Tras otro largo y aburrido día de clases, esperé a que llegara mi turno con Seth rezando para no volver a abrirme la cabeza. La noche anterior logré dormir decentemente gracias a que Seth apareció en mi habitación con un DVD. Me sentía bastante bien.
Mientras esperaba a que diera comienzo el entrenamiento, me acerqué al muro de destrucción masiva. Iba a coger la daga que Aiden había alabado, cuando me di cuenta de que algo faltaba en el muro.
Las armas colgaban de pequeños ganchos negros, y ahora había varios puntos vacíos. Durante todas las veces que había entrenado en esa sala, nunca había visto ningún hueco vacío. Las dagas y espadas que se guardaban aquí eran solamente para entrenar. Cada una requería una técnica distinta y se usaban varias veces a lo largo del día. ¿Las habrían quitado para limpiarlas? No es que aquí cogiesen mucho polvo.
—¿Está mi pequeña Apollyon lista para el entrenamiento?
Solté la bolsa y me giré. Seth se acercaba, con una sonrisa chulesca en la cara. Las gotas de lluvia le caían por del pelo y corrían por su cuello, dándole un aspecto aún más salvaje. Me olvidé de las armas que faltaban al ver la expresión de su cara. Estaba preparando algo, seguro.
—En realidad, no.
Seth crujió los nudillos.
—Como está diluviando ahí fuera, había pensado trabajar tus técnicas de lucha cuerpo a cuerpo, porque son pésimas. Ya lo sé, ya lo sé… estás hecha polvo tras descubrir que hoy no vas a poder practicar con los elementos, pero míralo por el lado bueno: vamos a rodar por las colchonetas. Juntos.
Levanté una ceja.
—Suena divertido.
Se paró detrás de mí y me puso las manos en los hombros.
—¿Te apuntas?
Me libré de sus manos y me quité la goma de pelo de la muñeca.
—Claro. Estoy perfectamente.
—No he dicho lo contrario.
—¿Podemos hacerlo sin hablar?
Seth hizo una mueca.
—Pero hay algo que quizá quieras saber.
—Lo dudo.
—Déjame preguntarte algo. ¿Te sientes mal por hacer que los mestizos se nieguen a realizarse los exámenes? Hoy he visto a cinco mestizos más, llenos de moratones.
Caleb no bromeaba cuando me dijo que varios mestizos tenían pensado negarse. Podría reconocerlos fácilmente. A pesar de que no había ninguna señal que indicase que el daimon seguía en el campus, los puros seguían manteniendo las reglas y los exámenes. Creo que tenía algo que ver con el hecho de que nadie sabía cuánto tiempo puede estar un daimon mestizo sin consumir éter.
—No les he obligado a hacer nada —refunfuñé.
—Están siguiendo tu ejemplo, y si recuerdo correctamente, ¿no les dijiste a los que estaban contigo que no tenían que hacerlo?
Me puse roja.
—Da igual. Cállate.
—Entonces vamos a jugar, Álex.
Consideraba que luchar cuerpo a cuerpo era «jugar» porque suponía revolcarse por ahí… y a veces incluso tirarse de los pelos. Y creo que Seth lo usaba como excusa para aumentar el roce entre nosotros. Como ahora mismo. De un manotazo le aparté la mano de mi culo.
—Qué perro eres.
—Y tus técnicas de grappling[2] son una mierda —me inmovilizó por tercera vez. Casi todo el pelo se le había soltado y le caía por la cara—. La mayoría de las chicas no sabéis. Básicamente es cuestión de fuerza. Los chicos tenemos más masa. Por eso, lo que necesitas es mantenerte en pie.
Girando la cadera logré soltarme de Seth y ponerme en pie de nuevo.
—Sí, creo que lo he pillado.
Tumbado de lado, me hizo una señal con la cabeza.
—Así que anoche dormiste como un pequeño bebé Apollyon. Me pregunto por qué.
Le miré. Seth había vuelto a pasar la noche en mi habitación.
—Me das asco.
Rio divertido.
—Eres tan difícil como yo.
—Lo que tú digas. ¿Y vas a contarme por qué ahora estás siempre con Lucian? ¿Es parte de tu club de fans?
—A mis fans les encanta escuchar mis batallitas —se puso de pie—, están obsesionados conmigo. ¿Qué puedo decir? Soy demasiado guay. Y no estoy siempre con Lucian.
Le agarré el brazo, retorciéndoselo contra la espalda en una llave de sumisión.
—Lo dudo mucho.
Seth se quedó quieto.
—¿Sabes qué, Álex?
Solté un poco el agarre.
—¿Qué?
Me miró desde por encima del hombro.
—Necesitas empezar a descansar más; la falta de sueño empieza a nublarte el juicio. Sí soy guay, y tú acabas de cometer un terrible error.
—¿Eh?
—Nunca debes dejar de hacer fuerza —entonces me hizo saltar por encima de su hombro y aterricé contra la colchoneta soltando un gruñido—. Oh, ¿te has caído?
—No —rodé y me puse de espaldas con una mueca de dolor—. He atacado al suelo.
Se agachó sobre mí, poniéndome una pierna a cada lado, y me cogió de la barbilla.
—¿Qué estuvisteis practicando Aiden y tú ayer?
Lo agarré de la muñeca tratando de rompérsela. Seth pareció leerme el pensamiento, porque entrecerró los ojos justo antes de soltarme.
—Estábamos entrenando y, ¿por qué tienes que sentarte encima de mí para hablarme?
—Porque puedo y porque me gusta.
Quería pegarle.
—Bueno, pues a mí no me gusta. Así que quítate.
En vez de eso, se echó hacia delante, con su cara a pocos centímetros de la mía.
—No me gustan tus entrenamientos con Aiden. Así que no, no voy a quitarme.
Tenía la garganta seca.
—Lo que pasa es que Aiden no te gusta.
—Exacto. No me gusta. No me gusta cómo te mira, y desde luego no me gusta cómo me mira.
Intenté mantener una expresión vacía, pero sentía las mejillas ardiendo.
—Aiden no me mira de ninguna forma rara. Y a ti te mira así porque eres raro.
Rio.
—Ya, no creo que sea eso.
¿Podría estar notando Seth mis sentimientos por Aiden del mismo modo que notó mi miedo cuando estuve en Gatlinburg? Si eso era así, era algo muy, muy malo.
—¿Dónde quieres ir a parar?
Seth se apartó y se sentó a mi lado con las piernas cruzadas.
—No quiero llegar a ninguna parte. Por cierto, tengo algo que decirte.
Nunca me acostumbraría a los bruscos cambios de tema de Seth. Hacía que me doliese la cabeza.
—¿Qué?
—Anoche hubo un ataque en el Covenant de Tennessee. Fue un mestizo convertido. Apuñaló a un puro, lo vació de éter, y lo tiró por la ventana desde un séptimo piso.
—¡Oh, dioses! ¿Por qué no me lo has contado al principio del entrenamiento?
Me miró.
—Recuerdo perfectamente haberte dicho que tenía algo que querrías saber y me dijiste que lo dudabas.
—Bueno, podrías haberte explicado un poco mejor —volví a tirarme sobre la colchoneta—. Joder, ¿y qué están haciendo?
—Lo mismo que aquí, pero pillaron al daimon, había sido Guardia y, como el puro ha muerto, están tomando medidas más extremas.
—¿Como qué?
—Se habla de segregar a los puros de los mestizos.
—¿Qué? —chillé.
Seth se apartó rápidamente poniendo una cara rara.
—Ay. Joder, Álex, no puedo ni imaginarme cómo debes gritar mientras…
—¿En serio? —Volví a incorporarme, poniéndome de rodillas—. ¿Cómo pueden hacer eso? Compartimos residencia con los puros. Y las clases. ¡Es igual en todas partes!
—Por lo que he oído, van a poner a todos los puros en una residencia y a los mestizos en otra, además de cambiar los horarios de las clases.
Puse los ojos en blanco.
—¿Van a hacer residencias mixtas? Bueno, eso va a estar bien. Todos van a estar acostándose los unos con los otros.
—Parece mi sitio ideal —sonrió—. Igual puedo pedir un traslado.
—¿Te tomas algo en serio alguna vez? —Me puse en pie.
Seth se levantó, mirándome desde arriba debido a su altura.
—A ti te tomo en serio.
Le miré y di un paso atrás.
—Esto es serio, Seth. ¿Qué pasa si empiezan a hacer algo así aquí? ¿Qué pasa si empieza a cambiar todo?
La siempre presente, y molesta, mezcla de chulería y diversión, desapareció de esos extraños ojos dorados, revelando una seriedad que no pensé que pudiese llegar a ver nunca en Seth.
—Álex, ya ha cambiado todo. ¿No te das cuenta?
Tragué saliva y me abracé a mí misma, pero no fue suficiente para parar la repentina sensación de frío que me recorría todo el cuerpo como si estuviese fuera, bajo el aguacero que estaba cayendo.
Aiden había dicho lo mismo.
—Somos dos —dijo Seth en voz baja—. Todo cambió en el momento en que naciste.
Pasé los dedos por el teclado. Esta era una de esas noches en las que cuestionaba toda mi vida, y me estaba poniendo de los nervios.
Maldije a Seth.
Todo cambió en el momento en que naciste.
Intenté no pensar en todo lo que suponía ser un Apollyon. Normalmente hacía como que no era nada, pero no significaba que lo hubiese superado, simplemente sabía que no podía hacer nada al respecto. Sin embargo había veces, como me había pasado antes con Seth, en que me aterraba la idea de convertirme en una cosa que la gente esperaba como algo milagroso pero que a la vez les mataba de miedo.
Me quedé mirando la pantalla del ordenador, obligándome a dejar de preocuparme por todo lo referente al Apollyon y lo que ocurría en los Covenants. Jugué unas cuantas partidas al buscaminas y al solitario, cualquier cosa que mantuviese mi mente en blanco, y funcionó perfectamente… por poco tiempo.
Al instante, otra pregunta me vino a la mente. ¿Por qué había intercedido Lucian a mi favor? ¿Y por qué le estaba dando tanta información a Seth? Sí, era el Apollyon, pero Lucian era el Patriarca y Seth tan solo era un mestizo. ¿Por qué iba a dejar que Seth estuviese al tanto de tantas cosas?
Y luego estaba todo el asunto del Consejo. Tenía la sensación de que no tenía muchos seguidores en el Consejo, y que estar allí iba a ser tan asqueroso como un daimon.
Todo junto me provocó dolor de cabeza.
De pura frustración apoyé la cabeza sobre el teclado. Un agudo zumbido resonó en la silenciosa habitación, pero lo ignoré hasta que me vino la inspiración. Y no tenía nada que ver con el Apollyon, el Covenant o Lucian.
Tenía que ver con Aiden.
Levanté la cabeza y me mordí el labio mientras abría una página web. La semana pasada estuve buscando por Internet el regalo perfecto para el cumpleaños de Aiden. No era solamente un regalo de cumpleaños, sino también de reconciliación. Pensé en comprarle algo, no sé, especial. No se me había ocurrido nada, pero acababa de tener una idea.
Tenía que ver con lo que vi en su cabaña aquella noche, un montón de libros, cómics, y una colección de púas de guitarra de colores. En ese momento pensé que era algo raro para coleccionar, pero por lo menos no coleccionaba nada asqueroso, como pieles muertas. La cuestión es que sabía de un color que no tenía: negro, pero no quería comprarle una púa vieja asquerosa. Quería, necesitaba, algo especial.
Una hora después, encontré una tienda online de púas extrañas, y supe que había encontrado el regalo perfecto. Tenían una hecha de piedra ónix, y al parecer era una púa superextraordinaria, no tenía ni idea de por qué. Aunque comprarla iba a ser más difícil, ya que por alguna razón, no tenía cuenta en el banco.
Al día siguiente atrapé a Deacon al salir de clase.
—¿Puedes hacer algo por mí?
—Por mi mesticilla favorita hago lo que sea —hizo un pequeño gesto de asentimiento cuando vio que Luke le hacía gestos desde el otro lado de la clase.
—¿Mesticilla? En fin, olvidémoslo. Tienes tarjeta de crédito, ¿verdad?
Se apartó un rizo de los ojos y sonrió.
—Un montón.
Le puse un trozo de papel en las narices, en el que había garabateado el nombre de la web y el número de referencia de la púa.
—¿Puedes pedir esto por mí? Te lo daré en metálico.
Deacon miró al papel y levantó la cabeza para mirarme.
—¿Quiero saber de qué va?
—No.
—Es para mi hermano, ¿verdad?
Sentí cómo me ponía roja.
—Pensé que no querías saberlo.
Dobló el papelito y se lo metió en el bolsillo, moviendo la cabeza.
—Y así es. Esta noche lo pido.
—Gracias —susurré avergonzada.
Aunque miraba al frente, no veía nada de lo que la profesora escribía en la pizarra. Solo esperaba que a Aiden le gustase la púa, que la disfrutase. Me tensé ante la idea de tener las palabras disfrutar y Aiden en una misma frase.
Solo porque fuese a comprarle una pequeña púa no significaba nada. Y solo porque me muriese por sus huesos no significaba que… le amase. Los mestizos no aman a los puros. Entonces, ¿de dónde había salido esa idea?
Ignoré a Deacon durante el resto de la clase y estuve rara durante todo el día. Ni siquiera las discusiones graciosas de Caleb y Olivia durante la comida lograron sacarme de ese estado. Tampoco ver a Lea tropezándose en el pasillo.
El entrenamiento con Aiden tampoco me hizo cambiar el ánimo. La mirada tensa y preocupada de Aiden seguía todos mis movimientos. Supuse que estaba esperando que cayese dormida y me rompiese la cabeza o algo así.
Pero no pasó nada.
Hacia el final del entrenamiento, se había relajado algo la tensión en su cara y sonrió cuando recogió mi bolsa del suelo.
—Mañana quiero hacer algo distinto.
—¿Vas a dejarme libre el entrenamiento del domingo? —Solo bromeaba a medias. La idea de pegarme todo el día en la cama sonaba bastante bien.
—No. No estaba pensando en eso, la verdad.
Fui a cogerle mi bolsa, pero la apartó. Sonreí.
—¿En qué estabas pensando?
—Sorpresa.
—Oh —me espabilé—, ¿qué es?
Aiden rio.
—No sería sorpresa si te lo dijese, Álex.
—Puedo hacerme la sorprendida mañana.
—No —volvió a reírse—. Eso lo estropearía.
—Bueno, pero más vale que sea bueno —fui a por mi bolsa de nuevo, pero Aiden me agarró la mano. Sus dedos contra los míos. Nuestras manos encajaban a la perfección. O eso pensaba. Un montón de mariposas me revoloteaban en el estómago. Levanté la mirada y quedé atrapada. Siempre sabía en qué estaba pensando Aiden por el color de sus ojos.
Normalmente, eran de un tono gris pálido, pero cuando cambiaban y se ponían plateados sabía que estaba a punto de hacer algo, algo que seguramente no debería hacer, pero que yo quería que hiciese. Como ahora mismo, que habían pasado a tener el color del mercurio.
—Estará bien —Aiden bajó la mirada hacia mis labios—. Te lo prometo.
—Vale —susurré.
—Ponte algo de ropa cálida mañana, pero no de entrenamiento.
—¿No de entrenamiento? —repetí como una tonta.
—Quedamos aquí a las nueve —puso con cuidado la bolsa sobre mi hombro y sus dedos tardaron lo suficiente como para dejarme sin aliento. Minutos después de que saliese de la sala, mi piel seguía vibrando por ese breve y maravilloso contacto.
Después de coger algo de comer en el comedor, Olivia y yo volvimos a la residencia. No habíamos llegado a la cafetería a tiempo para comer. Al parecer ella y Caleb habían vuelto a discutir.
—No sé qué más hacer —agarró la lata tan fuerte que pensé que la iba a aplastar—. Está constantemente cambiando de ánimo.
No sabía cuánto le habría contado Caleb a Olivia de lo que le ocurrió en Gatlinburg, así que estaba un tanto limitada acerca de qué podía contar.
—Sé que le gustas de verdad —decidí que esa era la mejor táctica—. Durante el verano no dejó de hablar de ti.
Una brisilla jugueteó con sus rizos, que acabaron sobre su cara.
—Sé que le gusto, pero últimamente ha estado tan… no sé, como ido. Solo le preocupa Seth. Dioses, es como si le amase.
Me concentré en como el horizonte y el cielo se unían, intentando no reírme.
—Por desgracia creo que Caleb admira a Seth.
Olivia dejó de andar.
—No entiendo por qué todo el mundo está tan entusiasmado con Seth.
—Yo no.
—Entonces debemos ser las únicas mestizas en todo el mundo que no creemos que sea increíble —de repente chilló, asustando a varias gaviotas—. ¡Es que no lo entiendo! ¡Seth es arrogante, maleducado y se cree el mejor de todos!
Me quedé mirándola, dándome cuenta de que no se me daban bien estas conversaciones de chicas. No tenía idea de cómo habíamos pasado de Caleb a Seth.
—¿Caleb está ahora con él?
Se le pasó un poco el enfado, suspiró, moviendo la cabeza.
—No. Estuvimos juntos en la sala de entretenimiento antes de cenar y le pregunté si había pensado dónde aceptaría un puesto de Centinela. Ya sabes, una pregunta no muy seria, pero importante.
Asentí y me cambié la lata de mano, intentando quitarme el pelo de la cara sin mucho éxito.
—Me refiero a que siempre decimos que no hay nada serio entre nosotros, pero creo que sí —volvió a andar—. Nos graduamos esta primavera, y nos darán opciones. Esperaba que Caleb y yo pudiésemos elegir el mismo sitio o al menos estar cerca para poder seguir viéndonos.
—Vale… ¿y qué pasó?
—Me dijo que no lo había pensado, y yo estaba como «¿pero qué demonios?». Si yo le importase, tendría que haberlo pensado, ¿no? Así que se lo dije —su expresión se volvió más sombría—, ¿y sabes lo que dijo? «¿Qué más da elegir un sitio que otro?». Bueno, vaya, gracias por la información, capullo. Eso da igual. Lo importante es intentar acabar juntos, ¿no?
—Olivia, creo que no tiene nada que ver contigo. Ahora… —me moví un poco. De repente sentía calor a pesar de que era un día bastante fresco—. ¿Te contó lo de…?
No pude ignorar el sofocante calor que me inundaba, así que paré y respiré hondo. Todo mi cuerpo estaba en tensión y dolía.
—¿Álex? —Olivia se acercó—. ¿Estás bien? Se te ve acalorada.
No. Oh. No. No debería estar pasándome de día y delante de Olivia. Era tan injusto. Y además de todo eso, estaba perdiendo la…
Unas risitas de placer se oyeron por el patio. Fueron seguidas por una risa muy masculina y satisfecha. Se oyeron más sonidos, sonidos que indicaban que alguien estaba o sufriendo mucho, o disfrutando mucho.
—¿En serio? —Olivia me puso su comida en las manos—. Por el amor de los dioses, hay clases vacías y camas para hacer estas cosas.
Antes de que pudiese pararla, abrió la puerta del patio. Supongo que si ella no tenía sexo nadie podía.
—Olivia…
—¡Hey! —gritó mientras se acercaba a ellos—. ¡Hey! ¡Vosotros, pervertidos, id a una habitación!
Olivia despareció tras un rosal enrome. Puse los ojos en blanco y fui detrás de ella. Entré al patio como si estuviese en otro mundo. El olor de la mezcla de flores y plantas, tan dulces y penetrantes, mezclado con el amargor de las hierbas, invadió mis sentidos. Había algo único en las plantas de aquí, ya fuese invierno o verano, siempre estaban verdes. Abono de los dioses o algo similar, supongo.
Había estatuas griegas a lo largo del camino, como un recordatorio de que los dioses estaban siempre vigilando. En el suelo había grabadas unas runas y otros símbolos que tenían que ver con los dioses. A quien hizo esos dibujos, sea quien sea, no le hubiese venido mal alguna clase de dibujo, pero aun así, este sitio era parecido al jardín del Edén.
Y alguien estaba disfrutando de su fruta prohibida.
—A ver chicos, tenéis que… oh.
Olivia se paró tan en seco que casi me doy contra ella. Estaba al lado de una planta de belladona, esa planta que el oráculo había comparado con los «besos de los que caminan entre los dioses» o alguna locura por el estilo. No sé por qué me fijé primero en el tono púrpura de los pétalos, igual era alguna clase de instinto natural de protección.
Y luego vi a Elena.
Aunque nunca la había visto con tan poca ropa. Tenía la falda levantada, la camisa desabrochada, y… no quería ver mucho más. Luego vi a su acompañante.
—¡Oh, dioses! —grité, deseando haber tenido las manos vacías para poder taparme los ojos, o arrancármelos.
Me encontré con la mirada divertida de unos ojos dorados.
—¿Puedo ayudaros en algo? —preguntó Seth como si no hubiese pasado nada.
Me di la vuelta y cerré los ojos. Sentía como me ardía la cara.
—No. Para nada —dijo Olivia—. Sentimos interrumpir.
—¿Seguro? Siempre hay sitio para una, o dos, más.
—¡Seth! —gritó Elena, aunque no sonaba del todo incómoda ante esa posibilidad.
Volví por donde habíamos venido, con Olivia siguiéndome. Las risas de Seth nos siguieron hasta el patio. No volvimos a hablar hasta llegar a la puerta de la residencia. El shock parecía haber calmado mis calores, porque ya no los tenía. Por muchas razones, estaba agradecida.
—Bueno —dijo Olivia un poco insegura.
—Sí…
Cerró los labios.
—Odio a Seth. Me parece un capullo, pero tiene un culo bonito.
—Sí…
—¿Sabes qué? Creo que voy a ir a ver a Caleb. Ahora mismo.
Reí por lo bajo.
—Claro, ve.