria! —dijo Marcus desde el otro lado de la mesa—. ¿Podríais…?
—Hay una razón por la que las madres se convierten en daimons e intentan matar a sus hijas.
Salí corriendo hacia el otro lado de la sala, yendo directa a por la daga tras el escritorio de Marcus, pero Aiden me interceptó. Pensé en esquivarlo, pero seguro que trataría de hacer todo lo posible para impedir que matase a Seth.
—No —me ordenó Aiden en voz baja—. Tú ignóralo.
—No me digas lo que tengo que hacer —le solté—. Quiero la daga para abrirle en canal.
—¿Abrirme en canal? —Seth rio—. ¿Qué eres? ¿Un Apollyon matón de barrio que viene a apuñalarme?
Lucian se sentó en uno de los sillones de cuero.
—Tanta pasión entre los dos —murmuró—. Supongo que era de esperar. Los dos sois uno. Dejad que se vayan, así podremos seguir con esta conversación sin más interrupciones, aunque sean bien entretenidos.
Paré, y Seth también. De hecho, todo el mundo en la sala paró y miró a Lucian.
—¿Qué?
Sonrió como si tuviese un gran secreto y giró la muñeca con elegancia.
—Dejad que se vayan. Alexandria ya nos ha contado qué ha pasado. El oráculo ha fallecido y otro ha llegado. Dejad que sigan con su pelea de enamorados en privado.
Hasta Seth se quedó sorprendido por eso. Yo tuve una respuesta más vocal, una que hizo que Marcus me mirase como si me quisiese meter en un cuarto oscuro y no volverme a dejar salir nunca más.
—Aún no sabemos qué le ha dicho el oráculo a Alexandria —dijo Leon desde una esquina. Casi había olvidado que estaba aquí.
—Ya nos ha dicho lo que ha podido. ¿Cómo era, cariño? —Lucian me miró con una sonrisa tontorrona en la cara—, ¿dijo que el destino podía cambiarse? ¿No son buenas noticias? El oráculo se refería a los dos Apollyons.
Le miré enfadada.
—¿Por qué tienes que hacer que todo gire alrededor del Apollyon?
Lucian volvió a mover la mano.
—Dejad que se vayan.
La mirada de Aiden saltaba de uno a otro.
—No creo que sea buena idea ahora mismo. Uno puede herir de gravedad al otro.
Me pregunté si realmente pensaba así o si lo que le molestaba era la idea de que los dos «arreglásemos» nuestra «pelea de enamorados» en privado.
Marcus suspiró.
—Creo que es una idea excelente, porque no estamos llegando a nada con los dos en la misma habi…
—Creía que Lucian necesitaba que Seth estuviese aquí —interrumpió Aiden, con los ojos como témpanos de hielo.
Algo completamente estúpido salió de mi interior. ¿Aiden estaba celoso?
—¿Sabes qué? —Lancé una mirada desafiante a Aiden—. Vámonos. Venga, Seth. Vamos a seguir con nuestra pelea de enamorados.
Seth se apartó de la pared y arqueó una ceja.
—Claro, amor, suena fantástico. No olvides coger una daga para que puedas sacarme un ojo. Oh, vaya —fingió poner una cara amable—, solo un Centinela entrenado puede llevar una daga.
Le miré con desprecio y me di la vuelta para salir de la sala. La cabeza me dolía un montón y, aunque había aceptado salir de la sala, no quería seguir hablando con Seth. Logramos llegar hasta el primer piso antes de que finalmente se desatase la tormenta.
Seth me agarró del brazo y me metió en uno de los despachos vacíos, cerrando la puerta detrás suyo.
—Pequeña mocosa, ¿qué narices has estado haciendo todo el día?
Solté mi brazo y fui hasta el otro lado de la oficina. Seth me siguió, y me acordé del león de antes. Solo le faltaba mover la cola de un lado a otro. No pude evitar reírme. La imagen de Seth con cola era bastante divertida.
Seth paró en seco y me miró frunciendo el ceño.
—¿Qué es tan divertido?
Me calmé.
—No, nada.
—¿Qué has estado haciendo todo el día, Álex?
—¿Y qué has estado haciendo tú? —Me aparté, dejando espacio entre los dos—. ¿Y por qué parece que no te importa que haya muerto el oráculo?
—Álex, era muy vieja. Como poco unos cuantos cientos de años. Tenía que pasar. Lucian tiene razón, otro tiene ahora los poderes y bla, bla, bla…
—¡Murió delante mío! Fue un tanto inquietante.
Seth inclinó la cabeza hacia un lado.
—¿Quieres que te haga una fiesta de condolencia? Seguro que puedo hacer que venga alguien a consolarte.
—Dioses, ¿tanto te costaría ser un poco majo? Oh, espera. Sí. Así que perdona, pero tengo cosas que hacer —me dirigí hacia la puerta, pero Seth me agarró del brazo. Estaba ardiendo—. Seth, vamos. Me duele mucho la cabeza y…
Me miró a la cara.
—¿Qué has estado haciendo hoy?
Empezaba a sentirme incómoda.
—He estado entrenando. ¿Qué otra cosa iba a estar haciendo?
—¿Entrenando? —Seth rio con dureza—. ¿Dónde?
—Aquí —dije inmediatamente.
Seth entrecerró los ojos.
—Mentirosilla, miré en la sala de entrenamiento y no estabas.
Oh, mierda.
Una sonrisa de suficiencia cruzó su cara.
—También miré en todas las demás salas, en el gimnasio, en la playa, en tu habitación. No estabas en ningún sitio.
Oh, mierda por dos.
—Así que no me mientas —me acorraló hasta que me di con la mesa—. Tienes la cara roja, tu pulso se ha acelerado, y se te da muy mal mentir.
Me agarré al borde de la mesa.
—No tengo ni idea de lo que hablas.
Seth se agachó hasta ponerse a mi altura.
—¿Ah no?
—No.
—Voy a preguntártelo una vez más, Álex. ¿Qué has estado haciendo hoy?
—¿O qué? —pregunté—. ¿Qué vas a hacerme? ¿Y por qué te importa si quiera?
—Porque hoy has estado sintiendo unas emociones escandalosamente fuertes.
—Dioses, este día nunca acaba —murmuré. Las sienes me palpitaban con fuerza, y estaba segura de que tenía suficiente rabia en mi interior como para quitarme a Seth de encima—. ¿Y a ti qué te importa?
—Me importa porque se suponía que hoy estabas entrenando con Aiden, y no tenías por qué haber sentido todas esas… —Seth abrió los ojos como platos y juro que no había visto nunca sus pupilas tan dilatadas. Para no haber parado de llevarme hacia sí mismo, me soltó muy rápidamente—. Oh. No, no, no.
Empecé a sentir miedo y frío.
—¿Qué pasa?
—Tú no… —se pasó la mano por la cara—, espera, ¿qué digo? Claro que harías algo tan increíblemente estúpido.
Me apoyé contra la mesa.
—Eh… vaya, gracias.
Seth se echó hacia delante, cogiéndome por los hombros. Protesté, sin poder evitarlo.
—Por favor, dime que me equivoco. Dime que no estás tonteando con un maldito pura sangre. Mierda, Álex. ¿Él? Dioses, eso explicaría muchas cosas.
Todo lo que tenía en la cabeza pareció vaciarse. Mi cerebro tenía esa maravillosa habilidad de hacerlo cuando necesitaba pensar rápido.
Rio bruscamente.
—Ahora por lo menos ya sé por qué me odia. Por qué siempre está encima de ti. Pensaba que solo era en un sentido figurado, no literal. ¿En qué demonios estás pensando? ¿En qué está pensando él? ¡Vas a arruinarlo todo! Tu futuro, mi futuro, ¿y para qué? ¿Para sentirte más pura?
Me quité de encima sus manos por enésima vez.
—¡No tienes ni idea de lo que estás diciendo! No estoy haciendo nada con Aiden.
—¡No te atrevas a mentirme sobre algo así! —me apuntó con el dedo y sentí la necesidad de rompérselo—. No puedes hacer esto, Álex. No voy a dejar que esto continúe —Seth se dirigió hacia la puerta.
—No. ¡No! ¡Seth, para! Por favor —esta vez le agarré yo, apartándolo de la puerta—. Por favor, escúchame. ¡No es lo que piensas!
Sus ojos casi brillaban de lo enfadado que estaba.
—¡No tiene nada que ver con lo que pienso, es por lo que he sentido hoy!
—Por favor. Escúchame solamente un segundo —le clavé los dedos en el brazo—. No puedes decir nada. Ellos…
—No voy a decir nada al Consejo, pequeña idiota. Te mandarían a la servidumbre en un abrir y cerrar de ojos —me apartó entre maldiciones—. Sabes, creo que quizá sí sea diferente a los demás puros, pero lo que es seguro es que no actúa de forma diferente. Que le den al mestizo; esclavicemos al mestizo. Eso es lo que dicen, Álex.
—¿Qué estás haciendo? No puedes…
—Voy a tener una charlita con Aiden.
Corrí delante de Seth y me pegué a la puerta.
—¡De ningún modo vas a hablar con él! Te pelearás con él.
—Es bastante posible. Ahora sal de mi camino.
—No.
—Sal de mi camino, Álex —dijo en un gruñido. Las marcas del Apollyon empezaron a surgir por toda su piel.
—Vale —respiré apoyada contra la puerta—. Te diré la verdad, ¿vale? Pero por favor no hagas nada… estúpido.
—No creo que debas darme lecciones sobre cómo evitar hacer estupideces.
Conté hasta diez. Este no era momento para perder la paciencia.
—No ha pasado nada entre Aiden y yo, ¿vale? Me gusta, ¿de acuerdo? Sé que está mal —cerré los ojos, deseando que las palabras no hiciesen tanto daño—. Sé que es estúpido, pero no hay nada entre nosotros.
—Lo que hoy he sentido no ha sido nada, Álex. Sigues mintiéndome.
—Vale, nos besamos, pero ¡para! —empujé a Seth cuando intentó apartarme de la puerta—. Escúchame. Nos besamos, pero no ha sido nada. Fue una estupidez, un error. No es nada por lo que enfadarse, ¿de acuerdo?
Bajó la mirada, mirándome con los labios apretados. Después cerró los ojos y se hizo un tenso silencio entre los dos.
—Tú… le quieres, ¿verdad?
Me lo quedé mirando, con el corazón a mil.
—No, no, claro que no.
Seth asintió, pasándose una mano por la cara.
—Álex… Álex, estás loca.
Obviamente, no me creyó. Tenía que hacerle entender a Seth que no hacía falta hacer nada al respecto. No podía de ningún modo ir a por Aiden. Solo los dioses sabían lo que Seth podía hacer, o lo que Aiden haría. Ya casi podía verles peleándose en la playa; una cosa llevaría a la otra, y al final el Consejo acabaría enterándose. Los puros me drogarían para contener al Apollyon de mi interior y yo me pasaría el resto de mi vida fregando suelos. Aiden nunca se lo perdonaría, no podía dejar que algo así llegase a pasar. Y luego estaba el idiota este que tenía en frente. Si Seth atacaba a un puro, ese sería su fin. El Consejo iría contra Seth, y a pesar de que estaba deseando estrangularle, no quería… bueno, no quería que nada le ocurriese.
Llámalo instinto de supervivencia.
—No pasa nada —dije—. Solo prométeme que no harás nada.
Seth me miró durante tanto tiempo que empecé a ser consciente del silencio que nos rodeaba. El tatuaje empezó a desaparecer de nuevo y a él se le veía increíblemente tranquilo.
—No vas a hacer nada ¿verdad?
—No —Seth me cogió y apartó mi mano del pomo de la puerta—, no voy a decir nada.
Sentí como un hermoso y dulce alivio recorría mi cuerpo. Respiré profundamente.
—Gracias.
—¿No vas a preguntarme por qué?
—No —negué con la cabeza—. A caballo regalado no le mires el diente.
—¿Pero sabes lo que eso quiere decir?
—En realidad no —dije—, pero sonaba bien.
Seth arqueó una ceja, y me apartó de la puerta.
—Venga, vámonos.
Miré hacia nuestras manos por un segundo.
—¿Dónde vamos?
—Vamos a entrenar, ya que parece que hoy no has hecho nada de eso.
—¿Se desvaneció en la nada? Joder, que locura.
Miré a Caleb, deseando que pudiese desvanecerse en la nada.
—¿Qué le pasa a todo el mundo con la terminología? Juro por los dioses que si alguien vuelve a preguntármelo, me vuelvo loca.
—¡Puf! —dijo Olivia en voz baja, sonriendo.
Le lancé una mirada de odio.
—Ja, ja. Que graciosa.
—Lo siento —cogió a Caleb del brazo. Al parecer habían hecho las paces, otra vez. Me alegraba por ellos, me gustaba cómo se miraban cuando no peleaban—. De todos modos, seguro que fue un poco raro.
—Raro es decir poco.
—Era tan vieja como el polvo —dijo Caleb—, pero aún así, esa vieja bruja era divertida.
Divertida no era una palabra que yo usaría para describir a la Abuela Piperi. Me dejé caer sobre la silla y cerré los ojos mientras Olivia y Caleb hablaban sobre la fiesta a la que se escaparon la otra noche. Sentí una pizca de celos y rencor. No me habían invitado. Quizá Caleb también pensaba que yo tenía más de pura que de mestiza. Bah.
Volví a pensar en Piperi. Incluso unos días después, seguía tan distraída pensando en que casi descubren a Aiden y nuestra inexistente relación, que no me había parado a pensar demasiado en lo que dijo antes de morir.
Nuestra conversación no tuvo mucho sentido, no me sorprendía. Lo único que saqué en claro de todo aquello fue eso del chico que no era lo que parecía, que tenía engañados a todos. Si no hubiese desaparecido un segundo después, quizá hasta me hubiese dicho su nombre, habría ayudado bastante. Esa parte de la conversación no se la había contado a nadie. Era como que quienquiera que fuese, no era amigo mío, pero aún así no podía estar segura. Después de eso, debí quedarme dormida, porque me desperté asustada tras escuchar mi nombre.
—Señorita Andros.
Abrí los ojos y vi a Leon en la puerta.
—¿Sí?
—No deberías estar aquí.
Qué raro. ¿Cuándo habían mandado a Leon que fuese mi niñera? Solo le veía por el campus cuando tenía que dar alguna noticia urgente y horrible.
—Vamos —dije lloriqueando.
Caleb se asomó por encima del sofá.
—No molesta a nadie.
Leon ni siquiera miró a Caleb.
—Arriba.
Caleb se giró hacia mí.
—Un día de estos te dejarán salir a jugar, y entonces todo se habrá arreglado en nuestro mundo.
Me levanté de la silla y moví los ojos en dirección a Caleb.
—Leon, ¿puedo quedarme a jugar con mis amigos? —Hice reír a Olivia.
La cara de Leon seguía inexpresiva.
—Quizá te dejasen jugar si estuvieses una semana entera sin meterte en líos.
—Supongo que eso es un no —Caleb levantó la mirada sonriente hacia mí—. Así que ya sabes qué hacer, no te metas en líos durante una semana, Álex. Una semana entera.
Le di una colleja al pasar por el sofá. Él intentó darme, pero Olivia le paró.
—¡Adiós! —dijo Olivia canturreando mientras se acurrucaba contra Caleb.
Les dije adiós con la mano y seguí a Leon. Me sentía un poco incómoda a su lado. El tipo medía casi dos metros y estaba tan fuerte como un luchador profesional. Además yo no tenía ni idea de cuánto sabía Leon. Recordé lo poco sorprendido que se mostró cuando Marcus dijo que yo era el Apollyon.
Pensé en algo que decir pero estaba en blanco, hasta que vi una estatua de Apolo.
—Hey, te pareces a Apolo. ¿Te lo habían dicho alguna vez? Solo te falta tener el pelo rubio y las hormonas revolucionadas. A lo mejor era tu tatara-tatara-tatara-tatara-tatara abuelo o algo así.
Leon miró hacia la estatua de mármol.
—No. Nadie me lo había dicho.
—Oh. Es extraño, porque te pareces. Me pregunto si tendrás algo más en común con Apolo.
—¿Como qué?
—Ya sabes, ¿no le gustaban a Apolo los chicos guapos? —Solté—. Bueno, espera, ¿no le gustaba todo lo que podía andar? Vamos, hasta que acababan convertidos en árboles o flores.
—¿Qué? —Leon se paró completamente y me miró—. Algunos mitos son reales, pero la mayoría están exagerados.
Levanté las cejas.
—No sabía que eras un fan de Apolo. Lo siento.
—No soy un fan de Apolo.
—Vale, entonces nada.
—¿Sabes qué me parece interesante, Alexandria? —preguntó.
—No. La verdad es que no —el frío de la noche me dio un escalofrío.
—Que te encontraras con el oráculo justo antes de que muriese.
Eché un vistazo a mi alrededor, mirando el campus casi vacío, recorrido únicamente por Centinelas y Guardias. No me había dado cuenta de que era tan tarde.
—No tengo ni idea. Supongo que tengo suerte o algo.
—¿Tanto como para encontrártela dos veces?
Le miré extrañada. Parece que sabía algo más de lo que yo no era consciente.
—Supongo.
Leon asintió, mirando por el camino que llevaba hacia la residencia femenina.
—¿Sabías que el oráculo solo se encuentra con quien quiere encontrarse? ¿Que muchos, muchos pura sangre pasan toda su vida sin verla ni una sola vez?
—No —me abracé a mí misma y me pregunté dónde se había metido el verano. Estábamos casi a finales de octubre, pero normalmente no hacía este frío.
—Eso es que tendría algo muy importante que decirte —dijo Leon—, supongo que sería algo más que el hecho de poder cambiar la historia.
Aminoré el paso cuando las palabras del oráculo me volvieron a la mente. Él no es lo que parece. Los tiene a todos engañados. Juega a dos bandas. Miré hacia Leon, consciente del camino que estaba tomando la conversación. No sabía nada de Leon, excepto que tenía una maravillosa habilidad para aparecer cuando no le quería cerca, y que era fan de Apolo.
—Eso es todo lo que me dijo.
Leon paró frente a las escaleras de la residencia y cruzó sus enormes brazos sobre el pecho.
—Parece que es un tanto confusa.
—Piperi es, era, siempre confusa. Nada de lo que me haya dicho nunca ha tenido demasiado sentido.
Inclinó la cabeza hacia un lado y sonrió. Creo que era la primera vez que lo veía sonreír.
—Es lo que tienen los oráculos. Te dicen la verdad, pero tienes que escucharla con atención.
Levanté las cejas.
—Bueno, pues supongo que yo no la escuché.
Leon me miró serio.
—Estoy seguro de que lo harás en su momento —luego se dio la vuelta y desapareció por el camino.
Me quedé ahí parada un ratito, viendo cómo se alejaba. Había sido la conversación más larga que había tenido con este tío, y estaba casi a la altura de las del oráculo. Nada tenía sentido.
También me dejó un poco intranquila. Siempre hubo algo raro en Leon, algún rasgo de otro mundo que no acababa de entender. ¿Podría ser él el hombre misterioso del que hablaba el oráculo?
Me dio un escalofrío mientras me dirigía hacia las escaleras. Ojalá no lo fuese. Ninguno de nosotros podría luchar contra esa enorme mole.