Capítulo 45

La caja había revelado algo que nadie en sus peores pesadillas hubiese esperado encontrar al recibir un paquete a su nombre.

La cabeza de un hombre con los ojos abiertos de par en par reposaba en el fondo de la misma.

Era justo lo que Paolo temía.

El homicida ya había cumplido con su cupo mínimo de asesinatos al día, solo que había escogido una manera un tanto teatral y bastante más silenciosa que las anteriores para hacérselo notar al inspector.

—Mierda, era justo lo que imaginaba, supe desde el mismo momento en que deducimos cómo sería la próxima muerte de que no iba a conformarse con decapitarlo y ya está, cada vez quiere hacerse de notar mucho más.

Meazza seguía de pie, sin poder articular palabra, mirando fijamente la cabeza inerte que yacía en la caja entregada por el mensajero.

—Es… Está loco… —acertó a decir el doctor—, ¿cómo tiene valor a jugársela de esta manera?

—No tiene escrúpulos, eso es algo que ya sé con toda certeza. Esto para él ahora mismo ya ni siquiera es un acto de sadismo, es un juego. Un juego con el que se lo está pasando en grande mientras va muriendo gente y nosotros estamos perdiendo la cabeza.

El forense se dedicó solamente a asentir mientras mantenía clavada su mirada en la testa seccionada.

—Doctor, necesito que la examines ya, necesito saber dónde está el resto del cuerpo y a quién pertenece.

—Sí, claro… perdona, Paolo, pensarás que debido a mi profesión no me sorprendo con facilidad, pero no puedo acostumbrarme a estar frente a la obra de este demente.

Paolo le dedicó una sonrisa algo fingida que decía claramente: “no pasa nada, no te preocupes”.

El forense cogió con sumo cuidado la cabeza desde sus laterales, cerca de las orejas, sin presionar más de la cuenta por si acaso se llevaba otra sorpresa y la colocó encima de la mesa donde colocaba los cuerpos sin vida que solía examinar.

—El corte parece ser limpio, como si hubiese sido de un solo intento certero, mira la sección —dijo mientras señalaba con su dedo índice el cuello de la víctima—, si hubiese sido con un gran cuchillo o algo llevaría varias marcas en los puntos de aplicación de la fuerza.

—Si no me equivoco habrá sido realizado con un hacha, de un solo golpe, así murió Judas Tadeo.

—Vaya, así que esta vez se trata del patrón de los imposibles.

Paolo asintió con su cabeza, no pudo evitar pensar que ese santo era el más adecuado para aquellos momentos tan complicados por los que estaban pasando gracias al “homicida de los sacerdotes”.

—Pues sigamos, a parte de eso, a primera vista no veo nada que me llame la atención, aunque… espera un momento… —dijo mientras acercaba su cara a la del difunto—, parece que lleva algo dentro de la boca…

—Tampoco me sorprende… parece que le gusta usar las cavidades bucales para dejarnos regalitos —dijo el inspector.

El doctor se dio la vuelta y buscó en su bandeja de “herramientas” unas pinzas metálicas que, posteriormente, introdujo en la boca de la cabeza sin cuerpo.

—¿Qué tenemos aquí? —dijo a la vez que extraía algo parecido a un papel enrollado.

—Pásamelo —dijo Paolo que todavía llevaba los guantes de látex puestos—, quiero ver qué hay escrito.

El doctor obedeció y le pasó el papel al inspector para que pudiese leerlo.

Este lo desenrolló.

—“¿Dónde estoy?, la respuesta sólo la hallarás en mi mente” —leyó Paolo en voz alta.

—¿En su mente? ¿Y cómo quiere que sepamos lo que hay en la mente de este pobre hombre?

—Es más fácil que eso, Guido, no te preocupes, voy conociendo ya a este malnacido, sé exactamente lo que nos quiere decir. Da la vuelta a la cabeza.

El doctor Meazza, sorprendido ante la petición de Paolo vaciló unos instantes pero finalmente accedió a lo que este le acababa de pedir. Le dio la vuelta a la cabeza.

—Examínala bien Guido, estoy seguro de que debe de llevar una pequeña parte cosida.

El forense, por enésima vez, volvió a dedicarle una mirada de “¿estás loco”?, ante esto Paolo volvió a insistirle.

El doctor, meneando la cabeza de un lado a otro, obedeció al inspector Salvano y comenzó a examinar detenidamente toda la parte del cuero cabelludo del difunto con la incertidumbre de si realmente encontraría algo. Al llegar a la parte central del cráneo trasero, notó algo que sobresalía un poco.

—Vaya… parece que estabas en lo cierto —dijo al percatarse del hilo que estaba palpando—, por favor, pásame esas tijeras de punta fina que ves ahí, al lado del bisturí, quitaré esto y veremos a ver qué sorpresa nos aguarda ahora.

Paolo le pasó el instrumental requerido al doctor Meazza y este, con extremo cuidado, se dedicó a cortar los puntos que habían cosidos en el cogote del difunto. Una vez quitados todos se dio cuenta de que realmente una parte de su cuero cabelludo, la que estaba cosida, estaba a su vez pegada de un trozo de papel, que se introducía dentro de la cabeza a través de una obertura hecha en el propio cráneo.

—Esto cada vez se está tornando más siniestro —comentó el forense mientras inspeccionaba con su mirada el objeto sacado del interior de la cabeza.

No hizo falta que Paolo se lo pidiese para que se el doctor se lo pasara.

Cada segundo era vital.

Paolo, con mucha delicadeza, lo desenrolló como pudo y leyó las palabras escritas en el mismo.

—“Me encontrarás fuera de la protección de Roma” —leyó en alto.

—¿Fuera de la protección de Roma?, qué es la protección de Roma, ¿se refiere a los Carabinieri?, no tiene sentido…

—No creo, no sé lo que es ni a lo que se refiere, pero me duele la cabeza solo con pensar lo que me espera a partir de ahora. Estoy cansado de tanto acertijo ya, para devanarme los sesos me compro un libro de sudokus.

—Pues vete, no pierdas tiempo, averigua rápido a lo que se refiere y da buena caza a ese mamón, deberíamos hacerle lo mismo que él está haciendo a sus víctimas —comentó el forense apretando los dientes.

—¿A qué te refieres?

—A cuando lo atrapes torturarlo, hacerle pasar por todo el calvario que están viviendo estos pobres hombres. Piensa una cosa, si lo atrapas y entra en la cárcel vivirá mejor que nosotros ahora mismo, tendrá comida, cama donde dormir, televisión por cable, podrá estudiar una carrera si lo desea… Vivirá como un puto marqués. A estos sacerdotes nadie les devolverá la vida, por quitarles les está quitando hasta la dignidad al darles tan vergonzosa muerte.

—Recuerda una cosa, Guido —dijo Paolo mientras se daba la vuelta para volver a su despacho dispuesto a iniciar con el nuevo acertijo—, ojo por ojo…

—Y el mundo quedará ciego —continuó el doctor a sabiendas de que Paolo lo decía en ese sentido con la mirada hacia el suelo, cuando miró de nuevo en dirección al inspector, este ya había desaparecido.

Paolo tomó asiento de nuevo en su despacho para averiguar qué es lo que había querido decir esta vez el asesino. No quería admitirlo, pues su confianza en esa persona ya no era la misma, pero estaba seguro de que debía de tratarse de algo relacionado con la iglesia, sin duda alguna necesitaba al padre Fimiani.

Descolgó su teléfono y marcó el número personal del sacerdote.

—Padre, le necesito en mi despacho con la mayor urgencia posible —dijo al sentir que su interlocutor había pulsado la tecla de descolgar en su teléfono móvil.

—Deme cinco minutos, estoy cerca.

Colgó.

Debido a la tensión acumulada por parte de Paolo después de tantos días de asesinatos de sacerdotes y dando palos de ciego aquí y allá, los cinco minutos justos que pasaron desde que colgó el teléfono hasta que el padre Fimiani llamó a su puerta, le parecieron apenas cinco segundos.

Ya casi ni era consciente del día en el que estaba, como para estar pendiente del tiempo.

Fimiani entró al interior del despacho algo cabizbajo pues sabía que, en aquellos momentos no gozaba de la plena confianza del inspector. Pero aún así, estaba dispuesto a ayudarlo en lo que fuese necesario para desenmascarar al homicida y ganarse por derecho propio la confianza de Paolo.

—Tome asiento, por favor.

Fimiani obedeció dócilmente.

—Verá, padre, no puedo revelarle tanta información como antes pero aún así, sigo necesitando de usted y de sus conocimientos en el mundo espiritual.

—Comprendo —dijo resignado—, es algo normal. Usted dirá, ¿qué necesita?

—Pues mire, el asesino nos ha hecho referencia a un lugar que se encuentra fuera de la protección de Roma, he estado pensando durante unos instantes y he llegado a la conclusión de que podría hacer alusión al Vaticano.

—¿Al Vaticano?, nada más lejos, aunque es lógico su razonamiento, pues sabemos que el Vaticano es un estado en sí mismo, pero la protección de Roma es otra cosa.

—¿Y bien?

—Habla de las murallas, desde el imperio, se ha conocido a las murallas como la protección de Roma. He visto decenas de manuscritos y códices que la nombran refiriéndose claramente a ella.

—Fuera de las murallas… —dijo Paolo mientras abandonaba su cómodo asiento, ¿qué iglesias hay en la parte exterior a la muralla?

—Hay unas cuantas, pero las más significativas son la de San Pablo y la de San Lorenzo.

—San Pablo descartada, el asesino ya obró allí con el padre Melia, no creo que vuelva a repetir localizaciones siendo tan grande Roma, de todas maneras enviaré una patrulla para asegurarme. Yo iré a San Lorenzo, debe de ser allí.

El padre Fimiani esbozó una pequeña sonrisa al comprobar que había aportado algo útil al caso.

—Padre, verá, no puede venir con nosotros en esta ocasión, supongo que comprende el porqué.

Fimiani volvió a sonreír, como queriendo mostrar a Paolo que se hacía cargo de la situación.

—No se preocupe, inspector, soy consciente de la situación. Tengo cosas que hacer durante el día de hoy y terminaré tardísimo, de todas maneras no dude en llamarme si acaso pudiese ayudarles en cualquier cosa, para mí es un honor que al menos siga confiando en mi persona para estos asuntos.

Paolo le guiñó un ojo en el gesto más cómplice que pudo salir de él en esos momentos, ahora debía de salir hacia la iglesia para ver qué le esperaba allí.

Aunque ya se podía hacer una pequeña idea.