17

El descapotable blanco de Alicia entra al parqueo de un elegante local abierto. Víctor la observa sentado en la terraza. Fuma un habano y juguetea con el hielo de su Chivas Regal.

Alicia le ha encargado por el celular, un batido de mamey que ya le ha sido servido en una copa de alto fuste.

Alicia se apea del coche y se acerca a la mesa. Luce guapísima y lo sabe. Camina segura y complacida. Saluda a Víctor con un besito convencional, se instala a la mesa, coge su batido, sorbe y se relame.

—Mmm… Gracias… ¡Tengo una resaca…!

Víctor la disfruta; se deleita en mirarla.

—Me lo imaginaba. Lo de anoche fue muy fuerte…

Mientras Alicia se cruza de piernas en su asiento y revuelve un poco el batido, Víctor comienza a acariciarle una rodilla morena.

Alicia se reacomoda.

—¡Deja eso, ahora! Vamos a lo nuestro.

Víctor sonríe y da una chupada al habano. Mete la mano en el bolsillo de su chaqueta y hurga un poco. Sin comentarios, deposita sobre la mesa la foto de un mulato muy apuesto, vestido con un atuendo ritual africano.

Ella coge la foto y hace un gesto de complacencia:

—¡Vaya…! ¿Quién es?

—Se llama Cosme. Lo hemos visto bailar hace unos días. Elizabeth se ha encaprichado con él…

Alicia, sin levantar la vista de la foto, abre aprobatoriamente los ojos:

—Coño, tu Elizabeth tiene buen gusto… ¿Y dónde me empato con este bombón?

—En el Conjunto Folklórico Nacional.

—Me encantan los bailarines, son flexibles, se doblan en cualquier posición…

—Ten cuidado, que no todo se dobla…

Alicia se ríe, apura el mamey, guarda la foto en su carterita y se levanta.

—¿Ya te vas?

—Sí, tengo cosas que hacer. ¿Y para cuándo quieren el número con el mulato?

—Si lograras llevarlo esta noche, sería perfecto.

—Esta misma tarde le caigo atrás. Si consigo levantarlo, te llamo enseguida por el celular.

—Te esperaríamos a las nueve.

Ella asiente, se inclina para el besito de despedida, se pone unos espejuelos oscuros y comienza a atravesar la terraza.

Al verla alejarse, un camarero se detiene con un vaso en la mano. El vaso también se detiene a mitad de camino entre su bandeja y la mesa de un parroquiano. Y allí sigue el vaso mientras Alicia monta en su descapotable; y allí persiste el vaso, inmóvil, hasta que el carro desaparece en una curva.

Cuando el muchacho se recobra, arquea las cejas, suspira y mira a Víctor con profundo desconsuelo.

Sólo entonces llega el vaso a la mesa de su destinatario.