Había pasado ya tres horas y todavía le temblaban las piernas después de la dura conversación vivida en el despacho de su superior. Le costaba horrores admitirlo pero quizá, el apartarlo del caso era justo lo que merecía, después de todo, tan solo había dado palos de ciego durante ya demasiado tiempo.
Puede que Alloa llegase a dónde él no había podido.
Era la primera vez en su vida que le había pasado algo parecido, jamás nadie había puesto en duda su trabajo, sobre todo porque él no había dado nunca un solo motivo para que nadie lo hiciese. Siempre se había considerado un profesional hasta aquel momento, pero ahora la duda le golpeaba como un puño duro como la roca.
El despacho se le estaba quedando más grande de lo que esperaba, precisamente para no sentir esa sensación en su casa, no se había marchado todavía, pero las cuatro paredes que lo encerraban se estaban convirtiendo en una cárcel amplísima en la que se encontraba él solo encerrado.
Añoraba el contacto humano, hacía mucho que no disfrutaba de él pues su puesto le absorbía el cien por cien de su tiempo, ya ni se acordaba de cuándo fue la última vez que disfrutó de una cita con una compañía agradable.
Era curioso que la angustia que estaba viviendo en esos momentos por el desprecio vivido hacia su trabajo, le estuviese haciendo tener ese tipo de pensamientos.
¿En qué tipo de caso lo pondrían a trabajar ahora?, estaba seguro que en alguna menudez.
Conocía demasiado bien a su jefe y sabía que no titubeaba en sus decisiones. Era un hombre firme y lo que decía era considerado palabra de Dios en la sede central de los Carabinieri.
Ahora tocaba ganarse de nuevo el respeto de su superior, aunque seguramente los nuevos casos que se le asignarían no contribuirían demasiado a ello, seguro que los podría resolver hasta un novato recién ingresado en el cuerpo. De momento, no podría involucrarse en nada importante que le hiciese recuperar parte del ego perdido aquella noche.
Si es que acaso era recuperable.
Una llamada a su puerta lo sacó de su angustia personal momentáneamente.
—Inspector, ¿puedo pasar? —preguntó Alloa desde el umbral.
—Claro, adelante.
—Inspector, verá —dijo mientras cerraba la puerta del despacho a cal y canto—, hemos recibido un aviso de una señora mayor, dice que ha escuchado gritos en el piso de al lado de donde ella reside.
—¿Y? —preguntó Paolo enarcando la ceja.
—En ese piso reside un sacerdote, señor.
Paolo levantó las dos cejas al mismo tiempo que habría los ojos como platos.
—Vaya… —dijo al fin—, parece que tenemos noticias rápidas de nuestro amigo…
—Sí, yo también lo he pensado enseguida.
—Bueno pues… suerte… ese caso le pertenece, Alloa, yo ya no pinto nada.
—Al contrario, usted viene conmigo a ver qué ha pasado, si acepta claro.
—¿Perdón?
—Ya ha escuchado el jefe, inspector. Dispongo de los medios y de los agentes que necesite, sin excepciones.
—Alloa se va a meter en un tremendo lío si me lleva con usted, eso no puedo permitirlo.
—A mi me parece que no, creo que sería peor si no le llevase.
Paolo miró sorprendido al subinspector.
—Vamos no me mire así, ¿acaso no se ha dado cuenta de la maniobra del jefe?
—No le sigo…
—Inspector, no me ha decepcionado nunca, no lo haga ahora… —hizo una pausa en la cual comenzó a sonreír— Desde las más altas esferas pedirán la cabeza del culpable del error de esta noche, ya lo ha hecho apartándolo a usted de la cabeza de mando de este caso. ¿Acaso no notó la manera de pronunciar “sin excepciones” cuando me dijo que dispondría de todos los agentes?, el jefe le quiere dentro de la investigación, sabe que sin usted esto va a ser imposible. Yo no sé ni por dónde empezar, sé cómo actuar en la escena del crimen y dirigir un equipo para la búsqueda de pruebas, pero no poseo ese don que usted tiene para la resolución de este tipo de casos.
Paolo no podía articular palabra alguna, lo que decía Alloa tenía sentido pero para nada lo hubiese pensado por él mismo, estaba dándole más importancia al hecho en sí mismo.
—Ya ha visto lo que yo he resuelto hasta el momento, nada —observó al fin.
—Por favor, no me haga insistirle, ¿o acaso necesita imaginar en el punto en el que nos hallaríamos cualquiera de nosotros sin usted? Por favor, parece que le estoy haciendo la pelota cuando no me hace falta alguna, no se haga de rogar y venga conmigo, le necesito para seguir adelante.
El inspector no sabía si hacer caso al subinspector o no, la duda era inmensa.
—Venga, no se quede pasmado y vayamos a ver qué ha ocurrido, ya he mandado una unidad, pero les he dicho que no toquen ni hagan nada una vez se aseguren del tipo de situación a la que se enfrentan.
Paolo decidió que no necesitaba una palabra más para enfundarse de nuevo su chaqueta y salir corriendo tras los pasos de Alloa. Debía dejar los lamentos para otro momento, ahora le necesitaban y él no pensaba en fallar de nuevo. Montaron en el coche del subinspector en esta ocasión y pusieron rumbo hasta la dirección dada en el aviso.
El padre Fimiani decidió esperar en la sede central ya que consideraba que su ayuda comenzaba después de todo ese proceso.
La dirección dada no distaba demasiado de la sede, por lo que, debido también a que no habían apenas coches circulando por las calles de Roma a aquellas horas intempestivas, llegaron en un abrir y cerrar de ojos.
Un coche patrulla aguardaba apostado en la puerta, con un agente fuera del mismo vigilante en la entrada del edificio. Un edificio al que el paso de los años había afectado sobremanera, ya que tanto Paolo como Alloa, mientras subían andando por las escaleras pudieron observar considerables grietas que daban lugar a la preocupación por el estado del mismo.
Cuando llegaron a la puerta del apartamento, otro agente que permanecía inmóvil bajo el umbral de la misma les comentó que cuando llegaron, ya era demasiado tarde. La puerta del piso ya estaba abierta de par en par y cuando pasaron a la vivienda y llegaron hasta la habitación del fondo, el espectáculo, era dantesco.
Antes de acceder al interior, Paolo fijó su mirada en la puerta.
—Mira, Alloa, la puerta está reventada, esta vez nuestro amigo no ha hecho alarde de sus habilidades, parece que está desesperado.
—Quizá impulsado por la ira de lo que acababa de ocurrir esta noche.
—Si es así, que Dios nos coja confesados.
Avanzaron por un estrecho pasillo decorado con dos simples cuadros pequeños con dibujos, eso sí, hechos a mano, de la plaza de San Pedro y de la basílica del mismo apóstol. Llegaron a la habitación que, custodiada por dos agentes, daba acceso al emplazamiento exacto del asesinato.
Con un gesto del inspector, ambos dieron paso al interior de la estancia a Paolo y a Alloa.
Dentro, a pesar de las órdenes dadas por Alloa de que nadie tocase nada, el equipo forense ya trabajaba con el cuerpo del sacerdote.
Paolo hizo un gesto de calma al subinspector para que pasara por alto ese hecho.
Ambos observaron el cadáver del sacerdote.
Tirado en el suelo, boca abajo, desnudo y con el cuerpo totalmente ensangrentado por los evidentes latigazos que lo habían dejado casi sin piel, el padre Trento, pues así se llamaba, yacía sin vida en el suelo de una pobre habitación, sin más muebles que una vieja cama y un armario de madera de aspecto muy económico y con la única decoración de un crucifijo en la pared de aspecto bastante austero.
Paolo no podía apartar la vista de la demacrada espalda del sacerdote, la violencia con la que parecía que lo habían golpeado parecía totalmente desmesurada. La mezcla de piel y músculo desgarrado era, sobre todo, una visión poco agradable y que hubiese deseado no presenciar.
No podía imaginar la fuerza y la rabia que había usado el asesino para llevar a cabo esa parte de su obra.
—Debo confesar que esperaba otra cosa —comentó Alloa mientras miraba sin pestañear el cadáver.
—¿La crucifixión? —dijo Paolo también con la vista fija sobre el cuerpo.
—Exactamente, según he podido leer en su informe, a San Felipe lo azotaron, encarcelaron y crucificaron. El paso del encarcelamiento entiendo por qué no lo ha realizado, pero el de la crucifixión, ¿por qué se lo ha saltado?
—No sabría decirle por qué, pero me preocupa, y mucho —dijo el inspector mientras suspiraba.
—¿A qué se refiere?
—La puerta rota, el estado del sacerdote, saltarse un paso… pienso que lo hemos enfadado, le hemos tocado mucho las narices y por lo tanto la ira actúa ahora mismo por él, está cegado.
—Pero es algo bueno, ¿no inspector? Quizá esa ira lo haga cometer un fallo —dijo Alloa esperanzado.
—Dudo mucho que así sea, creo casi con toda seguridad que esa ira va a traer muchas muertes en un corto espacio de tiempo, creo que hemos acelerado su obra, pero que seguirá siendo tan perfecto como hasta ahora. Necesitamos al equipo motivado, olvida las órdenes que se han saltado y anímalos para que lo hagan lo mejor posible.
—Joder, en ese caso tenemos que trabajar a contrarreloj, chicos —observó Alloa girándose hacia los forenses y haciendo caso al consejo del inspector—. Necesito que realicéis vuestro trabajo como siempre, con la mayor eficacia, sois los mejores, por eso estáis aquí en un caso tan importante. Pero a la vez necesito que realicéis esto con la mayor rapidez posible, necesitamos el cuerpo en las dependencias en un santiamén para que pueda ser examinado y logremos dar caza a ese mal nacido. Confío en ustedes, ahora más que nunca —dio otra vez la vuelta en dirección al inspector—. Llamaré rápidamente al juez, necesitamos la orden del levantamiento en un tiempo récord.
—Muy bien, Alloa —dijo Paolo con una amplia sonrisa—, eres un digno encargado para este caso.