Gastaron una gran suma de dinero en desaparecer de aquel país sin dejar rastro alguno, sabían que siempre había un piloto dispuesto a mentir, por una enorme cantidad de dinero eso sí, a control aéreo para que pudiesen escapar a otro país sin dejar constancia de su presencia en el vuelo.
La hermandad estaba herida, profundamente herida, pero viva al fin y al cabo. Eso era algo que no iban a desestimar a la ligera. Trabajarían todo lo duro que hiciese falta que el plan fuese cumplido con la misma exactitud que había sido diseñado, aquello debería ser considerado como un contratiempo, nada más, había demasiado en juego como para arrojar la toalla a las primeras de cambio.
El problema por encontrar un nuevo punto de reunión había quedado subsanado de inmediato, pues ya estaban preparados para ello y disponían de una nueva guarida en la cual poder articular todos sus planes por si acaso, por la razón que fuese, no podían volver a su lugar habitual.
Francisco abrió lo que a partir de ahora sería su nuevo refugio, esperó a que el joven Aksel entrara y cerró a cal y canto mirando hacia ambos lados para asegurarse de que nadie les seguía la pista.
Según el orden establecido, él ahora sería la cabeza de la hermandad, su nuevo líder, el que conseguiría que la tercera parte de la profecía, la más complicada de todas, se viese cumplida y pudiese llegar la muy ansiada tercera edad.
Dirigió sus pasos hacia la losa que sabía que estaba suelta, antes de levantarla con la ayuda de un destornillador, utilizó este para dar unos pequeños golpes y así asegurarse de no estar equivocado.
Sonaba hueco, era la correcta.
Con sumo cuidado la levantó y apareció justo ante sus ojos lo que esperaba.
Introdujo sus manos en el hueco resultante al quitar la losa y levantó la caja con cuidado. La colocó con la misma delicadeza a su lado, en el suelo.
Aksel, que hasta ahora miraba desde la distancia lo que hacía su nuevo líder, se acercó para contemplar, en primera persona lo que acababa de sacar Francisco.
Las órdenes en caso de una hecatombe como la ocurrida en Escocia eran claras, mientras quedase al menos uno vivo, la hermandad seguiría adelante y, en esa caja, estaba todo lo necesario para que así fuese.
Francisco, en un gesto ceremonioso, posó sus manos encima de la misma y respirando hondo, comenzó a abrirla muy despacio.
Lo primero que apareció fue una suma incalculable a primera vista de dinero, en billetes de todos los valores existentes de euro.
Eso serviría para poder llevar a cabo el difícil cometido de reestructuración de la hermandad. Sabían que, aunque la mayor parte de sus ingresos se encontraban en cuentas aparentemente seguras distribuidas en varios bancos de los denominados paraísos fiscales, no podían fiarse de nada y, al menos hasta que la tempestad amainara, debían de valerse de ese dinero en efectivo para llevar a cabo sus planes.
La otra parte del contenido de la caja, era bastante más interesante que el dinero, Francisco la miró y no pudo evitar soltar una sonrisa que a otra persona le hubiese parecido demencial.
Con lo que veían sus ojos, nada se les resistiría, todo lo necesario para que la tercera parte tuviese éxito, se encontraba en el interior de la caja.
Colocó el dinero de nuevo dentro, puso la caja en su oculto emplazamiento y volvió a encajar la losa en su lugar correspondiente.
Sabía que nada sería igual sin la ayuda de los dos astutos jóvenes, que con ellos en su contra el asunto se complicaría bastante, pero en su mente no había espacio para la duda de que serían ellos quienes consiguiesen su objetivo.
Ahora lo importante era volver a organizar la hermandad para dar el golpe definitivo sobre la mesa.
Lo haría despacio, no había lugar para un solo error.
Ahora ya no.