Seth se dio la vuelta, señalando el cerrojo de la ventana.
—Abre —dijo.
Puse los brazos en jarra.
—¿Por qué?
Su mirada se volvió peligrosa.
—Ahora.
En contra de mi voluntad abrí la ventana. Tuve apenas un segundo para apartarme, antes de que saltase dentro como un maldito gato callejero. La habitación estaba oscura, pero podía distinguir el inquietante brillo de sus ojos.
—¿Qué quieres? ¡Hey! No cierres la ventana. No vas a quedarte.
—¿Quieres que la deje abierta para que el próximo Guardia que esté haciendo su ronda mire hacia aquí y me vea en tu habitación? —Cerró la ventana y las persianas. Golpearon ruidosamente contra el alféizar.
—Les diré que te colaste —fui hacia la lámpara y la encendí. Estar en una habitación a oscuras con Seth no estaba en mi lista de cosas que hacer ahora mismo.
Seth sonrió.
—Quería disculparme por no haber ido hoy al entrenamiento.
Le miré con cierta cautela. Se apartó unos cuantos mechones de pelo de delante los ojos mientras me observaba casi con la misma expresión que yo a él.
—Disculpas aceptadas. Ahora ya te puedes ir.
—¿Te has hecho algo en el brazo?
—¿Eh?
Se inclinó, pasando sus dedos por el codo que me acababa de golpear.
—Esto.
Había un pequeño puntito que casi no se veía.
—¿Cómo narices has podido ver eso? Me di contra la puerta hace un rato.
En los labios de Seth se formó una sonrisa maliciosa.
—Eres tan increíblemente grácil. ¿Le doy un besito a ver si mejora?
Sabía que solamente bromeaba a medias. Su presencia en el Covenant había causado mucho revuelo. Igual que sus… actividades extraescolares. Si la promiscuidad fuese deporte olímpico, Seth ganaría medallas de oro. O eso había oído. Me aparté de él.
—Gracias, pero paso.
Me siguió hacia la cama.
—Me han dicho que mis labios pueden hacer que una chica se olvide de cualquier cosa. Deberías probar.
Arrugué la nariz.
—¿Y por qué estabas con Lucian en lugar de en el entrenamiento?
—Álex, eso no es asunto tuyo.
De alguna forma me había quedado acorralada entre la cama y la pared.
—Es mi padrastro. Es mi asunto.
—Vaya lógica extraña la tuya.
Cerré los puños.
—Mira, ya te puedes ir. Ya te has disculpado. Adiós.
Sonrió aún más mientras miraba la habitación a su alrededor.
—Creo que me quedo. Me gusta.
—¿Qué? —balbuceé—. No puedes quedarte. Va contra las normas.
Seth se rio bien fuerte.
—¿Desde cuando te preocupas por las normas?
—Soy una persona nueva.
—¿Y cuándo has cambiado? ¿Justo ahora? Porque he oído algo sobre tu pelea en la cafetería de ayer —sus labios se curvaron en una sonrisa traviesa—. Que por cierto, fue una pasada.
—¿En serio? Nadie cree que fuese una pasada. Me dijeron que fui… irracional —me aparté de la pared y me dejé caer sobre la cama—. ¿Tú crees que soy irracional?
Seth se sentó a mi lado, con su pierna izquierda contra la mía.
—¿Es una pregunta con trampa?
Me moví rápidamente hasta el extremo de la cama.
—¿Entonces soy irracional?
Giró la cintura y se estiró en su sitio.
—Estás un poco loca. Tiras manzanas a la cara de la gente cuando estás enfadada. La mayor parte de las veces sueles explotar sin pensártelo dos veces. Me divierte que no lo veas. Así que sí eres irracional, espero que sigas así. Me encanta.
Fruncí el ceño.
—Todo eso suena genial. Gracias.
—Lo racional es mundano y aburrido. ¿Por qué ibas a querer ser así? —Levantó un brazo y tiró suavemente del dobladillo del pantalón de mi pijama—. Ni siquiera lo tienes.
—¿Tener qué? —Le aparté la mano. Como no podía ser de otro modo a Seth le atraía la parte inestable de mi personalidad. Él mismo estaba un poco loco. No tenía muy claro si era todo el éter que tenía dentro lo que le hacía ser así, o si es que estaba simplemente loco.
—Eres demasiado salvaje como para estar centrada y ser normal. O lógica —añadió en el último momento.
—Soy completamente lógica, totalmente. No sabes de qué estás hablando.
Me miró dándome a entender que sí, y se giró sobre su espalda.
—Creo que me quedaré aquí esta noche.
—¿Qué? —Me puse de rodillas—. Absolutamente no, Seth. No vas a quedarte aquí.
Rio, con las manos sobre el estómago.
—Últimamente no duermo bien. ¿Y tú?
—Yo duermo genial —lo empujé por los hombros, pero ni se inmutó—. Seth, no te vas a quedar aquí, así que no cambies de tema.
Se giró un poco, cogiéndome las manos con las suyas.
—Mira, no hemos entrenado hoy. Me debes una hora de tu tiempo.
Intenté soltarme los brazos.
—Eso es ridículo.
Seth se levantó con un movimiento limpio.
—Y empieza ahora.
—¿Qué? —Cerré las manos sin poder evitarlo—. Es tarde. Mañana tengo clase.
Sonrió y me soltó los brazos.
—Estarías despierta aunque yo no estuviese aquí.
Apartándome de nuevo, le di una patada en el muslo.
—Eres pesado de coj…
—Creo que vamos a trabajar en cómo controlar tu mala leche.
Me moví para darle otra vez, pero me cogió por el gemelo.
—Suéltame.
Seth se inclinó, y dijo en voz baja.
—No vuelvas a pegarme.
Nos quedamos mirándonos a los ojos.
—Suél-ta-me.
Despacio, me fue soltando y se volvió a sentar.
—Quiero toda tu atención durante un momento —hizo una pausa, bajando las cejas—, bueno, si eres capaz.
—Lo que tú digas.
—¿Qué piensas acerca del ataque daimon?
Le miré. Todo él había cambiado en un instante.
—¿En serio? Creo que es solamente el principio. Quiero decir, por lo que sabemos, esto puede llevar sucediendo desde hace mucho tiempo.
Seth se giró y se sentó a mi lado. Una vez acomodado, asintió con aprobación.
—Hay algo que no sabes, pero no creo que haga daño que lo sepas.
Me incorporé rápidamente.
—¿Qué?
—El Consejo lleva un tiempo registrando incidentes que parecen ataques de daimons mestizos. Llevan apareciendo desde hace tres semanas, descubren de dos a tres ataques a la semana. Y está ocurriendo por todas partes.
—Pero… no han dicho nada —básicamente, Aiden no había dicho nada, y yo pensaba que me lo contaba todo—. ¿Cómo lo sabes?
—Tengo mis fuentes. Los Patriarcas no quieren que puros y mestizos lo sepan ahora. Temen que cunda el pánico.
—¿Entonces por eso has estado con Lucian? ¿Es él quien te está dando la información?
Seth simplemente levantó las cejas.
Me dejé caer contra el cabecero, suspirando.
—Pero no saber nada es estúpido. La gente tiene que saber qué está pasando. Mira lo que dijo mi madre. Está pasando.
—Lo sé —inclinó la barbilla hacia abajo, sus tupidas pestañas le ocultaban los ojos—. No creo que el Consejo quiera creerlo.
—Pero es tan estúpido, Seth. Tienen que concentrarse en eso en vez de intentar controlarnos.
—Estoy de acuerdo. Las reglas están mal —levantó los ojos, encontrándose con los míos—. Pero tú no tendrás que someterte a ellas.
—Eh… no parece que tenga otra opción.
—Los mestizos no tienen otra opción, tú eres diferente.
Me quedé mirándolo, sorprendida.
—No soy diferente, Seth.
Me mantuvo la mirada.
—Sí que lo eres. Te convertirás en Apollyon, lo que te hace muy diferente a los demás mestizos. No tendrás que someterte a los exámenes.
—¿Eso es sobre lo que discutisteis Lucian y tú tras la reunión?
Su mirada era intensa, calculadora.
—Entre otras cosas, pero no tienes que preocuparte.
—¿Ah no? Pues hay que tener un par para discutir con el Patriarca, Seth.
Su expresión cambió de nuevo, volviendo a poner esa sonrisa engreída.
—Lucian me ha prometido que… no te harán exámenes.
Me encorvé hacia un lado, observándole con recelo.
—No sabía que tenías tanta influencia como para hacer que Lucian prometa algo.
—No tienes que preocuparte por los exámenes. Así que déjalo estar.
—¿Y qué pasa con los demás mestizos? No tendrían que pasar por eso tampoco.
Apartó la mirada, suspirando suavemente.
—¿Puedo hacerte una pregunta, una pregunta seria?
—Claro —me miré las manos marcadas. Dudaba mucho que Lucian se preocupase tanto por mi como para cumplir esa promesa.
—¿Por qué quieres convertirte en Centinela? ¿Es tu sentido del deber o…?
Me costó un rato responder a esa pregunta.
—No es por proteger a los puros, si es a lo que te refieres. Para eso están los Guardias.
—Y tú no te ibas a hacer Guardia, por supuesto —dijo Seth casi para sí mismo.
—Los daimons matan sin razón alguna, incluso a mortales. ¿Qué tipo de criatura mata solo por diversión? Así que prefiero hacer algo más que quedarme sentada esperando a que ataquen.
—¿Y si pudieses elegir?
—¿El servicio? —Le miré—. ¿En serio?
Puso los ojos en blanco.
—Me refiero a si tuvieses otras opciones que no tienen los mestizos. Como vivir una vida normal.
—Ya lo hice —le recordé—, durante tres años.
—¿Volverías a hacerlo?
¿Por qué estaba haciéndome estas preguntas?
—¿Y tú?
Seth resopló, burlón.
—No dejaría de ser Centinela por nada del mundo. O ser el Apollyon. Soy guay.
Reí y puse los ojos en blanco.
—Guau. Eres tan humilde…
—¿Por qué iba a ser humilde? Soy genial.
Ni me molesté en responder, estaba segura de que iba en serio. Nos quedamos en silencio durante un rato. Sabía que era consciente de que no había contestado a su pregunta pero, excepcionalmente, no trató de forzarlo.
—¿Viste las furias en la entrada?
Asintió.
—Aiden me dijo que estaban aquí porque los Dioses sentían que el Consejo no esta haciendo bien su trabajo —jugueteé con el dobladillo de mi camiseta—. ¿Crees… que tenemos que preocuparnos por ello?
—Uhm… si se liberan, podría ser… un problema.
—Oh —no sé qué me hizo decir lo siguiente que salió por mi boca—. Le grité a Aiden durante el entrenamiento.
Seth me dio un toque en el brazo con su hombro.
—No sé si preguntar.
—Está de acuerdo con las nuevas reglas —bostecé—. Así que le grité.
—Y te dijo que estabas siendo irracional, ¿verdad?
—Pues sí, así que le grité aún más. Le dije que era como el resto de los puros.
—Bueno, es que es como el resto de los puros.
Me moví incómoda, intentando calmar el dolor en mi costado.
—En realidad no.
Seth me miró con el ceño fruncido.
—Álex, es un pura sangre. Que decidiese convertirse en Centinela no le hace diferente. Al final, Aiden estará del lado de los dioses. No del nuestro.
—Te refieres a los puros, no a los dioses —cansada, apoyé la cabeza en la almohada y cerré los ojos. Nuestra hora casi había acabado, igual hasta podría dormir un poco esta noche—. Tú no le conoces, Seth.
—No tengo que conocerle para saber de qué es capaz.
Levanté las cejas, pero ignoré el comentario.
—Tengo que disculparme.
—No tienes que pedirle disculpas —se inclinó y me apartó el pelo de la mejilla—. Lo digo en serio. Serás el próximo Apollyon, Álex. No tienes que disculparte ante él, ante un puro, y ni siquiera ante un dios.
Después de unos momentos de silencio, dije:
—Sabes que tienes que irte, ¿verdad? Si me quedo dormida ¿te irás?
—Por supuesto —no podía verle, pero escuché una sonrisa en su voz. Seth siguió hablando, bombardeándome a preguntas, pero dejé de contestarle en cuanto el sueño me atrapó. Un sueño del que estaba casi segura que no me despertaría en una o dos horas. Al final me rendí, segura de que, cuando me despertase por la mañana, Seth se habría marchado.
Me sentía como si alguien me hubiese atrapado boca abajo en la cama. Pensé que era una parálisis del sueño de esas que leí una vez, pero entonces me di cuenta de que lo que me tenía atrapada a la cama era un brazo.
Y ese brazo pertenecía a Seth.
No se había ido y, al parecer, era cariñoso.
Su brazo yacía sobre mi espalda y con sus dedos agarraba la colcha. Sentí su respiración pausada sobre mi cuello, como si me quisiese apartar el pelo de su sitio. Bajo otras circunstancias, habría disfrutado de tener a alguien tan pegado a mí, porque el calorcito que salía de Seth sentaba bien, muy bien. Era Seth, pero por un momento, un momento muy breve, cerré los ojos y disfruté de la calidez.
Luego me escabullí, le pegué en el pecho hasta que se despertó y le grité por haberse quedado. Todo esto me hizo llegar tarde a la primera clase, y me dejó un cuerpo raro que no fue a mejor al cruzarme con Lea por el pasillo.
Hasta con un ojo morado y la nariz vendada, Lea estaba guapa. Nadie sabía poner caras de desprecio como ella. La ignoré casi todo el rato, sin saber cómo sentirme por ello.
En Verdades Técnicas y Leyendas, que era una mezcla entre historia y lengua, solía sentarme al lado de Thea, una pura muy callada que conocí en verano, pero hoy Deacon St. Delphi se sentó a mi lado.
Deacon me gustaba por muchas razones, ninguna de ellas era que fuese el hermano pequeño de Aiden. Solía beber un poco demasiado, pero era divertido, muy divertido.
—Hey, hola —Deacon dejó caer su libro sobre la mesa.
—¿Por qué no se ha sentado Thea aquí?
Se encogió de hombros y varios rizos rubios cayeron sobre sus ojos grises, lo único que compartía con su hermano.
—Algunos puros te tienen miedo. Thea sabe que somos amigos, así que me pidió que le cambiase el sitio.
—¿Que Thea me tiene miedo? ¿Desde cuando? ¿Qué le he hecho?
—No eres tú personalmente. Muchos de los nuestros están asustados.
—Es bueno saberlo —me concentré en la pizarra. Nuestro profesor aún no había llegado.
—Tú has preguntado.
—Cierto.
—Además, tendrías que ser más simpática conmigo.
Le dirigí una media sonrisa.
—Contigo siempre lo soy, Deacon.
—Sí, pero deberías serlo más. Estoy perdiendo muchos puntos de popularidad por estar hablando contigo.
Le miré.
Deacon sonrió, y en su mejilla apareció un hoyuelo.
—No solamente contigo, sino con cualquier mestizo. Los puros no nos fiamos de ninguno de vosotros. Todo mestizo es sospechoso; estamos esperando que en cualquier momento uno de vosotros se abalance sobre nosotros y absorba todo nuestro éter.
—¿Y por qué hablas conmigo entonces?
—¿Acaso alguna vez me ha preocupado lo que piensan los demás puros? —lo dijo lo suficientemente alto como para que los puros de nuestro alrededor lo escuchasen. Me estremecí por dentro—. De todas formas, mi hermano cree que necesito una niñera mientras él va al Consejo. Seguro que piensa que, si no está detrás de mi culo, me va a dar una sobredosis o algo así.
—No piensa eso. Seguramente esté preocupado porque alguien quiera absorberte todo el éter.
Deacon arqueó una ceja.
—¿Siempre estás a la defensiva cuando se trata de mi hermano?
Aparté la mirada y sentí como me ponía roja.
—No. Es que se lo haces pasar mal, y todo lo que hace es preocuparse por ti.
—No sé. Piensa que soy un mierdecilla borracho, y resulta que lo soy —sonrió, pero le quedó un tanto falsa—. Da igual, el caso es que su cumpleaños está a punto de llegar. Va a cumplir veintiuno, pero actúa como si tuviese treinta.
—Porque con treinta años se es ya muy viejo —dije.
Por supuesto que no me había olvidado del cumpleaños de Aiden. Era el día antes de Halloween, una semana o así antes de que nos fuéramos al Consejo.
—El caso es que he pensado hacerle una fiesta. Deberías venir.
Negué con la cabeza, sonriendo.
—Deacon, no puedo ir a ninguna parte. Ningún mestizo puede —también dudaba que Aiden estuviese de acuerdo con lo de la fiesta, pero no se lo dije. Creo que Deacon iba en serio con lo de querer hacer algo para Aiden, y no quise herir sus sentimientos.
—¿Y estás emocionada por ir al Consejo? He oído que esos sí que saben divertirse.
Se me revolvió el estómago.
—Emocionada no es la palabra que yo usaría.
Finalmente apareció nuestro profesor y empezó una densa charla sobre arquetipos y la creación del Consejo. A parte de querer estampar la cabeza contra la mesa, la clase fue pan comido. Igual que el resto de la mañana una vez acostumbrada a las miradas desconfiadas. No iban dirigidas solo a mí, sino a cualquier mestizo.
Los puros eran una panda de paranoicos.
A mitad del entrenamiento de Silat, varios Guardias entraron en la sala, dejándonos a todos helados. Dirigí una mirada nerviosa hacia Caleb y Luke cuando el primer Guardia empezó a leer nombres en un tono neutro. Mi nombre estaba entre los diez que llamaron.
El estómago me dio un vuelco al coger la bolsa y seguir a los demás mestizos fuera. Estaban pálidos y sus ojos mostraban desconfianza. En silencio, caminamos detrás de los tres Guardias hacia el centro médico. El malestar se acrecentó cuando vi que nos dirigíamos a la misma sala en la que estuvo Kain. Solo eso era suficiente como para hacerme querer huir de ahí.
Uno de los enfermeros, un puro con el pelo salpicado de canas, se dirigió hacia nuestro grupo. Una parte de mí deseó que realmente Lucian hubiese prometido a Seth que yo no tendría que pasar estos exámenes, pero tendría que haber sido más lista. No había ninguna relación entre nosotros, nada que le hiciese preocuparse por mí.
El puro sonrió, mostrando una hilera de dientes perfectos. Había algo en su sonrisa que me encogió el pecho. Había tres mestizas en el grupo, y su boca se torció en una sonrisa sucia. Casi me entraron náuseas.
—Os iremos llamando de una en una. Haremos que sea lo más rápido posible para vosotras —dijo el puro—. ¿Alguna pregunta?
Levanté la mano, con el corazón a mil.
—¿Sí? —Sonó sorprendido.
—¿Qué pasa si nos negamos?
El puro miró un segundo hacia los Guardias que tenía detrás de mí y rápidamente volvió a mí.
—No tienes que preocuparte por nada. Se habrá acabado en unos minutos.
Asentí despacio, sintiendo cómo los ojos de las otras mestizas y de los Guardias se movían incómodos.
—Sí, pues no estoy de acuerdo con esto.
—Pero… no puedes decidirlo —dijo despacio.
—Sí que puedo y decido que no. Y si no te gusta, entonces me gustaría verte intentando lograr que lo haga.
Y en ese momento fue cuando los Guardias decidieron intentar lograr que lo hiciese. Y fue cuando decidí que iba a volver a pegarme con alguien.