Capítulo 74

Con los brazos estirados en cruz, atados cada uno de ellos con dos cadenas que a su vez servían para elevarlo hacia el techo a través de dos argollas clavadas en la pared, el cuerpo desnudo de Edward yacía encima de unas llamas, sin duda alguna provocadas, que cada vez comenzaban a ser más intensas y que, debajo de sus pies atados con una cuerda para que no se pudiera mover, ardían gracias a un montón de libros apilados que servían para hacer la improvisada hoguera.

Aquello parecía más bien una quema de brujas por parte de la inquisición española.

—¡Carolina! —gritó Nicolás al reaccionar frente a la cruda imagen que tenía en frente—, ¡al lado de la puerta de entrada he visto que había extintor, tráelo rápida para poder apagar este fuego antes de que alcance el cuerpo de Edward, creo que aún está vivo!

Carolina reaccionó lo más rápido que pudo ante las órdenes del inspector y con la respiración entrecortada debido al shock vivido al ver la imagen de la hoguera, corrió para obedecer las órdenes del inspector. Encontró el susodicho extintor, lo descolgó como pudo pues pesaba más de lo que ella en un principio esperaba y lo llevó hasta la posición que ocupaban los dos inspectores. Paolo, cuando la vio le arrebató el apagafuegos de las manos y corrió con todo su empeño para extinguir el fuego que comenzaba a ser cada vez más violento.

Proyectó el chorro contra las llamas y al cabo de unos segundos consiguió dominarlo, quedando este extinto para alivio de los allí presentes.

Nicolás miró a su alrededor y vio una manta que hacía los efectos de cubre sofá, este lo agarró sin dudar colocándola encima del recién apagado incendio, ahora tocaba bajar al anciano de aquella posición tan antinatural.

—¿Nos dejamos de tonterías y lo bajamos en medio segundo? —dijo Nicolás a Paolo mirando su arma, a lo que Paolo contestó con un asentimiento, dejando claro que había entendido las intenciones del español.

Cada uno eligió una argolla y apuntó con su arma hacia ella cerrando uno de sus ojos para lograr una visión más certera de hacia dónde querían dirigir sus disparos.

—Una… dos… tres… —dijo Paolo apretando el gatillo justo cuando llegó al último número, al igual que Nicolás.

Ambos disparos acertaron de lleno justo en el punto que querían, rompiendo la cadena y haciendo que Edward cayese de golpe justo en la manta que acababa de poner Nicolás encima de la improvisada hoguera.

Lo primero que hicieron cuando cayó fue mover rápidamente el cuerpo del anciano de donde había caído pues aquello estaba demasiado caliente y podría quemarse. Una vez apartado, Nicolás indicó a los dos jóvenes que iba a la cocina a por un poco de agua para echar por encima del cuerpo para refrescarlo.

En menos de un minuto estuvo allí con una jarra de un litro de capacidad llena hasta arriba que no dudó en arrojar de golpe sobre, primero la cara y seguidamente por el resto del cuerpo del allí yaciente.

Edward, el cual había escapado casi de milagro a que su cuerpo se calcinase sin control en aquella hoguera, al sentir el frescor nuevamente en su cuerpo, logró abrir un poco sus ojos. Intentó hablar, pero no consiguió que sus palabras saliesen por su boca, por lo que, tras un tremendo esfuerzo, logró mover el brazo lentamente y señalar hacia la estantería de la pared Este de la habitación.

Nicolás y Paolo comenzaron a correr hacia la dirección que el anciano había apuntado y comenzaron a tocar la estantería por todos lados, intentando, seguidamente, moverla sin éxito alguno.

—¿Qué quiere que hagamos aquí? —dijo Paolo al girarse bruscamente en dirección hacia donde el viejo estaba tirado en el suelo con los cuidados de Carolina a su lado.

—¡Está inconsciente! —dijo la joven mientras le sujetaba la mano y comprobaba que todavía tenía pulso.

—¡Joder! —exclamó Nicolás que comenzó a tirar uno a uno todos los libros que contenía la estantería, comprobando cómo había uno de ellos, que no caía al suelo, pues parecía estar sujeto a la misma.

Curiosamente, era un ejemplar de la Biblia.

—Mira Paolo, este libro no está como los demás, ayúdame a tirar de él, está algo duro.

Paolo, de un salto se colocó justo al lado del español y, obedeciendo, comenzó a tirar del libro al mismo tiempo que Nicolás, consiguiendo que se levantara un poco hacia arriba, como si de una palanca se tratase.

De repente, comenzó a escucharse un sonido que tanto Nicolás como Carolina ya se habían cansado de escuchar los días anteriores, el sonido de un mecanismo de engranajes que giraban entre sí.

La estantería comenzó a moverse revelando unas escaleras descendentes por un estrecho pasillo de piedra. Las antorchas de la pared, estaban encendidas, quien fuese que le hubiese hecho eso a Edward, seguramente acababa de pasar por ahí.

Nicolás miró a Carolina, preocupado por dejarla sola con el anciano.

—Nicolás, no te preocupes por mí, me quedaré con él para que no le pase nada más, bajad y averiguad qué significa toda esta locura.

—Toma, por si acaso —Paolo, extrajo de su parte trasera un nuevo arma y lo empujó con sus pies por el suelo con una suave patada que llegó milimétricamente hasta la posición de Carolina—, lleva el seguro puesto, no te preocupes, pero si tienes que usarla acuérdate de quitarlo o no conseguirás nada, te deseo suerte, Carolina.

Nicolás no se sorprendió al ver que Paolo sacase un nuevo arma pues había visto cómo la había guardado en su espalda justo antes de pasar el falso control de embarque en el avión, pues los policías que “revisaron” sus pertenencias estaban avisados de que irían armados por parte de los Carabinieri.

—Bajemos —dijo el italiano.

Nicolás echó una última ojeada a Carolina para asegurarse de que todo estaba bien, a lo que esta respondió con una dulce sonrisa que indicó al inspector que podía proceder.

Ambos comenzaron a bajar, muy despacio y vigilando sus pasos por las escaleras. Paolo intentó agarrar la antorcha pues parecía que más abajo la oscuridad anegaba lo que fuesen a encontrar, pero la antorcha estaba fuertemente sujeta a la pared, por lo que desistió y deseó que hubiese una abajo del todo que pudiese encender con el mechero que llevaba en el bolsillo.

Con paso muy lento y con el arma por delante, Nicolás creyó llegar a la parte más baja de la escalera, pues apenas se podía distinguir nada, pero una cortina parecía indicar que era el fin del descenso. Decidió pasar el umbral de la misma, seguido por detrás de Paolo.

Parecía que estuviesen en una estancia, el frío y la humedad de la misma era patente, pero no podían ver absolutamente nada. Tenían que encontrar una fuente de luz pronto, pues no tenían ni idea de lo que les deparaba el interior de la sala.

Nicolás, siguió andando unos pasos más hacia el interior, con la esperanza de tocar algo que sirviese para iluminar la sala, hasta que topó con algo parecido a una gran mesa de piedra, algo que corroboró tocando a ciegas con sus manos el contorno de esta. Paolo que topó con Nicolás debido a la oscuridad, también comenzó a palpar en busca de la iluminación pertinente.

Iluminación que llegó por sorpresa por sí sola.

De repente, cuatro velas se encendieron de golpe sin previo aviso mostrando el interior de la sala, con su enorme mesa de piedra y sus sillas perfectamente dispuestas, así como a cuatro sombras, pegadas a las paredes en un círculo que los rodeaba, vestidas como monjes con hábito y amplias capuchas que portaban cada una un arma que los apuntaba directamente.

La hermandad les había tendido una trampa.

—Tiren las pistolas al suelo —dijo una voz familiar para Nicolás, aunque todavía no había logrado identificar al cien por cien.

Obedecieron, con una mano en alto en señal de paz. Con la otra los dos inspectores dejaron sus armas en el suelo y les dieron una pequeña patada para alejarlas de ellos, dejando ver que no harían ninguna maniobra sospechosa ante ellos.

—Muy obedientes —siguió hablando la voz mientras comenzó a andar hacia la única salida de la estancia seguido del resto de las siniestras sombras, que imitaron al que parecía su líder. Sin dejar de apuntar a los inspectores, colocaron sus posiciones justo en la entrada/salida de la estancia.

—¿Quiénes son ustedes? —preguntó Nicolás con una voz oscura al verse envuelto en aquella escalofriante situación.

—Antes de presentarnos, debo de darle las gracias inspector, gracias a usted y a su novieta, hemos iniciado a dos nuevos miembros para nuestra hermandad, que era otro de los requisitos que pedía la profecía para ser cumplida, junto a la muerte de los apóstoles pecadores.

—No entiendo qué quiere decir…

—Se lo explicaré gustosamente. La profecía dice que, para la llegada de una tercera edad en la que lucidez estuviese por encima de la fe en creencias estúpidas, debían de desarrollarse una serie de acontecimientos. En primer lugar, dos nuevas incorporaciones de corazón puro debían de agregarse a nuestras filas, ellos serían los encargados de traer esa tercera edad para la humanidad. Usted y la chica han sido esas dos incorporaciones, han llegado hasta el final de las seis pruebas y ya están listos para el asalto final.

—¿Seis pruebas? Nosotros solamente hemos realizado tres —dijo Nicolás muy extrañado ante las palabras de aquel siniestro hombre.

—¿Acaso he de explicárselo todo? Han realizado seis pruebas, tres ahora y tres hace un año y medio, o ¿acaso no las recuerdan?

Nicolás quedó de piedra ante tal afirmación, ¿acaso el engaño al que creían estar sometidos comenzó mucho antes sin que apenas pudiesen darse cuenta?

—No me mire así, ¿es que no se dio cuenta de que todo aquello fue una pantomima para que comenzaran su iniciación en la hermandad? ¿Piensa que si nosotros no hubiésemos querido y se lo hubiésemos facilitado tanto hubiesen encontrado por ustedes mismos el famoso tesoro templario? Vamos, no me haga reír.

—¿Entonces lo de la muerte del padre de Carolina?

—Un señuelo para involucrarla, usted vino como un regalo del cielo, aunque como ya habrá comprobado lo controlamos casi todo y desde su comisaría se les empujó sin que pudiesen darse cuenta para que ambos investigaran juntos.

—Pero… es imposible…

—Le aseguro que no lo es, todo ha sido más fácil de lo que piensa.

—Y… ¿también engañaron a los guardianes del tesoro templario para llevar a cabo sus planes?

—No lo crea —dijo otra voz de golpe.

De repente, las cuatro sombras apartaron de sus cabezas las amplias capuchas para revelar sus identidades.

A Nicolás le entraron ganas de vomitar del nerviosismo que le entró al ver los rostros de los allí presentes.