Cuando salieron del hospital ya había dejado de llover, ninguno había hablado todavía sobre lo acontecido dentro de la habitación del escocés. Cada uno iba pensando sus cosas sobre lo escuchado por parte del monje.
Una vez fuera, respiraron todo lo hondo que sus cajas torácicas les permitieron, el olor a mojado caló de lleno en sus pulmones, liberando gran parte de la tensión acumulada a lo largo del día.
El primero en hablar fue Paolo.
—Si os digo la verdad, me siento totalmente abrumado, son demasiadas cosas que asimilar en tan poco tiempo… Os juro que nunca me he visto envuelto en nada parecido, todo parece tan irreal que a veces dudo de que no sea una pesadilla y que en cualquier momento, vaya a despertarme. Es increíble el submundo que existe delante de nuestros ojos pero que no somos capaces de ver.
—Yo lo he pensado en varias ocasiones, desde el mismo día que murió mi padre lo he hecho. No entiendo cómo esto puede estar pasando de verdad, parecen historias sacadas de guiones de cine, pero mira, son tan reales como las gotas que han caído hace unos momentos.
Los tres miraron al frente y volvieron a llenar sus pulmones de aire, sentían que lo necesitaban para sentir de nuevo que todo era real, que no se trataba de un sueño.
—¿Qué hacemos a partir de ahora? —preguntó Nicolás mirando a los dos jóvenes.
—Durante este mes, volveré a Roma. Si quiero unas vacaciones para poder investigar todo esto que nos acaba de contar el hermano Calatrava, necesitaré trabajar a fondo, a pesar de que el monje haya dicho que descansemos, mi forma de descanso es mi trabajo. Además, dudo que me enfrente a cualquier caso como el vivido estos días, así que estaré más relajado, preparándome para lo que viene, cuando llegue el día pediré unas merecidas vacaciones para que podamos embarcarnos en todo esto. ¿Y vosotros?
—Bueno… yo me he quedado evidentemente sin trabajo… —dijo Carolina sin saber muy bien qué responder mirando a Nicolás.
—A mí todavía me queda permiso de vacaciones, aún así, llamaré a Alfonso, mi jefe, y pediré una excedencia por estrés. Después de lo vivido estos últimos días estoy seguro de que me la concederá. Me servirá para recuperar fuerzas, estoy completamente agotado. Después, aprovechando la excedencia, nos pondremos manos a la obra para intentar ver la luz a este largo túnel que se nos presenta.
—¿Y a dónde irás? —preguntó Carolina al inspector temiendo por la respuesta.
—Creo que la pregunta correcta sería ¿A dónde vamos? —contestó divertido.
Carolina abrió enormemente los ojos en cuanto escuchó la respuesta dada por Nicolás.
—¿Te acuerdas que te prometí que visitaríamos Roma más a fondo?
—Eh… sí… —dijo con los ojos vidriosos, a punto de perder la compostura.
—Pues siempre y cuando me aceptes como aburrido compañero de viaje, pasaremos un mes entero en la ciudad eterna, para que puedas conocer hasta el más mínimo detalle de la misma.
Carolina no pudo reprimir sus instintos y se abalanzó con los brazos abiertos de par en par al cuello de Nicolás, había dicho justo las palabras mágicas.
—Supongo que es un sí… —dijo mientras se dejaba abrazar por la joven—, tengo algo de dinero ahorrado por lo que nos quedaremos todo el mes en un céntrico hotel, espero nos hagan precio porque si no… no quiero ni siquiera imaginar por cuanto saldrá la broma —dijo riendo.
—¡De eso nada! —protestó Paolo—, ¿cómo pretendéis alojaros en mi ciudad sin que yo os dé cobijo?, eso para mí es una ofensa.
—Pero Paolo, compréndelo, no queremos ser un estorbo…
—Por favor, lo vuelvo a repetir, sería una ofensa muy grande hacia un italiano que despreciaseis mi hospitalidad. Tengo una habitación muy grande vacía con dos camas, la tengo para alojar a algún amigo cuando venga a visitarme, podéis juntarlas sin ningún problema, además, trabajo muchas noches por lo que tendréis intimidad de sobra…
Los dos jóvenes españoles tornaron sus rostros hacia un color rojizo intenso.
—No es eso Paolo… —comentó un ruborizado Nicolás—, es que…
—Basta ya de palabras, os venís a mi piso y punto, vivo en el mismo centro de Roma. Aprovechad y gastad ese dinero en románticas cenas en los maravillosos restaurantes que tenemos en nuestra bella ciudad.
—En ese caso creo que no podemos negarnos, prometimos una nueva visita a ese restaurante en el que nos trataron tan bien, creo que se alegrarán al ver que somos gente de palabra —bromeó el inspector.
—Pues no hay nada más que hablar, viviréis conmigo durante este mes, en el fondo también es una petición algo egoísta. Hace bastante que no disfruto de la compañía de buenos amigos, mi trabajo me ha absorbido más de la cuenta y he descuidado ese aspecto, ahora, viendo las situaciones que he visto, siento que debo disfrutar algo más la vida, así que en realidad, todos ganamos.
Los tres comenzaron a reír.