Capítulo 50

Carolina fue la primera en abrir los ojos de una manera muy lenta y con algo de dolor debido a la fuerte sequedad que ahora tenía en ellos. No tenía ni idea de qué había pasado, ni siquiera de donde se encontraba en esos instantes, necesitó alzar un poco la vista, no sin un gran esfuerzo, para recordar que hacía tan solo unos instantes había estado a punto de morir en aquella sala.

Y lo peor era que no había sido la primera vez durante aquella semana.

Giró su cuello al lado contrario para ver dónde estaba Nicolás y lo vio tirado en el suelo, casi a su lado, por lo que sintió una angustia indescriptible en aquellos momentos por si le había ocurrido algo al inspector.

Una vez más consiguió sacar fuerzas de donde parecía que ya no quedaban y se incorporó con cuidado para comprobar el estado de Nicolás.

Cuando volvió a agacharse para poder ves más de cerca al joven comprobó aliviada que este respiraba, había sufrido al igual que ella un desvanecimiento debido a la gran ingesta de humo que se había producido minutos atrás.

—Nicolás, despierta —dijo a la vez que golpeaba con suavidad el rostro del inspector—, todo ha salido bien, abre los ojos.

Nicolás poco a poco comenzó a abrirlos ante la petición de la joven, consiguiendo la satisfacción de que su primera visión, algo borrosa eso sí después del sufrimiento vivido, fuese la de, a su parecer, el rostro más bello de la historia.

Sintió ganas de abrazarla, de estrecharla entre sus brazos con tanta fuerza que nada ni nadie pudiese separarla de su lado, para poder sentir nuevamente el aroma que desprendía su piel, para poder sentir una vez más los latidos acelerados del corazón de la joven cuando ambos apretaban sus pechos. Pero no le quedó más remedio que reprimir esas ganas, lo que no hizo sino más agradable la siguiente sorpresa que le aguardaba el destino.

Sin esperarlo, la joven se abalanzó sobre él, regalándole el tan ansiado abrazo, a Nicolás le daba igual el motivo por el que esa muestra de afecto hubiese surgido de Carolina, no le importaba si era verdadero sentimiento o una simple reacción al haberse visto en frente de las puertas de la muerte y haber conseguido sortearlas. Lo único que quería era que el tiempo se detuviese para siempre, le daba igual comer, dormir, beber, tan solo necesitaba que ese abrazo no terminase jamás.

Pero como todo lo bueno en esta vida, acabó por terminar.

Después del momento de afecto, ambos sintieron una gran vergüenza en su interior. Los dos tenían claro que sus sentimientos todavía estaban vivos pero ninguno se atrevía a comentar nada respecto a ese asunto, quizá dejar que las cosas transcurrieran por sí solas era lo mejor que podían hacer.

Si de verdad seguían estando enamorados el uno del otro, todo acabaría en un final feliz.

Con la ayuda de Carolina, aunque poco podía ayudar en esos instantes, el inspector logró ponerse en pie. Lo primero que hizo fue recoger las ropas de la joven del suelo y dárselas un poco avergonzado, pues ni se había percatado que esta seguía en ropa interior delante de él.

Carolina las aceptó mirando sonriente a Nicolás, como queriendo demostrarle que no pasaba nada. Colocó la camiseta en su posición natural y volvió a ponérsela, aunque todavía quedaba calor dentro de la estancia, no era tan sofocante como hacía un rato.

—Necesito beber algo, la garganta me quema —dijo Nicolás con dificultad debido a la sequedad de su boca.

—Pues me parece que la única solución es terminar con esto cuanto antes, no hemos venido preparados para esto, cuando salga me voy a beber un manantial.

Nicolás sonrió ante la exageración de Carolina.

—¿Pasamos a la siguiente sala? —preguntó este comprobando cómo la joven asentía con la cabeza ante su pregunta—, pues vamos.

Como siempre, Nicolás pasó primero seguido de Carolina para poder protegerla en caso de una desagradable sorpresa. Ambos volvieron a encender las linternas para poder observar el interior de la misma. Lo primero que Nicolás vio justo al lado de la puerta fue un cubo metálico con agua aparentemente limpia en su interior. Cuando lo vio Carolina dejó caer su linterna al suelo de golpe y se abalanzó para poder beber rápidamente.

—Un segundo, Carolina, déjame probarla, no sabemos ni siquiera si es agua.

Carolina asintió, el ansia había actuado como titiritera en su interior y se había dejado llevar por la sed.

Nicolás se agacho y tocó con sus dedos en el líquido, estaba muy fría, algo que devolvió parte de la sensibilidad perdida durante su desvanecimiento. Primero la olfateó, no desprendía olor sospechosa alguna, más tarde se echó unas gotas a la boca.

—No sabe muy bien, pero se puede beber.

Oído esto, Carolina sin pensarlo ni un instante metió sus dos manos dentro del cubo y sacó una cantidad considerable para echársela primero a la cara, sintiendo el frescor recorrer de nuevo por todo su cuerpo para, seguidamente, volver a sacar una nueva cantidad para echársela a la boca. Repitió la operación varias veces mientras Nicolás esperaba pacientemente que la joven acabase para proceder con su turno.

Una vez ambos estuvieron satisfechos y en parte recuperados por el sufrimiento de la sala anterior, retomaron su investigación acerca de la estancia.

La sala tenía las mismas proporciones que la anterior, es más, parecía una copia calcada de la misma con algunas diferencias. No había vasijas blancas, algo que tranquilizó inmensamente a los dos jóvenes. En el centro de la nueva sala había simplemente un pedestal de hierro con una circunferencia acostada en su parte superior y, justo antes de llegar a la puerta de la salida que se encontraba a las espaldas del mismo, había un improvisado altar con un manto blanco inmaculado, sobre el que reposaba algo metálico que parecía ser la sujeción de otro objeto.

Ambos se dirigieron inmediatamente allí.

—Mira Nicolás, parece ser que aquí reposaba la lanza —dijo Carolina.

—Eso parece, pero no está, ¿será que la que había aquí es la que está expuesta en la catedral?

—Lo dudo, ya viste cómo era esa lanza, con símbolos cristianos.

—Quizá fueron añadidos después.

—No lo creo, además, si toda la leyenda que nos ha contado el hermano Calatrava es cierta, ¿por qué no iba a serlo también la parte que dice que se hizo una copia de la lanza?

—¿Insinúas que alguien se la ha llevado?

—Realmente no es mi intención insinuarlo, pero es una posibilidad.

—Puede que tengas razón y, ahora, ¿qué tenemos que hacer aquí?

Carolina dio media vuelta para observar de nuevo la habitación, no tenía ni idea de cómo proceder a partir de ahora. Se fijó en la puerta de la supuesta salida.

—No sé qué se nos pide ahora, pero fíjate en la puerta, al lado tiene un pulsador, igual que en la puerta final de Viena. ¿Crees que ya está todo?

—No, aquí nada se pone al azar, fíjate en el pedestal de hierro, debe de estar ahí por algo —dijo Nicolás mientras lo enfocaba con su linterna.

La joven miró en dirección a lo que apuntaba el inspector con su linterna, de pronto le pareció ver algo que no había observado antes.

—Un segundo —dijo esta—, apunta un poco más al suelo.

—¿Cómo?

—Hazme caso, mira, hay algo escrito.

Nicolás comenzó a andar con la linterna dirigida directamente al punto indicado por Carolina. Una vez ahí comprobó que, en efecto, había muchas letras juntas formando un semicírculo de 4 filas de letras, sin un orden ni sentido aparente.

—¿Qué es esto? —preguntó el inspector.

—No sé, todas las letras juntas, sin seguir un patrón… no tengo la menor idea.

—¿Tu “idioma” no se puede aplicar aquí?

Carolina sopesó las palabras del inspector. Cuando este se refirió a su “idioma”, aludía claramente al código inventado entre su difunto padre y ella para comunicarse en clave cuando era pequeña y, que después este utilizó para revelar las pistas que les condujeron tanto a ella como a Nicolás a desenmascarar toda la verdad de los Caballeros Templarios hacía un año y medio.

—No, todas las letras están juntas y no tiene sentido, recuerda que el código funcionaba con palabras separadas —respondió esta.

—¿Y no podemos separarlas?

—¿A nuestro antojo? ¿Basándonos en qué?

—Tienes razón, no lo había pensado.

—El caso es que esto —dijo tocando con sus dedos el pedestal de hierro, debe de servir para algo, parece que es para poner un objeto encima de él, en la circunferencia esta.

—¡Claro!, ¡el diamante! —exclamó Nicolás—, hay que colocarlo en la circunferencia.

—Pues venga, no sé a qué esperas.

Nicolás quedó pensativo por unos instantes, no recordaba qué había hecho con él. La tensión vivida en la sala anterior había hecho que olvidara por completo el diamante de color rojo.

Comenzó a palpar los bolsillos de sus pantalones sintiendo un alivio inmenso al comprobar que este descansaba aprisionado dentro de su bolsillo. Lo extrajo con cuidado y lo colocó en el pedestal esperando que pasase algo.

Pero no ocurrió nada.

—¿Y ahora? —dijo Carolina.

—Está claro que no solo era ponerlo, hay algo que se nos escapa, pero no sé que es.

Ambos quedaron por unos instantes pensativos, procesando sus posibilidades en aquellos momentos. Aunque no eran muchas en realidad, es más, tan solo veían la posibilidad de abrir la puerta con el pulsador y observar qué pasaba en aquellos momentos.

—¿Abrimos la puerta? —preguntó Nicolás dubitativo.

—¿Se te ocurre algo mejor?

Ambos dieron media vuelta y pusieron rumbo hacia la salida, cuando llegaron y con la mano en el pulsador, Nicolás giró nuevamente para echar un último vistazo al diamante por si su mente maquinaba algo nuevo a última hora, lo enfocó con su linterna y su sorpresa fue grande cuando observó el resultado.

—Mira eso, Carolina.

—¿Qué pasa?

—Mi rayo de luz se divide en varios que apuntan a distintas direcciones.

—¿Y? Eso es la refracción, ¿no has ido al colegio? —dijo en un tono de guasa.

—La que parece que no has ido eres tú —contestó él con más guasa todavía—, parece que tengo que explicártelo todo últimamente.

Dirigió de nuevo sus pasos al diamante.

—Mira —dijo mientras levantaba la linterna hacia arriba, colocando el haz de luz en dirección a la parte superior del diamante.

—¡Joder! —dijo Carolina al comprobar lo que Nicolás había conseguido.

Al refractarse el rayo de luz a través de ese punto del diamante, varios rayos pequeños salieron de este, apuntando claramente cada uno a una letra del semicírculo.

—¿Llevas el móvil encima? —preguntó Nicolás.

—Claro —dijo Carolina sin salir de su asombro.

—Pues abre la aplicación de notas y escribe una a una las letras que te voy a ir diciendo.