La caída de Constantinopla.
Durante dos generaciones, Grecia estuvo dominada por occidentales, que crearon el llamado «Imperio Latino». Al estilo feudal occidental, los caciques importantes se repartieron el territorio. La Grecia del noroeste se convirtió en el Reino de Tesalónica (cuya capital era la ciudad de Casandro, fundada quince siglos antes). El Peloponeso se transformó en el Principado de Acaya, mientras que el Ática, Beocia y Fócida formaron el Ducado de Atenas.
Pero los griegos no se encontraron totalmente bajo la dominación occidental. Un miembro de la vieja familia real dominaba la Grecia del noroeste y llamó a su dominio el Despotado de Epiro (con una reminiscencia de Pirro).
Un pariente por matrimonio de la familia real creó un reino en el Asia Menor occidental, en tierras reconquistadas a los turcos en el período de las Cruzadas. Su capital fue Nicea, y se lo llamó el Imperio de Nicea. Su territorio fue como una resurrección de la antigua Bitinia.
Finalmente, a lo largo de la costa sudeste del mar Negro había una delgada franja de tierra griega, en la que estaban las ciudades de Sinope y Trapezonte, además de unas pocas ciudades griegas que aún sobrevivían en la península de Crimea, al norte del mar Negro. La ciudad de Trapezonte se había convertido en Trebisonda, de modo que el reino fue llamado el Imperio de Trebisonda.
El Imperio Latino nunca fue muy sólido y se encontró en creciente peligro frente a los capaces gobernantes de Epiro. En 1222, el déspota de Epiro conquistó el Reino de Tesalónica, por ejemplo.
Sin embargo, Constantinopla fue de Nicea, no de Epiro. Miguel Paleólogo se hizo emperador de Nicea en 1259. Se alió con los búlgaros y los genoveses y esperó el momento en que la flota veneciana (que custodiaba la Constantinopla latina) estuviera ausente. Entonces, en un golpe de sorpresa, se apoderó de Constantinopla en 1261.
Se convirtió en Miguel VIII, y el Imperio Bizantino fue gobernado nuevamente por griegos. Durante los dos siglos restantes de su historia, todos los emperadores bizantinos fueron descendientes de Miguel.
Pero el Imperio Bizantino sólo era una triste sombra de lo que había sido antes. Epiro y Trebisonda se hallaban bajo gobiernos independientes, mientras Venecia conservaba Creta, las islas egeas, el Ducado de Atenas y buena parte del Peloponeso.
En verdad, Atenas nunca volvió a ser bizantina. Poco después de 1300, una banda de aventureros sin escrúpulos llegó a Grecia desde Occidente. Muchos de ellos provenían de una región de España oriental llamada Cataluña, Por lo que se conoce a dicha banda como la Gran Compañía Catalana. En 1311 lograron apoderarse del Ducado de Atenas, que entonces permaneció bajo la férula de una u otra fracción occidental hasta la derrota final de los cristianos por los turcos.
Por el 1290 había adquirido importancia un nuevo grupo de turcos. Su primer líder destacado fue Osmán, o, en árabe, Otmán. Por ello, sus secuaces fueron llamados turcos osmanlíes o turcos otomanos.
Para 1338, los turcos otomanos se habían apoderado de casi toda Asia Menor, arrasando el territorio que había sido antes el Imperio de Nicea. En 1345, los turcos otomanos fueron llamados a Europa por el emperador bizantino Juan VI, quien buscaba su ayuda contra un rival. Esto resultó ser un colosal error. Por el 1354, los turcos se habían establecido permanentemente en Europa (y aún dominan una pequeña parte del Continente en la actualidad).
Rápidamente, los turcos empezaron a extenderse por la península balcánica. A la sazón, el pueblo predominante de la península eran los servios de habla eslava. Habían construido un Estado fuerte al norte de Grecia, bajo Esteban Dusan, quien comenzó su reinado en 1331. Había conquistado Epiro, Macedonia y Tesalia, y hasta se estaba preparando para atacar Constantinopla.
Tal vez habría podido detener a los turcos, pero en 1355 murió y su reino empezó a derrumbarse. En 1389, servios y turcos chocaron finalmente en Kosovo, en lo que es hoy el sur de Yugoslavia. Los turcos lograron una abrumadora victoria y toda la península balcánica quedó en su poder. Lo que quedaba del Imperio Bizantino habría caído en manos de los turcos, de no ser por la inesperada aparición de un poderoso enemigo en Oriente.
Un jefe nómada llamado Timur había subido al poder en 1360 e iniciado una carrera de conquistas. Era llamado «Timur Lenk» («Timur el Cojo»), que en castellano se convirtió en Tamerlán.
En ataques relámpago conquistó toda el Asia Central y estableció su capital en Samarcanda, la antigua Maracanda, donde Alejandro había matado a Clito diecisiete siglos antes. Tamerlán extendió sus dominios en todas las direcciones, penetrando en Rusia hasta Moscú e invadiendo la India y capturando Delhi.
Finalmente, en 1402, cuando ya tenía setenta años de edad, invadió el Asia Menor. El sultán turco Bayaceto enfrentó a Tamerlán cerca de Angora, en el Asia Menor central. (Bajo su nombre, anterior, Ancira, esta ciudad había sido la capital de Galacia).
En la batalla, Bayaceto fue completamente derrotado y hecho prisionero. El victorioso Tamerlán saqueó el Asia Menor y provocó la destrucción definitiva de Sardes, la capital de Lidia dos mil años antes. Pero cuando murió Tamerlán, en 1405, su vasto reino se derrumbó inmediatamente. El ataque de Tamerlán había dislocado de tal modo al Imperio Otomano que Constantinopla pudo gozar de un medio siglo adicional de existencia. Pero durante ese medio siglo, los turcos otomanos recuperaron totalmente su fuerza.
En 1451, Mohamed II llegó a ser sultán del Imperio Otomano y estaba dispuesto a ajustar cuentas con Constantinopla de una vez por todas. El 29 de mayo de 1453, después de un asedio de cinco meses, Constantinopla fue tomada por los turcos y Constantino XI, el último de los emperadores romanos de una serie que había comenzado con Augusto quince siglos antes, murió en la batalla combatiendo valientemente.
Constantinopla se volvió turca para siempre y su nombre cambió nuevamente. Los griegos, cuando viajaban a Constantinopla decían que iban «eis ten polin», que significa «a la ciudad». Los turcos captaron esta frase, la convirtieron en Estambul e hicieron de la ciudad la capital del Imperio Otomano.
En 1456, Mohamed arrancó el Ducado de Atenas a sus gobernadores occidentales, y en 1460 el Peloponeso. En 1461 se apoderó también del Imperio de Trebisonda La ciudad en la que el ejército de Jenofonte había llegado al mar, cerca de diecinueve siglos antes, fue el último trozo de territorio griego independiente.
La noche turca.
La resistencia de pueblos no griegos contra los turcos continuó durante algunos años en los Balcanes. Un foco de poder cristiano quedaba en Epiro, cuya parte septentrional comenzó a ser llamada «Albania», de una palabra latina que significa «blanco», a causa de las montañas cubiertas de nieve de esa región. Albania estaba gobernada por Jorge Castriota.
Castriota estaba en la tierra natal de los antepasados maternos de Alejandro Magno, y él mismo era llamado por los turcos «Iskander Bey» («Señor Alejandro», que se corrompió en «Scanderberg». Mientras vivió mantuvo a los turcos a raya, pero después de su muerte, en 1467, Albania fue conquistada e incorporada al Imperio Otomano.
Sólo quedaban las islas griegas en manos cristianas, pero se trataba de cristianos occidentales. En 1566, la lucha se centró en las islas, dominadas por los venecianos, de Creta y Chipre, donde la población griega (como en otras partes de Grecia) en general apoyaba a los turcos contra los occidentales. No cabe sorprenderse de esto. Los turcos toleraban la forma ortodoxa del cristianismo, mientras que los católicos occidentales se esforzaban por convertir al catolicismo a sus súbditos ortodoxos. Los occidentales también establecían impuestos más duros que los turcos.
Los griegos de Chipre, pues, en su mayoría se sintieron encantados cuando los venecianos fueron expulsados de Chipre en 1571 y los turcos se apoderaron de la isla.
Esta victoria turca fue compensada por una derrota sufrida el mismo año. Se libró una gran batalla entre una flota otomana y una flota cristiana (principalmente, española) en el golfo de Lepanto (o Corinto, para usar su nombre griego). Fue la última batalla importante que se libró entre barcos impulsados por remos, y fue una importante victoria cristiana. Los turcos otomanos se recuperaron de la batalla de Lepanto y conservaron su vigor durante un considerable período, pero la batalla mostró claramente que el apogeo de los turcos había pasado y que el futuro pertenecía a la Europa Occidental, de creciente poderío.
Un siglo después de Lepanto, los turcos hicieron un último intento de conquista. En el mar arrancaron Creta a los venecianos en 1669. En tierra avanzaron hacia el Noroeste y en 1683 estaban en las afueras de Viena; Austria parecía a punto de caer.
Tanto los venecianos como los austríacos contraatacaron con éxito. Los venecianos invadieron el Peloponeso y una flota veneciana se estacionó frente a Atenas. Esto fue causa de una gran tragedia. Para defender Atenas, los turcos almacenaron pólvora en el Partenón, nada menos, que hasta entonces, durante dos mil años, se había mantenido intacto. En 1687, un cañonazo veneciano dio en el edificio, hizo explotar la pólvora y destruyó la más magnífica construcción de todos los tiempos. Sólo quedaron los pilares sin techo, para recordarnos tristemente la desaparecida gloria de Grecia.
Cuando los turcos fueron obligados a firmar la paz, en 1699 (la primera paz que consentían firmar con las potencias cristianas), cedieron el Peloponeso a los venecianos. Pero esto sólo fue temporáneo, pues los peloponenses pronto se dieron cuenta de que la mano veneciana era más pesada que la de los turcos. Por ello, dieron la bienvenida a la reconquista de la región por los turcos en 1718.
Bajo el dominio turco, Grecia se recuperó lentamente en población y vigor. Gracias a la tolerancia y la ineficiencia de los turcos, conservaron su lengua y su religión. Algunos hasta se hicieron ricos y poderosos, particularmente los descendientes de la vieja nobleza bizantina, que vivían en un distrito de Estambul llamado Fanar.
Después de 1699, cuando los turcos comprendieron que debían entablar relaciones diplomáticas con las naciones occidentales y ya no podían confiar en una superior potencia militar, apelaron a esos griegos fanariotes. Desde entonces, los fanariotes prácticamente dirigieron el servicio exterior turco, y en muchas ocasiones fueron el poder real que estaba detrás del trono.
Pero a lo largo de todo el siglo XVIII el Imperio Otomano decayó y fue presa de la ineficiencia y corrupción creciente. Cada vez más, los griegos soñaban en la libertad con respecto a los turcos, pero no al precio de caer bajo la dominación occidental, sino en una verdadera libertad. Querían una Grecia independiente, gobernada por griegos.
Este sueño adquirió fuerza cuando Rusia, a lo largo de todo ese período se empeñó en una serie de guerras con Turquía y conquistó todas las regiones turcas situadas al norte del mar Negro. Esto puso de manifiesto la debilidad de los turcos y brindó a los griegos una nueva posibilidad de ayuda extranjera. Puesto que los rusos eran de religión ortodoxa, los griegos los consideraban mucho más aceptables que a los venecianos.
Con el aliento de Rusia, bandas griegas se rebelaron contra los turcos en 1821. Gracias a la ayuda rusa, se apoderaron del Peloponeso y luego de las regiones situadas al norte del golfo de Corinto. Muchos occidentales se sintieron conmovidos por las victorias griegas, pues para ellos los griegos eran aún el pueblo de Temístocles y Leónidas. El gran poeta inglés George Gordon, Lord Byron, por ejemplo, era un extravagante admirador de los antiguos griegos y marchó a Grecia a incorporarse a sus fuerzas revolucionarias. Allí halló la muerte, pues en 1824, a la edad de 36 años, murió de malaria en Missolonghi, ciudad de Etolia.
Pero los turcos se rehicieron y, en particular, apelaron a la ayuda de sus correligionarios de Egipto, que se hallaba bajo el fuerte gobierno de Mehmet Alí. Los turcos y los egipcios recuperaron Atenas el 5 de julio de 1827 y comenzaron a asolar el Peloponeso. La revolución parecía sofocada.
Más por entonces, la simpatía occidental por los griegos era sencillamente abrumadora. Gran Bretaña y Francia se aliaron con Rusia y las tres potencias ordenaron a Turquía que cesase las hostilidades. La flota unida anglo-franco-rusa atacó a la flota turco-egipcia en Navarino el 20 de octubre de 1827 y sencillamente la barrió. (Navarino es el nombre italiano de Pilos, donde se libró la gran batalla de Esfacteria veintidós siglos antes).
La guerra no terminó inmediatamente, pero Turquía se halló ante lo inevitable. En 1829 aceptó con renuencia una paz que otorgaba autonomía a Grecia. Al principio se suponía que ésta se hallaría bajo una vaga soberanía turca. Pero en 1832 fue reconocida directamente la independencia de Grecia.
Por entonces, Grecia sólo consistía en la región situada al sur de las Termópilas, más la isla de Eubea. Atenas, claro está, se convirtió en la capital de Grecia; la capital libre de un reino griego libre, por primera vez desde los tiempos de Demóstenes, más de veintiún siglos antes.
La Grecia moderna.
El nuevo reino tenía una población de unos 800.000 habitantes que sólo constituían la quinta parte de las personas de habla griega de esa región del mundo. Había 200.000 griegos en las Islas Jónicas ocupadas por los británicos, y unos 3.000.000 vivían aún en territorios dominados por los turcos. Durante casi un siglo, el gran impulso que movió la política griega fue el esfuerzo dirigido a incorporar al reino a esos otros griegos y las tierras que ocupaban.
Ese esfuerzo griego fue apoyado por Rusia, que deseaba debilitar al Imperio Otomano para sus propios fines (Rusia soñaba con apoderarse de Estambul). En cambio, a Grecia se opuso Gran Bretaña, que deseaba un Imperio Otomano fuerte que actuase como freno a las ambiciones rusas en Asia.
En 1854, Gran Bretaña y Francia se unieron para iniciar la Guerra de Crimea contra Rusia. Puesto que las simpatías griegas estaban de parte de Rusia, una flota británica ocupó El Pireo para impedir a los griegos a aprovechar la oportunidad de atacar territorio turco. Posteriormente, en 1862, Gran Bretaña compensó esta actitud cediendo a Grecia las Islas Jónicas, que había poseído desde los tiempos napoleónicos.
Pero la oportunidad siguiente de Grecia se presentó en 1875, cuando Rusia entró nuevamente en guerra con Turquía. Después de una dura lucha de tres años, los rusos lograron la victoria (aunque no ocuparon Estambul, como habían esperado). Pero a último minuto intervinieron los británicos para impedir que los rusos destruyesen totalmente el Imperio Otomano. Gran Bretaña se recompensó a sí misma por sus bondades con los turcos apoderándose de Chipre.
Todo lo que Grecia pudo lograr (después de las grandes esperanzas que había despertado la derrota turca) fue obtener Tesalia y parte de Epiro en 1881.
Mientras tanto, en la isla grecohablante de Creta se produjeron varias rebeliones contra los amos turcos. En 1897, el gobierno trató de acudir en ayuda de los rebeldes cretenses, pero fue totalmente derrotado por los turcos. Pero la intervención occidental obligó al Imperio Otomano a conceder la autonomía a Creta, y en 1908 Creta pasó a formar parte del Reino de Grecia.
Este hecho produjo un beneficio inesperado, pues de Creta era oriundo Eleuterio Venizelos, que iba a ser el más capaz estadista de la Grecia moderna. En 1909 subió al poder en Atenas y pronto comenzó a interesarse por la península balcánica.
Durante el siglo XIX, las derrotas turcas llevaron a la gradual formación de una serie de reinos en los Balcanes del Norte: Montenegro, Servia, Bulgaria y Rumania. Estaban separados de Grecia por una franja de territorio que era aún turca y que incluía a Albania, Macedonia y Tracia. Todos los reinos balcánicos tenían puestas sus ambiciones en este territorio turco y, como resultado de ello, se odiaban más unos a otros que a los turcos.
Venizelos, con el aliento de Rusia, logró unir a los países balcánicos. Formaron una alianza y, en 1912, atacaron al Imperio Otomano. Los turcos sufrieron una rápida derrota, y tan pronto como se libraron de éstos, los reinos balcánicos adquirieron plena libertad para odiarse de nuevo unos a otros. En una segunda guerra, Bulgaria enfrentó a los otros países balcánicos y, en 1913, fue derrotada.
Como resultado de estas dos Guerras Balcánicas, el Imperio Otomano prácticamente fue expulsado de Europa, seis siglos después de haber entrado en ella. Los dominios europeos del Imperio Otomano se redujeron a una pequeña región, aproximadamente del tamaño de New Hampshire, centrada en las ciudades de Estambul y Edirne. (Edirne es el nombre turco de Adrianópolis, ciudad que tomó su nombre del emperador romano Adriano, que la fundó dieciocho siglos antes). Esta región todavía es turca en la actualidad.
En cuanto a Grecia, obtuvo la Calcídica, además de partes de Epiro y Macedonia, y la mayor parte de las islas egeas. Su territorio y su población casi se doblaron. También las otras naciones balcánicas obtuvieron territorios y se formó una Albania independiente.
La gran catástrofe de la Primera Guerra Mundial se abatió sobre Europa en agosto de 1914. En esta guerra, Gran Bretaña, Francia y Rusia (los «Aliados») estaban de un lado; Alemania y Austria-Hungría (las «Potencias Centrales»), del otro. El Imperio Otomano se alió a las Potencias Centrales en noviembre de 1914, y Bulgaria, la vecina septentrional de Grecia, se les unió en octubre de 1915.
Grecia tenía simpatías por Rusia, como siempre, y Bulgaria era su enemiga tradicional, de modo que todo llevó a Grecia a unirse a los Aliados, particularmente porque Venizelos era un vigoroso defensor de la causa aliada. En efecto, finalmente, Grecia se unió a los Aliados en 1917, contra los deseos de su rey progermano, Constantino I, quien fue obligado a abdicar.
Éste fue un golpe afortunado para Grecia, pues los Aliados ganaron la guerra en 1918 y Grecia se halló del lado victorioso. Como resultado de esto, Grecia obtuvo la costa septentrional del mar Egeo, la «Tracia Occidental», de manos de Bulgaria. (El norte de Grecia, Servia y Montenegro fueron unidos y, con un territorio adicional, se convirtieron en Yugoslavia).
Pero Grecia no sólo consiguió Tracia. Sobre la costa egea de Turquía estaba la ciudad de Izmir, que es el nombre turco de Esmirna, la ciudad que había sido destruida por Aliates, de Lidia, veinticinco siglos antes y que había sido refundada por Antígono Monoftalmos. La mitad de la población era griega, y por ende los griegos la reclamaron como botín de guerra. Los Aliados fueron persuadidos por los argumentos de los griegos y, en el tratado de paz que siguió a la Primera Guerra Mundial, Izmir y la región que la rodea fue otorgada a Grecia. Como consecuencia de esto, desembarcó en Asia Menor un ejército griego para ocuparla.
Pero en 1920 los griegos destituyeron al capaz Venizelos y llamaron de vuelta a su incompetente rey. Constantino soñaba con grandes conquistas y se sentía un nuevo Alejandro o, al menos, como otro Agesilao. ¿Por qué no se apoderarían los griegos de las costas orientales del mar Egeo y convertirían a éste, nuevamente, en un lago griego, como había sido antaño durante más de 2.000 años, de 900 a. C. a 1300 d. C.
Así, en 1921 Constantino ordenó al ejército griego que avanzara hacia el Este y aplastase a los turcos. Pero Turquía se estaba reorganizando. Después de más de dos siglos de continuas derrotas en las guerras bajo una monarquía inepta, las cosas empezaron a cambiar. Un enérgico general, Mustafá Kemal, reorganizó el ejército.
En Angora (donde 500 años antes Tamerlán bahía aplastado a los turcos), el ejército de Kemal enfrentó a los griegos, en agosto de 1921, y los detuvo. En 1922, los turcos pasaron a la contraofensiva, Los ejércitos griegos, que habían penetrado profundamente en un territorio hostil, cedieron y huyeron en desorden. El 9 de septiembre de 1922, los turcos tomaron Izmir, que, en la lucha, fue incendiada en su mayor parte.
Luego, ambas naciones se pusieron a arreglar sus asuntos internos. En Grecia, Constantino fue obligado a abdicar, y se restituyó en su cargo a Venizelos. En Turquía se obligó a abdicar al sultán y el Imperio Otomano llegó a su fin, después de seis siglos de existencia. En su lugar, surgió la República de Turquía, bajo la conducción de Mustafá Kemal[6].
Grecia y Turquía llegaron a un acuerdo final por el que toda la costa oriental del Egeo seguiría siendo turca. Además se hicieron arreglos para un cambio obligatorio de población, de modo que los griegos que vivían en Turquía retornasen a Grecia y los turcos que vivían en Grecia retornarían a Turquía.
Esto hizo que, por primera vez en 3.000 años, no hubiese gente de habla griega en las costas egeas orientales, pero también hizo posible la paz entre griegos y turcos, después de 1.000 años de guerra.
Después de la Primera Guerra Mundial.
Aun después de la Primera Guerra Mundial quedaron islas de habla griega que no eran griegas. Gran Bretaña tenía en su poder Chipre, desde 1878. Además, Italia había librado una guerra victoriana[7] contra Turquía en 1911, y obtuvo, como parte del botín, la isla de Rodas y una cantidad de islas menores de su vecindad. Eran una docena de islas en total, por lo que se las llamó Dodecaneso, que significa «doce islas».
El Dodecaneso votó por su unión con Grecia, después de la Primera Guerra Mundial, pero en 1922 subió al poder en Italia el líder fascista Benito Mussolini, cuya política era ganar territorios, no perderlos. De hecho, Mussolini se convirtió en el principal enemigo de Grecia. En 1936, también Grecia se unió al número creciente de naciones europeas que estaban abandonando la democracia a favor de las dictaduras. El dictador griego fue Juan Metaxas.
La amenaza de Mussolini aumentó en aquellos años, sobre todo después de aliarse con Adolf Hitler, dictador mucho más poderoso y peligroso de una Alemania que se había recuperado totalmente de su derrota en la Primera Guerra Mundial.
En abril de 1939, Mussolini invadió y ocupó Albania sin lucha y se detuvo en la frontera noroccidental de Grecia. Medio año más tarde, en septiembre, comenzó la Segunda Guerra Mundial.
Los alemanes lograron notables victorias en Europa durante el primer año de la guerra, derrotando a Francia completamente, y en junio de 1940 Italia juzgó seguro unirse al bando alemán. Mussolini estaba ansioso de efectuar alguna gran hazaña bélica que pudiera compararse con las de Hitler. Por ello, en 1940, sin provocación alguna, ordenó a sus ejércitos que invadieran Grecia.
Para su sorpresa y para sorpresa de todo el mundo (excepto, quizá, de los mismos griegos) fue como si hubiesen vuelto los viejos días. Los griegos, aunque superados en número, resistieron tenazmente en las montañas de Epiro y detuvieron a los italianos. Iniciaron luego una contraofensiva y rechazaron a los italianos a Albania. Metaxas murió en enero de 1941, cuando los griegos se desgastaban lentamente, aunque aún mantenían su ventaja.
Esta batalla, que recuerda un poco las de los griegos contra Persia, sin embargo, no tuvo el mismo fin. Un enemigo mucho más fuerte que el dictador italiano entró en escena. En marzo de 1941, el ejército alemán ocupó Bulgaria; en abril destruyó a los ejércitos yugoslavos y se dirigió hacia el Sur, a Grecia.
Los británicos (la única nación, en ese momento, que seguía enfrentando a los conquistadores alemanes) trataron de enviar ayuda, pero esto no fue suficiente. Griegos y británicos retrocedieron y el 27 de abril de 1941 la bandera alemana ondeó sobre la Acrópolis.
Pero la guerra no había terminado. En julio de 1941, Alemania cometió el supremo error de invadir Rusia. (Rusia había llevado a cabo una revolución durante la Primera Guerra Mundial, había adoptado una forma comunista de gobierno y recibía ahora el nombre de la Unión Soviética). Hitler esperaba otra fácil victoria, pero no la obtuvo. Luego, en diciembre de 1941, los japoneses atacaron Pearl Harbor y Estados Unidos entró en la guerra, contra Alemania y contra Japón a la vez.
Con la Unión Soviética y Estados Unidos entre sus enemigos, Alemania ya no podía abrigar esperanzas de obtener la victoria. En todos los frentes, las fuerzas alemanas fueron lentamente obligadas a retroceder.
El 26 de julio de 1943 Mussolini fue forzado a dimitir y a las seis semanas Italia quedó fuera de la guerra. El 13 de octubre de 1944, las fuerzas aliadas entraron en Grecia, y la bandera griega volvió a flamear sobre la Acrópolis. En 1945 llegó el fin para los dictadores. Mussolini fue atrapado por guerrilleros italianos y ejecutado el 28 de abril de 1945. Hitler se suicidó entre las ruinas de Berlín el 1º de mayo. El 8 de mayo terminó la guerra en Europa.
Una consecuencia de la guerra fue que Rodas y el Dodecaneso fueron cedidas a Grecia por Italia.
Pero el fin de la guerra no trajo la paz a Grecia. Cuando la tiranía nazi fue eliminada en Europa por los esfuerzos del ejército soviético en el Este y de los ejércitos angloamericanos en el Oeste y el Sur, se planteó una nueva cuestión. ¿Formarían las naciones liberadas gobiernos del tipo británico-norteamericano o del tipo soviético?
El ejército soviético había ocupado la península de los Balcanes, al norte de Grecia, y Albania, Yugoslavia y Bulgaria, las tres vecinas septentrionales de Grecia, tuvieron gobiernos del tipo soviético. ¿Qué pasaría con Grecia?
Durante los cuatro años posteriores al fin de Hitler, esta cuestión no recibió una respuesta definitiva, porque se desató en Grecia una guerra civil. Las fuerzas guerrilleras griegas, cuyas simpatías iban hacia la Unión Soviética, se hicieron fuertes en el Norte, donde recibían ayuda de los vecinos septentrionales de Grecia. El Gobierno de Atenas, en cambio, era probritánico y recibió ayuda de Gran Bretaña.
Pero Gran Bretaña trataba de recuperarse del gran esfuerzo realizado durante la Segunda Guerra Mundial y juzgó que no podía apoyar al gobierno griego indefinidamente. Los Estados Unidos, más ricos y fuertes, debían encargarse de la tarea. El 12 de marzo de 1947, el presidente de los Estados Unidos, Harry Truman, convino en hacerlo. Así, con esta «doctrina Truman», las guerrillas griegas quedaron en desventaja.
Además, Yugoslavia riñó con la Unión Soviética en 1948, y se negó a seguir ayudando a las guerrillas griegas. Finalmente, en 1949, las guerrilla abandonaron la lucha y la paz llegó a Grecia, con un gobierno que se alineó del lado occidental.
Al iniciarse el decenio de 1950, pues, el gobierno de Atenas ejercía su autoridad sobre todas las regiones de habla griega, con una excepción: Chipre, que, después de setenta años, seguía bajo la dominación británica.
Pero Chipre planteaba un problema especial. No era totalmente griega, como eran Creta y Corfú, por ejemplo, De las 600.000 personas que vivían en Chipre, unas 100.000 eran de lengua y simpatías turcas. Además, Chipre está relativamente lejos de Grecia, pues se halla a unos 500 kilómetros al este de Rodas, la posesión más oriental de Grecia. En cambio, está a sólo 80 kilómetros de la costa meridional de Turquía.
Después de la Segunda Guerra Mundial surgió en Chipre un fuerte movimiento a favor de la unión con Grecia (o gnosis), pero encontró la firme oposición de la minoría turca y de la misma Turquía. Los turcos propusieron, en cambio, la partición de Chipre: la parte griega se uniría con Grecia y la parte turca con Turquía. Pero los griegos chipriotas no querían ni oír hablar de partición.
Tumultos y desórdenes de todo género sacudieron la isla desde 1955 en adelante, sin que los británicos pudiesen en ningún momento hallar una solución que satisficiese a todo el mundo. Por último se tomó la decisión de hacer de Chipre una nación independiente, con un presidente griego y un vicepresidente turco. Los chipriotas griegos tendrían en sus manos el gobierno, pero los chipriotas turcos poseerían una forma de veto, para impedir que se los oprimiera.
El 16 de agosto de 1960, pues, Chipre se convirtió en república independiente. El arzobispo Makarios, cabeza de la Iglesia ortodoxa en la isla, fue el presidente, y Fazil Kutchuk el vicepresidente. Chipre fue aceptada en las Naciones Unidas y todo parecía bien.
Sería placentero poner punto final a esta historia de Grecia con esta nota de paz y concordia, pero, desgraciadamente, esto no es posible.
En 1963, el presidente Makarios trató de modificar la Constitución de Chipre para disminuir el poder de la minoría turca, la cual, decía, impedía el buen funcionamiento del gobierno con su poder de veto.
En diciembre estallaron motines de chipriotas turcos. A inicios de 1964 los motines se agravaron y los británicos se vieron obligados a enviar tropas. Después de algunos meses, éstas fueron reemplazadas por tropas de las Naciones Unidas, y ahora prevalece en la isla una tregua inestable.
La historia es un proceso sin fin. Casi desde sus comienzos, la historia griega fue una batalla entre Europa y Asia, entre los hombres de un lado del mar Egeo y los del otro lado: fue la guerra entre Gracia y Troya; luego entre Gracia y Persia; más tarde, entre Grecia y el Imperio Otomano; y la guerra continúa.