Nada más poner un pie dentro de la sede central, los tres decidieron tomar un pequeño descanso para poder echarse algo a la boca mientras esperaban que el cuerpo del fallecido llegase a las dependencias forenses. Quizá podría tardar una hora más y no estaban dispuestos a morir de hambre por muy peliaguda que fuese la situación.
Los tres estaban realmente cansados, demasiadas horas sin dormir y un cúmulo importante de hechos increíbles habían conseguido que sintieran que sus cuerpos comenzaban a decir basta. Pero tenían claro que ahora no era momento de descansos, el asesino estaba actuando compulsivamente y no descartaban una nueva muerte a lo largo del día.
Decidieron pedir algo en un restaurante de comida rápida para que lo sirviesen en la propia sede, mientras comían pondrían sus ideas en común para intentar avanzar algo en la investigación de los asesinatos.
Paolo, después de preguntar al sacerdote y al subinspector qué deseaban pedir, sacó su móvil para llamar al restaurante y, mientras miraba la agenda de contactos pues tenía el teléfono del establecimiento grabado en ella, echó un vistazo hacia el centro de la oficina y entonces lo vio.
Dejó caer su móvil al suelo debido al vuelco que acababa de darle al corazón.
Alloa, al ver la reacción del inspector y todavía sin saber por qué había dejado caer su teléfono móvil al suelo, lo recogió y se lo ofreció de nuevo, que miraba impávido hacia una dirección, sin pestañear y con la cara blanca.
—Inspector, ¿qué ocurre? —preguntó sin saber qué le sucedía a Paolo.
—Alloa —acertó a decir después de unos instantes—, mire hacia donde yo lo hago.
Alloa obedeció y dirigió su mirada en la misma dirección que Paolo, comprobando el motivo por el cual el inspector se comportaba así. Carignano, que por fin se había dignado a aparecer, iba andando por el centro de la comisaría con unos documentos en la mano. Presentaba una profunda cara de pocos amigos y cojeaba de la pierna derecha, aunque parecía hacer un gran esfuerzo por disimularlo.
Alloa dio un paso rápidamente para dirigirse en dirección a Carignano, pero fue detenido inmediatamente por la mano de Paolo.
—Déjeme a mí, por favor, vayan a mi despacho. No montaremos un espectáculo aquí en medio.
Alloa asintió e indicó con la cabeza al padre Fimiani para que lo siguiese.
Paolo dio la vuelta, colocándose de espaldas a Carignano que ni lo miraba en aquellos momentos para coger su arma y colocarla dentro de su bolsillo, toda precaución era poca. Comenzó a andar en dirección del subinspector, de manera muy lenta, calmada y sin sacar su mano del bolsillo mientras acariciaba su arma con casi todos los dedos.
—Buenos días, Carignano, ¿llega usted un poco tarde no? —dijo con la mayor calma posible sin perder la atención por lo que pudiese ocurrir.
—Verá, inspector… —dijo este algo nervioso.
—Venga conmigo a mi despacho y me lo explica ahí —le interrumpió Paolo antes de que pudiese decir nada.
El inspector dejó que Carignano fuese delante de él mientras se dirigían al despacho, desde esa posición podría controlarlo mucho mejor. Cuando llegaron, el subinspector dio la vuelta, esperando a que Paolo pasase primero, pero este le indicó que pasara él.
Carignano no pudo ocultar su sorpresa al comprobar que dentro del despacho ya estaban el subinspector Alloa y el sacerdote.
—¿Qué ocurre aquí? —quiso saber volviéndose de nuevo hacia Paolo.
—Siéntese en la silla muy despacio y, antes de hacerlo y sin realizar ninguna tontería, saque su arma para depositarla también muy despacio encima de mi mesa. Ni se le ocurra cometer una estupidez pues tengo en mi mano mi pistola y no dudaré en usarla si usted se me descontrola —ordenó Paolo en un tono bastante afable.
—¿Qué deje mi arma? ¿Qué están pensando de mí?, me parece que están demasiado confundidos.
—Cállese, aquí las preguntas las hacemos nosotros —ordenó Alloa.
—Primero me va a explicar por qué anoche se fue de aquí antes de tiempo —dijo Paolo.
—Inspector, no sé de qué va todo esto, pero anoche me fui antes por un problema familiar.
—¿El mismo problema familiar que le ha impedido llegar hoy a su hora? Bueno, más bien que a su hora, unas cuantas horas después…
—Eh… Sí… —contestó bastante nervioso.
—¿Y esa extraña cojera que lleva usted hoy?, ¿también por ese problema familiar?
—No… me he caído y me he torcido la rodilla…
—Su forma de caminar no es de cuando alguien se hace daño en una rodilla, parece más bien un dolor de la parte del muslo.
—Bueno sí, me duele más el muslo que la rodilla —contestó ya casi fuera de sí.
—¡Basta ya de jueguecitos, Carignano! —vociferó Paolo dando un fuerte golpe sobre su mesa—, lo sabemos todo, usted ha querido ser el asesino perfecto, pero le ha salido el tiro por la culata. He de reconocer que lo esperaba más inteligente la verdad, con la excelente labor que ha realizado en sus crímenes y se permite el error de aparecer cojeando cuando todos en esta comisaría saben que uno de nuestros agentes acertó en su pierna con un disparo. Ha cometido el peor error de todos.
—Inspector, esto ya me parece bastante grave, no entendía muy bien qué hacía aquí pero ahora lo entiendo todo, me están acusando de ser ese maldito asesino, ¿no es así? —quiso saber Carignano pasando de la sorpresa a la indignación.
—Todo es demasiado casual, ¿no cree?
—Me parece una auténtica estupidez lo que están haciendo, mientras hacen el imbécil aquí conmigo el asesino sigue suelto por ahí. Están perdiendo el tiempo, ¿es que acaso no lo ven?
—Si es así, enséñenos qué le ha ocurrido en la pierna —dijo Alloa.
—Alloa, ¿estás loco?, además ¿quién te crees para darme tú a mí una orden?
—Vale pues lo pido yo —intervino Paolo—, muéstrenos su pierna.
—Me niego en redondo, me están acusando de algo muy grave y no estoy dispuesto a pasar por esto.
—Carignano, no sea estúpido, sabe que puedo detenerlo y retenerle durante 24 horas, es más, lo voy a hacer delante de toda la sede para que todos puedan ver la cara del asesino. Así que, si tiene algo que demuestre que no es usted nuestro hombre, demuéstrelo ahora, es su momento.
—Está bien —dijo resoplando y recobrando de nuevo el nerviosismo—, pero deben de prometerme que lo que les voy a contar debe de quedar aquí. Padre, a usted le recomiendo que salga fuera si no desea escuchar lo que voy a relatar.
—No tengo problema alguno con nada, se lo aseguro, no creo que sea peor que todo lo que estamos viviendo en estos últimos días —contestó el sacerdote.
—En fin, allá voy. Digamos que desde hace un tiempo mis hábitos para divertirme por las noches han variado un poco, soy una persona joven, tengo dinero por mi posición dentro de la sede, sin compromiso alguno y nunca me ha importado tener que pagar para conseguir lo que necesito para sentirme satisfecho, no sé si me entienden.
—A la perfección, si acaso se refiere a la prostitución, claro está…
—Así es, pues desde hace un tiempo he descubierto una práctica que conseguía que sintiese que mi dinero estaba mejor invertido que antes… por así decirlo… una práctica… que añade dolor…
—Hablamos de sado, ¿me equivoco?
—Para nada, no se equivoca, es sado y me ha gustado hasta el punto que se ha convertido en casi una obsesión para mí y, reconozco que anoche mentí para poder irme antes a un local del que me habían hablado unas personas que comparten mi afición.
—¿Y? —quiso saber el inspector.
—Digamos que aquí viene la parte de la que me avergüenzo. Anoche, en el club, una prostituta se aprovechó de mí y me dejó atado en la cama con esposas en las manos y en los pies, me azotó desmesuradamente hasta hacerme varias heridas en todo el cuerpo, sobre todo el glúteo y muslo derecho y me robó la cartera.
Paolo y Alloa no pudieron reprimir sus risas al escuchar la historia de Carignano, al padre Fimiani no parecía hacerle demasiada gracia.
—¿Y entonces esta mañana por qué no ha venido? —preguntó Fimiani al comprobar que los dos agentes seguían riendo ante el suceso de Carignano.
—He estado en urgencias toda la mañana curándome las heridas mientras me administraban algunos calmantes para el dolor, este papel lo demuestra —introdujo su mano en su bolsillo izquierdo del pantalón y sacó una hoja que entregó al inspector de inmediato.
Paolo, todavía con algo de risa en su rostro, leyó el documento que demostraba que Carignano decía la verdad, lo que le hizo relajarse bastante. La idea de tener al asesino en su mismo despacho lo había tensado bastante.
—Está bien, Carignano, le creo, puede marcharse y, si quiere que nosotros olvidemos este incidente que nos ha contado, usted debe de hacer lo propio con la visita a este despacho, ¿he sido claro?
—Mucho —respondió con la cabeza agachada mientras se dirigía hacia la puerta del despacho.
—Y lleve cuidado en los lugares que se mete —añadió el inspector nuevamente sonriendo.
Carignano le dedicó una falsa sonrisa y salió del despacho del inspector.
—Me cuenta esto otra persona y no lo creo —dijo Paolo mientras negaba repetidamente con su cabeza—, ha entrado siendo un posible asesino y se ha marchado siendo un vicioso empedernido, lo que hay que ver.
—Era demasiado raro que diese el perfil de asesino, le falta muchísima inteligencia, todos sabemos que ha llegado a subinspector lamiendo culos solamente, no por sus dotes policiales —dijo Alloa.
—Bueno, sea como sea ahora nada de eso importa. Olvidemos por el momento este episodio y volvamos a centrarnos en la búsqueda de nuestro hombre. Volveré a hacer el intento de pedir la comida y trabajaremos como mulas para encontrar alguna clave que nos ayude con este caso.
El sacerdote y el subinspector asintieron con la cabeza.
Esta vez Paolo sí pudo hacer el pedido sin ningún sobresalto, pedido que fue servido en apenas quince minutos y engullido diez minutos más tarde. Estaban completamente hambrientos.
Esta vez decidieron, por comodidad, quedarse sentados en el despacho de Paolo para trabajar. Si el jefe ponía alguna pega si acaso los descubría Alloa alegaría cualquier tontería para justificarse.
Aunque en realidad no creía que hiciese falta.
Lo primero que hicieron fue buscar los antecedentes del sacerdote fallecido, Fimiani no se sorprendió demasiado al comprobar que Paolo tenía una copia de su documento “secreto” acerca de los crímenes cometidos por los sacerdotes, pues deliberadamente dejó a la disposición del inspector su cartera para que pudiese acceder a ellos y así poder evitar un posible ataque hacia su persona sin levantar sospechas por parte de nadie.
Gracias a Dios todo había salido como él esperaba.
—Aquí está, padre Alonzo Calvacanti, detenido en su día por amenazas en un bar mientras iba totalmente borracho —comentó Paolo mientras observaba los antecedentes del sacerdote—, pues tampoco ha cometido un gran crimen.
—Inspector, no todos han matado a alguien, pero al fin y al cabo también es un delito lo realizado por este sacerdote.
—Sí, tiene razón.
—¿Entonces qué relación puede tener la frase dejada por el asesino con el delito o pasado de este pobre hombre? —Preguntó Alloa mientras se rascaba la cabeza.
—De momento no puedo saberlo, en este caso, “volver a empezar”, puede referirse a cientos de cosas, algunas con más sentido, otras con menos… pero que ahí están.
—Podría ser un volver a empezar en el sentido de limpiar sus pecados. Quizá en un tiempo pasado, nuestro hombre, cometió los mismos crímenes por los que está matando a estos sacerdotes, quizá él lo considere un acto purificador —dijo Fimiani.
—Tiene bastante sentido lo que dice y, quizá, aferrándonos a eso y buscando en nuestra base de datos, encontremos a alguien que dé el perfil —dijo Alloa esperanzado.
—Pues manos a la obra, con es…
De repente la puerta del despacho de Paolo se abrió bruscamente, uno de los subinspectores apareció por ella jadeando, como si se hubiese pegado una carrera digna de ser llamada maratón.
—Por favor, diríjanse lo más rápido que puedan a los laboratorios de pruebas, creo que lo tenemos.
Paolo, casi sin darse cuenta saltó por encima de su mesa, estando a punto de tirar al suelo a los allí presentes.