Juntar las letras con un significado coherente había sido más fácil de lo que pudiese parecer en un principio, tan solo siguieron el orden lógico de anotarlas de izquierda a derecha y de arriba abajo en las filas, gracias a ello el mensaje era bastante claro.
“ROMASUBVATICANO”
“ROMA SUB VATICANO”
“Roma, debajo del vaticano”
—Vaya, no íbamos mal encaminados con nuestro siguiente viaje, esto sin duda lo confirma —dijo Carolina mirando la pantalla de su teléfono móvil fijamente.
—Sabíamos que teníamos que ir a Roma, lo que no teníamos ni idea era que tendríamos que explorar hasta sus mismísimas profundidades.
—Supongo que se refiere a la Necrópolis del Vaticano, pero no sé cómo pretenden que nos colemos ahí, es imposible, según tengo entendido está fuertemente vigilado. Me parece que nuestro camino, por desgracia, acaba aquí.
—No seas pesimista, Carolina, ya se nos ocurrirá algo una vez estemos allí, siempre encontramos una solución a este tipo de entuertos.
—Debes estar alucinando, pero en fin, ya veremos… ahora salgamos de aquí, necesito aire natural nuevamente.
Nicolás asintió y puso rumbo de nuevo a la puerta de salida, colocó la mano en el pulsador y mirando a Carolina, lo apretó con decisión.
Como ya esperaban, la puerta comenzó a sonar bruscamente y a abrirse con lentitud hacia arriba, revelando un angosto pasillo con una escalera ascendente.
—Bueno, veamos a dónde nos lleva esto.
Con paso decidido y convencidos de que lo malo ya había pasado, ambos subieron las escaleras con la esperanza de que la salida definitiva estuviese cerca de la entrada con forma de corazón. Una vez ahí tan solo tendrían que seguir el hilo para salir de nuevo al exterior, aunque casi ni les hacía falta pues el camino recorrido había sido en línea recta todo el tiempo.
Una vez arriba del todo encontraron un nuevo pulsador, al lado de una puerta que, en esta ocasión y para su sorpresa, no era de piedra.
—Parece madera… —observó Nicolás al tocarla con las yemas de sus dedos.
—¿Eso quiere decir que no da a la montaña?
—Eso pienso, pulsaré y salimos de dudas.
Nicolás, con la incertidumbre de no saber en qué punto podrían encontrarse exactamente, pulsó el botón que supuestamente les traería de vuelta al mundo real.
Un ruido de engranajes comenzó a sonar, moviendo la puerta de madera lateralmente, hacia el lado izquierdo de los jóvenes, dejando que la luz penetrase de manera lenta en aquel oscuro pasillo con escaleras. Cuando atravesaron la puerta ya abierta, sus ojos no daban crédito a lo que veían.
Justo delante de sus narices y con un periódico local en la mano, el hermano Calatrava los miraba con los ojos abiertos como platos.
—¿Co… Co… Cómo han llegado hasta aquí? —dijo al fin sin casi poder articular palabra.
Al par de jóvenes casi tampoco les salían las palabras.
—Pues… hemos descubierto que la leyenda era cierta hermano… —dijo Nicolás sin poder quitar ojo al monje.
—Pero… ¿me están hablando en serio?, ¿y cómo han llegado hasta aquí?
—Eso quisiéramos saber nosotros, de todos los sitios del mundo en el que menos hubiésemos sospechado aparecer era en ¿su habitación? —preguntó Carolina sin poder creer todavía donde estaba.
—Sí, es mi estancia, y estaba aquí tranquilo leyendo el periódico del día cuando ha comenzado a moverse sola la estantería, una estantería que nunca he podido apartar yo mismo, pensé que estaba atornillada al suelo o algo…
—¿De verdad no sabía que la salida se encontraba en su habitación? —preguntó Nicolás bastante escéptico.
—Por supuesto que lo desconocía, si ni siquiera creía que esa historia fuese cierta.
Nicolás sonrió.
—Le puedo asegurar que lo es.
—¿Y entonces es verdad que bajo nuestros pies reposa la verdadera lanza?
—Puede que hace un tiempo —intervino Carolina—, pero ahora no hay nada donde se supone debía estar, pienso que alguien se la llevó. Dudo mucho que sea la que se expone en el museo de la catedral.
—No, yo tampoco creo que sea la verdadera, aunque quizá la que hubo tiempo atrás tampoco lo fue.
—Me temo que eso es algo que nunca podremos saber hermano —dijo el inspector levantando las cejas hacia arriba en gesto de resignación.
—¿Y han podido superar las famosas pruebas que dicen existen ahí abajo?
—Em… digamos que eso sí es una leyenda, no hay tales pruebas —respondió Nicolás mirando de reojo a Carolina.
—De verdad, me dejan sin palabras, sobre todo al comprobar que la salida de la famosa leyenda se encuentra en mi propia habitación, nunca lo hubiese dicho. Lo importante, sea todo real o solo en parte, es que lo han podido comprobar con sus propios ojos y que, sobre todo, han salido ilesos del pasadizo, a pesar de sus pintas —dijo sonriendo.
Carolina y Nicolás cruzaron sus miradas para comprobar cómo, en efecto, iban todo sucios y con las caras casi negras debido al humo que se había montado dentro de la estancia con la prueba del fuego.
—Sí… es que ahí abajo había mucha suciedad, al estar tantos años cerrado… —contestó Carolina nerviosa.
—¿Y por dónde han entrado? No creo que vaya pues mi edad no me deja correr demasiadas aventuras, pero siento curiosidad por si un día me animo a comprobar la leyenda con mis propios ojos —dijo el monje.
Nicolás, en un intento para que el hermano Calatrava no tuviera que pasar por ese momento cercano a la muerte que habían pasado ellos, mintió piadosamente al monje. Inventó por completo el camino recorrido por el interior de la cueva, hasta llegar a una entrada que acababa de tampoco era real.
—Parece fácil —comentó el monje al escuchar la explicación del inspector—, quizá un día me atreva.
—Pero lleve cuidado hermano y, recuerde llevar consigo una de estas —añadió Nicolás devolviendo las linternas prestadas por el monje—. Muchas gracias por su ayuda, en cuanto tengamos nuestro artículo escrito le remitiremos una copia para que pueda leerlo antes que nadie —mintió.
—Ansioso me hallo.
Dicho esto se encaminaron hacia la puerta, no sin antes, tanto Nicolás cómo la joven, agradecer una y otra vez la inestimable ayuda del monje. Salieron y, antes que este cerrase la puerta de sus aposentos, les habló por última vez.
—Por favor, háganme un favor más —les pidió el hermano Calatrava.
—Usted dirá —respondió Nicolás nada más girar sobre sí mismo.
—Han conseguido salir con vida de algo muy peligroso, pero lleven mucho cuidado en Roma, están muy cerca.
Dichas estas enigmáticas palabras cerró la puerta de su habitación y ambos jóvenes escucharon como giraba un pestillo en su interior.
El hermano Calatrava se encerró a cal y canto dentro de sus aposentos.
Carolina miró a Nicolás con una cara de verdadero asombro por lo que acababa de ocurrir, eran tantos los giros que daba la historia que debía haberse acostumbrado a la perfección a tanta sorpresa, pero no podía hacerlo.
Nicolás volvió a dirigirse a la puerta del monje, agarró la manivela e intentó abrirla sin éxito.
—¡Abra la puerta! ¡Hermano!, ¡no puede decirnos eso y encerrarse tan tranquilo, necesitamos respuestas!, ¿me escucha? —exclamó a voces.
—Déjalo, Nicolás —dijo Carolina todavía asombrada—, no te canses, no va a abrir. Ya has visto lo estupendo actor que es, no te va a revelar nada más.
Nicolás pensó las palabras de la joven, tenía razón.
Los había engañado desde el primer momento, como a bobos, pero lo que más le desconcertaba era no saber si pertenecía al bando “bueno” o al bando “malo”.
Soltó la manivela y comenzó a andar por el pasillo en silencio junto a Carolina, era el mismo pasillo en el que se encontraba la enfermería, solo que la habitación del ahora enigmático hermano Calatrava estaba ubicada al fondo del todo del mismo, por lo tanto sabían por dónde tenían que salir.
Una vez fuera y con la misma tónica de no decir una sola palabra por parte de ambos, tomaron rumbo hacia dónde habían aparcado el coche y, una vez llegaron, montaron en él.
Nicolás introdujo de nuevo la dirección del hotel en el sistema de navegación y volvieron por el camino que habían recorrido por la mañana.
Ninguno de los dos quiso hablar durante la primera parte del trayecto.
Cada uno prefirió escucharse pensar.