Una vez de vuelta en la sede central y, tras una larga espera que hizo que amaneciera y saliese el sol anunciando un nuevo día, llegó la noticia de que el cuerpo por fin había llegado a las dependencias forenses para su examen. Todo un tiempo récord teniendo en cuenta las otros tiempos empleados.
Paolo, Alloa y el padre Fimiani que, a pesar de lo vivido y las horas que había pasado sin dormir, parecía estar más enérgico que nunca descendieron a la sala de autopsias especiales en la cual ya les esperaba el doctor Meazza con el cuerpo del sacerdote dispuesto sobre la mesa.
—Guido, dame una alegría por favor —dijo Paolo con ojos de cordero al médico.
—Mucho me temo que no es así, todo lo contario, mi querido Paolo —hizo una pausa para mirar hacia abajo, en dirección al cadáver del sacerdote—. Estoy al tanto de los últimos acontecimientos, espero de corazón que estén los tres bien, sobre todo usted, padre Fimiani, no sabe cuánto lamento lo sucedido, ha tenido que pasar usted todo un calvario —el forense hizo una pausa para dedicar una mirada de compasión al sacerdote que este devolvió en forma de sonrisa de agradecimiento por la preocupación—. A la vista de todo esto, he tenido que meter la quinta marcha para poder darles algo en el menor tiempo posible, pero lamento decirles que he revisado el cuerpo minuciosamente, incluido el contenido del estómago del mismo y no he encontrado nada de nada. Si no fuese porque esperábamos este tipo de asesinato y la ya habitual herida debajo del costado que le produjo la muerte, diría que no es un acto de nuestro hombre.
—¿A qué se refiere? —quiso saber Alloa.
—A que su manera de actuar, al menos el cuerpo así me lo relata, ha sido muy distinta a otras ocasiones. Me explico, el modus operandi ha sido igual, primero lo ha matado y luego le ha golpeado con el látigo…
—Conmigo lo hizo distinto, primero comenzó a golpearme con el látigo, no entiendo por qué —dijo el padre Fimiani.
—Yo tampoco lo sé, ojalá pudiese ayudarle padre pero no tengo ni idea —continuó el doctor—. En este caso sí ha sido como siempre, pero a juzgar por el tipo de heridas que casi lo ha desollado, pienso que lo ha golpeado con mucha rabia, en un acto casi sádico y el perfil establecido eliminaba ese tipo de actos de su personalidad. Siempre por ritual, nada de sadismo, ahora parece incluso que ha disfrutado azotando el cuerpo sin vida de este pobre hombre.
—Yo puedo explicarles eso —dijo Paolo—. Con usted, padre, actuó así porque la muerte constaba de dos partes, una de azote y otra de crucifixión. Apuesto a que planeaba matarlo entre las dos partes y discúlpeme por la crudeza de mis palabras, pero pienso que es así. Las otras muertes han constado de un único paso, por lo tanto quizá actuó así con usted, supongo que es algo que no tenía meditado del todo, que actuó un poco sobre la marcha pues en esos momentos iba sobradísimo respecto a nosotros y nuestra investigación.
—No se disculpe, inspector, parece que tiene sentido lo que comenta —dijo el sacerdote.
—Con esta muerte actuó así por ira, como ya le he dicho anteriormente al subinspector, piénsenlo, no ha elegido iglesia, no ha tenido cuidado alguno al entrar en la vivienda del sacerdote, se ha ensañado con él una vez muerto. Creo que nuestro amigo anda desquiciado, quizá aquejado por el dolor en la pierna si es verdad que ese disparo lo alcanzó. Pienso que está fuera de sí y esto que tenemos delante es una prueba de ello.
—Estoy de acuerdo con el inspector —dijo Alloa asintiendo con la cabeza.
—Y con el asesino fuera de sí me parece que vamos a asistir a toda una carnicería en un tiempo récord —añadió el inspector.
Todos quedaron pensando por unos instantes las palabras de Paolo, si este tenía razón quizá todos se enfrentaran al día más duro de sus vidas. Un psicópata enajenado era lo peor que podía pasar en aquellos instantes tan delicados.
Debían de prepararse mentalmente para enfrentarse a lo que supuestamente se les venía encima.
—Madre mía, pues siento no ser de ayuda en estos momentos, pero ya digo, no hay nada que dé una ligera pista de cuál es el siguiente paso a dar, daría lo que tengo porque así fuese —comentó cabizbajo el forense.
—Me informaré de cómo van las cosas en el equipo de criminalística pero dudo de nuestra suerte, a pesar de estar muy enfadado, sigue siendo un completo genio —dijo Alloa.
Los tres se despidieron del doctor con la confianza de que, después de haber escuchado el discurso de Paolo, volverían a aquella sala alguna vez más durante ese día.