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Alicia duerme. El teléfono suena varias veces pero ella no se despierta. Deja de sonar. Una luz que se enciende en el techo la obliga a fruncir el entrecejo.

Margarita entra y se acerca a la cama. Le da unos golpecitos en el hombro. Alicia farfulla algo y mira hacia adelante, adormilada.

—Despierta, niña, te llama Víctor.

—¿Qué quiere? ¿Qué hora es?

Margarita cubre con la mano el auricular:

—Son las cuatro y media. Dale, cógelo, dice que es muy urgente.

Alicia coge el tubo como un autómata:

—¿Dime?

(—…)

—¿A estas horas? ¡Chico, por tu vida, estoy dormida!

Alicia se acoda en la cama y alza las cejas. Parece haberse despertado de golpe. Se ve muy intrigada.

—¿Tu mujer?

(—…)

—Está bien. Me visto y voy.

Cuelga el teléfono y sólo en ese momento se da cuenta de que Margarita, sentada al borde de la cama, se retuerce las manos a la espera de algún comentario.

Alicia se queda mirándola, malhumorada y pensativa.

—¿Algún problema, Ali?

—Parece que la mujer de Víctor ha tenido un accidente…

—¿Qué le pasó…?

—No me lo dijo…

—¿Y tú…?

—Figúrate… Si me pide ayuda… —y con una mueca de desgano se desentiende del interrogatorio.

Alicia salta de la cama. Margarita la ve caminar desnuda, con pasitos cortos y tiesos, hacia el baño.