Carolina escuchó asustada el ruido del disparo, ¿qué estaba pasando ahí abajo? Miró a Edward que seguía inconsciente en el suelo y dudó varios instantes si dejarlo solo por un momento y bajar corriendo con el arma para ver qué pasaba. Pero jamás había disparado una pistola, no sabría si tendría el valor suficiente para hacerlo o si simplemente, hubiese sido un estorbo que diera al traste con todo.
Decidió esperar, decidió confiar en el instinto de supervivencia de ambos. Sólo esperó que allí abajo, ambos inspectores estuviesen bien.
—Uno menos —dijo Paolo mientras guardaba su arma de nuevo en la espalda y miraba fijamente a los sorprendidos presentes—, no me miren así, saben igual que yo que en cualquier momento, si hubiese aceptado, hubiese hecho cualquier cosa para darle la vuelta a la situación, por lo que he podido averiguar, es… —miró al inspector tendido en el suelo—, bueno… era… una persona muy astuta. Yo me encargaré de la chica, me ayudará sí o sí en este cometido, si no quiere correr la misma suerte que su amado.
Los cuatro seguían sin poder apartar la mirada del inspector Salvano, la reacción del mismo, cambiando de bando tan rápido y asestándole un disparo tan certero a Nicolás los había dejado boquiabiertos.
—Reconozco que nos has sorprendido —dijo por fin David—, no esperábamos esta reacción por tu parte, pero he decirte que nos alegra. Por favor, dame el arma que portas, entiende que es por seguridad.
Paolo obedeció, la cogió de nuevo y se la entregó sin vacilar al mayordomo.
—Así me gusta… aquí abajo no hacemos ya nada, ahora toca subir para “persuadir” a la chica, recordad que estará asustada por el desarrollo de los acontecimientos.
Todos los allí presentes, incluido Paolo, asintieron al mismo tiempo.
—He de advertiros que está armada, antes de saber toda la verdad sobre este asunto le di yo mismo el arma para que pudiese defenderse.
—Déjame a mi David —dijo Ignacio agarrando levemente del brazo al líder—, intentaré llevarla por el camino correcto de una manera suave, creo que a pesar de todo todavía seguirá confiando en mí. Ante tal momento de desconcierto agradecerá mi presencia.
—Como quieras.
Todos comenzaron a subir las escaleras, dejando el cuerpo inerte de Nicolás tendido en el suelo.
Ignacio se quitó el hábito que vestía, entregándoselo con cuidado a Aksel, el más joven de todos y, mientras los cuatro decidieron esperar justo en el umbral de los últimos escalones, este decidió salir de una forma un tanto teatral. Salió cojeando de una pierna.
Carolina, que no dejaba de mirar en dirección al pasadizo, sintió que su cuerpo se quedaba inmóvil cuando vio salir del mismo a su jefe, Ignacio Fonseca. Iba cojeando fuertemente de la pierna derecha, quizá el disparo que había escuchado le había alcanzado a él.
—Carolina, hija, menos mal que te encuentro, necesito tu ayuda —dijo acentuando cada vez más su cojera.
Esta, al ver a aquel hombre salir de aquella manera de ese lugar, dejó el arma en el suelo al lado de un todavía inconsciente Edward y corrió a socorrer a su jefe.
—¿Qué ha pasado ahí bajo, Ignacio? Y lo más importante, ¿qué haces tú aquí? —dijo al llegar y sujetar al casi anciano amigo de su padre.
Este, al sentir que Carolina estaba completamente desprevenida, dio media vuelta sobre sí mismo y la agarró con fuerza ante la sorpresa de la joven que no entendía qué estaba pasando en aquellos momentos.
—¿Qué pasa? —acertó a decir.
—Shhhh, silencio, escucha bien lo que te vamos a decir, es muy importante, no hagas ninguna tontería y sobre todo, olvida las heroicidades si quieres mantenerte con vida. A nosotros nos interesa que lo hagas.
—¿Cómo?
De repente, sus ojos crecieron como platos gigantes al ver las caras de las personas que comenzaron a salir del pasadizo, eran el resto de guardianes del tesoro, acompañados de David Hoff, el mayordomo de Edward y Paolo, no conseguía ver a Nicolás por ninguna parte.
—¿Dónde está…?
—¡Cállate! —gritó David—, ahora escucha bien la historia que te vamos a contar, no hagas la estúpida o acabarás como tu amiguito.
—¿Qué le ha pasado a Nicolás? —dijo mientras la histeria comenzaba a apoderarse de su cuerpo y las lágrimas brotaban de sus lagrimales casi sin control.
—Nicolás está donde debería de estar para no entorpecer nada, muerto —dijo muy frio Paolo.
—¡Hijo de puta! —acertó a decir entre llantos Carolina—, ¡eres un cabrón de mierda!, ¡hijo de puta! —gritaba sin dejar de llorar a mares.
—Gracias, no merezco tantos piropos, pero si quieres puedes seguir —ironizó el inspector con una sonrisa malévola ante el asombro de la joven.
Carolina intentó gritar de nuevo pero sintió como Ignacio colocaba su mano encima de su boca impidiendo que esta pudiese emitir sonido alguno.
—Así está mucho mejor —dijo David—, el inspector ha comprendido qué bando es el correcto y nos va a ayudar en nuestro cometido. Espero que usted también lo haga, no sea estúpida o como ya le he dicho, acabará con su amado, no vacilaremos.
Carolina tenía los ojos inyectados en rabia al mismo tiempo que derramaba lágrimas sin pausa, si hubiese podido moverse, con sus propias manos hubiese acabado con la vida de los allí presentes.
Pero estaba fuertemente sujeta por el que hasta ahora creía que había sido un gran amigo de su familia.
—Le resumiré rápido para que lo entienda, no me apetece contar una vez más la misma historia —dijo David con cara de aburrido—, ya hemos pasado dos fases de la profecía, una era su iniciación dentro de la hermandad, aunque ustedes no lo sabían, la otra, la muerte de los pecadores, que también la conoce. Ahora sólo falta una tercera con la que esperamos contar con su ayuda y la del inspector Salvano, que gustosamente se ha ofrecido quitando incluso de en medio al inspector Valdés. Si se niega, pues nada, morirá, si accede, mejor para usted y para nosotros pues contaremos de nuestro lado con una mente absolutamente brillante.
David hizo una pausa para ver si Carolina cambiaba su rostro al escuchar sus palabras, pero su tez seguía emanando rabia a raudales, decidió seguir y contárselo todo.
—Si se lo está preguntando, sí, hemos engañado a todo el mundo haciéndonos pasar por miembros de una orden que ya no existe como es la de los caballeros templarios. Hace siglos que nuestros antepasados consiguieron encontrar sus tesoros y ahora nos pertenecen. Para su consuelo he de decirle que tanto su padre como el viejo que yace ahí no sabían nada de todo esto y vivían absolutamente engañados, pero he de decirle también que gracias al sacrificio que hicimos con su progenitor, hicimos el gran descubrimiento de usted, que nos ha sorprendido a todos por su agudeza e ingenio. Es por eso que la necesitamos para llevar a cabo la tercera parte de la profecía, que permanece oculta ya demasiados años. Espero poder contar con su ayuda, pues ya le digo, sería una pena tener que matarla. Ahora Ignacio le dejará la boca libre para poder hablar, espero no me decepcione o le meteré un balazo en la frente.
Ignacio obedeció y soltó lentamente la cara de la joven.
—Antes prefiero morir que ayudarles en algo tan ruin, así que ya saben lo que tienen que hacer.
—Es una pena, pero si usted lo ha querido, no nos queda más remedio. Inspector —dijo mirando hacia Paolo—, ¿quiere hacer los honores?
—Por supuesto —dijo el inspector italiano con una sonrisa oscura—, estaré encantado de acabar con ella, ¿me permiten mi arma?
—Claro, faltaría más —dijo David cogiendo el arma del inspector que había guardado hace unos instantes en el cinto de su hábito—, aquí la tiene.
Paolo agarró el arma, le quitó el seguro y caminó con decisión hasta la posición en la que se encontraban Carolina e Ignacio.
—Ponte de rodillas, disfrutaré más pegándote un tiro en la cabeza.
Carolina, resignada y sin importarle para nada la muerte, dado el cariz que habían tomado las cosas, obedeció y se arrodilló frente al inspector. Sin dejar de llorar todavía cerró los ojos y decidió dedicar su último pensamiento hacia el amor de su vida, Nicolás.
Un disparo acertó a su objetivo sin errar.