Sentado en el interior de la ambulancia, Paolo recibía los cuidados típicos hacia una persona que acababa de recibir un disparo en el brazo. Había tenido una suerte tremenda, pues el proyectil había salido por completo atravesando su brazo, dejando en el inspector tan solo un agujero de entrada y otro de salida. Eso sí, lo suficientemente doloroso como para que una persona normal estuviese varios días revolviéndose en una cama de hospital, pero que al fin y al cabo no había tocado el hueso ni ninguna zona delicada de su brazo.
Paolo no era del tipo de personas a las que les gustaba quejarse por nada.
Mientras recibía la atención médica adecuada, en lo más profundo de su ser no paraba de lamentar una y otra vez el fracaso tan estrepitoso que acababa de sufrir en la Cripta de los Capuchinos. Ni siquiera había podido ver el estado de Fimiani, pues rápidamente el equipo médico lo trasladó en una camilla hacia otra ambulancia contigua a la de él, estaba desesperado porque acabasen ya de coserle las heridas para poder ir a visitar al sacerdote e interesarse por su salud.
Además, no dejaba de pensar también en el paquete que iba a caerle en comisaría por haber actuado de aquella manera, el jefe se lo iba a cenar con patatas.
Cuando por fin hubieron acabado con su brazo y ya lo llevaba vendado para proteger las heridas de los agentes externos, a pesar de las recomendaciones del enfermero que lo estaba curando de no abandonar aquel lugar todavía, salió de inmediato de la ambulancia, en busca de la de Fimiani.
Mientras se dirigía hacia ella pudo observar como Alloa, con una extraña máscara en la nariz, dirigía a todo el equipo en busca de muestras y que al ver al inspector de nuevo en pie, no dudó en ir en su búsqueda.
—¿Cómo se encuentra, inspector? —quiso saber de inmediato.
—He estado mejor —hizo una pausa mientras agachaba la cabeza en gesto de arrepentimiento—, Alloa… yo…
—No se disculpe por favor, si le acompañé fue porque quise, nadie me puso una pistola en la frente para obligarme, usted actuó como creyó conveniente y yo le seguí porque también pensé que era la mejor manera de proceder según se ha desarrollado todo. Por mí no se preocupe, parece ser que llevo la nariz rota, pero no tengo tiempo de ir ahora al hospital, estamos buscando un rastro.
—¿Un rastro? —Paolo levantó la cabeza de inmediato—, ¿de qué?
—Parece ser que uno de los agentes, al ver salir corriendo a una persona toda vestida de negro después de mi aviso, dio el alto desde lejos y no fue obedecido, por lo que abrió fuego sin pensarlo. Según él, hirió en la pierna a nuestro asesino, estamos buscando algún rastro de sangre en las inmediaciones. Si lo encontramos, por fin tendremos algo.
—Buen trabajo, Alloa —comentó el inspector muy excitado por las buena nueva que le acababa de comunicar el subinspector—, es una noticia estupenda, ¿sabe cómo se encuentra Fimiani? —quiso saber Paolo señalando con la mirada la ambulancia en la que se suponía que estaba este.
—Parece ser que le hemos salvado la vida, al asesino tan solo le dio tiempo a darle unos cuantos azotes con el látigo en la espalda, gracias a dios no pudo ensañarse demasiado más.
Paolo respiró aliviado, al final de todo, las cosas no habían salido tan catastróficas como en un principio pensaba. Su plan al menos había servido para salvar la vida de un ser humano, algo que no había conseguido hasta el momento en ese caso.
—No sabe el peso que me quita de encima con eso que me comenta. Voy a acercarme a ver su estado a la ambulancia, siga con su trabajo, lo está realizando perfecto, es usted todo un profesional. Si me necesita estoy aquí y, si siente que necesita que lo atiendan nuevamente en un hospital o algo ni lo dude, lo primero es su salud.
—Gracias, no se preocupe por nada, inspector, de momento puedo aguantar. Ahora es más importante no perder ninguna pista, ya casi le tenemos.
Ambos asintieron con la cabeza y Alloa volvió a distanciarse de Paolo para seguir dirigiendo al equipo mientras el inspector no lo hiciese.
Paolo puso rumbo de nuevo a la ambulancia, cuando llegó a su parte trasera, cuya puerta estaba cerrada a cal y canto, golpeó con sus nudillos del “brazo bueno”.
—Adelante —escuchó desde dentro.
El inspector abrió la puerta y observó como Fimiani estaba siendo atendido por un corpulento enfermero de varias heridas de gran longitud en su espalda, este giró rápidamente su cabeza al ver la puerta abrirse.
—Inspector, creo le debo una explicación —dijo el sacerdote cuando vio a Paolo en la entrada a la ambulancia con una voz muy apagada y con cierto apuro para poder hablar—. Por favor, ¿puede dejarnos solos unos minutos?, luego puede seguir, gracias.
El enfermero resopló, no parecía demasiado contento al tener que abandonar sus obligaciones para que hablaran en la intimidad.
Paolo entró ocupando el espacio dejado por el corpulento enfermero que acababa de salir, cuando este hubo cerrado la puerta, Fimiani giró también su cuerpo, mostrando su torso desnudo al inspector.
—Verá, inspector…
—Padre, antes de nada quiero que sepa que me alegro mucho de que se encuentre bien, para mí eso es lo primordial en estos momentos, pero comprenderá que no entiendo nada, pensé que me dijo que podía confiar en usted.
—Inspector, no sé si hice lo correcto, pero desde luego no me arrepiento en absoluto. Tenía una intuición, una intuición bastante fuerte. Me decía que yo iba a ser uno de los sacerdotes asesinados y preferí no decirlo para ofrecerme como señuelo —hizo una pausa para quejarse del dolor que sufría debido a las heridas—, espero me comprenda, confiaba plenamente en usted. Sabía que llegaría a tiempo para rescatarme y no me he equivocado.
Paolo perdió el habla durante unos segundos, no llegaba a asimilar las palabras del sacerdote.
—Fimiani, hágame el favor de no decir estupideces —acertó a decir al fin—, ¿o prefiere que lo llame Coluccelli?, si usted me hubiese contado todo esto desde un principio le hubiese proporcionado una mejor protección, imagine que no hubiese llegado a tiempo, como en el resto de ocasiones, usted estaría ahora mismo muerto.
—Por ahora prefiero Fimiani si no le importa, ya le he dicho que tenía una especial fe en usted. Además, si me hubiese puesto una protección el asesino no hubiese ido a por mí, no hubiese tenido esta oportunidad tan clara de atraparlo, recuerde que no es ningún novato.
—¿Por qué piensa que no hubiese ido a por usted? Me da en la nariz que nada ni nadie lo hubiese detenido si es su voluntad.
—¿Es que de verdad no ha llegado a plantearse todavía que el homicida podría ser alguna persona dentro de su propio cuerpo?
—Remotamente ha pasado por mi cabeza, no le voy a mentir, pero es algo que rechacé al instante, ¿quién?, y sobre todo, ¿por qué?
—No sabría decirle, inspector, pero piense, siendo de su comisaría, puede controlarlo todo mucho mejor, sabiendo exactamente en qué punto estamos en cada momento y cuidando sus pasos para no ser atrapado. Por eso digo que era mejor que yo siguiese con mi nueva identidad, si nadie en la comisaría sabía la verdad acerca de mí, si estaba en su lista, hubiese seguido actuando conmigo, como ha pasado.
El inspector sopesó las palabras del sacerdote, le dolía admitirlo ya que todo había estado a punto de acabar en tragedia, pero el planteamiento expuesto por Fimiani era, al menos, coherente.
—He de reconocer que su plan no ha sido malo del todo, pero da igual, no ha servido para nada, no he podido atraparlo. He tenido un error imperdonable para alguien que esté en mi cargo, he tenido un error de novato.
—Inspector, no se martirice, ha hecho lo que ha podido. Además, me ha salvado la vida y eso me hace estar en una eterna deuda con usted.
—No se preocupe, padre, usted no me debe nada, pero déjeme hacerle una pregunta, ¿de verdad mató usted a otro cardenal?
Fimiani agachó la cabeza antes de hablar, parecía que el recuerdo todavía estaba muy presente en su mente, como una herida que no ha terminado de cicatrizar.
—Así es, yo acababa de ser nombrado recientemente cardenal del Vaticano y me vi envuelto casi sin querer en medio de una fuerte conspiración por parte del cardenal Guarnacci. Intentó con malas artes destruir algo que todo el mundo debería conocer. Actué sin pensarlo, pues las vidas de otras personas estaban en juego y necesitaba hacer algo, aunque a mi defensa he de decir que él se abalanzó sobre mí para matarme primero. Actué más en defensa propia que otra cosa, si no, hubiese muerto en el despacho de ese desalmado.
—¿Y después cambió de identidad?
—Así es, tanto el cuerpo de la Gendarmería Vaticana, como el de los Carabinieri, así como el mismísimo Papa entendieron que, aunque había cometido un crimen, había sido en defensa propia. Salvé de la muerte a unas cuantas personas así como a la propia iglesia de una hecatombe sin precedentes, por eso me asignaron un nuevo nombre, una nueva identidad que salvaguardase ese secreto.
—¿Tan grande era el asunto?
—No puede imaginar hasta qué punto, pero comprenderá que eso sí que no puedo relatárselo, pues no tiene nada que ver con este caso y es quizá, uno de los asuntos más confidenciales de la iglesia de los últimos tiempos.
—Vaya, aunque reconozco que la curiosidad me come por dentro, debo respetar eso. Ahora dígame, ¿qué más secretos guarda usted en su interior?
—Juro por Dios que ninguno, ya sabe todo acerca de mí —dijo el sacerdote con un semblante serio.
—Bien, padre, olvidemos este pequeño incidente acerca de su verdadera identidad, supongo que ha actuado de buena fe y su plan casi sale bien.
—Gracias.
—Me gustaría que volviese plenamente al caso, creo que puede ayudarme a avanzar mucho más de lo que podría yo solo, le confieso que me siento algo perdido sin sus conocimientos acerca de la iglesia, aunque después de lo ocurrido, creo que me costará un poco más de la cuenta el convencer a mi jefe de esto, no le prometo nada, pero lo voy a intentar.
—Muchas gracias, no hay nada en estos momentos que me gustase más.
—Por cierto, padre, cuénteme qué ha pasado, ¿qué recuerda de todo este incidente?, ¿ha podido ver algo?
—Lo siento, inspector, yo simplemente recuerdo ir andando en dirección al Vaticano, siempre voy por callejones pues me ahorran bastante tiempo en mi trayecto. Sentí algo sobre mi boca, creo que un pañuelo, cuando desperté me hallaba en la Cripta de los Capuchinos, maniatado, con la boca tapada por un pañuelo atado fuertemente a mi cabeza, y con el torso desnudo para, más tarde comenzar a recibir latigazos en mi espalda. Al poco tiempo ocurrió lo que ya sabe, pues usted fue protagonista.
—Hijo de puta…
—No desespere, inspector, si ya ha llegado una vez a él, puede hacerlo otra. Además, entre alborotos he escuchado que han conseguido herirle en una pierna, ¿es cierto?
—Parece ser que sí, o al menos eso dicen —dijo Paolo levantando los hombros.
—Pues eso es algo positivo, ¿no?, ahora nuestro hombre debe de cojear, ya no le será tan fácil seguir realizando sus atrocidades.
—Eso espero, padre. Le dejo para que le sigan curando las heridas y pueda descansar, cuando se sienta con fuerzas espero verle por mi despacho, de todas maneras, si no tiene inconveniente, a partir de ahora un agente le acompañará, hará de escolta con usted hasta que acabe esta locura. Ahora mismo no está seguro, no tengo ni idea de si el asesino intentará volver a usted y, esta vez no quiero que sea señuelo de nada, ¿entendido? —hizo una pausa—, yo iré a observar como anda el rastreo de pruebas y después marcharé hacia mi despacho, la noche parece que va a ser muy larga.
—No se preocupe, inspector, vuelva a sus quehaceres, yo estaré bien.
—Eso espero.
Dicho esto Paolo volvió sobre sus pasos avisando de nuevo al enorme enfermero para que siguiese atendiendo al padre Fimiani.