Los rostros de los tres guardianes del tesoro templario aparecieron ante los ojos de Nicolás, Francisco, de Portugal, Aksel de Dinamarca e Ignacio Fonseca, el jefe de Carolina, de España.
Quizá el que más sorprendió al inspector fue el del aparente líder de los cuatro, que no era otro que David, el mayordomo de Edward.
El inspector español no cesaba de negar con su cabeza, aquello no podía ser real, era imposible que estuviese sucediendo de verdad. Era la peor de las pesadillas imaginables y quería despertarse de inmediato, aunque por más que lo intentaba, no podía conseguirlo. Paolo miraba al español sin entender muy bien lo que pasaba, conocía más o menos la historia de lo acontecido hacía un año y medio ya que se la habían relatado, pero no conocía todos los detalles y no sabía hasta qué punto estaba afectado Nicolás por todo aquello.
—¿Le sorprende vernos, inspector? —dijo Francisco en tono burlón.
—Hijos… de puta… —acertó a decir.
—No nos lo tome en cuenta inspector, en el fondo le hemos hecho un favor integrándoles tanto a usted, como a Carolina y por qué no, a su nuevo amigo en nuestra hermandad. Gracias a nosotros conocerán la nueva edad, una edad sin iglesias, sin mentiras, sin una falsa fe, con las enseñanzas reales que promulgó Jesús en sus días y no lo que nos han vendido esos meapilas —dijo Ignacio mirando a los ojos de Nicolás.
—Entonces, toda esa historia de los caballeros templarios, ¿era mentira? —dijo el inspector.
—Según cómo lo mire, todo lo que vieron con sus ojos era real, pero la orden hoy por hoy está extinta, parece mentira que sean capaces de creer todavía que la orden del temple sigue funcionando hoy en día, es algo ridículo.
—¿Entonces el padre de Carolina… y el señor Murray… qué pintan en todo esto?
—Simples marionetas, dos viejos románticos dispuestos a gastar todos sus esfuerzos y sobre todo, todo sus dineros para la causa que ellos creen defender. No fue muy difícil convencerlos de que habían sido seleccionados por la orden para ser partícipes de su secreto y convertirlos en auténticos caballeros templarios. Eso sí, ha sido un proceso muy lento, en el que han debido de pasar muchos años para que todo se asentase como es debido, pero si algo nos sobra mi querido amigo, es paciencia, de esa tenemos más que suficiente.
—¿Y esta guarida siempre ha estado aquí, delante de las narices del señor Murray?
—No hay más ciego que el que no quiere ver. La familia Murray siempre ha tenido este lugar de reunión debajo de sus pies, es por eso que la familia Hoff —dijo Ignacio señalando con la mirada a David—, ha procurado, generación tras generación, estar al cuidado de los miembros de esta familia, procurándoseles siempre el puesto de líder de nuestra hermandad. Su trabajo es el más complicado de todos, nuestras reuniones siempre se han realizado aprovechando los múltiples viajes de Edward al extranjero.
—Pero…
—¡Basta de charlas inútiles! —exclamó David—, seguiré explicando a los inspectores todo lo que necesitan saber —hizo una pausa—. Una vez teníamos asegurada su iniciación en la hermandad, nos preocupamos de la segunda parte de la profecía, la conocida como “La profecía de los pecadores”, aunque creo que esa parte, ya la conocen a la perfección, sobre todo usted —dijo mirando a Paolo.
—Sí, pero esa parte está interrumpida, el doctor ya está en la cárcel, conseguimos evitar que matara al Santo Padre —dijo este sin apartarle la mirada.
—Otro iluso, ¿piensa que eso nos va a detener? ¿Cree que no hay más sacerdotes pecadores? El mundo está lleno, mira hacia donde mire podemos encontrar a una de esas personas que van predicando acerca de los pecados, el cielo y todas esas payasadas y luego son ellos los que no dan ni una gota de ejemplo al respecto. Me río de ellos en su cara, encontraremos a otro sacerdote en menos de lo que canta un gallo y a otro iluso como el doctor que quiera matar por nosotros, una simple promesa de purificación eterna bastará para una mente atormentada por el paso de los años y las desgracias.
—¿Y de verdad están pensando que cuando consigan la última muerte, así, por arte de magia, va a aparecer una nueva era para la humanidad?
—¿Nos toma por estúpidos? La causa no está completa, y es por eso lo que viven todavía. Falta una tercera parte, la parte crucial y definitiva. Saben que la gente necesita ver para creer, y créame, verán. Un último cometido ha de realizarse y ustedes, queridos amigos, como iniciados en la hermandad, serán los encargados de hacerlo.
—¿Y si nos negamos? —preguntó Nicolás dando un pequeño paso hacia adelante.
—Entonces les volaremos la tapa de los sesos, no tenemos ningún inconveniente en eso, aunque sinceramente nos gustaría contar con su ayuda. Esta tercera parte requiere de la astucia demostrada por ustedes y nos serían de gran ayuda, ahora que si no quieren… ya saben… Además, cuenten con que tenemos influencias en todos los lugares que ustedes puedan imaginar, nunca conseguirían estar a salvo en ningún sitio, es mejor que intentemos llevarnos todos lo mejor posible.
Tanto Paolo como Nicolás quedaron pensativos ante la afirmación del mayordomo de Edward, estaban con el agua al cuello en aquellos momentos y no sabían cómo solucionar aquella peliaguda situación.
—¿Y de qué trata la tercera parte de la profecía? —quiso saber Nicolás.
—No se me impaciente, amigo mío, todo a su debido tiempo, aunque intuyo por su pregunta que va a ayudarnos, hace bien, créame, hace bien.
—¡Bueno, basta ya de tonterías! —dijo de repente Paolo a la vez que sacaba otro arma oculta de su espalda y apuntaba a los cuatro traidores con ella, ante la sorpresa de los allí presentes—, ¡ya me he cansado!, ¡vamos a dejar zanjado de una vez todo este asunto!
Los cuatro ataviados de monje sostuvieron con mayor firmeza sus armas, preparados ante cualquier reacción del inspector.
—¡Paolo! —dijo un alarmado Nicolás con las manos hacia adelante pidiéndole calma—, no hagas ninguna idiotez, sabes que te matarán sin ninguna contemplación, ellos son cuatro y nosotros dos, perdemos en una más que evidente inferioridad numérica.
Paolo miró las caras de los cuatro una a una y contempló cómo la tensión de sus rostros se acrecentaba fuertemente cada segundo que trascurría.
Ninguno bajaba su arma, todos atentos a cualquier movimiento que pudiesen realizar y que implicase un peligro mortal para alguno de los allí presentes.
—¿Acaso en algún momento he mencionado que quiera dispararles a ellos? —respondió dándose la vuelta de repente y apuntando a Nicolás con el arma directamente al pecho del inspector español—, casi no te conozco, pero estoy seguro de que algo tramas para dar al traste con todo esto y no pienso permitírtelo. Yo sí estoy interesado en lo que nos acaban de relatar, estoy harto de la iglesia que conocemos hoy en día, capaz de permitirlo todo y después taparlo como si nada hubiese pasado.
Nicolás retrocedió unos pasos lentamente al comprobar cómo los ojos del inspector Salvano estaban inyectados en una evidente rabia.
—Paolo, escúchame por favor, ¿te has vuelto loco? —acertó a decir al fin.
—Para nada, estoy más cuerdo que nunca, veo las cosas con más claridad de lo que las he visto en toda mi vida entera. Si para conseguir un mundo perfecto, hay que pasar este proceso que estamos viviendo, bienvenido sea, todo sea por un mundo mejor, sin guerras santas, sin odios entre religiones, sin injusticias entre los que la predican, sin actos que quedan impunes ante la ley… Durante estos días me he sentido ridículo viendo como da igual lo que hayas hecho si te arrepientes justo en el momento preciso, dime, ¿es eso justo?, a mí me parece que en absoluto… Yo mismo me encargaré de derramar la última sangre del pecador, tengo la lista de Fimiani, es más… quizá sea él, estoy harto de sus mentiras, a saber qué más cosas me oculta, será algo fácil…
—Paolo por favor, recapacita, no te dejes embaucar por sus palabras, para ellos solo eres un instrumento con el cual puedan conseguir llevar hasta el final su locura, y cuando acabe todo, verás como nada ha cambiado, pero tus manos estarán manchadas de sangre, ¿podrás vivir con eso?
—Te aseguro que sí, eres una molestia y estoy seguro de que acabarás fastidiándolo todo, así que… Adiós.
Sin dar ninguna explicación más apretó el gatillo asestando un balazo en pleno centro del pecho al inspector español, que cayó bruscamente al suelo impulsado por el impacto de la bala y que cerró los ojos inmediatamente.
Todos los allí presentes contemplaron boquiabiertos la escena, para nada esperaban una reacción así por parte del italiano, volvieron a mirar el cuerpo del español, que ya no respiraba.