Carolina, con los ojos todavía cerrados, no comprendía qué había pasado pues ese disparo no la había alcanzado a ella como esperaba. Lo que sucedió a partir de ese momento, pasó tan rápido que casi ni le dio tiempo a enterarse.
Cuando logró abrir los ojos debido al miedo, vio como David caía, primero de rodillas al suelo y seguidamente el resto de su cuerpo, dejando la entrada del pasadizo a la vista de la misma en la que pudo ver a Nicolás apuntando con su pistola hacia la posición en la que se encontraba el supuesto líder de la hermandad.
Acto seguido comprobó cómo Paolo dirigía rápidamente su arma hacia la cabeza de Ignacio disparándole sin contemplación entre sus ojos, salpicando de sangre tanto al inspector como a la joven.
A continuación se echó las manos a la cabeza al mismo tiempo que Aksel y Francisco comenzaban a disparar sin control con sus armas, alcanzando un disparo en el hombro de Nicolás y otro en la zona abdominal del inspector italiano, cayendo ambos de golpe al suelo, momento que aprovecharon los dos traidores para echar a correr con la mayor velocidad posible en dirección a la puerta de salida de la habitación para, seguidamente continuar hacia la salida del castillo.
Carolina, debido a la sorpresa del momento y al desconcierto ocasionado por el nuevo giro que acababa de pegar todo, fue incapaz de agarrar su arma del suelo y usarla contra los dos que se daban la fuga, pero no le importó, lo importante era que parecía que todo se estaba encauzando correctamente.
A los pocos segundos, se escuchó el ruido de un motor de coche arrancando a toda velocidad y una salida apresurada por parte de los dos mientras las ruedas derrapaban con un chillido ensordecedor.
Aunque la emoción, la sorpresa y el añadido del desconcierto de encontrar vivo a Nicolás era la mejor sensación que había experimentado a lo largo de toda su vida, su instinto, al ver dónde había alcanzado el disparo al italiano, hizo que se levantase apresuradamente y fuese a socorrer primero al inspector Salvano.
Para su sorpresa, este no sangraba.
—¿Cómo…? —dijo sin entender nada la joven.
Paolo, levantó lentamente la cabeza y golpeó con su mano el estómago en dos ocasiones.
—Chaleco antibalas, es bueno, de los mejores del mundo, liviano como una pluma, pero fuerte como una pared de roca, ¿verdad Nicolás?
—Por supuesto —dijo este que se acercaba hasta la posición de los dos jóvenes con la mano en el hombro mientras emanaba sangre—, pero te recomiendo que a partir de ahora practiques un poco más tu puntería, cinco centímetros más y me metes un balazo de verdad…
—Perdona, Nicolás, quise que pareciese lo más real posible, estaba todo controlado.
El inspector español comenzó a reír ante la afirmación de Paolo.
Carolina miraba hacia un inspector y hacia el otro incesantemente, entonces lo comprendió.
—¿Habéis simulado entre los dos una traición por parte de Paolo? —dijo a punto de volver a llorar de la emoción por la situación.
—¿De verdad pensabas que sería capaz de cambiar de bando tan rápido? Sé que no me conoces, pero eso es una acusación bastante grave y fea por tu parte, señorita —dijo sonriendo Paolo.
—Sois unos imbéciles, he pasado el peor momento de toda mi vida al pensar que estabas muerto —dijo mirando a Nicolás y comenzando a llorar de nuevo—, ¿por qué no me habéis contado nada?
—Lo siento, Carolina, lo siento de veras —dijo Nicolás agachándose para consolar a la joven—, pero tenía que parecer lo más real posible, tu llanto tenía que ser real. Debían de olvidar por unos instantes que mi cuerpo seguía ahí abajo sin vida y tenían que creer que Paolo ahora estaba de su parte. Un solo titubeo y ahora estaríamos todos muertos de verdad, créeme, era lo mejor en estos momentos.
Como la joven seguía llorando desconsoladamente debido al susto por la muerte del inspector, Nicolás la abrazó con su brazo sano con todas sus fuerzas, a lo que Carolina respondió con un beso en los labios del inspector que dejó sin reacción alguna al español.
Paolo, al ver la situación tan incómoda que se había generado frente a sus narices, irguió de nuevo con cuidado su figura y tosió levemente. La situación era preciosa, pero habían dos cadáveres en el suelo de aquella sala y los otros dos traidores habían logrado escapar.
Cuando ambos jóvenes despegaron los labios y volvieron al mundo real, comprendieron el porqué del carraspeo del inspector italiano, la situación, aunque habían conseguido resolverla con un éxito casi total, era algo peliaguda pues los cuerpos sin vida de Ignacio y David, yacían en el suelo.
Paolo sacó su teléfono móvil del bolsillo y llamó al teléfono de contacto que la policía de Escocia le había dejado para que les avisase ante cualquier novedad, pidiendo un par de ambulancias. Una de ellas era para Edward, que continuaba inconsciente aunque parecía que respiraba y otra para Nicolás, que todavía sangraba por el hombro aunque ahora un poco menos, quizá el beso de la chica había hecho que la herida cicatrizase.
Él, aunque hacía tiempo que no lo sentía, sabía que era una de las mejores medicinas del mundo entero.
Apenas diez minutos tardaron en llegar tanto las asistencias como las autoridades pertinentes. Estas socorrieron con la mayor brevedad posible a Edward, que apenas un minuto antes de que estas llegasen, recuperó el conocimiento abriendo levemente los ojos, aunque estaba demasiado débil para poder hablar de lo sucedido con los allí presentes. Los tres jóvenes escucharon instantes después cómo la ambulancia que portaba al anciano escocés salió a toda prisa en dirección al hospital más cercano posible.
Nicolás fue por su propio pie hasta la ambulancia que se encontraba libre en esos momentos para que fuese atendido del balazo recibido en su hombro, que, al igual que recibió Paolo cuando salvó a Fimiani de las garras del doctor Meazza, fue limpio y no tocó ningún hueso ni nada que le pudiese traer una complicación.
Carolina no se separaba ni un solo momento de él mientras recibía las atenciones, hacía unos veinte minutos pensaba que lo había perdido para siempre y, a partir de ahora, no quería volver a perderlo de vista en toda su vida.
Si Nicolás quería claro.
La policía escocesa, encabezada por un hombre canoso con cara de no divertirse demasiado en la vida y con las cejas más pobladas que habían visto todos los allí presentes a lo largo de sus años, tomó declaración a los tres jóvenes sobre lo sucedido y emitieron una orden urgente de búsqueda y captura internacional hacia Francisco y Aksel.
—No servirá de nada —dijo Nicolás cuando regresó con el hombro vendado hacia la posición, acompañado de su recién recuperado amor, de Paolo—, aunque quizá los dos cerebros de todo esto ya han caído, tanto Francisco como Aksel son lo suficientemente inteligentes y astutos para no ser cazados, algo habrán aprendido de las dos mentes brillantes, que estoy seguro que eran las de David e Ignacio.
Los dos dieron la razón de inmediato al inspector.
—Además, no se detendrán —dijo Paolo—, una vez están tan cerca del objetivo, no cesarán en su empeño de conseguir su locura.
—La parte positiva es que pienso que tenemos un pequeño margen de descanso antes de intentar detenerlos —dijo el inspector doliéndose de su hombro con un gesto facial.
—¿Piensas seguir hasta el final? —dijo Carolina sorprendida.
—Por supuesto, nos han engañado como a bobos, nos han utilizado como si fuésemos sus marionetas, se han reído a nuestra costa todo lo que les ha apetecido y, lo peor de todo, no han dudado de emplear cualquier medio para conseguir su objetivo. Te recuerdo que fueron ellos mismos los que montaron toda la pantomima del cardenal Guarnacci para asesinar a tu padre, son gente sin escrúpulos y no descansaré hasta verlos entre rejas… o muertos…
Carolina sopesó por unos momentos las palabras de Nicolás, tenía toda la razón del mundo, el asunto se había convertido ya en algo personal.
Esa gente no había tenido contemplaciones para nada, y lo que no podían permitir de ninguna manera es que al final acabasen saliéndose con la suya. Carolina se lo debía a la memoria de su difunto padre, no podía permitir que su injusta muerte sirviese para que el propósito final de aquellos sinvergüenzas saliese adelante.
Iría hasta el mismísimo infierno si hacía falta para perseguir a aquellos malnacidos.