En su afán por exhibir senos, nalgas, muslos fuertes, las jineteras de La Habana suelen vestir prendas mínimas. A veces, la mercancía grotescamente expuesta tiene cierto encanto naïf. A veces inspira tristeza, o risa; rara vez un mordizco.
Alicia también se exhibe.
¿Provocativamente?
Desde luego: toda promoción comercial es esencialmente impúdica. Y si las mercancías son justamente las partes pudendae, con más razón.
Pero la oferta de Alicia sólo provoca cuando monta en bicicleta. A pie, se ve imponente, bella, pero nunca impúdica ni grotesca. Porque se vale de un estilo suyo, original, que ella misma ha diseñado con ayuda de su mamá.
Cuando sale a la caza de extranjeros, Alicia viste unos shorts blancos, levemente holgados, a media pierna. Prenda de tenista; prenda decente que le permite ostentar sus inquietos tobillos y los ruborosos hoyuelos de sus corvas, sin pasar por jinetera.
Desde luego, la miran mucho. Imposible verla venir de frente sin volverse a comprobar su retaguardia. Glúteos de crema sobre la copa de unas pantorrillas esbeltas que inspiran piropos sórdidos, de ay mamita si yo te cojo…
Hay quienes la suponen turista. Cuando Su Sexualidad se apea en las calles de La Habana, anima a algunos, entristece a muchos que se saben condenados a pasar por la vida sin probar jamás una hembra semejante; excita a todos; pero no se ve obscena. Luce deportiva y elegante. Ella no se ha prostituido en pos de dólares rápidos como el viento, sino para atrapar a un extranjero rico que la haga su mujer o querida, con dólares serios, residenciados en un banco, preferentemente en Suiza.
Alicia quiere asegurarse un futuro y la obscenidad no es su línea.
Sin embargo, sus shorts están preparados para una lujuriosa exhibición de nalgas en medio del tránsito habanero. Todos los shorts de Alicia tienen seis botones, tres a cada lado. Ella misma los ha cosido en hilera vertical, sobre la mitad inferior de cada costura. Y para montar en bicicleta, se desabrocha los seis, so pretexto de que así abiertos, se le facilita el pedaleo. Luego se dobla la pretina para ajustársela más en la cintura y sacar a plaza otros cinco centímetros de muslos rotundos. Y ya encaramada en la bicicleta, las puntas de sus nalgas libérrimas entran en acción, chas, chas, frotación alterna, dale p’aquí, dale p’allá, sobre el lustroso sillín muy alzado, de modo que los incómodos pedales la obliguen al alucinante cachumbambé.
Y para que nadie la vaya a confundir con una prosti, carga una mochilita en bandolera, con una regla T, de dibujo, y dos largos rollos de cartulina. ¿Ingeniería? ¿Arquitectura?
Alicia ya no es estudiante; pero lo fue hasta dos años antes, cuando cursaba la Licenciatura en Lengua Francesa. Hoy día dispone de un permiso estatal para trabajar como free lancer en traducciones. Y en su cuadra ha hecho correr la bola de que eventualmente la contratan para tareas de interpretación. «¡Ve tú a saber…!», dicen los malpensados. Desde luego, nunca falta quien se huela su putería, pero ella no incurre en nada que alarme a la vigilancia revolucionaria.
Además de su francés impecable, Alicia habla inglés desde niña; y últimamente, gracias a dos italianos sucesivos que le proporcionaron un intensivo de 19 días (12 con Enzo y 7 con Guido), ya tiene barruntos de la lengua del Dante. Está bien dotada para idiomas. Excelente oído fonético. Y estudia con empeño. Pregunta insistentemente, repite y se hace corregir la pronunciación. A Guido le maravillaba que tanto vocabulario, de una sola vez, se le quedase remachado en el cerebro para siempre.
—Ecco, ribadito sul cervello!
Y al carcajearse con su papada fláccida, le sobaba el culo. Se sentía el inspirador. Halagado, claro.
Al despedirse, Guido le había hecho prometer que seguiría estudiando. Cuando regresara, en unos ocho meses, él iba a examinarla. Y si aprobaba, le daría un premio.
—D’accordo?
—Va bene.
Y si Alicia le cumplía también lo de aprender algunas canciones en italiano, el premio sería una invitación a Italia.
Alicia se acompañaba con guitarra el viejo feeling cubano, algo de Serrat, la Piaff, Leo Ferré, Jacques Brel; pero a Guido se le antojó oír con aquella voz soñolienta, sensual, de ronca sonoridad, el repertorio de Domenico Modugno, Rita Pavone y otros de sus favoriti de los sesenta.
Una semana después, Alicia recibía por DHL un diccionario, un manual, seis casetes y un cancionero italiano, con amorosas acotaciones de puño y letra de Guido.
Lástima que Guido fuera tan gordo, coño. Además, no era lo suficientemente rico. Ganaba unos 12 mil dólares mensuales, pero no tenía una lira en el banco, ni propiedades, ni un carajo. No ofrecía ninguna esperanza de heredarlo. Se definía como «anarquista en tránsito hacia el socialismo»… ¡Figúrate! Y soltaba unas trovas románticas, como que el dinero tenía que ser su esclavo; él nunca sería esclavo del dinero, y otras boberías por el estilo. Sin embargo, era bueno, ocurrente, generoso. Y no era mal palo, Guido. Pero muy comemierda. ¡Qué lástima!