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—Un señor Polanco pregunta por usted…

—Gracias, Julia, dile que pase.

Van Dongen mira la hora. En efecto, lo había citado a la una, pero, inexplicablemente, se le había pasado el tiempo sin advertirlo.

El capitán Polanco, policía jubilado, era parte del equipo cubano que un una época coordinara la actividad de la POLICÍA NACIONAL REVOLUCIONARIA con la central de INTERPOL en París. A su vez, autorizado por la policía cubana, realizaba algunas modestas investigaciones privadas, al servicio de empresas y ciudadanos extranjeros.

Dos meses antes, cuando Van Dongen iniciara la investigación sobre el Proyecto King, había decidido por su cuenta, sin informar a nadie, ni siquiera a su jefe Hendryck Groote, indagar a fondo el currículum de Víctor King. No sospechaba nada malo de él. Admiraba su talento y, desde el inicio, le profesaba simpatía. Pero cuando el Proyecto King adquirió aquella relevancia polémica en la empresa, Jan se impuso efectuarle una elemental indagación. La verdad era que casi nada se sabía de su pasado. A la empresa, Víctor había entrado sin credenciales; por decisión unipersonal de Rieks, que se entusiasmara al oírle su proyecto de los galeones. Y ese desconocido, muy pronto dirigiría una operación multimillonaria. No era cuestión de desconfianza, ni de malevolencia. Era cuestión de método, de rutina profiláctica.

Vía Amsterdam-París, Van Dongen había obtenido las señas del cubano Polanco, quien prometió ayudarlo; pero por las dudas, para no infamar a priori el nombre de Víctor King y poder indagarlo de manera discretísima, le había entregado a Polanco un vaso, con impresiones digitales de Víctor, pero sin darle su nombre. Tampoco le refirió que las impresiones pertenecían a un funcionario de su empresa. Dijo tratarse de un cliente del que quería simplemente asegurarse que no tuviera antecedentes penales. Había riesgos y mucho dinero en juego. Polanco recibió un primer cheque, entendió qué se quería de él, y no hizo preguntas.

Y esa mañana, por teléfono, Polanco le había dejado caer que las huellas del vaso, figuraban en el dossier de un delincuente registrado en los archivos centrales de INTERPOL.

Aquella noticia lo había puesto nerviosísimo. Si era en verdad un personaje peligroso, el Proyecto King no podría realizarse. Para Rieks, después de las grandes ilusiones que se había hecho, sería un golpe terrible.

—Del vaso que usted nos dio, —le dice Polanco, ya sentado frente a él—, tomé las impresiones y las envié a París… Y en efecto, el hombre tiene un dossier abierto. Mire: aquí está la síntesis.

Polanco saca de su maletín un sobre de Manila; y del sobre una hoja mecanografiada.

—¿Usted lee francés?

Van Dongen asiente, coge el papel y lee:

«Las huellas digitales halladas en el paquete, N° 3324/Cu, corresponden a Henry A. Moore, ciudadano canadiense, nacido en 1952. El 18 de diciembre de 1974, con 22 años, Henry Moore asaltó por sí solo la sede del National City Bank of New York, en Veracruz, y logró huir con el equivalente de unos 87 000 USD (en moneda mexicana de entonces), que invirtió en su totalidad en una fallida empresa de prospecciones submarinas.

»El 12 de agosto de 1976, asaltó el mismo banco en la ciudad de Cancún, por casi 200 000 dólares, pero fue capturado dos semanas después. Juzgado en abril de 1977, fue condenado a 7 años, de los que cumplió 62 meses en una cárcel local.

»Para más información, consultar la separata microfilmada.

»Se adjuntan fotos.»

Van Dongen extrae una foto. Es indudablemente Víctor King, con el pelo muy corto, y 25 años más joven.

Cuando Polanco se marchó, con su cheque al portador, Van Dongen se quedó absorto. Fijó la vista en un perfil de Carmen, dibujo suyo que recientemente colgara de una pared.

«De modo que se llama Henry Moore, es impostor y pistolero… ¡Quién lo hubiera dicho!»

—¡Mierda! —se le escapó.

Sin embargo, Jan van Dongen no añadió a aquella palabrota, ningún gesto que expresara desagrado o temor. Al contrario: meneó la cabeza, arqueó el torso hacia adelante, se golpeó una rodilla y esbozó una sonrisa de franca satisfacción.