36

El bigotudo se asegura de que nadie lo vea, coge el pomo de la puerta con un pañuelo y penetra en la habitación número 306 del hotel Tritón. Ya adentro, saca unos guantes de cirujano y se los pone. Se quita una chaqueta ligera y la cuelga de un armario.

Ante un espejo adosado a la pared, encima de una mesita donde hay una carpeta, papeles, bolígrafos y vasos, se quita el bigote, la peluca y los pone dentro del cajón de la mesa de luz.

Coge el celular que lleva enganchado a la cintura y llama.

—Ya estoy aquí. Puedes subir.

Entra al baño, se mira al espejo y se lava la cara.

Regresa a la habitación, mira en derredor y vuelve a descorrer la puerta del armario. Del minibar que encuentra adentro, coge una ración de whisky, una botella de agua mineral y una bandejita de hielo. Libera un vaso de su envoltura antiséptica, se prepara un trago bien aguado y toma un sorbo largo.

Enciende un cigarro y se acerca a una ventana. Ladea apenas la cortina y mira en varias direcciones. Luego descorre la cortina, abre la ventana y contempla el mar, que ya comienza a mostrar sus crestas tornasoladas, al caer el día.

Es el 16 de noviembre, víspera del cobro del rescate.

Está nervioso, pero se controla bien.

Desde la mañana ha hecho tres tandas respiratorias de autocontrol, según una técnica que le enseñara un presidiario chino en México.

Cuando apura su segundo trago, oye tres golpes juntos y un cuarto demorado.

Alicia le hace una mueca en el umbral de la puerta.

Adentro, sentada al borde de una cama, se pone guantes de cirujano y luego se quita la peluca.

En media hora repasan, punto por punto, las últimas acciones de ese día y el siguiente.

Mientras Víctor vuelve a disfrazarse de bigotudo y se pone la chaqueta, ella le repite de memoria sus tareas, por última vez.

Satisfecho, Víctor sonríe, se acerca, le soba las nalgas. Ella se aferra a sus labios.

—Dejémoslo para mañana, que es el gran día.

—No me has dicho lo que vas hacer conmigo cuando seamos millonarios.

—Tengo grandes planes para ti.

—¿Para… nosotros?

Víctor se pone gafas de sol.

—Grandes planes para ambos…

Un minuto después, también Alicia se ríe de la tía Cornelia y de su culinaria.

Víctor vuelve a mirar su reloj.

—En un cuarto de hora llego a la oficina. Tú, espera un poco más. Quiero estar allí cuando entre tu llamado.

—El plato de la tía Cornelia es arenque con salsa de mangos. Lo llama Tropical Baltic. Preparen todo para mañana por la mañana. Llamaremos entre las 10 y las 11.

Alicia cuelga.

Bos también cuelga y alza los brazos en triunfo.

—Cornelia, arenque con mangos, Tropical Baltic, todo perfecto.

Víctor silba y aplaude.

—¡Está vivo!

—Gracias a Dios —dice Bos y aprieta el interfono—. Llamemos a Jan, para que acabe de tranquilizarse.

En eso entra Van Dongen. Al enterarse de la noticia, no sonríe. Se queda pensativo.

—¿Estás seguro, Karl, de que dijo exactamente eso?

—Absolutamente: Cornelia, arenque con mangos, Tropical Baltic.

—¿Satisfecho, Jan? —lo palmea Víctor.

—OK, ahora sí, puedo quedarme tranquilo —admite Jan, con un gesto enigmático, evitando mirarlo—. Perdón —añade de pronto y sale de prisa como si hubiera olvidado algo.