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Van Dongen pone en el maletero del Chevrolet rojo de Víctor, el bolso de viaje de Karl Bos. Karl se sienta al lado de Víctor y se seca el sudor de la cara con un pañuelo.

Detrás, un carro toca el claxon. Hace calor. En las inmediaciones del aeropuerto hay un gran atasco. Autocares, taxis, coches particulares se entremezclan en caótico forcejeo por evadirse.

Sombreros de yarey, carretillas cargadas de maletas, ron a pico de botella, luctuosas despedidas, camisetas con la efigie del Che.

Víctor consigue zafarse del atasco y su coche se va alejando entre la muchedumbre.

—La familia pagar sin condiciones —comenta Bos, cuando el carro enfila por la Avenida de Rancho Boyeros.

—¿Y la esposa de Rieks, qué dice? —inquiere Víctor.

—Está de acuerdo. Y también la madre, que como siempre se mostró muy enérgica y prohíbe que intervenga la policía. Ella, el abogado de la familia y Vincent me recalcaron varias veces que debemos aceptar las condiciones de los secuestradores y pagar lo que sea.

—Yo creo que debemos pedirles una foto de Rieks, junto a un periódico del día. Tenemos que asegurarnos de que esté vivo.

—No, Jan: los Groote me han prohibido hacer eso. El dinero no les importa. Si a Rieks le ocurriera una desgracia, la esposa cobraría de todos modos un seguro por diez millones de dólares. Lo que quieren es no alarmar a los secuestradores, para no poner en peligro su vida.

—¡Pero con pedirles una foto no corremos ningún riesgo! De todos modos, si se niegan, haremos como ellos digan. Pero si aceptan enviarnos la foto, yo me sentiré mucho más aliviado.

Karl Bos piensa unos instantes y hace un gesto de duda. Luego mira la hora y pide un celular.

Víctor le presta el suyo y Bos saluda en holandés a su mujer; luego en inglés a su secretaria, y le pide que fije una cita con un ingeniero cubano para el día siguiente.

Diez minutos después, el Chevrolet estaciona en el vecino barrio de Fontanar.

La negra, mujer de Bos, sale a recibirlo.

—Ok, gracias, nos reunimos dentro de dos horas en mi despacho.

A la reunión sólo asistieron Karl Bos, Van Dongen y Víctor, sin secretarias.

El primer punto, era decidir quien mediaría en la entrega del rescate. Víctor se anticipó a excusarse. Adujo estar todavía muy deprimido por lo que le había sucedido. En efecto, a sólo cinco días de haber sido atacado, aún persistían en su frente y muñecas las huellas de los hematomas. Se lo veía pálido, había perdido peso.

Van Dongen se propuso a sí mismo y Karl estuvo de acuerdo.

Víctor preguntó cómo iban a solucionar el problema del cash. Semejante suma creaba un serio problema. A petición de Bos, Vincent Groote ya había ordenado al Sr. De Greiff, de la sucursal caraqueña, enviar con un emisario los tres millones a Cuba. Y De Greiff se había comprometido a situarlo en La Habana, el 15 de noviembre.

Van Dongen insistió en su idea de pedir fotos de Groote con un periódico del día en la mano. Víctor lo apoyó decididamente y Karl Bos terminó por aceptar.