Informados por la policía escocesa llegaron al hospital en el cual habían llevado a Edward apenas tres horas después de dar muerte al líder de la hermandad y a Ignacio Fonseca. Ambos inspectores ya habían realizado las llamadas pertinentes a sus respectivas comisarías para dar parte de lo sucedido a sus superiores que, atónitos, escuchaban cada palabra que estos emitían sin saber muy bien si todo aquello había sido parte de un largometraje o parte de la vida real.
Ambos jefes de los inspectores coincidieron en que lo que en realidad importaba era que ambos estuviesen vivos después de toda aquella locura.
Había comenzado a caer una fina y leve lluvia que apenas les había empapado durante el trayecto del parking hasta la entrada principal del propio hospital.
Habían decidido dejar descansar a Edward hasta que este estuviese algo más recuperado para no molestarle demasiado en su recuperación, pero según les dijo el policía de las cejas turgentes, el anciano había insistido en repetidas ocasiones que necesitaba hablar con los jóvenes lo antes posible. Parecía que estaba ansioso y no estaba dispuesto a descansar nada hasta que así fuese.
Atendiendo a la petición de este, se plantaron frente a la habitación 343, en la que un mastodóntico pelirrojo vestido con el uniforme de la policía escocesa velaba por la seguridad del multimillonario. En aquellos momentos, toda seguridad sobre la figura de Edward, era poca.
—¿Podemos pasar? —dijo Carolina golpeando suavemente la puerta de entrada a la habitación, una vez que el gigantesco policía les hubiese identificado correctamente.
El anciano dirigió su mirada hacia la entrada de la habitación.
—Adelante, hija mía —dijo Edward postrado en su inmaculada cama conectado a todo tipo de aparatos que medían hasta la densidad del aire de la sala.
—Hola Edward —dijo la joven mirando con ojos lastimosos al anciano—, ¿cómo se encuentra?
—Si quiere que le sea completamente sincero, he tenido días mucho mejores que este, de eso no cabe duda, pero generalmente, estoy mejor que si estuviese muerto. Me han salvado la vida y no tengo ni la menor idea de cómo se lo voy a poder agradecer.
—Usted no tiene que agradecernos nada —dijo Nicolás—, es más, le debemos una disculpa.
—Si acaso se refiere al asunto de la desconfianza, no tiene mayor importancia, es algo totalmente comprensible, yo mismo hubiese actuado igual que ustedes si me hubiese visto en aquella situación. Pero puedo jurarles por mi familia y por mi honor que no tenía ni idea de nada y que cada palabra que ha salido por mi boca, ha sido cierta. No sabía que la hermandad se reunía delante de mis narices y, lo peor de todo, que sus miembros eran los que había considerado mis amigos y mis personas de total confianza, me siento un viejo completamente estúpido, no imaginan hasta qué punto.
—No debe preocuparse por eso, Edward, a nosotros nos sucedió lo mismo, han jugado con todos a su antojo, han sido muy astutos, eso es algo que no podemos discutir, pero se les ha acabado la suerte. Ahora mismo están descabezados tras la muerte de David e Ignacio y, aunque supongo que tanto Francisco como Aksel acabarán reponiéndose, no va a ser fácil para ellos organizarse de nuevo. Por cierto —Nicolás hizo una pequeña pausa—, no le hemos presentado al inspector Paolo Salvano, él es el héroe de Italia, el que ha llevado a cabo la investigación acerca de la muerte de los apóstoles y quien consiguió en un último suspiro evitar la muerte más importante de todas, la de Su Santidad.
Edward enarcó una ceja al enterarse de aquel dato, parecía que no tenía ni idea de que el Santo Padre también hubiese acabado involucrado en las muertes.
—Tenía muchas ganas de conocerle, Edward, me han hablado mucho de usted en muy poco tiempo —dijo el inspector cortésmente—. A partir de ahora quiero que sepa que puede contar conmigo para dar con los fugados y detener sus planes para siempre.
—Sé quién es, estaba al corriente de todos los datos de su investigación, ya le habrán contado que tengo ojos y oídos en casi todos los lugares del mundo —rio débilmente—. Enhorabuena por su trabajo, puede estar orgulloso de sí mismo, me complace que nos preste su ayuda. Me consta de que es usted un joven tenaz y muy inteligente, estoy seguro de que nos será de gran utilidad unido a nosotros.
—Cuente con ello, ah, por cierto, lo que le ha comentado el inspector Valdés no es del todo verdad, es cierto que descubrí los planes del asesino, pero el que en el último momento salvó al Sumo Pontífice fue él. Su intervención fue providencial para que el Papa continúe hoy todavía con vida.
—Enhorabuena en ese caso, inspector Valdés, estoy muy orgulloso de escuchar todo esto, estaba seguro de que hice bien en confiar en usted. Aunque al final todos acabáramos engañados por esos desgraciados.
Nicolás sonrió para agradecer el cumplido a ambos hombres.
De repente, el policía apostado en la puerta introdujo la cabeza en el interior de la habitación y pronunció unas palabras hacia Edward que ninguno de los tres supo traducir, parecía inglés, pero era demasiado raro, pensaron que aunque hubiesen hablando inglés fluido, que no era el caso, no hubiesen entendido ni papa.
Edward le contestó con el entrecejo fruncido, su cara era de desconcierto.
Enseguida supieron el porqué.