Alicia fuma nerviosa.
—¡Cojones! ¿Y qué vamos a hacer ahora? ¿Mandarles la foto del cadáver, tieso, maquillado de mulata?
—¡Calma, Alicia! No hay ningún problema.
Ella lo mira malhumorada y con cierta intriga.
—Mañana, cuando tú llames a Bos y te proponga lo de la foto, dile que primero tienes que consultar con tus socios… Y no olvides preguntar quién va a entregar el rescate. Te va a decir que ser Van Dongen…
Alicia garabatea unas notas sobre la mesa y hace otro gesto de mal humor.
—No comprendo por qué no te ofreciste tú… Todo sería más fácil si tú mismo recibes el rescate…
Víctor se aproxima al congelador, lo abre y mira en su interior.
—Ni hablar: no quiero tocar ese dinero ante la gente de la compañía…
Sin interrumpirse, Víctor se pone a quitar las vituallas del congelador.
—… porque resulta ya bastante sospechoso que yo sea el único testigo del secuestro. Y además, Van Dongen es su primo, el hombre de confianza…
Alicia se asombra de verlo en su trajín con los alimentos.
—¿Qué haces?
—Hay que descongelarlo ¿no?
Ella se queda mirándolo sin comprender.
—Para la foto, Alicia… Tenemos que descongelar a Rieks.
—¿Y cómo vamos…?
—Primero lo exponemos unas horas al sol, allá atrás, al borde de la piscina. Le ponemos una pantaloneta y lo acostamos en una reposadera.
—Está bien…
Alicia se estremece con una mueca de asco.
Doblado, con medio cuerpo dentro del enorme refrigerador, Víctor saca un par de langostas y un pescado, que le pasa a Alicia. Ella los agrega al resto de los alimentos, amontonados sobre la mesa de la cocina.
—Ya, esto es lo último —dice Víctor y se yergue para mirar a Alicia.
Ella se arrima y divisa, en el fondo, el cuerpo de Groote, en posición fetal. Víctor, de lado ahora, introduce una mano e intenta moverlo. Hace varios intentos y no lo consigue.
—¡Puta madre! ¡Está pegado al fondo!
—Tendríamos que haberle colocado una lona debajo.
—Ahora habrá que echarle agua tibia para despegarlo.
Alicia coge inmediatamente una olla grande y comienza a llenarla de agua.
Víctor, ahora con el pecho al aire, enciende un cigarro. Alicia pone la olla a calentar y se le acerca.
—¿Calculaste por fin el peso de los billetes?
—Todavía no, pero ya traje la pesa de Mami.
Alicia da unos pasos, coge su bolso y saca una cajita que contiene una diminuta balanza de bronce.
Víctor aplasta el cigarro y se pone a escoger pesas, también de bronce:
—Dame acá unos dólares.
—No tengo ningún billete de cien.
—Eso no importa. Cualquier billete sirve, incluso los de un dólar. Todos pesan lo mismo.
Alicia hace un gesto de sorpresa y saca del bolso varios billetes de uno y cinco dólares. Él cuenta diez billetes, los alisa con la mano y los pone en un platillo. Luego manipula varias pesas hasta que los platillos se equilibran:
—¡Retebién! Cada uno pesa un gramo. Para llegar a 3 millones, harán falta 30 000, o sea, que el rescate va a pesar 30 kilos.
Alicia lo mira preocupada:
—¿Y qué yo hago para alzar tanto peso?
—No problem! Voy a equiparte con un aparato capaz de alzar un elefante.