Capítulo 2

Oficialmente, el entrenamiento se había cancelado.

—Ve directa a tu residencia, Álex, y quédate ahí —dijo Aiden antes de salir de la sala de entrenamiento.

En vez de eso fui a la cafetería.

Ni de coña iba a quedarme en la residencia mientras había por ahí un daimon enloquecido. Por un momento consideré la idea de seguirlos, pero mis habilidades de sigilo ninja eran bastante malas.

Tras cruzar el patio, vi que el cielo se había oscurecido y no presagiaba nada bueno. Subí el ritmo, porque cuando el cielo se ponía así, había que tener cuidado. Por esta zona, septiembre era estación de los huracanes, o tal vez solamente era que Seth estaba por aquí cerca y muy cabreado; su estado de ánimo tenía un efecto asombroso en el tiempo.

En la cafetería, todo el mundo estaba arremolinado en pequeños grupos, expectantes. Cogí una manzana y un refresco, y me di cuenta de que no había ni un solo puro en el comedor. Me senté al lado de Caleb.

Miró hacia arriba con los ojos brillando.

—¿Has oído?

—Sí, estaba entrenando cuando Leon vino a buscar a Aiden —miré a Olivia—. ¿Tenéis más detalles?

—Todo lo que he oído es que uno de los estudiantes más jóvenes, Melissa Callao, no fue hoy a clase. Sus amigos estaban preocupados y fueron a su residencia. La encontraron en la cama, con la ventana abierta.

Me acomodé en la silla, tratando de disimular el malestar que me comenzaba a rondar.

—¿Está viva?

Olivia clavó el tenedor en un trozo de pizza. Su madre pura sangre tenía un trabajo relacionado con el Consejo. Por suerte para nosotros, mantenía a su hija bien informada.

—La vaciaron casi por completo, pero está viva. No sé cómo su compañera no lo supo, ni por qué a ella no la atacaron.

—¿Cómo demonios puede haber un daimon corriendo por aquí? —Luke levantó una mano y arrugó la frente intrigado—. ¿Cómo pudo pasar por los Guardias?

—Tuvo que ser un mestizo —dijo Elena desde el otro lado de la mesa. Con su pelo corto y sus enormes ojos verdes, parecía Campanilla, pero mucho más alta.

Hasta ese verano creíamos que los mestizos no podían ser convertidos en daimons. Los puros estaban completamente llenos de éter y un daimon masticaría, roería y mataría para obtener esta esencia, como si fuese un drogadicto psicótico. Una vez vaciado de todo su éter, el daimon podía dejarlo morir o convertirlo, sumándolo a la horda daimon. Nadie pensaba que los mestizos tuviesen suficiente éter en su interior como para hacer el cambio al lado oscuro, pero para un daimon paciente, más interesado en crear un ejército que en comer, éramos tan buenos como los puros.

Era un asco que el único punto que compartiéramos con los puros fuese un destino peor que la muerte.

—Los mestizos que se convierten no cambian como los puros —Olivia jugueteó con el tenedor entre sus largos dedos—. Son inmunes al titanio, ¿verdad? —Su mirada recayó en mí.

Asentí.

—Sí, hay que cortarles la cabeza. Asqueroso, lo sé —o Seth podía usar su magia de Apollyon. A Kain le alcanzó con akasha, el quinto y último elemento, y sirvió.

Caleb se frotó en un punto del brazo, donde yo sabía que le habían marcado. Paró en cuanto me vio mirándole, forcé una sonrisa.

—Si es un mestizo, podría ser cualquiera —Luke se echó hacia atrás, cruzando los brazos—. Quiero decir, pensad en ello. No necesitan magia elemental para esconder su apariencia real. Podría ser cualquiera.

Cuando los puros se convertían en pura maldad, se volvían reconocibles para los mestizos, muy reconocibles. Las cuencas de los ojos vacías y negras, la piel pálida y la boca llena de dientes afilados como cuchillas, no es un aspecto que permita que se mezclen entre la multitud. Los mestizos tenían la rara habilidad de poder ver a través de la magia elemental que usaban los daimons pura sangre, pero los daimons mestizos seguían siendo igual después de ser convertidos. Al menos Kain sí.

—Bien, entonces tendría que ser un mestizo que haya sido atacado por un daimon —interrumpió una voz ronca—. Hmmm, ¿me pregunto quién podría ser? No es que nazcan de los árboles.

Levanté la cabeza y vi a Lea Samos y Jackson. Estábamos a mediados de septiembre y ella seguía estando supermorena, seguía estando tan guapa que me daban ganas de clavarle un tenedor de plástico en todo el ojo.

—Sí, tiene sentido —mantuve la voz neutra.

Esos ojos color amatista se clavaron en mí.

—¿Cuántos mestizos conocemos que hayan sido atacados recientemente?

Me quedé mirándola, bloqueada por la incredulidad y las ganas de tirarle algo.

—Déjalo, Lea. Hoy no tengo ganas de escuchar tus tonterías.

Sus labios se movieron formando una cruel sonrisa.

—Yo solo conozco a dos.

Caleb se levantó como un resorte, tirando la silla al suelo.

—¿Qué insinúas, Lea?

Los dos Guardias que estaban en la puerta se adelantaron un poco, observando la situación con interés. Olivia cogió a Caleb de la mano, pero él la ignoró.

—Vamos, Lea. Dilo.

Retiró un mechón de su pelo cobrizo.

—Tranquilízate, Caleb. ¿Cuántas veces te marcaron? ¿Dos? ¿Tres? Hacen falta muchísimas más que esas para convertir a un mestizo —me miró directamente—, ¿no es cierto? Eso es lo que oí decir a los Guardias. Que los mestizos tienen que ser drenados lentamente, y entonces el daimon les da el beso de la muerte.

Respiré hondo. Lea y yo éramos enemigas. Hubo un momento en que mi corazón lloró un poco por ella, cuando sus padres fueron asesinados, pero parecía que fue hace siglos.

—No soy un daimon, guarra.

Lea ladeó la cabeza.

—Si parece un daimon, entonces…

—Lea, vete a dar por saco a alguien y a broncearte, en el orden que prefieras —Caleb volvió a sentarse—. Nadie quiere oír tus tonterías. Y eso es lo gracioso de ti, Lea. Crees que a todo el mundo le importa lo que tienes que decir, pero solamente les importa lo fácil que es vengarse de ti.

—O cómo los Instructores encontraron la semana pasada una botella de alcohol casero en tu habitación —añadió Olivia, con media sonrisa en sus labios—. No sabía que te iban esas cosas raras, o igual así es como haces que los chicos se te acerquen.

Reí. No había oído nada de eso.

—Guau. ¿Así que drogando a los chicos para que se acuesten contigo? Muy bonito. Supongo que es por eso que hoy en clase Jackson casi me monta la pierna como un perro.

Las mejillas de Lea ardieron en un tono entre marrón y rojo.

—Tú, estúpida zorra amante de los daimons, ¡tú eres la razón por la que mi padre está muerto! Tendrías que haber…

Varias personas se movieron al mismo tiempo. Olivia y Caleb salieron disparados hacia el otro lado de la mesa, intentando sujetarme, pero yo, cuando quería, era muy rápida.

No pensé; simplemente lancé mi brillante manzana roja directa a su cara. Un lanzamiento como ese, hecho por un mestizo, convertía una manzana en un arma. Dio en el blanco, con un crujido.

Lea se tambaleó hacia atrás, agarrándose la cara. Entre los dedos le chorreaba sangre, a juego con el color de sus uñas.

—¡Me has roto la nariz!

Todo el mundo en la cafetería se quedó quieto. Hasta los mestizos que servían dejaron de limpiar las mesas para mirar. Nadie gritó ni pareció demasiado sorprendido. Después de todo, éramos mestizos, una panda de violentos. Los sirvientes solían estar demasiado drogados como para preocuparse.

Sea como fuere, me había olvidado por completo de los Guardias cuando fui a por Lea. Chillé cuando uno de ellos me pasó un brazo por la cintura y me lanzó encima de la mesa. Todas las bebidas acabaron derramadas; toda la comida por el suelo y una carne misteriosa manchaba mis pantalones de gimnasia.

—¡Parad ahora mismo!

—¡Me ha vuelto a romper la nariz! —Lea apartó las manos de su cara—. ¡No podéis dejar que se salga con la suya!

—Oh, cállate. Los médicos te la arreglarán. De todas formas, ya tienes media cara de plástico —intenté escabullirme del Guardia, hasta que me retorció el brazo tanto que el más mínimo movimiento me mataba de dolor.

—Quería mi éter —Lea me señaló con su mano cubierta de sangre—. ¡Su madre mató a mis padres, y ahora ella quiere matarme a mí!

Reí.

—Venga, por el amor de…

—Calla —me susurró el Guardia al oído—. Cállate antes de que te haga callar yo.

Las amenazas de los Guardias mestizos no eran algo que tomarse a la ligera. Me callé mientras el otro Guardia se hacía cargo de Lea.

La sangre palpitaba en mis oídos, y el pecho aún me latía con furia, pero me di cuenta de que quizá había reaccionado un poco exageradamente.

Y de que la había liado mucho.

Que los mestizos peleasen entre ellos no era nada nuevo. Las agresiones y la violencia controlada a veces salían de las salas de entrenamiento y se manifestaban en sitios como la cafetería. Cuando algún mestizo se metía en líos por pelearse, acababan con uno de los Instructores que llevaban las cuestiones disciplinarias.

Cada residencia tenía asignado uno. Mi planta tenía asignada a la Instructora Gaia Telis, una tía bastante guay que no era ni demasiado estricta ni un coñazo. Pero no me tocó la Instructora Telis. Cinco minutos después de romperle la nariz a Lea por segunda vez, acabé en la oficina del Decano Andros.

Este era uno de los muchos inconvenientes de que mi tío fuese el Decano.

Me quedé mirando a los peces brillantes que iban de lado a lado del acuario y jugueteaba con el cordón de los pantalones mientras esperaba a Marcus. A veces me sentía como uno de esos peces: atrapada entre muros invisibles.

Las puertas abriéndose a mis espaldas me hicieron estremecer. Esto iba a ser una mierda tan grande como un daimon.

—Si descubre algo más, comuníquemelo inmediatamente. Eso es todo —la voz grave de Marcus llenó la sala. Los Guardias apostados al cada lado de la puerta parecían estatuas griegas de guerreros. Entonces se cerró la puerta de un golpe.

Salté.

Marcus caminó firme por la sala, vestido como si hubiese pasado el día en un campo de golf. Me lo esperaba sentado tras su mesa como sería propio de un decano, así que cuando se puso directamente en frente mío, agarrando los brazos de mi silla, me asustó un poco.

—Estoy seguro de que eres consciente de qué ha pasado hoy —el tono de voz de Marcus era a la vez frío y correcto. La mayoría de los puros sonaban así: elegantes, refinados—. Esta pasada noche atacaron a un puro.

Me eché hacia atrás todo lo que pude, fijando la vista en el acuario.

—Sí.

—No apartes la vista de mí, Alexandria.

Le miré mordiéndome el labio inferior. Sus ojos eran como los que tenía mi madre antes de ser convertida en daimon, de un tono brillante de verde, como esmeraldas.

—Sí, eso he oído.

—Entonces podrás comprender con qué tengo que lidiar ahora mismo —Marcus bajó la cabeza hasta estar frente a frente—. Tengo un daimon mestizo en mi campus, cazando estudiantes.

—¿Entonces es un mestizo convertido?

—Creo que ya sabías eso, Alexandria. Eres muchas cosas: impulsiva, irresponsable, y maleducada; pero no estúpida.

Prefería saber más sobre el daimon que seguir escuchando mis defectos.

—¿Quién es el mestizo? Lo habéis atrapado, ¿verdad?

Marcus ignoró mi pregunta.

—Ahora, me veo forzado a abrir una investigación que, o lanzará o acabará con mi carrera aquí, todo porque mi sobrina mestiza le ha roto la nariz a una chica en la cafetería… con una manzana.

—¡Me acusó de ser un daimon!

—¿Y tu respuesta es tirarle una manzana a la cara tan fuerte como para romperle un hueso? —Bajó la voz, más suave de lo normal. Marcus era como Chuck Norris con un polo rosa. Había aprendido a no subestimarle.

—Dijo que yo soy la razón por la que sus padres fueron asesinados.

—Te lo preguntaré una vez más: ¿Así que decidiste tirarle una manzana tan fuerte como para romperle un hueso?

Me moví, incómoda.

—Sí, supongo.

Exhaló despacio.

—¿Es todo lo que tienes que decir?

Miré por la habitación mientras dejaba la mente en blanco. Dije lo primero que me pasó por la cabeza.

—No creí que la manzana le fuese a romper la nariz.

Apartándose de la silla, se inclinó sobre mí.

—Esperaba más de ti. No porque seas mi sobrina, Alexandria. Ni siquiera porque tengas más experiencia con los daimons que cualquier otro estudiante de aquí.

Me froté la frente.

—Todo el mundo va a estar pendiente de ti, toda la gente importante. Vas a darle a Seth un poder sin precedentes. No podemos permitir ningún mal comportamiento por tu parte, Alexandria. Y Seth tampoco.

No podía estar más enfadada. A los dieciocho años, algo llamado palingenesia me llegaría de repente, como si fuese una especie de pubertad sobrenatural. Llegaría el Despertar y le traspasaría mi poder a Seth. ¿Qué poder? Ni idea, pero él se convertirá en el Dios Asesino. Todo el mundo se preocupaba por Seth, ¿pero por mí? Nadie parecía preocupado por lo que me pasaría a mí.

—La gente espera más de ti. Van a estar más pendientes debido a en qué te vas a convertir, Alexandria.

No estaba de acuerdo. Solo iban a vigilarme porque temían que la historia volviera a repetirse. La única vez que hubo dos Apollyons en la misma generación, el Primero se enfrentó al Consejo. Acabó con ambos Apollyons ejecutados. El Consejo y los dioses consideraban muy peligroso que existiesen dos Apollyons al mismo tiempo. Por eso, hace tres años, mamá me sacó del Covenant. Pensó que podría mantenerme a salvo, esconderme entre los mortales.

—En el Consejo no puedes comportarte así. No puedes ir por ahí peleándote e insultando a la gente —continuó—. ¡Hay reglas, reglas de nuestra sociedad que tienes que seguir! No se lo pensarán dos veces antes de mandarte a servir, y no importará de quién seas familia. ¿Entiendes?

Solté aire despacio, levanté la cabeza y vi a Marcus al lado del acuario, dándome la espalda.

—Sí, lo entiendo.

Se pasó una mano por la cabeza.

—Saldrás de la residencia para las clases, el entrenamiento y comer a las horas establecidas, eso es todo. De ahora en adelante, será como si no tuvieses amigos.

Estreché la mirada.

—¿Estoy castigada o algo así?

Me miró por encima del hombro, apretando los labios.

—Hasta más ver, y ni se te ocurra discutir conmigo. No puedes salir de esta sin un castigo.

—¿Pero cómo puedes castigarme?

Marcus se giró, despacio.

—Le has roto la nariz a una chica de un manzanazo.

De pronto no me apetecía discutir. Tampoco era para tanto. El castigo no me suponía nada. No es que mi agenda estuviese a rebosar.

—Vale, ¿pero vas a decirme si habéis encontrado al daimon?

Me miró un rato.

—No. Aún no lo hemos encontrado.

Me agarré a la silla.

—Así que… ¿aún sigue suelto?

—Sí —Marcus me hizo levantar y lo seguí hasta la puerta. Se dirigió a uno de los Guardias—. Clive, acompañe a la Señorita Andros a su residencia.

Gruñí por dentro. Clive era uno de los Guardias que sospechaba que se acostaba con Lea. Cada cosa que se hablaba en la oficina de Marcus de alguna forma le llegaba a Lea. Teniendo en cuenta que a Clive le gustaban las jovencitas que llevaban zapatos falsos de Prada, él era el sospechoso más probable.

—Sí, señor —Clive se inclinó.

—Recuerda nuestra conversación —dijo Marcus.

—Pero qué pasa con…

Marcus cerró la puerta.

¿Qué parte tenía que recordar? ¿El hecho de que era una vergüenza para él o que había un daimon por ahí suelto? Clive me agarró del brazo, clavándome sus dedos. Me retorcí, intentando zafarme de él, pero me agarró con más fuerza. Las marcas del daimon aún estaban sensibles en mi brazo.

—Supongo que estarás disfrutando —apreté la mandíbula.

—Supones bien —Clive me empujó hacia las escaleras. Los puros eran ricos, en serio, tenían mucho más dinero del que nadie pueda imaginarse. Y aún así no había ni un solo ascensor en todo el campus—. Crees que te puedes salir con la tuya sin represalias, ¿verdad? Eres la sobrina del decano, la hijastra del Patriarca y el próximo Apollyon. Eres especial, ¿no?

Tenía la oportunidad de pegarle, pero con mi puño en vez de con una manzana. Logré soltarme el brazo.

—Sí, soy así de especial.

—Recuerda que aún eres una mestiza, Álex.

—Recuerda que soy la sobrina del decano, la hijastra del Patriarca y el próximo Apollyon.

Clive dio un paso adelante, con su nariz casi tocando la mía.

—¿Me estás amenazando?

Me negué a echarme atrás.

—No. Solo te estoy recordando lo especial que soy.

Se quedó mirándome un momento y luego dio una risotada ronca y corta.

—Igual hasta tenemos todos suerte y, volviendo sola a tu residencia, te conviertes en el aperitivo de un daimon. Buenas noches.

Me reí tan alto como pude y me gané como respuesta la puerta cerrándose de golpe. Bajé las escaleras corriendo, sin acordarme ya de Clive. Había un daimon en el campus y ya había atacado a una pura sangre, dejándola casi muerta. ¿Quién sabe cuánto tardaría el daimon mestizo en necesitar su próxima dosis? Mamá decía que un puro podía ser suficiente durante días para un daimon normal, ¿pero era igual para un daimon mestizo?

No me dijo nada sobre eso pero habló mucho acerca de sus planes para derrocar al Consejo y a los puros mientras estuve cautiva en Gatlinburg. Mamá y Eric, el único daimon superviviente de Gatlinburg, habían tramado convertir a mestizos y luego mandarlos de vuelta para que se infiltrasen en los Covenants. Parecía estar todo bien planeado… ¿O quizá era tan solo un ataque al azar?

Lo dudaba.

Lo que aprendí en Gatlinburg era la única razón por la que iba a asistir a la sesión del Consejo de noviembre, pero mi testimonio ahora parecía absurdo.

Seguí bajando hacia el segundo piso y de repente paré. Un cierto temor recorrió mi espalda, como si fuesen dedos helados, despertando el extraño sexto sentido que los mestizos llevábamos en la sangre. Miré por encima del hombro, casi esperando tener un asesino en serie mestizo detrás de mí… o como mínimo a Clive, a punto de tirarme por las escaleras.

Pero no había nada.

Entrenada a no ignorar ese sexto sentido que nos alertaba de cualquier cosa fuera de lo normal, admití que quizá no debía haber cabreado a Clive, después de todo, había un daimon merodeando. Bajé las escaleras de dos en dos y abrí la puerta de la planta baja.

Aún sentía cierto temor hormiguear a través de los dedos. No ayudaba nada que los largos pasillos solamente estuviesen iluminados por unas luces parpadeantes, lo que no hacía más que sumarse a esta extraña sensación. ¿Dónde estaban todos los Instructores y Guardias? El silencio era sepulcral.

—¿Clive? —Mis ojos devoraron cada rincón vacío del pasillo—. Si te estás quedando conmigo, te juro que voy a romperte la nariz.

Tan solo me respondió el silencio.

Cada pelo de mi cuerpo se erizó a modo de alerta. Un poco más adelante, las estatuas de las musas proyectaban sombras oscuras por toda la entrada principal. Miré hasta en el último rincón en busca de una posible amenaza y fui avanzando por el pasillo. Mis pasos resonaban de forma increíble, casi como si el sonido estuviese riéndose de mí. De pronto tuve que pararme, con la boca abierta de par en par. Había un nuevo añadido en la entrada de la Academia, algo que no estaba cuando me acompañaron a la oficina de Marcus.

Tres nuevas estatuas de mármol habían aparecido en el centro de la sala. Mujeres angelicales y hermosas, apiñadas unas con otras, con los brazos pegados al cuerpo y sus alas extendidas por encima de sus cabezas ladeadas.

Oh, dioses.

Había furias en el Covenant.

Enterradas hasta ahora, su llegada era señal de unos dioses muy descontentos. Caminé a su alrededor despacio, como si pudiesen liberarse de su coraza y desgarrarme miembro a miembro en cualquier momento. Imaginé que estaban ahí esperando, afilándose las garras que tendrían en su forma real.

Las furias eran diosas terribles que se usaban antiguamente para capturar a todos aquellos que habían hecho algo malo y no recibieron castigo. Ahora aparecían cada vez que algo amenazaba a los puros como conjunto… o a toda la humanidad.

Algo iba a suceder, o ya había pasado.

Apartando los ojos de sus serenas expresiones abrí las pesadas puertas. Una mano me agarró el brazo. Un gritito de sorpresa se escapó de mis labios, aunque sonó más como un chillido al inclinarme hacia atrás y levantar la pierna para dar una fuerte patada. Levanté la mirada unos segundos antes de hacer contacto.

—¡Mierda! —grité.

Aiden bloqueó mi rodilla y levantó las cejas.

—Bueno, es evidente que tus reflejos están mejorando.

Con el corazón a mil, cerré los ojos.

—Oh, dioses, me has dado un susto de muerte.

—Ya lo veo —me soltó el brazo y bajó su mirada hacia mis pantalones—. Así que es cierto.

—¿Que es cierto qué? —Aún no podía calmar mi corazón. Para ser francos, pensaba que era un daimon a punto de morder lo que me quedaba de brazo.

—Que te has metido en una pelea con Lea Samos y le has roto la nariz.

—Oh —me enderecé, cerrando los labios—, dijo que me gustaban los daimons.

—Palabras, Álex, solo palabras —Aiden inclinó la cabeza a un lado—. ¿No hemos tenido ya esta conversación?

—No conoces a Lea. No sabes cómo es.

—¿Acaso importa cómo sea? No puedes ir peleándote con todo el que diga algo negativo de ti. Si hiciese lo mismo que tú, estaría peleándome todo el día.

Puse los ojos en blanco.

—La gente no habla mal de ti, Aiden. Todos te respetan. Eres perfecto. Nadie cree que seas un daimon. En fin, hay una nueva familia feliz en la entrada.

Frunció el ceño.

—Hay furias en la entrada, estatuas.

Aiden se puso una mano detrás de la cabeza y suspiró.

—Nos temíamos que pudiese pasar.

—¿Por qué están aquí?

—La seguridad del Covenant ha sido vulnerada y el Consejo aseguró que nunca pasaría. Era parte de su acuerdo centenario con los dioses, cuando se estableció el primer Covenant. Los dioses lo ven como si el Consejo no supiera resolver el problema de los daimons.

El estómago me dio un vuelco.

—¿Y eso qué significa exactamente?

Hizo una mueca.

—Significa que si los dioses creen que los pura sangre han perdido el control, soltarán a las furias. Y eso no lo quiere nadie. Las furias perseguirán cualquier cosa que crean una amenaza; daimon, mestizo o…

—¿Apollyon? —susurré. Aiden no respondió, confirmando que yo tenía razón. Gruñí—. Genial. Bueno, pues esperemos que no pase.

—Estoy de acuerdo.

Me moví incómoda. Mi cerebro no podía procesar esta nueva amenaza.

—¿Y tú que haces por aquí?

Aiden me atravesó con la mirada.

—Iba a ver a Marcus. ¿Y tú qué hacías sola husmeando por aquí?

—Se supone que Clive tenía que escoltarme hasta la residencia, pero parece que al final se quedó en nada.

Entrecerró los ojos y suspiró. Movió la cabeza en dirección a las residencias mientras metía las manos en los bolsillos de sus pantalones oscuros.

—Venga, vamos, te acompañaré. No deberías andar sola por aquí.

Me aparté de las puertas.

—¿Porque sigue habiendo un daimon por el campus y las furias están listas para atacar?…

Me miró, arrugando la nariz.

—Sé que tu actitud indiferente no es más que una fachada. Posiblemente eso hizo que convirtieras una manzana en un arma mortal. Tú, más que nadie en el mundo, sabes lo serio que es esto.

Me ruboricé tras su reprimenda. La culpa me retorció el estómago en un nudo. Bajé la mirada hacia las marcas del camino.

—Lo siento.

—No es a mí a quien tienes que pedir disculpas.

—Bueno, te aseguro que por nada del mundo voy a disculparme ante Lea. Así que ya puedes ir olvidándolo.

Aiden movió la cabeza.

—Sé que lo que dijo Lea te ofendió. Puedo hasta… entender tu reacción, pero tienes que tener cuidado. La gente te está…

—Sí, ya lo sé. La gente me está observando, bla, bla, bla y más bla —entrecerré los ojos tratando de ver las sombras de los Guardias que patrullaban, pero las farolas aún no se habían encendido. Los edificios más altos, los de la escuela, las salas de entrenamiento y las residencias; proyectaban oscuras sombras sobre el camino—. Da igual, ¿tenéis alguna idea de dónde puede estar el daimon?

—No. Hemos buscado por todo y seguimos haciéndolo. Ahora mismo nos centramos en mantener a los estudiantes a salvo.

Paramos frente a las escaleras de mi residencia. El porche estaba vacío, signo de la inquietud general. Las chicas solían quedarse por aquí, esperando que algún chico pasase a animarlas.

—¿Melissa vio al daimon? ¿Pudo dar alguna descripción?

Aiden se pasó una mano por la frente.

—No recuerda prácticamente nada del ataque. Los médicos… bueno, creen que es del trauma. Una forma de protegerse a sí misma, supongo.

Aparté la mirada, agradeciendo la oscuridad. ¿Por qué no podía yo olvidar lo que pasó en Gatlinburg?

—Seguro que es algo más que eso. Es una pura. A nosotros nos entrenan para prestar atención a los detalles, para recoger toda la información que podamos, y a ella no. Es como… una chica normal. Y si el ataque sucedió de noche, seguramente pensase que era una pesadilla. ¿Despertarse y ver algo así? No quiero ni imaginármelo —paré. Me estaba mirando de forma rara—. ¿Qué?

—Vas por el camino correcto.

No podía quitarme de la cara una sonrisa tontorrona.

—Así de increíble soy. Lo sé.

Torció los labios como si quisiese sonreír.

—Y bien, ¿cuántos problemas tienes ahora encima?

—Estoy castigada, pero supongo que no será gran cosa —seguía sonriendo como una idiota.

—Pues no —parecía aliviado—. Intenta mantenerte al margen de los problemas y, por favor, no husmees por ahí fuera. Dudo que el daimon siga por aquí, pero nunca se sabe.

Inspiré profundamente y me crucé de brazos.

—¿Aiden?

—¿Sí?

Miré las botas de Aiden. Estaban brillantes, sin un arañazo.

—Está empezando, ¿verdad?

—Te refieres a lo que te dijo tu madre, ¿verdad?

—Dijo que iban a hacer esto. Y Eric sigue suelto. ¿Qué pasaría si él estuviese detrás de todo esto y…?

—Álex —se inclinó hacia mí. Estábamos cerca, pero no tan cerca como en el gimnasio—. No importa si es Eric o no. Nos aseguraremos de que no vuelva a pasar. No tienes nada de lo que preocuparte.

—No tengo miedo.

Aiden estiró el brazo y rozó mis dedos con los suyos. Fue un roce breve, pero aún así mi cuerpo se estremeció.

—No he dicho que tengas miedo de nada, eres demasiado valiente.

Nuestras miradas se encontraron.

—Todo está cambiando.

—Todo ha cambiado ya.

Esa noche no paré de dar vueltas en la cama. Mi mente no paraba. El ataque daimon, la agresión con la manzana, furias cabreadas, la inminente sesión del Consejo y todo lo demás no dejaban de dar vueltas en mi cabeza. Cada vez que me giraba, me cabreaba más la posibilidad de pasar otra noche en vela.

Los problemas para dormir empezaron una semana después de volver de Gatlinburg. Dormía durante una hora o así y una pesadilla se colaba en mis sueños. Mamá solía estar en ellas. A veces revivía la pelea con ella en el bosque; a veces no la mataba y otras veces solo estábamos Daniel, el daimon con manos demasiado cariñosas, y yo.

Y luego estaban los sueños en los que quería que me convirtiesen en un daimon.

Me puse boca abajo y hundí la cabeza en la almohada. En ese momento, sentí un cosquilleo en la boca del estómago, como las mariposas tras el primer beso, pero mucho, mucho más fuerte.

Me incorporé y eché un ojo al reloj. Era más de la una de la madrugada y yo seguía completamente despierta. Y ardiendo, tenía mucho calor. Pensando que la calefacción se habría vuelto loca otra vez me levanté y abrí la ventana al lado de la cama. Entró un aire fresco y húmedo procedente del océano que me alivió un poco. No era como si estuviese a cien, pero ardía entera. Me pasé las manos por la cara, me dolía de una forma que me recordaba a cuando estuve con Aiden. No en uno de nuestros entrenamientos, no; sino la noche antes de que encontrase a Kain, la noche que me eché desnuda en la cama de Aiden.

Sin embargo recordaba mucho más que solo la parte física. Palabras que no olvidaré ni en un trillón de años, te metiste dentro de mí, te convertiste en parte de mí. Nadie me había dicho nunca algo así, nadie.

Volví a suspirar mirando el reloj. Pasaron quince minutos, luego veinte y luego media hora. Al final dejé de prestar atención a la hora. Mi corazón latía con fuerza. Cerré los ojos y pude ver a Aiden, sentir el suave roce de sus dedos y volver a escuchar esas palabras. Y entonces, sin previo aviso, el picor desapareció. El aire fresco que entraba por la ventana de repente pareció algo increíble.

—¿Pero qué demonios? —Me tumbé boca arriba—. ¿Qué son? ¿Sofocos? ¿En serio?

Tardé mucho en quedarme dormida.