París, martes 18 de Marzo de 2014
Adolphe iba recuperando poco a poco la compostura.
Su respiración, antes rápida y sin apenas tregua comenzaba a dar paso a otra mucho más sosegada, pausada y acompasada. Gran parte de culpa de esa vuelta paulatina a la normalidad la tenía la agente de la Police Nationale Chrystelle M. Tenard. Sus prominentes ojos verdes inspiraban una tranquilidad necesaria en aquellos arranques de pánico vividos hacía unos instantes por el parisino. No era el único que necesitaba ayuda psicológica, pero quizá sí el que la necesitase de una manera un poco más inmediata.
Las otras personas deberían de aguardar unos minutos a que llegasen las unidades de psicólogos de la Police Nationale.
Aunque no había conseguido lo que en un principio pretendía, Adolphe Bouillon había reaccionado de una manera heroica en cuanto vio el espectáculo dantesco que se presentaba frente delante de él. Una reacción que no tuvo ninguna de las cientos de personas que deambulaban por aquella plaza en aquel mismo momento.
Quizá la preparación obtenida años atrás cuando perteneció a la Gendarmerie Nationale, influyó positivamente a la hora de tener el aplomo suficiente para haber reaccionado de aquella manera. Fuera como fuese, a pesar de sus sesenta y nueve años y de su evidente abandono físico, no dudó ni un solo instante en desenfundarse en un rápido movimiento la chaqueta que le había regalado su hija Mary hacía tan solo dos semanas y, con la valentía impropia de alguien de su edad, saltar encima de los dos hombres envueltos en llamas e intentar sofocar el fuego que estaba consumiendo sus vidas.
A pesar de conseguir la meta de apagar el peligroso elemento no pudo hacer nada por la vida de los dos hombres que ahora yacían inertes en el suelo. Sus incesantes gritos hacía tan solo unos segundos habían dado paso a un inquietante silencio, un silencio envuelto en humo que además iba acompañado de un olor nauseabundo a carne quemada.
Los viandantes, que no eran pocos en aquellos momentos a pesar de lo temprano que era, no habían encontrado esa fuerza que salió de Adolphe y, lejos de acercarse a socorrer a las víctimas dieron media vuelta horrorizados para intentar ahorrarse el espectáculo visual que se podía presenciar. Tan solo unos cuantos, teléfonos móviles en mano con sus programas de grabación en marcha, eso sí, contemplaban sin girarse desde una distancia prudente mientras el hombre hacía lo que podía por intentar solucionar aquella estampa.
Lo que sí que hicieron varias personas a la vez fue llamar con sus teléfonos al servicio de urgencias, que a su vez dieron aviso a la comisaría que se encontraba a tan solo unas manzanas de distancia. No tardaron en llegar a la escena.
Ahora, varias decenas de policías uniformados entre los que se encontraba Chrystelle estaban intentando tenerlo todo controlado. Unos acordonaban la zona mientras otros intentaban recabar algo de información sin éxito entre los allí presentes. Nadie había visto de dónde habían salido aquellas dos personas envueltas en llamas, parecía que habían aparecido de la nada.
Chrystelle suspiró aliviada cuando comprobó que su cometido estaba siendo cumplido a la perfección. En el cuerpo eran conocedores de ese don que tenía la agente de apaciguar tan solo con su presencia a cualquiera. Quizá no era una mujer con la que cualquier hombre hubiese roto su cuello al pasar esta por su lado, pues no era el ideal de belleza que tan de moda habían puesto televisiones, revistas y demás sinsentidos. Más bien estaba algo entrada en carnes sin llegar a considerarse que tuviese sobrepeso y además no era muy dada a cuidar su aspecto. Apenas se maquillaba, salvo en ocasiones especiales y, sus peinados se limitaban a uno solo, una cola “estilo caballo” la acompañaba día a día en su jornada laboral y servía para recoger su larga melena rubia. Pero tenía algo, aparte de una intuición fuera de serie que hacía que fuese una de las grandes promesas dentro de la investigación policial.
Ese algo era su mirada.
Una mirada serena pero a la vez intensa, capaz de transmitir calma en dosis gigantescas. No importaba el estado en el que se encontrase la persona que estuviese frente a ella, la calidez transmitida por sus verdes ojos haría lo necesario para que esta encontrase la paz necesaria para aplacar sus nervios.
Desde luego con Adolphe lo había conseguido.
Chrystelle trazó una semicircunferencia con su mirada para observar cómo sus compañeros trabajaban, libreta en mano, intentando recabar algo de información que arrojase algo de luz al asunto.
Entonces lo vio venir.
Con su habitual gabardina y con su, según pensaba ella único traje, el inspector Moreau llegaba acompañado de su habitual séquito a la escena del incidente. Un séquito al que le encantaba lamer culos según habían comentado en varias ocasiones entre sus compañeros en sus descansos en la comisaría.
Ella no estaba dispuesta a ser uno de ellos.
Todos, sin excepción, eran policías faltos de olfato e intuición pero a su vez llenos de ansias de poder y de llegar a lo más alto fuese como fuese.
Todo lo contrario que Moreau.
Aquel hombre era lo más excepcional que había visto en toda su vida, razón por la cual había entrado en el cuerpo. Sabía que todo lo que pudiese aprender del inspector en el campo policial sería mucho mejor que todo lo aprendido en libros de textos de criminología, libros que ahora mismo estaba estudiando en profundidad. Pero los conocimientos y la intuición de Moreau no aparecía en esos libros, eso era algo innato en él y seguramente esa había sido su herencia para con ella.
Eso es lo único que había heredado de su padre.
Mejor dicho, eso y un apellido que no hacía más que darle problemas dentro de un cuerpo definitivamente machista y que no comprendía que las personas, en determinadas ocasiones, consiguen puestos de trabajo por su valía y no por su ascendencia, como muchos pensaban en la comisaría. Ella más que nadie luchaba por demostrar día a día que si estaba ahí era por sus propios méritos y no porque su padre era quien era.
Con la mano puesta sobre el hombro de aquel heroico hombre miró con firmeza a su padre, que dirigía sus pasos directamente a la posición en la que se encontraban. Iba también acompañado por el equipo forense de criminalística, que acababa de llegar.
—¿Qué tenemos? —Moreau ni siquiera dedicó un “buenos días” a su hija, aunque esta realmente no lo esperaba.
—Esos dos hombres que ve usted ahí —el respeto hacia su padre era algo fundamental para ella—, han aparecido de la nada, envueltos en llamas. Este hombre que tengo a mi lado, con una valentía increíble, ha intentado socorrerlos poniendo en riesgo su propia vida, ha sido algo increi…
—Sí, ya… ya… —le cortó de inmediato—, chicos, proceded —dijo indicando con su dedo índice en dirección de los dos cadáveres al equipo criminalístico—, y usted… muchas gracias, ha hecho lo que ha podido. Agente Moreau —dijo a sabiendas de que su hija odiaba que hiciese eso ya que exigía que todos la conociesen por el apellido de su madre—, acompañe a este buen hombre, no olvide darle las gracias por todo y venga de inmediato.
Obedeció dócilmente, las órdenes de su padre no podían ser contestadas.
Una vez hecho lo ordenado por el inspector volvió hasta el punto en el que se encontraba hacía unos momentos.
—Dígame qué piensa de este asunto —dijo Moreau.
—Creo que estamos frente a otros de los grandes afectados de la crisis señor —dijo uno de sus fieles acompañantes adelantándose a Chrystelle—, ya hemos visto unos cuantos a lo largo de estos últimos meses morir de una forma parecida. La gente está muy desesperada.
—¡No te he dicho a ti! —exclamó Moreau con su habitual brusquedad girando la cabeza rápidamente hacia el agente—, dígame —miró fijamente a su hija—, ¿qué piensa?
—Pienso que en esta ocasión no tiene nada que ver con la crisis, aunque están prácticamente destruidas por el fuego, mire sus ropas.
Así lo hicieron todos, comprobando que lo dicho por la joven era cierto. En un primer vistazo, las ropas estaban casi destruidas del todo por las llamas, aunque ambos todavía conservaban la parte superior de los pantalones además de algunos jirones sueltos pegados a la piel calcinada, así como varias partes de lo que parecía ser una chaqueta de traje aparentemente costosa.
—¿Qué nos sugiere eso que comenta, según usted? —quiso saber el inspector.
—Que podemos descartar, al menos por el momento, el tema de la crisis económica como el causante de estas muertes. Sus ropas parecen caras a pesar del estado en el que se encuentran. Si acaso pudiésemos hablar de un suicidio, el motivo sería otro, siempre y cuando podamos hablar de suicidio…
—Exacto, bien visto agente —comentó el inspector mientras seguía con su gesto impasible en el rostro—, necesito que comprueben bien los cuerpos antes de proceder a su levantamiento —ordenó girándose a los forenses—, tengo un extraño presentimiento.
Chrystelle sabía que cuando su padre tenía esa extraña sensación era que algo inmenso estaba escondido tras ese sentimiento, no solía equivocarse e intuía que esta vez no iba a ser la excepción.
No pudo evitar echar un vistazo a su alrededor, de todos los puntos en los que esas personas podían morir, no podían haber “elegido” uno más emblemático. La inscripción Point Zero des rutes de France, adornado con una estrella de ocho puntas de bronce, indicaba que se encontraban en el lugar exacto en el que empezaban a medirse las distancias en Francia, en el llamado kilómetro cero. Recordó que ella, como miles parisinos y millones de visitantes, había posado con su pie junto al de unas amigas pisando el recordatorio.
Acto seguido alzó la vista, la imponente obra arquitectónica se mostraba frente a ella como el proyecto faraónico que era. Comenzada a construir en el año 1163 y terminada en el año 1345, nuestra señora de París, como era conocida habitualmente por los habitantes de la bella ciudad y título que utilizó Víctor Hugo para su conocidísima novela, se alzaba majestuosa, imponente, colosal, con un aspecto renovado gracias a la última restauración llevada a cabo.
Y es que Notre Dame era todo un símbolo no solo en la ciudad de la luz, sino en el mundo entero.
La imagen que presentaba con el cielo encapotado tras ella era digna de una postal recordatorio de una visita turística de la ciudad.
—Chrystelle —la voz de Moreau la sacó de su ensimismamiento, esta quedó sorprendida de que su padre la llamara por su nombre delante de todo su séquito—, te encargo a ti el informe sobre este hecho, no quiero que des nada como obvio, recuerda otras veces.
La joven asintió con desgana, sabía a lo que su padre se refería pero cuando ocurrió ese hecho era una novata, ahora ya no cometía los mismos errores.
—Quiero que recab…
—Inspector —la voz de uno de los forenses cortó en seco a Moreau, que giró su cuerpo nada más oír la interrupción y vio acercarse a él a un hombre de pelo amarillo intenso y con una cabeza de extraña forma, casi como de una calabaza—, necesito que vea esto.
—¿De qué se trata?
—No estoy seguro del todo, pero al tocar uno de los bolsillos del cadáver de la izquierda, hemos encontrado esto que ve aquí —dijo mostrando una bolsa de pruebas que contenía a su vez lo que parecía otra bolsa de menor tamaño en su interior—, creo que es una bolsa ignífuga.
—Interesante… —comentó el inspector mostrando interés por el contenido del plástico— así que hay algo en su interior que alguien no quería que se quemase.
—Pero eso no es todo —continuó el forense—, uno de mis ayudantes está sacando algo igual del bolsillo del otro cadáver, es un poco más complicado porque se ha pegado a la piel, pero enseguida la tendremos.
—Pues ya saben el procedimiento —dijo en voz alta para que todos le escuchasen—, llévenlo al laboratorio de inmediato. Antes de abrirlo quiero huellas, busquen cualquier resto de lo que sea, necesitamos cualquier pista que nos acerque a la resolución del caso. Cuando vayan a abrirlo, avísenme, quiero estar presente.
—¿Piensa que no es un suicidio verdad? —dijo Chrystelle conociendo a su padre.
—Efectivamente —dijo este mientras daba media vuelta y emprendía el camino de vuelta por el cual había llegado.
Lo que ambos no podían saber es que la identidad de esos dos cadáveres iba a desencadenar algo que ni ellos mismos podían imaginar.