VIII

Continuaron cabalgando en silencio durante algunos minutos, ascendiendo la pendiente por la pista forestal. El aire aquí era más punzante, con la fría niebla procedente de la cercana nieve. Las tupidas extensiones de roble y abedul del bosque más abajo daban paso a una mezcla de abeto y monte bajo a medida que seguían subiendo hacia la línea de árboles. Escipión se había adelantado ligeramente, y Fabio supuso que estaría inquieto por las noticias de Polibio. Su rivalidad con Metelo iba más allá de la pelea juvenil de esa última noche en Roma, cuando Escipión le acorraló contra el muro del teatro; sin embargo, Fabio estaba seguro de que la amenaza de venganza de Metelo era real. Pero había algo más. El matrimonio concertado de Julia con Metelo fue el motivo principal por el que Escipión decidió abandonar Roma, junto a su aversión por las gentes y las exigencias sociales que constreñían sus vidas y le ataban al cursus honorum. Para Fabio cualquier noticia que pudiera convencer a Escipión para regresar a Roma era bien recibida, aunque tener que marcharse por culpa de la llegada de Metelo solo serviría para avivar el resentimiento de Escipión hacia ese hombre y hacia el mundo de Roma que había causado su infelicidad. No era la primera vez que rogaba a los dioses pidiendo la guerra para, de ese modo, volver a tener a su amigo de nuevo en activo. Entornó los ojos escrutando entre la niebla y espoleó a su caballo para acercarse a los otros dos. Aún tendrían que recorrer un sendero muy empedrado, en más de un sentido.

Polibio cabalgaba al lado de Escipión.

—¿Conoces a Andrisco?

Escipión se encogió de hombros.

—Un insignificante gobernador de Eolia, en Asia Menor, con delirios de grandeza, pues está convencido de que será el próximo rey de Macedonia. Vivir bajo la sombra de Alejandro Magno parece provocar esos trastornos en los hombres. No es el único.

—Ahora es más que eso. Se ha presentado en Macedonia acompañado por una guardia personal, todos ataviados con antiguas armaduras, de modo que se parezcan a los compañeros de Alejandro en la famosa escultura de Lisipo conmemorando la batalla de Gránico, algo que cualquier joven macedonio debe aprender como parte de su educación. Tal vez Andrisco sea un presuntuoso, pero sabe bien cómo engañar a la gente. Llegó poco después de conocerse el nombramiento de Metelo, cuando este le ofreció reconocer sus pretensiones y concederle los bosques reales.

—A sabiendas de que Emilio Paulo me los dio a mí y que yo estoy aquí —añadió Escipión con voz grave.

—A pesar de tu reputación de persona justa entre los macedonios, si Andrisco cuenta con el respaldo de Metelo podría fácilmente reunir apoyos entre los disidentes macedonios contra ti. Habrá muchos resentidos por la ocupación romana y aquellos que les derrotaron. Tus actos en Pidna podrían volverse contra ti, y tu valor al irrumpir entre la falange, atrapando a los macedonios que huían, podría interpretarse como una matanza de hombres que solo deseaban deponer las armas.

—Metelo también luchó en Pidna. Y en Calicino tres años antes. Él tiene más sangre macedonia en sus manos que yo.

—Pero no es el hijo de Emilio Paulo, el hombre que sometió a Macedonia, capturando a Perseo y humillándole al hacerle desfilar en su ceremonia de triunfo a través de Roma, y condenó a cientos de nobles macedonios al exilio permanente.

—Pareces lamentarlo, Polibio.

—¿Y cómo no? Ahora me debo a Roma, pero también soy un griego aqueo y los macedonios son mis parientes. Además, siempre es una pena que lo que, en su día, fue una orgullosa raza de guerreros resulte humillada, incluso aunque estés en el lado del vencedor.

—¿Y qué pasa con Andrisco?

—Antes de llegar aquí envió una delegación a Roma con una oferta de alianza de su reino de Eolia. No se atrevió a hacerlo personalmente porque sabía que el rumor de su pretensión al trono por ser hijo de Perseo se había extendido y temía ser arrestado.

—¿Y lo es?

Polibio hizo una pausa.

—Creo que es hijo ilegítimo de Perseo y una ramera de Ilium, el lugar donde se asentaba la antigua Troya al otro lado del Helesponto en Asia Menor. Perseo estuvo allí de joven buscando la inspiración del espíritu de Aquiles, al igual que hizo Alejandro Magno, además de otros guerreros griegos, por lo que las mujeres locales tienen montado un gran comercio alrededor. Mis informantes me cuentan que la ramera se llevó a su hijo a su casa en la cercana Adramitio, en Eolia, y que allí vivió en la oscuridad hasta que le reveló la identidad de su padre. La gente también parece creerlo así, ya que comparte alguna semejanza con Perseo, aunque no su encanto o su inteligencia. Por lo visto es un joven cruel y rencoroso y, como cualquier matón, tiene un séquito de aduladores con ideas afines, deseosos de obedecer sus mandatos.

—¿Y cómo recibieron a su embajada en Roma?

—Aún hay importantes alianzas que forjar en Asia Menor, por ejemplo con Pérgamo, pero casi nadie ha oído hablar de Eolia y menos aún de Adramitio. Nadie tomó en serio esa embajada.

—Excepto Metelo, según parece —añadió Escipión.

Polibio asintió.

—Metelo acababa de enterarse de su nombramiento en Macedonia y, evidentemente, debió de pensar que Andrisco podría serle de utilidad. Hay rumores de que además de los bosques también le ha ofrecido alguna clase de cargo administrativo, como mediador entre los macedonios y él mismo. Andrisco ha accedido a liderar una fuerza irregular de mercenarios tracios para mantener al pueblo macedonio bajo control.

—Querrás decir para hacer el trabajo sucio de Metelo —replicó Escipión irritado—. En mi opinión todo parece un montaje a conveniencia de Metelo y Andrisco, pero no del pueblo de Macedonia. Al final no funcionará en favor de Metelo. Él no conoce a la gente de Macedonia como yo. Yo les he dado mi palabra de honor en mis negociaciones con ellos y quedaron satisfechos. Con Andrisco en mi lugar haciendo de jefe mediador con Roma, algunos se sentirán traicionados.

—Es posible —repuso Polibio—. Quizá al principio les moleste que actúe como subordinado de Roma, pero no deberíamos subestimarlo. Él y sus seguidores apelarán a la antigua gloria de Macedonia con tal de hacer valer sus derechos como hijo de Perseo. Su supeditación a Metelo podría ser vista como una astuta explotación de los romanos para volver a poner un pie en Macedonia. Antes de que te des cuenta, Andrisco será el pretendiente al trono de Alejandro.

—A Metelo le pueden caer más cosas encima de las que imagina —declaró Escipión.

—O puede que esté asentando las bases para una victoria fácil y un espectacular triunfo. Tampoco debemos subestimar a Metelo, es un hombre capaz de montar una guerra para su propio provecho.

—Era el estratega más astuto de la academia.

—Si a Andrisco se le permite desarrollar una base de poder, entonces deberíamos tomarnos más en serio el resto de las embajadas que ha enviado. Una se ha dirigido a tu viejo amigo Demetrio en Siria, solicitando asistencia militar del reino Seléucida para expandir su área de influencia en Asia Menor.

Escipión refunfuñó.

—Demetrio ya tiene bastante entre manos. ¿Recuerdas cómo era en la academia? Pasó toda su adolescencia como cautivo en Roma, hasta que mi abuelo el Africano decidió enviarle a la academia para hacer de él un buen aliado como Gulussa e Hipólita. Sin embargo aquello nunca funcionó. Siempre estaba recibiendo sospechosos delegados del este, tratando de influenciarle de un modo u otro. Y cuando las autoridades decidieron hacer la vista gorda y dejar que escapara de Roma, ninguno de nosotros tenía esperanzas de que fuera capaz de enderezar el reino Seléucida. Aquello era otro de los desastres dejados por Alejandro a su paso. La corte de Damasco es un nido de ratas, con todos asesinándose entre sí.

—Entonces te inquietará aún más saber de la otra embajada enviada por Andrisco. Esta vez fue él mismo. A Cartago.

Escipión refrenó a su caballo y miró fijamente a Polibio.

—A Cartago. ¿Y para qué? Los cartagineses apenas tienen fuerza militar para defender sus fronteras contra los númidas, y mucho menos para entablar una alianza con una oscura ciudad-estado de Asia Menor. Dudo mucho que la armada cartaginesa se haga a la mar para acudir a su rescate cuando decida marchar contra Roma o contra quienquiera al que pretenda enfrentarse. Como mucho deben de tener diez embarcaciones, y ninguna de ellas ha navegado desde hace años.

—Yo no estaría tan seguro, Escipión. Muchos en Roma vieron la guerra contra Aníbal como la ofensiva definitiva que terminaría con todas las contiendas y, cuando Cartago finalmente capituló, Roma estaba tan exhausta tras décadas de derramamiento de sangre que no pudo llevar la guerra hasta su conclusión y destruir Cartago de una vez por todas. Como consecuencia, muchos en Cartago pensaron que el final era un armisticio, no una derrota. A pesar de las reparaciones de guerra, la confiscación de sus territorios y la reducción de su ejército y armada, los cartagineses aún eran capaces de mantener la cabeza alta y pensar en una futura resurrección. Tu abuelo adoptivo, Escipión el Africano, intuyó el peligro, pero fue vetado por el Senado. Estaban demasiado preocupados por su propio poder y temían que si él acaudillaba la destrucción de Cartago pudiera convertirse en una figura demasiado grande para ser contenida por la constitución de Roma, un rey en potencia. Después de su muerte, cuando aún eras un niño, Roma apartó sus ojos de Cartago y el viejo enemigo aprovechó para hacerse poderoso. Bajo la pretensión de restaurar su puerto comercial, los cartagineses han reconstruido también su puerto circular rodeándolo con dársenas.

—¿Estás seguro de eso?

—Del programa de reconstrucción sí. De los detalles, solo a través de informes de segunda mano de los mercaderes. Para demostrar su certeza y persuadir al Senado de la amenaza con el fin de obtener su permiso para planear un asalto, necesitaríamos que alguien se infiltrara en Cartago. Alguien que pudiera evaluar sus fuerzas y los desafíos tácticos que se le plantearían a una fuerza de asalto de Roma, y que estuviera él mismo íntimamente involucrado en plantear un ataque.

—¿Estás intentando tentarme, Polibio?

—Es una misión para cuando lleguen los tiempos en que Catón haya conseguido el suficiente apoyo para su persistente campaña de terminar con Cartago y cuando tú mismo hayas obtenido el estatus necesario en Roma para que el pueblo te escuche e incline la balanza a favor de la guerra.

Escipión miró pensativo hacia delante y luego se volvió hacia Polibio.

—Dime, cuando Metelo venga a Macedonia, ¿vendrá Julia con él?

—Ella permanecerá en Roma.

—¿La has visto?

Polibio le miró suspicaz.

—En una cena en casa de Catón. Me preguntó por ti. Dijo que no había vuelto a tener noticias tuyas desde el triunfo de tu padre hace casi diez años.

Escipión se quedó un momento en silencio y luego continuó suavemente:

—¿Cómo está?

—La gens Metela está en el centro de la escena social de Roma. Las matriarcas son conocidas por controlar con puño de hierro a las jóvenes casaderas obligándolas a esposarse con los de su gens, y Julia estará muy ocupada con visitas y emparejamientos. En su casa se celebran suntuosas fiestas prácticamente a diario.

—Estará aburrida —declaró Escipión—. Esa no es la vida que soñaba con tener.

—Tiene un hijo —añadió Polibio, guiñando un ojo a Escipión—. Nacido el año después del triunfo de tu padre. Y una hija nacida el pasado año.

—Metelo estará contento de tener un hijo.

—Metelo raramente está en Roma y no ha cambiado demasiado sus costumbres, excepto que ahora se pasea entre las esposas e hijas de los aspirantes novi homines, pero sin olvidar las meretrices de Ostia y las tabernas del muelle.

—Julia ha cumplido con su deber. Ha dado a luz a sus hijos.

—Y apartándose de ti, ha salvado tu reputación. Mientras tanto tu mujer, Claudia Pulcra, permanece ajena al escándalo, manteniendo satisfechas a las matriarcas de su gens por su unión con la gens Cornelia Escipiones y la gens Emilia Paula.

—Excepto que esa unión no ha producido descendencia —replicó Escipión sombrío.

—Poco sorprendente teniendo en cuenta que no has compartido el lecho con ella en los diez años transcurridos desde que os casasteis y que no la has vuelto a ver desde los juegos funerarios por tu padre hace casi cuatro años, cuando estabas obligado a aparecer con ella y tu gens en los sacrificios públicos en su honor.

—¿Y lo desapruebas, Polibio?

—Eso suscita muchas preguntas. Debes acatar las convenciones de Roma para poder acceder al rango donde puedas librarte de ellas.

Escipión resopló.

—Bueno, esa es una convención que me saltaré. Todo el mundo en Roma sabe que amaba a Julia, pero que soy un hombre de fides y no me comportaré como Metelo. Si Pulcra al menos hubiera hecho honor a su nombre entonces podría haber satisfecho mis deseos carnales con ella, pero eso nunca sucederá. Prefiero vivir como un sacerdote célibe en los Campos Flégreos a medio camino del Hades.

Polibio hizo un gesto a su alrededor.

—Para algunos eso es exactamente lo que tu estancia en Macedonia parece. Una huida de la realidad.

Escipión espoleó a su caballo.

—Nada me convencerá para que vuelva a la cama de mi esposa en Roma.

Polibio guardó silencio durante algunos minutos, guiando a su caballo por un tramo difícil del sendero. Fabio sabía que aún no había agotado sus recursos para persuadir a Escipión de marcharse y que, como todo buen orador, se guardaba un último argumento final para ganar su causa. Rezó para que solo pudiera ser una cosa. Polibio alcanzó la cima del risco y luego, tirando de su caballo, se giró.

—Hay algo más que debes saber —declaró—. No he querido mencionarlo antes para no crear falsas esperanzas, pero ahí va. Existen incipientes rumores de guerra en Hispania. Hay un gran descontento entre los arévacos de Numancia, que han reforzado sus fortificaciones alrededor de sus oppida.

Escipión tiró con fuerza de las riendas, con ojos centelleantes.

—Cuéntame más.

—A diferencia de Cartago, se han incumplido las restricciones romanas para reconstruir, el procurador de Roma en la Hispania Citerior ha permitido a los celtíberos que lo hagan basándose en que los parapetos formados por tierras en terraplén constituyen un importante símbolo de fuerza y, por tanto, permitir reconstruirlos podría estimular el orgullo marcial que quedó destruido cuando el ejército romano les derrotó en la primera guerra celtíbera, siendo tú un niño. La esperanza es que los agradecidos celtíberos puedan ser persuadidos para volverse aliados de los romanos antes que venderse a nuestros enemigos como en el pasado. Pero hay quien piensa que el procurador alegará que se han fortificado más allá de lo permitido, como excusa para declarar la guerra por aquellos que en Roma aspiran al consulado y ven la posibilidad de una victoria fácil.

—No hay nada fácil en luchar contra los celtíberos —declaró Escipión—. Mi padre decía que estaban entre los guerreros más formidables del ejército de Aníbal.

—Lo que nos lleva de nuevo a Cartago —dijo Polibio—. Con la ciudad recientemente rearmada y desafiante, estarán buscando mercenarios para engrosar su ejército. Una guerra contra los celtíberos podría tornarse en una guerra contra aquellos que quieren que nos enfrentemos en los muros de Cartago. Podría ser un primer paso para reclamar el legado de Escipión el Africano.

Fabio observó a Escipión lanzar una mirada hacia la niebla, luego de enderezarse en la silla y respirar profundamente. Había fuego en sus ojos. Polibio había ganado. Escipión se volvió hacia él.

—Antes de comunicarte mi decisión, quiero terminar esta cacería. Tal vez no haya ningún jabalí que encontrar, pero no me quedaré satisfecho hasta que alcancemos el borde del bosque. El tiempo se está acortando. En marcha.