Al día siguiente todo cambió.
En clase, Olivia y yo compartíamos el libro de trigonometría e intentábamos averiguar la diferencia entre seno y coseno. Teniendo en cuenta que nos íbamos a pasar la mayor parte de nuestras vidas adultas cazando y matando daimons, aprender trigonometría nos parecía bastante absurdo, así que realmente tampoco nos esmerábamos demasiado.
Dibujé un par de tetas monstruosamente grandes en el espacio libre que quedaba encima de la fórmula y escribí sobre ellas «Olivia». Inmediatamente tachó su nombre y puso «Álex».
Resoplé, mirando hacia delante justo a tiempo para ver cómo la Sra. Kateris, una pura sangre con tantas carreras como para dar clase en las universidades más prestigiosas, se daba la vuelta y nos miraba con el ceño fruncido.
—Genial —murmuró Olivia tapándose con la mano—. Si coge el libro y nos pregunta qué estamos haciendo, te juro que me muero. En serio.
Bostecé haciendo ruido.
—Bah, da igual.
La Sra. Kateris soltó la tiza y dio una palmada.
—Señorita Andros y Señorita Panagopoulos —hizo una pausa larga para que toda la clase se diese la vuelta y nos mirase—. ¿Les gustaría compartir…?
—Me gusta como dice tu apellido —le susurré a Olivia justo en el momento en que se abrió la puerta y entró un pequeño grupo de Guardias.
—¿Qué demonios? —Olivia se sentó más recta.
La Sra. Kateris dio un paso atrás y se limpió las manos en su falda.
Los Guardias inclinaron la cabeza en su dirección, como era costumbre al dirigirse hacia un puro importante, aunque en nuestro mundo lo eran prácticamente todos.
—Disculpe por interrumpir la clase, Sra. Kateris —dijo el primer Guardia. Casi no le reconocí. Era el Guardia del puente, el que me siguió por la isla, Crede Linard. Vaya, han debido subirle de rango.
La Sra. Kateris le dirigió una sonrisa molesta.
—No hace falta que se disculpe. ¿En qué puedo ayudarles?
—El Decano Andros requiere la presencia de los mestizos. Hemos venido a escoltarlos.
Todos los mestizos de la clase miraron a su alrededor, confundidos y preocupados. ¿Otro ataque?
La Sra. Kateris dio un paso atrás sujetándose las manos. El Guardia Linard se dirigió a la clase, con una expresión totalmente ausente.
—Por favor, sígannos.
Olivia cerró el libro con un golpe seco, pálida.
—¿Qué está pasando?
Cogí mi mochila del suelo pensando en las furias. Todo el mundo hablaba de ellas esa mañana, diciendo que molaban un montón. Nadie parecía entender qué suponían.
—No sé.
Algunos mestizos empezaron a hacer preguntas mientras salíamos de la clase, pero el Guardia Linard los miró con el ceño fruncido.
—Silencio.
Lo mismo estaba pasando en las demás clases. Las puertas se iban abriendo y los Guardias llevaban a los mestizos en fila india por el pasillo. Desde el piso de arriba se oían numerosas pisadas que seguían a nuestro grupo. Miré hacia atrás y vi a Caleb y Luke.
Volví a darme la vuelta e inspiré profundamente. Era algo serio y todos lo veíamos. La tensión flotaba en el aire, la sentíamos sobre la piel mientras continuábamos hacia el primer piso. Nos costó un buen rato bajar las escaleras. De nuevo, sentí el deseo de mencionar el hecho de que necesitábamos ascensores.
Finalmente, fuimos conducidos a través de la entrada de la escuela, pasando frente a las oficinas de administración, hasta llegar al centro del Covenant: el anfiteatro cubierto. Era el único sitio lo suficientemente grande como para caber todos.
Una vez dentro de la sala a la que los estudiantes llamábamos simplemente «el auditorio», nos ordenaron tomar asiento y permanecer con nuestra clase. Olivia y yo acabamos en tercera fila. Caleb y Luke estaban por lo menos en la onceava, menudo chasco. Cuando tenían que soltarnos cualquier bombazo prefería estar sentada al lado de Caleb, y sabía que a Olivia le pasaba lo mismo.
Moví la pierna poniendo mala cara. Los asientos estaban hechos con alguna tipo extraño de piedra, y eran la cosa más incómoda en la que sentarse.
Olivia se movió inquieta:
—¿Tú qué…?
Desde el piso de abajo, el Guardia Linard iba de un lado a otro.
—Silencio.
Olivia levantó las cejas y yo me pregunté si Linard se daría por aludido si preguntaba quién estaba vigilando el puente. Exhalé haciendo ruido mientras escaneaba el mar de mestizos vestidos de verde. Un puñado de Guardias con uniformes azules nos vigilaban. Pero no había muchos con uniformes negros de Centinela, los cazadores de daimons.
Entonces mi mirada se fijó en un rubio alto que estaba apoyado en la pared, reconocí esos brazos bien musculados y cadera estrecha. Estaba con una pierna doblada, apoyando su bota en un mural de Zeus semidesnudo.
Seth.
Llevaba el pelo recogido con una cinta de cuero, mientras varios mechones cortos se le escapaban y jugueteaban alrededor de su barbilla. Tenía la piel de un color dorado excepcional en él, y una cara perfectamente formada, con los ojos de un extraño color ámbar bajo una curva exótica. A veces me preguntaba si los dioses habrían hecho con sus propias manos esos pómulos y labios burlones, si habrían puesto ellos mismos ese hoyuelo de infarto en su barbilla o si esculpieron su mandíbula en granito. Nadie se le parecía.
Al fin y al cabo, él era el Primer Apollyon de nuestra generación. Según mi padrastro, Seth y yo estábamos destinados a estar juntos durante un intercambio extraño de energía. Para mí, Seth era un coñazo.
Seth inclinó la cabeza en mi dirección y me guiñó un ojo. Me eché hacia atrás y me fijé en los Guardias de abajo. Él y yo no nos llevábamos muy bien. En nuestro último entrenamiento me dio, accidentalmente, con un rayo de energía pura y yo le tiré, accidentalmente, una piedra a la cabeza.
Igual tenía un problema con lo de lanzar cosas.
Tras un rato que parecía interminable, Marcus entró en el auditorio y todos los estudiantes se inclinaron hacia delante. Cerca de doscientos estudiantes, desde los siete a los dieciocho años, estábamos sentados ahí. Los más pequeños estaban sentados en el suelo, rodilla con rodilla. Seguramente no tenían ni idea de lo que estaba pasando.
Marcus no estaba solo. Le seguían Guardias del Consejo, vestidos completamente de blanco. El Consejo parecía la Corte Olímpica, ocho puros y dos Patriarcas, un hombre y una mujer. Solo los lugares con Covenant tenían un Consejo: aquí en Carolina del Norte, en Nueva York, Dakota del Sur y en Tennessee. El Consejo era como nuestro gobierno, establecían las leyes y llevaban a cabo los castigos. Los Patriarcas eran los únicos que se comunicaban con los dioses, pero si lo que dijo Lucian en verano era cierto, hacía siglos que los dioses no hablaban con los Patriarcas.
Todo esto era mucha ostentación para solo un Patriarca. No es que el Consejo entero estuviese en el auditorio, solo estaba Lucian y su maravilloso pelo negro como el azabache que le caía hasta la cintura, liso como una tabla. Alabar su pelo era lo único bueno que podía decir de mi padrastro. Bueno, y que me mandaba mucho dinero.
Los Guardias reverenciados se fueron incorporando lentamente. Me di cuenta de que Seth no se había movido ni un centímetro. Lucian dio un paso adelante, juntando las manos. Llevaba una especie de túnica-vestido totalmente blanca. Estaba ridículo.
—Ayer hubo un ataque daimon dentro de los límites del Covenant —la voz de Lucian resonaba por toda la sala—. Ha sido un ataque sin precedentes, y debemos resolverlo rápidamente. Por ahora creemos que no habrá más… vulneraciones en la seguridad.
Sí, seguro que había visto ya las furias. Apuesto a que estaba deseando que no hubiese más vulneraciones.
»Sin embargo —continuó—, tenemos que seguir adelante y concentrarnos en la prevención.
Como una marea violenta salida del océano, la inquietud nos azotó a todos. Aguanté la respiración.
»El Consejo y el Covenant están de acuerdo en que hay que tomar medidas para asegurar que no vuelva a haber otro ataque.
Marcus dio un paso adelante, sonriendo de una forma que me hizo estremecer.
—Van a pasar muchas cosas durante el transcurso de la semana que viene. Va a haber nuevas normas, que serán incondicionales y de inmediata aplicación.
Aquí empieza, pensé enfadada. Resulta que hay un mestizo malo, pues se castiga a todos los mestizos. Era consciente de la gravedad del asunto, pero eso no lo hacía más fácil de digerir.
Marcus recorrió con la vista la sala, encontrándose con las miradas de los mestizos. Sus ojos se fijaron en los míos durante un momento y luego pasaron de largo.
—Hoy mismo, a las siete de la tarde, comenzará el toque de queda para todos los mestizos —por toda la sala se pudieron oír gritos ahogados. Abrí la boca de par en par—, a no ser que el mestizo vaya acompañado de un Guardia y esté participando en una actividad relacionada con las clases. No habrá excepciones. En ningún momento los mestizos podrán entrar en las habitaciones de los puros, a no ser que vayan acompañados por un Instructor o un Guardia. Ningún mestizo podrá abandonar la isla controlada por el Covenant sin permiso, y deberá estar siempre acompañado de un Guarda o Centinela.
—Oh, dioses —murmuró Olivia, frotándose las palmas de las manos contra los muslos—. ¿Pueden hacernos eso?
No respondí. Los puros podían hacer lo que quisieran, y tenía la sensación de que iba a ponerse peor.
—Habrá Centinelas apostados en las residencias, además de los Guardias del Covenant. Además, todos los mestizos tendrán que pasar un examen físico. Estos —lanzó una mirada cortante hacia el piso superior, por donde se oían algunas maldiciones contenidas—, estos exámenes serán obligatorios. Una vez examinados todos, los exámenes continuarán según se necesiten.
Sentí que se me congelaba la sangre, agarrándose a la boca de mi estómago. Por supuesto que iba a haber exámenes físicos. ¿Cómo iban a saber si algún mestizo había sido convertido? Sus cuerpos, como el mío, mostrarían evidencias de numerosas marcas daimon. Era el único signo indicador de que un mestizo había sido convertido.
Me entraron ganas de vomitar.
—Los exámenes comenzarán mañana y se harán por orden alfabético —Marcus dio un paso atrás, dejando a Lucian de nuevo el centro del escenario.
—No nos gusta la idea de limitar vuestra libertad o imponeros situaciones incómodas —Lucian mostró las manos abiertas frente a él—. Nos preocupamos por nuestros mestizos, y esto es tanto por vuestro bien como por el de los estudiantes pura sangre.
Me tapé la boca, temiendo decir algo. ¿Beneficiarnos? ¿Restringiendo nuestros movimientos, obligándonos a presentarnos a exámenes físicos? No había diferencias entre nosotros y los mestizos que les servían, excepto que nosotros no tendríamos el placer de ir drogados y no ser conscientes de qué nos pasaba.
Aparté la mirada de Lucian y volví a encontrarme con los ojos de Seth. Cada rasgo de su cara se había endurecido, mostrando su disconformidad, sus ojos llameaban como el sol. Podía sentir su ira como si fuese mía.
Tras continuar con unas cuantas reglas más acerca de dónde podíamos entrar y algo sobre controles aleatorios en las residencias, la reunión llegó a su final. Me costaba concentrarme en lo que decían Marcus y Lucian. En mi interior, mi propia ira se desataba y la creciente tormenta apoyada contra la pared tenía toda mi atención.
Nos ordenaron salir del auditorio igual que entramos: una silenciosa fila india de mestizos. Brevemente pude ver la cara de Caleb. La incredulidad y la ira se mezclaban en sus rasgos masculinos, haciéndole parecer mucho más mayor. Nadie había considerado qué suponía esto para Caleb y para mí. Encontrarían evidencias de ataques recientes de daimon en los dos. ¿Y entonces qué? ¿Nos pondrían un pura sangre sangrando delante nuestro para ver si atacábamos? Miré por encima del hombro, buscando a Seth. Estaba con Lucian, apartado de los Guardias de blanco, y parecían estar… discutiendo.
Durante la comida, repasamos las nuevas reglas en silencio. Había más Guardias de lo normal recorriendo el perímetro de la cafetería, e incluso algunos Centinelas haciendo guardia dentro, limitando lo que pudiéramos decir. Me pregunté qué pensarían todos esos Centinelas mestizos, sabiendo que ellos también formarían parte de los examinados.
Los puros solían estar mezclados con los mestizos durante el descanso, pero hoy era distinto. Los mestizos estábamos a un lado de la cafetería mientras que los puros se sentaban en las mesas más alejadas. Mi mirada aterrizó sobre Cody Hale y sus amigotes. Cody a veces salía con mestizos, cuando no tenía nada mejor que hacer. Durante el verano, en varias ocasiones me entraron ganas de pegarle, pero pegar a un puro significa expulsión inmediata, y eso implica servidumbre.
Ahora mismo ese grupo tenía las cabezas juntas. De vez en cuando, Cody se pasaba la mano por su pelo castaño, impecablemente corto, miraba hacia nuestra mesa, y soltaba una risita. No era la única que se había dado cuenta.
El cabreo silencioso de Caleb se sentía hervir por toda la mesa. Desde el incidente de Gatlinburg no había visto mucho a Caleb. Mi tiempo libre consistía en entrenar y el suyo se limitaba a Olivia. Echando la vista atrás, deseé haber tenido más tiempo para él. Quizá entonces me habría dado cuenta de sus sutiles cambios, de la sombra de oscuridad que parecía rodearle y de lo rápido que se enfadaba.
—Tú solo ignóralos, cariño —Olivia hizo un gesto con la cabeza hacia la mesa de Cody, forzando una sonrisa casual—. Cody es un idiota.
—No es solamente Cody —sonrió tenso—. ¿No has visto cómo nos miran el resto de puros? ¿Como si todos fuésemos a saltarles encima?
—Solo tienen miedo —Olivia le apretó la mano—. No te lo tomes como algo personal.
—Caleb tiene razón —Luke se inclinó hacia delante y bajó la voz—. Hoy, en clase, un puro que conozco desde hace años pidió que lo cambiasen de sitio. Sam no quería sentarse a mi lado, ni al lado de ningún mestizo. Demonios, era como si no quisiese estar ni en la misma habitación que nosotros.
Me froté las sienes, se me había ido el apetito.
—Todos tienen miedo. Nunca antes ha habido un daimon en el campus.
—No es culpa nuestra —Luke me miró a los ojos—. ¿Y a qué tienen miedo? Por lo que ha dicho el Patriarca, parece que el daimon ya no está por aquí.
—En realidad nadie lo sabe —cogí mi refresco mirando a Caleb.
Apartó la mano. No habló durante el resto de la comida. Mientras salíamos de la cafetería, aparté a Caleb a un lado.
—¿Estás bien?
Asintió.
—Sí, estoy bien.
Le rodeé con el brazo, obviando el hecho de que se había puesto tenso.
—Pues no lo parece. Me doy cuenta de…
—¿Te das cuenta de que somos los principales sospechosos, Álex? —Caleb se soltó—. ¿Que nada de esto es justo ni correcto? No quiero que te anden desvistiendo, ni a Olivia, buscando algún indicio de que vamos por ahí mordiendo puros en nuestro tiempo libre. Y sobre ti… —hizo una pausa, mirando el pasillo fuera de la cafetería. Luke y Olivia seguían andando, pero dos Guardias nos observaban, los mismos de ayer—. Ayer Lea se portó como una zorra, pero la gente…
—¿La gente está hablando? Caleb, la gente lleva hablando sobre mí desde que descubrieron que mi madre era un daimon. ¿Y qué? ¿A quién le importa? —Le apreté la mano como había hecho Olivia—. ¿Por qué no te escapas y traes una peli?
Caleb volvió a soltarse, moviendo la cabeza.
—Tengo cosas que hacer.
—¿Con Olivia? —dije en broma.
Eso le arrancó una especie de sonrisa.
—Vamos, vas a llagar tarde a clase. Tienes que practicar con Seth.
Gruñí en alto.
—Por favor, no digas su nombre. Me tiró bolas de energía a la cabeza como si fuese un juego.
—Parecía bastante cabreado durante la reunión.
—Pues sí —me acordé de él y su discusión con Lucian. Solo los dioses saben de qué discutían—. Da igual, ¿estás seguro de que no te quieres pasar?
—Esta noche no me apetece mucho. Además, esquivar a los Guardias normales ya era bastante difícil, ¿pero el doble? Me costaría incluso a mí.
Le puse ojitos, pero lo dejé marchar. El resto de la tarde fue pasando, pero me animé cuando vi a Aiden entrar para acabar con el entrenamiento de lucha callejera. Intenté contener la emoción, sin resultado.
—¿Dónde está Seth? —Fui dando saltitos hasta Aiden.
Los ojos de Aiden brillaron juguetones.
—Está con el Patriarca. ¿Le preferías a él?
—¡No! —dije un poco demasiado emocionada—. ¿Qué hace con Lucian?
Se encogió de hombros y me llevó al centro de las colchonetas.
—No he preguntado. ¿Estás lista?
Asentí, y Aiden me pasó las cuchillas de mentira. La semana anterior me dejó practicar con las de verdad. Por desgracia, la emoción de poder practicar con ellas acabó eclipsada por el hecho de haberlas usado de verdad. Conocía el peso de las finas dagas en mis manos, la sensación que uno tiene mientras atraviesan la carne de un daimon. Usarlas de verdad en la batalla había matado esa ingenuidad.
Aiden me dirigió en varias técnicas que habíamos aprendido haciendo Silat[1]. Nos separamos mientras él sacaba los maniquíes para poder apuñalarlos. Hice girar las dagas de plástico como si fuese una majorette.
—Las nuevas normas que nos han puesto son una mierda. Lo sabes, ¿no? ¿Exámenes físicos e inspecciones en las residencias?
Aiden acercó el brazo y me puso con cuidado un mechón de pelo tras la oreja. Siempre hacía cosas como esa, cosas que no debería hacer.
—No estoy de acuerdo con ninguna, pero hay que hacer algo. No podemos seguir como si no hubiese pasado nada.
—Ya sé que no podemos seguir como si no hubiese pasado nada, pero eso no significa que los puros tengan derecho a castigar a todos y cada uno de los mestizos.
—No estamos castigando a los mestizos. Estas reglas también se han puesto para proteger a los mestizos.
—¿Para protegernos? —le dije boquiabierta—. Porque todo lo que he escuchado hoy eran reglas que limitan qué podemos hacer. No escuché nada sobre que los puros tengan que someterse a vergonzosos exámenes o decirles que no pueden ni siquiera ir a la isla principal.
—Tú no estuviste en la reunión en la que les dieron las nuevas reglas a los puros, ¿verdad? —empezó a notarse cierta frustración creciendo en él, bajando sus oscuras cejas.
—Bueno, no, pero no he oído a ningún puro quejarse por nada.
Aiden respiró profundamente.
—Entonces es que no has estado escuchando. No se les permite ir a ninguna parte si no van en grupo. No pueden salir de la isla a no ser que vayan acompañados por un Guardia o un Centinela…
—Guau —reí a duras penas—, ¿los pobre puros tienen que tener niñeras? Por lo menos no necesitan permiso para salir. Nosotros no tenemos ni esa opción.
—De todas formas ¿no estabas ya castigada sin poder hacer nada? Impedir a los mestizos salir de la isla es para mantenerlos a salvo.
Agarré la daga, apretándola tan fuerte que pensaba que iba a destrozarla.
—Las nuevas reglas no son justas, Aiden. Tienes que verlo. Sé que eres un puro, pero puedes dejar de fingir delante de mí. No tienes que decir que estás de acuerdo solo porque debas.
—No estoy fingiendo, Álex. Y no tiene nada que ver con que sea un puro. Estoy de acuerdo en que se tienen que tomar medidas drásticas. Si los mestizos tienen que sacrificar unas cuantas semanas de juerga y de colarse en las residencias para asegurar…
—¿Sacrificar unas cuantas semanas de juerga? ¿En serio? ¿Crees que es eso lo que nos molesta?
Aiden avanzó hacia mí.
—Estás molesta porque estás siendo irracional y cabezota. Estás dejando que tus emociones te nublen la razón, Álex. Si te pararas a pensar cinco segundos, verías que las reglas son necesarias.
Me aparté bruscamente hacia atrás, incapaz de recordar la última vez que me había hablado así. Una sensación asquerosa comenzó a formarse en mi pecho y se fue extendiendo.
—Entonces acláramelo —me temblaba la voz—. ¿Crees que está bien que nos restrinjan qué hacer y dónde ir? ¿Que puedan registrar nuestros cuartos cuando quieran? ¿Crees aceptable que nos fuercen a registrarnos todo el cuerpo? ¿Y que está bien que comiencen una caza de brujas cada vez que crean que hay otro daimon?
—¡Nadie está empezando una caza de brujas, Álex! Estoy de acuerdo en que hay que tomar algunas medidas, pero no estoy de acuerdo con…
La rabia me hacía hervir la sangre. Tiré la daga al suelo.
—Dioses, ¡no eres más que otro puro, Aiden! No eres distinto a los demás. Qué irracional por mi parte el haber pensado que lo eras.
Aiden se estremeció como si le hubiese pegado.
—¿Que no soy distinto a los demás? ¿Te estás oyendo?
—Qué más da. ¿A quién le importa, verdad? Solo soy una mestiza —lo aparté de un empujón antes de hacer algo irracional, como llorar delante de él. Pero no logré ir muy lejos. Siempre olvidaba lo rápido que se podía mover Aiden.
Me bloqueó, y vi brillar sus ojos plateados.
—¿Cómo puedes decir que soy como los demás puros? Contéstame, Álex.
—Porque… ¡porque deberías saber que esas reglas no son justas para nosotros!
—Esto no tiene nada que ver con las malditas reglas, Álex. ¿Que soy como los otros puros? —Soltó una risa grave y seca—. ¿En serio crees eso?
—Pero tú piensas…
Aiden me agarró el brazo, acercándome a su pecho. Ese contacto inesperado me frio el cerebro.
—Si fuese como cualquier otro pura sangre, ya te hubiese tenido sin pensar siquiera en las consecuencias que tendría para ti. Cada día tengo que luchar para no ser como ellos.
Alcé la vista hacia él, sorprendida por oírle decir eso tan claramente. Me quedé sin palabras, y eso que yo siempre tenía palabras. Ya te hubiese tenido. Estaba bastante segura de qué quería decir con eso.
—Así que no me digas que soy como otros puros.
—Aiden, yo…
—Olvídalo —me soltó, con una máscara de frialdad sobre su cara—. El entrenamiento ha terminado.
Aiden salió de la sala, y yo me quedé ahí de pie unos minutos. Nunca antes había discutido con él de verdad. No así. No estábamos de acuerdo en muchas cosas, como programas de televisión favoritos, por supuesto. A él le gustaban los clásicos como las películas en blanco y negro. Yo las odiaba. Hemos estado a punto de pegarnos por eso, pero nunca habíamos discutido acerca de quién somos.
Para colmo, cuando volví a la residencia, los Guardias estaban registrando mi habitación. No sé qué estaban buscando. ¿Tenía un daimon escondido en el cajón de los calcetines o alguna prueba de que iba a lanzarme sobre el siguiente puro y succionarle todo el éter escondida entre mi lencería? Me quedé de pie sin poder hacer nada para pararlos, y cuando acabaron, lo habían dejado todo hecho un desastre. Me costó casi toda la tarde arreglar la habitación.
Después de ducharme y ponerme el pijama, caminé tranquilamente por la habitación. No dejaba de recordar la agradable conversación que había tenido con Aiden y mi estómago volvió a dar un vuelco. Tenía que disculparme porque estuve fuera de lugar. ¿Y escucharle decir lo que dijo? ¿Eso de que si hubiese querido ser como otros puros me hubiese tenido?
Tan ensimismada estaba en mis pensamientos, que me di contra el marco de la puerta con esa parte tan sensible del codo. Maldije y me doblé sobre mí misma, jadeando. Y ahí, con ese dolor tan agudo recorriéndome el brazo, pensé en mamá. No sabría decir si parecía aliviada o no en el instante antes de desintegrarse. ¿Vi un brillo de alivio en sus ojos porque quería verlo? ¿Porque quería creer que había hecho lo correcto matándola?
Aiden creía que había hecho lo correcto. Y yo… bueno, yo ya no estaba tan segura.
Oí un suave golpe, luego otra vez, no se podía negar que alguien había llamado a la ventana de mi habitación.
¿Caleb? Igual había cambiado de opinión y venía con alguna peli. Emocionada por la posibilidad de estar un rato con él, fui hacia la ventana y subí la persiana.
—Mierda —reconocí esa cabeza rubia—. Seth.