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Alicia y Víctor ya han conseguido, casi, descongelar el cadáver. Tendido en una reposadera, al borde de la piscina, Groote tiene en la cabeza el típico sombrero cubano de yarey, que lo protege del sol. Víctor se acerca, le palpa las carnes por varios sitios, y estima el punto de descongelación.

A unos diez metros, Alicia lo observa y carga un cubo con agua, del que sale un poco de humo. Cuando Víctor le hace una seña, ella se acerca y comienza a fregar el cadáver. Lo frota con una esponja enjabonada, para quitarle el maquillaje oscuro.

—¡Cuidado con no arrancarle la piel de la cara! No está del todo descongelado.

—¿Aún no está descongelado? —se asombra ella.

—No completamente. Y creo que más vale así: si no, se nos derrumbaría por su propio peso.

Alicia hace una mueca de disgusto y se frota la nariz con el dorso de la mano que sostiene la esponja.

—¡Puaj! ¡Pronto va a comenzar a apestar!

Víctor cierra los ojos y ladea la cabeza.

—No creo… Pero ni me hables. Acabemos de una vez.

Terminado el aseo, Víctor coge el cadáver por las axilas y ella por los talones. Con esfuerzo, logran acostarlo dentro de una carretilla que Víctor coge de espaldas, para no verlo, y se lleva a rastras hacia el interior de la vivienda. La cabeza del cadáver se descuelga hacia atrás. Alicia, que los sigue, apresura el paso y le sostiene la cabeza sobre la marcha. Ni ella misma sabe por qué lo hace.

Pasan gran trabajo para vestir el cadáver. Y es mayor el problema cuando intentan ubicarlo en una postura convincente para la foto. Lo sientan a una mesa con el periódico extendido por delante. A la altura del pecho, lo atan con una soga al respaldo de la silla. Para mantenerle erguida la cabeza, logran con mucha dificultad cogerle con un cordel un puñado del pelo relativamente largo de la nuca. Luego amarran el cordel a la pata de un mueble.

Como fondo, han colocado una sabana que impide ver detalles del lugar.

Cuando ya lo tienen convenientemente situado, fracasan en varias tentativas por mantenerle los ojos abiertos. Una y otra vez, el cadáver les dirige guiños burlescos. Por momentos tienen que reírse. A medida que lo cambian de posición, sus facciones se deforman en muecas de una macabra comicidad.

Luego intentan colocarlo con el torso algo avanzado, como si estuviera acodado, leyendo el periódico abierto sobre la mesa.

Por indicación de Víctor, lo desamarran de la silla, y Alicia se tiende boca arriba en el suelo, bajo la mesa. Para sostener el cadáver en la posición que Víctor quiere, Alicia le apoya ambos pies en el abdomen. Pero al avanzar el cuerpo sobre la mesa, los brazos se le abren en una posición antinatural. Con sendos palos de trapear, Alicia intenta impedir que se le caigan los brazos. Cuando por fin lo consigue, Víctor comienza a girar alrededor de la mesa y ametralla al cadáver con la m quina fotográfica. Busca el ángulo ideal.

Alicia se impacienta.

—Dame chance para unas pocas más. Hay que hacer muchas para escoger.

Alicia sudando bajo la mesa, se esfuerza por mantener la fragilísima mise-en-scène.

—¡Date prisa, coño, que no aguanto más!

—Espera… —insiste Víctor mientras toma un medio perfil desde atrás—. Una más, sólo una. Así es perfecto. Creo que ya lo tenemos…

Víctor no termina de hablar. Lo interrumpe el estrepitoso derrumbe de Groote, que termina por empujar la mesa y caer encima de Alicia. Ella lanza un grito que acompaña la caída, y luego estalla en una carcajada de horror, enredada con el cadáver, el periódico y los palos.