Víctor penetra con paso rápido en su doble mansión del barrio de Siboney. Pero no por la casa del estanque, donde introdujo a Alicia, sino por la entrada de la vivienda contigua.
—¡Yuhú, Elizabeth! Where are you?
Se quita la chaqueta y sube los peldaños hacia la planta alta.
Abre una puerta y penetra en la penumbra de una amplísima alcoba. Hay una sola fuente de luz: el reflejo azulado de un televisor encendido, en un rincón del cuarto.
Sobre la cama, un bulto arrebujado bajo las s banas, del que sólo emerge una larga cabellera rubia, le da la espalda.
Al lado de la cama hay un cenicero atiborrado de colillas y una botella de vodka destapada, sobre el piso. Víctor se sienta al borde de la cama y sacude levemente el hombro de la durmiente.
—¿Elizabeth?
No contesta.
Víctor tantea sobre la cama en busca del telemando. Sobre la pantalla, una foto fija anuncia el final de un programa porno.
Víctor apaga la TV, pone el telemando en la cama, descorre una cortina y la habitación se llena de luz.
Se acerca al bulto arrebujado y le murmura al oído:
—Good news, Eli: I think I’ve found the broad we were looking for. (Buenas noticias, Eli: creo que di con la tipa que andamos buscando.)
Elizabeth, adormecida aún, se da vuelta en la cama. Molesta por la luz, se tapa los ojos con la sábana, y hunde la cara entre las piernas de Víctor.
Con la voz muy ronca y pastosa, comenta:
—Are you sure?
—Yeah, sure… She’s the one we need. In a few days you’ll see her in action.