Capítulo 7

No me sorprendió que esa noche Seth llamase a la ventana de la habitación. Sinceramente, el toque de queda era una mierda, estar encerrada en la habitación y sin poder dormir bien me creaba un estado de aburrimiento mortal, así que agradecía sus visitas. Sobre todo cuando venía para ver una película y me quedaba dormida.

Pero hoy era distinto.

Aún no había decidido qué iba a ponerme mañana, y era algo bastante importante. Aiden solo me había visto con la aburrida ropa de deporte. Necesitaba algo mono, un poco sexy, pero tampoco podía parecer forzado. Tenía el armario entero sobre la cama. Y, por supuesto, acababa de verle a Seth sus, ehm… partes más privadas, así que no me apetecía mucho verle la cara esta noche.

Volvió a llamar, cada vez más fuerte. Gruñí, fui hacia la ventana y la abrí. Por suerte estaba vestido.

—¿Qué?

Seth se apoyó en la ventana, autoinvitándose a entrar.

—Bonito pijama.

—Cállate —cogí una sudadera de la cama y me la puse, deseando haberme puesto un pijama largo en vez de unos shorts y una fina camiseta de tirantes.

—Ya sabes que no me importan tus marcas. Te hacen parecer peligrosamente sexy.

—No me estoy tapando las marcas, ya lo sabes.

—Sí y no. Te avergüenzas de las cicatrices porque eres increíblemente presumida para ser una chica que quiere ser Centinela. Pero también estás incómoda estando medio desnuda delante mío…

—¡No estoy medio desnuda! Y no estoy incómoda delante de ti. Y no soy presumida.

—Se te da muy mal mentir —se sentó en mi cama.

Vale. Estaba mintiendo. La vanidad no era el peor de los pecados y sí, Seth me incomodaba por muchas razones, pero ese no era el tema.

—¿Por qué estás aquí?

—Quería ver si estabas bien.

Arrugué la frente.

—¿Por qué?

Miró a su alrededor y se fijó en la ropa esparcida por todas partes.

—¿No sabes qué ponerte?

—Eh… Solo estaba ordenando el armario.

—Ya veo.

Suspiré y me froté la frente, cansada.

—¿Qué quieres? Como puedes ver estoy bastante ocupada.

Arqueó una ceja.

—Lo sé. Qué vida más emocionante, ordenando tu armario un viernes por la noche.

—Ya ves, no todos tenemos una vida tan emocionante como la tuya, Seth.

Sus labios dejaron escapar una sonrisa de satisfacción.

—Lo sabía.

—¿Qué sabías?

—Que estás loca por mí.

Me lo quedé mirando y levanté los brazos, esperando una explicación mejor.

—Estás enfadada por lo de esta tarde —al echarse hacia atrás, apartó varias opciones potenciales para mañana—. ¿Te pusiste celosa, Álex?

Casi doy con la boca contra el suelo. Me llevó un momento responder.

—No entiendo por qué crees que me puse celosa.

Seth me miró con complicidad.

—Quizá estabas celosa de Elena…

—¿Qué? —Cogí un jersey que me había comprado justo antes de que nos prohibiesen salir—. ¿Yo, celosa de Elena y su pelo de Campanilla? No creo.

Alargó el brazo y me quitó el jersey de la mano.

—Uh. Que mala eres, ¿no?

—Para nada. Si hubiese sabido de tu complejo de Peter Pan, os habría presentado antes —intenté recuperarlo, pero lo enrolló en una pelota y lo lanzó al otro lado de la habitación—. ¡Argh! ¡Eres insoportable!

—Admite que estabas celosa. Es el primer paso, y el segundo es hacer algo para remediarlo.

Le miré.

—No podría importarme menos lo que hagas, o con quién lo hagas, en tu tiempo libre —entonces me vino algo a la mente—. Espera. ¿Sabes qué? Hay algo que no va bien.

—Dime.

—Todo el mundo no deja de decirme que todo lo que hago no es más que un reflejo de ti, ¡pero tú te estás tirando a gente en el jardín! ¿Desde cuándo eso está bien?

—Haces que suene asqueroso —sonrió como un gato, si es que eso se puede—. No critiques sin saber. Oh, espera. No has probado nada, ¿verdad mi virgen Apollyoncita?

Intenté pegarle lo más fuerte que pude, pero se anticipó a mis movimientos y me agarró la mano. Sus ojos brillaron peligrosamente según tiraba de mí. Mi propia inercia me hizo tropezar y acabé cayéndome hacia delante.

Seth se echó hacia un lado y me rodeó con sus brazos.

—Siempre pegando —dijo riendo—. Creo que tendríamos que trabajar tus modales.

Tenía la cara aplastada contra una pila de camisetas que habían acabado en el montón de «posibles».

—Hey, venga. Me estás arrugando toda la ropa, caraculo.

—Tu ropa está bien. Quiero hablar.

Traté de darle un codazo, pero me agarró.

—¿En serio quieres hablar ahora?

Me agarró más fuerte.

—Sí.

—¿Y tenemos que estar tumbados así por alguna razón?

—No sé, me hace sentir bien. Sé que te hace sentir bien. Y no lo digo como tú te crees —hizo una pausa y sentí su pecho sobre mi espalda—. Nuestros cuerpos se relajan cuando estamos juntos.

Hice una mueca porque no compartía sus razones para nada.

—¿Podemos hablar de otra cosa?

—Claro —pude escuchar una sonrisa en su voz—. Hablemos sobre tu mal dormir.

—¿Cómo? —Logré retorcerme lo suficiente como para poder soltar un brazo y ponerme de espaldas—. Yo… duermo bien.

—Duermes unas pocas horas. Y luego te despiertas. Pesadillas, ¿no?

Le miré.

—¿Por qué tienes que dar siempre tanto repelús?

Sus labios temblaron ligeramente en una media sonrisa, pero rápidamente cambió su expresión a la habitual de engreído.

—Cada vez que te pasa algo, me jodes bien. Me despiertas todas las noches, y ahora no duermo a no ser que esté contigo.

Intenté escaparme, pero me agarró.

—Bueno, lo siento. No sé cómo evitarlo. Si lo supiese no interrumpiría tus preciosos sueños.

Seth rio por lo bajo.

—Supongo que es porque la conexión entre nosotros se está haciendo más fuerte al pasar más tiempo juntos. Estos días estás hecha un desastre emocionalmente, y me paso la mitad del tiempo deseando tomarme un calmante.

Sentí la necesidad de darle una patada.

—No estoy hecha un desastre emocionalmente.

No se molestó en responderme.

—¿No te parece extraño que los únicos momentos en que duermes de un tirón toda la noche sean cuando me quedo contigo?

Sí que me parecía extraño, y frustrante.

—¿Y qué?

Seth se inclinó hacia delante.

—Tu cuerpo se relaja en mi presencia y te deja descansar. Todo gracias a eso que tanto te gusta, la conexión que compartimos. Si te alteras demasiado, me necesitas. Funcionará en ambos sentidos cuando despiertes.

Me aparté de él tanto como pude, que no era mucho, la verdad.

—Oh, por el amor de los dioses, tiene que ser una broma.

—Álex, va tan en serio como un ataque daimon.

Yo sabía que iba en serio, simplemente no quería admitirlo. La idea de que él pudiese sentir lo mismo que yo me ponía enferma. Si quisiese llorar, él lo sabría. Y lo mismo si quisiera pegarle a alguien o estuviese liándome con alguien, él lo sabría y…

Al darme cuenta de eso, una sensación extraña se apoderó de mi estómago.

—Espera. Espera un segundo, Seth. Si puedes sentir mis emociones o lo que sea, entonces yo tendría que poder sentir las tuyas.

—Sí, pero no…

Me moví tan rápido que me solté de sus brazos y me puse de pie.

—Oh. Dioses. Sí que te he sentido.

Seth levantó las cejas lentamente.

—Ni de coña, sé cómo protegerme para no transmitirte todos mis deseos como haces tú.

—Oh, no. Estás muy equivocado —me ruboricé con solamente pensarlo. Esas noches en las que me sentía arder y todo el cuerpo me hormigueaba, y el momento justo antes de toparnos con Elena y él, no eran mis hormonas descontroladas—. Oh, qué mierda.

Sus ojos centellearon de curiosidad y se incorporó, dejando las manos sobre las rodillas.

—¿De qué estás hablando?

—Te he sentido unas cuantas veces, por la noche. Como cuando estás haciendo… tus cosas.

Soltó una risa corta, y de repente pareció entenderlo. Abrió la boca de par en par.

—¿Haciendo mis cosas?

—Sí —dije en un gruñido de frustración. ¿Acaso tenía que deletreárselo?—. Olvídalo, no he dicho nada.

—No puedo. ¿Qué sentiste?

Esto era un asco. Era vergonzoso y empezaba a ser raro.

—Ya sabes, haciéndolo. Te he sentido… haciéndolo.

Seth se me quedó mirando durante tanto rato que pensé que se le había olvidado cómo hablar. Entonces, justo cuando empezaba a preocuparme, echó la cabeza hacia atrás y empezó a reír de forma escandalosa.

Le miré boquiabierta.

—¡No tiene gracia!

—Oh, probablemente sea lo más divertido que he oído en mucho tiempo —paró lo suficiente como para tomar aire—. Es genial.

—No es genial. ¿Qué tipo de conexión es esta? ¿Una línea directa a Villaperversión? —Di un paso al frente, no podía parar—. Es desagradable. Raro. ¡Deja de reírte, Seth!

—No puedo —dijo como pudo—. ¿De todos los momentos en los que podías conectarte conmigo, tuvieron que ser justo esos? Joder, Álex, no sabía que fueras una mirona.

Le pegué en el brazo. No fue un golpecito amistoso, esperaba que le saliese un buen moratón, aunque quería darle más, pegarle una patada en la cabeza.

—Leches. Y eres violenta. ¿Sabes qué me pone…?

Volví a pegarle, pero esta vez Seth estaba preparado. Esquivó mi puño y me cogió por la cintura. Antes de que pudiese soltarme, me tiró de espaldas contra la cama. Esta vez se puso sobre mí, con las manos apoyadas al lado de mi cabeza. Una bonita sonrisa hizo que desapareciese un poco la frialdad de su expresión. No toda, pero un poco.

—Esto no tiene precio.

—Eres tan molesto…

Pareció divertirle aún más. Se rio tan fuerte que pude sentirlo retumbar en mi interior. No igual que la risa de Aiden. La risa de Aiden me hacía sentir ligera y con mariposas en el estómago. La de Seth me hacía sentir rara, avergonzada y rara. Y parte de mí quería volver a oírla, o sentirla. Y eso estaba mal, muy mal, porque no le veía de esa forma. Al menos mi cerebro no, pero mi cuerpo, por otro lado, parecía tener un punto de vista totalmente diferente al respecto.

Mi cuerpo debía sentirse bastante triste y solitario.

—¿Sabes? —Seth sonrió—. Seguramente no deberías habérmelo contado. Voy a aprovecharme de… Álex, ¿qué haces?

Al principio no entendí a qué se refería, pero al bajar la mirada vi que tenía mi mano contra su estómago, enrollando mis dedos en su camiseta. ¿Cómo narices había llegado mi mano ahí? Porque estaba segura, segurísima, de que yo no lo había hecho.

Seth parecía a punto de decir algo estúpido, como siempre, pero se quedó muy, muy quieto. Parecía que ni respiraba. Despacio, levanté la mirada y vi lo que suponía. Por todo el lado de su cara se extendían unos dibujos serpenteantes. Las marcas intrincadas bajaban por su cuello y desparecían bajo la camiseta, apareciendo de nuevo en su brazo izquierdo y llegando hasta la mano.

Y Seth, bueno, Seth ya no se reía. Sus extraños ojos me atraparon, lanzando un color rojizo. Bajó la cabeza; los mechones sueltos de su pelo me rozaron la mejilla. Eché la cabeza hacia atrás, pero seguía estando cerca, demasiado cerca. Así que hice lo único que podía hacerse en situaciones así. Le clavé la rodilla en el estómago, bien fuerte.

Se apartó de mí, cayendo de espaldas y riendo de nuevo.

—Joder, Álex, ¿por qué has hecho eso? Duele, ¿sabes?

Me aparté de la cama, distanciándome de él todo lo posible.

—Te odio.

—No me odias —echó la cabeza hacia atrás, mirándome a los ojos—. Supongo que tenía que pasar. Cuanto más tiempo pasemos juntos, más nos conectaremos. Es lo que pasa con los Apollyons.

—Vete por ahí, ¿vale?

Seth se puso boca abajo y apoyó la cabeza en las manos.

—Me encantaría. Ahora mismo me iría con Elena.

Solté un gruñido y puse los ojos en blanco.

—Nadie te lo va a impedir.

—Cierto, pero entonces te quedarías dormida después de dar una vuelta o leer algún libro increíblemente aburrido y volverás a tener pesadillas con mamá, y entonces yo estaré despierto toda la noche —arqueó una ceja—. Necesito un sueño reparador.

Le miré.

—No te vas volver a quedar aquí, Seth. Tú ya tienes cama, de hecho tienes varias. Vete.

—Las últimas veces no te importó.

—Porque… bueno, las otras veces fue diferente —le solté mientras me pasaba una mano por el pelo. Me di la vuelta y me puse a recoger ropa del suelo—. No sabía que ibas a quedarte. Lo hiciste por tu cuenta.

Seth suspiró.

—No te gusta nada de esto, ¿verdad?

—No, no me gusta no tener el control. Ya lo sabes —recogí otra camiseta. Tampoco me gustaba que mi cuerpo reaccionase ante él aunque mi corazón no—. Y necesito tener el control sobre… —solté la ropa y me puse recta—. ¿Te acuerdas de lo que me dijiste en verano, la noche que estuviste en mi habitación?

Parecía confuso.

—La verdad es que no.

Respiré profundamente, buscando una paciencia que no tenía.

—Me prometiste que te irías si las cosas se te iban de las manos. ¿Lo recuerdas?

Seth apretó los labios.

—Sí, me acuerdo.

—¿Aún piensas lo mismo? —Di un paso al frente, poniéndome delante de él—. ¿Piensas igual?

—Sí, claro. Te hice una promesa y yo mantengo mis promesas —Seth me cogió de la mano. Dio un tironcito suave y me puso a su lado. Fue breve el alivio que sentí—. ¿Sabes qué encuentro interesante?

Le miré con curiosidad.

—¿El qué?

Giró la cabeza hacia mí.

—Nunca has mostrado el más mínimo interés en conocerme mejor. No sabes nada sobre mí.

—Eso no es verdad.

Sus labios se curvaron en una sonrisa burlona.

—Ni siquiera sabes cómo me apellido, Álex.

Bueno, no necesitaba un apellido. Seth era solo Seth.

—Ni siquiera sabes de dónde soy, si era mi madre la pura sangre o mi padre —continuó—. Apuesto a que no sabes ni cuántos años tengo.

Empecé a protestar, pero Seth tenía razón. Nos conocíamos desde hacía como cuatro meses, semana arriba, semana abajo, y no sabía nada de él. En todo el tiempo que habíamos pasado juntos, entrenando o en mi habitación, nunca habíamos hablado de nada personal. Y nunca me había ni molestado en preguntar. Arrugué la frente. ¿En serio era tan egocéntrica?

Seth suspiró.

—Solo tienes una cosa en la cabeza.

Le miré con dureza.

—No puedes leerme el pensamiento, ¿verdad?

—No, pero eso no quiere decir que algunas de las cosas que piensas no sean obvias sin leerte la mente —se giró hacia mí—. Todo lo que piensas, todo lo que sientes, se refleja en tu cara. Eres malísima escondiendo tus sentimientos. O lo que piensas. Como he dicho antes: solo tienes una cosa en la cabeza, ya sea volver al Covenant, luchar contra tu madre o contra tu destino, o esa persona… especial en tu vida.

—¡No tengo a nadie especial en mi vida! —sentí como empezaba a ponerme roja—. No tengo ni idea de dónde te sacas estas cosas.

Dibujó una media sonrisa en su cara.

—Tengo diecinueve.

Parpadeé.

—¿Eh?

Seth puso los ojos en blanco.

—Que tengo diecinueve años.

—Oh. Oh. Solo diecinueve, guau. Pensaba que eras más mayor.

—Vaya, no sé si sentirme ofendido o halagado.

—Supongo que halagado.

Pasaron unos segundos antes de que volviese a hablar.

—Soy de una isla enana al lado de Grecia.

—Ah, eso explica tu voz, el acento. ¿De qué isla?

Seth se encogió de hombros y no respondió. Parece que el tiempo de compartir y de preocuparse por el otro había terminado. ¿Por qué nunca me había preocupado por conocer mejor a Seth? Después de todo iba a tener que estar con él mucho tiempo.

Me mordí el labio.

—¿Crees que soy egocéntrica?

Se le escapó una risa de sorpresa.

—¿Por qué preguntas?

—Porque has dicho que solo pienso en una cosa. Y todo lo que has nombrado tiene que ver conmigo, como si no pensase en nada o nadie que no sea yo.

Seth hizo un ruido extraño y se levantó.

—¿Quieres que sea honesto?

—Sí.

Pasaron unos segundos hasta que me miró.

—A veces, Álex, tienes más de pura que de mestiza —abrí la boca de par en par, sorprendida por lo que acababa de decir de . Se pasó una mano por la cabeza—. Mira, tengo que hacer algunas cosas. Luego nos vemos.

No dije nada cuando salió por la ventana de nuevo. Me senté en la cama; la diversión de buscar algo bonito que ponerme mañana había perdido todo su atractivo.

Tienes más de pura que de mestiza.

Era algo horrible que decirle a un mestizo, como si fuera una vergüenza para todos en quien no se puede confiar, una vendida, una farsante y una falsa. Que si pudiese elegir entre ser pura o mestiza, elegiría ser pura.

Parecía que esa noche algo había anidado entre mi pelo, porque nada de lo que me hacía, ni con la rizadora, ni con la plancha, daba el resultado que esperaba. Un lado se quedaba ondulado y el otro liso como una tabla.

Igual estaba siendo demasiado crítica conmigo misma, pero creía en serio que los cercos oscuros alrededor de mis ojos hacían parecer que estaba en la primera fase de una infección zombi. Me ponía demasiado brillo de labios, y luego me lo tenía que quitar para volvérmelo a poner. El montón de base que había puesto sobre ese asqueroso grano enorme de la frente lo hacía parecer aún más grande.

Finalmente pude separarme del espejo del baño cuando logré ponerme el brillo de labios. Me puse un par de vaqueros ajustados, pero no de marca como los que llevaba Olivia sino más bien de los baratuchos. Escogí un jersey rojo oscuro con un poco de escote, y los tacones mortales que le había cogido a Olivia.

Antes de salir corriendo a mi cita con Aiden, me vino a la mente la posibilidad de que fuésemos a hacer trabajo de campo. No era una cita, así que, ¿qué demonios estaba haciendo?

Y si era un entrenamiento, parecería estúpida con los tacones y se me saldrían las tetas. Aunque pueda sonar bastante entretenido para la mayoría de la gente, dudaba que a Aiden le fuese a gustar. Así que, sin tiempo que perder, me puse unas bailarinas de cuadros y una parte de arriba más apropiada, un jersey de ochos negro.

Y por supuesto, llegué tarde a la sala de entrenamiento.

—Lo siento —dije en cuanto vi la cabeza de Aiden al lado de la pared de la muerte, sin aliento por haber atravesado todo el patio corriendo—. Tenía… tenía algo que hacer.

Todas las excusas que había ensayado de camino se desvanecieron en cuanto vi bien a Aiden. Llevaba un par de vaqueros desgastados, de esos que parecen tan cómodos que te dan ganas de ponértelos también tú. También llevaba puesto un jersey negro, y dioses, oh, dioses, le sentaba tan bien, como si lo hubiesen hecho expresamente para ajustarse a sus hombros, su pecho, sus brazos…

Necesitaba tranquilizarme.

Lo sabía, pero pocas veces veía a Aiden vestido de otra forma que no fuese con ropa de entrenamiento o uniforme. Llevaba puesto algo diferente la noche que mandé aquellos barquitos hacia el mar, pero no le había prestado atención. Tenía la cabeza en otras cosas.

Y ahora la tenía en algo totalmente distinto.

—No pasa nada —dijo—. ¿Estás lista?

Asentí como una tonta. De repente me sentí como un elefante en una cacharrería.

—¿Y qué vamos a hacer? —pregunté, avergonzada al oír cómo se me entrecortaba la voz.

O Aiden no se dio cuenta, o hizo como que no lo había hecho.

—Es una sorpresa, Álex —empezó a andar—. ¿Vienes o qué?

Corrí hacia él, mis sospechas se confirmaron cuando me llevó de camino hacia fuera.

—Vamos a salir del Covenant, ¿verdad?

Se apartó el pelo de la cara intentando no sonreír. Aiden sacó del bolsillo y agitó unas llaves en frente de mí.

—Sí.

—¡Trabajo de campo! Lo sabía —en silencio, di las gracias a todos los dioses por haber tenido el suficiente sentido común como para haberme cambiado de zapatos.

Aiden me miró extrañado.

—Supongo que puedes llamarlo trabajo de campo.

Le seguí hasta uno de los Hummers negros, sintiéndome un poco mal por haberle arruinado la sorpresa.

—¿Y qué vamos a hacer? ¿Seguir el rastro a algún daimon hasta su guarida? —Me monté en el asiento del copiloto y esperé a que se pusiera tras el volante—. Aunque tengo que admitir que no soy muy buena rastreando. Soy más…

—Ya lo sé —encendió el motor y sacó el mastodóntico coche del aparcamiento—. Eres una chica más de acción que de estar sentadita y callada.

Sonreí a pesar de que dudaba que fuese un halago.

—Bueno, debería practicar un poco lo de ser silenciosa como un ninja.

Volvió a aparecer una fugaz sonrisa.

—¿Pero lo demás no? No tanto. En realidad no creo que necesites muchos entrenamientos más. Así tendrías más tiempo para ti misma, para descansar.

Ahora sí que sonreí… apenas tres segundos. No más entrenamientos significaban no más Aiden. La sonrisa me desapareció en cuanto le miré. De repente, un reloj gigante apareció entre los dos, en una rápida cuenta atrás hasta quedarme sin Aiden en mi día a día.

Un pensamiento deprimente.

—¿Qué pasa?

Miré hacia delante, tragándome el nudo de la garganta.

—Nada.

Cuando nos paró el primer grupo de Guardias, supuse que se preguntarían qué hacía Aiden con una mestiza. Pero nos dejaron pasar sin hacer preguntas. Lo mismo pasó en el segundo puente, el que nos sacaba de Deity Island hacia Bald Island.

—No puedo creer que te hayan dejado sacarme de la isla sin hacer ni una sola pregunta —dije mientras Aiden conducía por las calles de la isla de los mortales—. ¿Qué ha pasado con las reglas?

—Yo soy un pura sangre.

—Y yo una mestiza, se supone que no puedo poner un pie fuera del Covenant, y mucho menos de Deity Island. No es que me queje ni nada, solo me sorprende.

—Asumen que vamos a hacer trabajo de campo.

Le miré.

—¿Y no es así?

Sonriendo, Aiden encendió la radio. Puso una emisora de rock y yo me lo quedé mirando. Tan convencida que estaba antes, ahora ya no lo estaba tanto. No dio más explicaciones cuando le volví a preguntar, así que al final decidí dejar de preguntar y empezamos a hablar de cosas normales. Cosas como mis clases, un episodio de una serie de la que nunca había oído hablar en la que un tío fingía tener un infarto en todos los episodios y que a Aiden le parecía gracioso. Yo sin embargo, no estaba tan convencida de que tuviese gracia.

Hablamos sobre cómo ayer casi le gano en el entrenamiento y de que estaba pensando comprarse una moto. Algo que yo apoyaba totalmente porque, en serio, ¿qué podía hacer que Aiden fuese más sexy de lo que ya era?

Una moto.

—¿Qué tipo de motos estás mirando?

Se le puso esa cara de ensoñación, casi la misma que se me ponía a mí cuando veía chocolate… o a él.

—Una Hayabusa —adelantó a un montón de coches sin inmutarse.

—¿Una moto superdeportiva? —Fui a cambiar de emisora. Aiden al parecer pensó lo mismo, porque sus dedos rozaron los míos. Me aparté, colorada.

Aiden se aclaró la garganta.

—Es más que eso. Es, bueno, a ver cómo te lo explico. Si tuviese que elegir entre salvar una Hayabusa o al Patriarca, sería una decisión muy difícil.

Me eché a reír.

—Oh, dioses, no puedo creer que hayas dicho eso.

Sonrió.

—Ya ves.

—Es increíble.

La sonrisa creció, mostrando los profundos hoyuelos de sus mejillas. Por un momento, dejé de reír, dejé de sonreír, cielos, dejé hasta de respirar. Luego vi las señales de la autopista de Asheboro, y ahí sí que dejé de respirar unos segundos.

Estábamos a cincuenta kilómetros de Asheboro.

—Conozco Asheboro —susurré.

—Lo sé.

Pude sentir sus ojos mirándome, pero no podía apartar la mirada de la ventanilla. Los árboles que bordeaban la carretera mostraban un variado abanico de marrones, rojos y amarillos. La última vez que estuve cerca de Asheboro fue un verano, y las colinas estaban verdes. Hacía siete años de eso.

Apartándome de la ventana, miré a Aiden. Estaba concentrado mirando a la carretera.

—Sé dónde vamos.

—¿Ah sí?

Estaba desbordada de emoción e incredulidad. Di un saltito sobre el asiento.

—Esto no es trabajo de campo.

—Considéralo como un entrenamiento en tomarse un día libre, en tener un día normal.

—¡Me llevas al zoo! —chillé, saltando de nuevo. El cinturón de seguridad me devolvió a mi sitio.

No pudo contener la sonrisa. Le ocupaba toda la cara y llenaba sus ojos.

—Sí, vamos al zoo.

—Pero ¿por qué? —Me moví inquieta en el asiento y puse la cara contra la ventanilla. Mi sonrisa era absurdamente enorme—. No me lo merezco.

Pasaron unos segundos.

—Sí, sí que te lo mereces. Creo que te mereces un descanso de todo. Has estado trabajando muy duro, con doble y triple tarea. Y no te quejas.

Me giré para mirarle.

—Sí que me quejo. Estoy todo el día quejándome.

Rio moviendo la cabeza.

—Tienes razón.

La emoción me impedía dejar de soltar frases estúpidas.

—Pero he tenido muchos problemas. Le tiré una manzana a Lea a la cara. Me peleé con los Guardias. Copié en mi examen de trigonometría.

Aiden me miró, con el ceño fruncido.

—¿Copiaste en el examen de matemáticas?

—Eh, olvídalo. Pues eso, guau, que estoy muy sorprendida.

—Álex, necesitas escaparte de todo de vez en cuando. Necesitas un descanso, uno de verdad. Como yo —hizo una pausa, concentrándose en la carretera—. Pensé en que podríamos escaparnos juntos.

Pensé que mi corazón podría haber explotado en ese preciso instante. Lo importante que era lo que estaba haciendo, sus implicaciones no me pasaban desapercibidas. Esto era mucho, era mucho para los dos. Los puros y los mestizos no se escapaban para tener un día relajante. Puede que coexistiéramos juntos, pero vivíamos en mundos diferentes. Teníamos que hacerlo. Eran las reglas de nuestra sociedad. Aiden estaba arriesgando mucho haciendo esto. Si por casualidad alguien nos veía, se metería en muchos problemas. Igual no en tantos como yo, pero demonios, a mí no me importaba. Me importaba que él quisiera hacerlo por mí.

Esto tenía que significar algo, algo maravilloso.

Aiden me miró, con los ojos brillando de… ¿de qué? No lo sabía, pero en ese instante solo podía pensar en lo que sentía por él. Hasta entonces no había querido admitir que fuese nada más que estar un poco pillada por él porque, en serio, ¿quién no lo estaba? Pero lo que estaba creciendo en mi pecho, lo que hacía que pareciese que el corazón se me iba a salir, no era que estuviese pillada. No era solamente atracción física.

Era amor.

Amaba a Aiden, amaba a un pura-sangre.