El reloj del aeropuerto marcaba las once de la mañana, hora local. Nicolás, acompañado de Carolina, cuando solo hubo puesto un pie fuera del edificio del aeropuerto decidió enfundarse con sumo cuidado en su rostro sus gafas de sol, recientemente adquiridas en una óptica cercana a su casa en Madrid.
Como era de esperar, Edward lo había organizado todo de manera meticulosa y, cómo no, en un tiempo récord. Durante los últimos días, el inspector estaba asistiendo a una clase magistral de cómo con un bolsillo bien lleno, se podía conseguir cualquier cosa que se necesitase, empleando para ello el menor tiempo posible.
Habían partido en el primer vuelo de la mañana con rumbo al aeropuerto internacional de Zvartnots de Yerevan, en Armenia, en un avión un tanto lujoso y en primera clase. Tanto Nicolás como Carolina dieron por sentado que para poder conseguir plaza en un vuelo tan inmediato, tan solo quedarían de ese tipo de billetes disponibles.
Edward, tal y como había ocurrido en el viaje anterior, les había indicado que nada más salir por la puerta, si miraban hacia su izquierda encontrarían la compañía con la que había alquilado el coche para que pudiesen moverse libremente.
Esta vez les tocó un coche de una marca impronunciable, pero Nicolás agradeció que al menos fuese del mismo tipo que los coches que él estaba acostumbrado a conducir, no con las cajas de cambios que la mayoría de modelos portaban en los países de Europa del Este.
Y sobre todo que también tuviese un sistema GPS disponible.
Era algo indispensable.
Una vez gestionado todo el papeleo con la empresa de alquiler de vehículos, ambos montaron en el automóvil.
Nicolás introdujo la dirección del hotel que Edward les había dejado reservado esta vez y pusieron rumbo siguiendo las instrucciones de la amable mujer que les hablaba electrónicamente desde el sistema de navegación, en un castellano más que dudoso, hacia su nuevo destino.
Apenas tuvieron que andar durante 20 minutos para llegar a la misma puerta del hotel Hrazdan, en el mismo centro de Yerevan, pues, según les había explicado Edward, Echmiadzin no disponía de establecimientos en los cuales poder quedarse y esa ciudad era el punto más cercano hacia su destino final.
El hotel les ofreció una gratificante sorpresa.
Se trataba de un lujoso complejo de 4 estrellas, con todas las atenciones que pudiesen esperarse y con piscina idílica al aire libre con tumbonas a su alrededor que, si el frío que los acompañaba no hubiese estado presente, hubiesen incitado a tirar las maletas de sopetón, quitarse la ropa en menos de un segundo y dejarse llevar por la tranquilidad que parecía ofrecer. Pero, por desgracia, no era el momento idóneo.
Tras registrarse y mostrar sus identificaciones en recepción, un simpático botones de muy baja estatura, pelo amarillo como el sol y con leves chapurreos del castellano les acompañó a la que sería su estancia, desde ahora hasta que descubriesen el misterio que les aguardaba.
Cuando entraron en sus aposentos, una vez más sus bocas tuvieron que abrirse tanto que les hubiese cabido un puño entero cerrado.
La habitación era simplemente perfecta.
Con un ligero toque salmón en sus paredes, la estancia era mucho más amplia de lo que en un principio habían presupuesto. Tanto que en la misma, dejando todavía un gran espacio para poder andar a sus anchas, había dos camas individuales enormes, separadas por una mesita de unos setenta centímetros de ancho y justo enfrente de donde iban a reposar, una mesa de casi un metro y medio de ancho, con el cristal más brillante y reluciente que ambos habían visto a lo largo de sus vidas presidía el centro de la sala, dejando todavía sitio para un enorme mueble de tv de aspecto moderno que sostenía un plasma de 42’’ de una conocida marca de electrónica.
El cuarto de baño, con una bañera que podía haber pasado perfectamente por una piscina olímpica, no desentonaba con el resto de la habitación, también majestuoso e invitando a, después de una dura jornada, tomar un baño con las sales que les habían dejado preparadas encima del lavabo de más de tres horas de duración.
Después de alucinar viendo su nueva estancia y despedirse del simpático trabajador, decidieron dejar las maletas encima de la cama e iniciar inmediatamente el camino hacia la resolución del enigma.
Tomaron de nuevo el vehículo alquilado y emprendieron rumbo hacia su destino.
La distancia entre Yerevan y Echmiadzin era de apenas veintiún kilómetros, por lo tanto y debido a que no había demasiado tráfico, se plantaron en la ciudad que les serviría para volver a devanarse, en una nueva ocasión, los sesos desmesuradamente en apenas 20 minutos.
Durante el camino hacia su nuevo punto de interés, Carolina había sido la encargada de, con su nuevo teléfono móvil de última generación y su flamante conexión a Internet de Dios sabe cuántos euros al mes, buscar toda la información posible acerca de su destino.
Entre esa información encontró que la ciudad de Echmiadzin fue fundada, no se sabe a ciencia cierta si durante el siglo III o IV a.C., bajo el nombre de Vardkesaban. Históricamente hablando, su punto de mayor importancia era su catedral, la cual albergaba lo que ambos habían venido a ver, la supuesta lanza que el soldado Longino clavó en el costado de Jesucristo.
No tuvieron problema alguno para aparcar justo en los aledaños de la catedral pues no había una cantidad de coches considerable en sus alrededores. Cuando bajaron contemplaron fascinados la majestuosidad del conjunto arquitectónico que se apostaba frente a ellos.
El complejo se componía de varios edificios que databan, según había leído Carolina, de los siglos IV, V, VI, VII y XVII, que desde el año 2000 formaban parte del Patrimonio de la Humanidad.
Pero de todos los edificios, en principio, solo les interesaba uno, la catedral matriz de Echmiadzin.
—Es el edificio cristiano más antiguo de toda Armenia —comentó Carolina a Nicolás mirando fijamente su teléfono móvil—, fue iniciado en el 303, aunque reconstruido en el 484. Supuestamente fue construida por San Gregorio “El iluminador”, tras un sueño en el que se le apareció Jesús indicándole el sitio exacto en el cual debía de emplazarse.
—Otra aparición divina de un lugar sagrado… ¿De verdad la leyenda dice eso?
—Sí, más en concreto dice que en el sueño descendió hasta el punto en el que ahora mismo se encuentra situado el altar, indicándole con un martillo de oro que ese era el sitio correcto donde debía de ser emplazada.
—Vaya, he de reconocer que la leyenda es preciosa, al igual que la catedral.
Carolina asintió sin dudarlo.
Atravesaron la puerta para acceder a su interior con el fin de poder visitarla. Sabían de buena tinta el lugar exacto en el que debían de dirigirse para poder ver la lanza con sus propios ojos, pues ya habían realizado previamente la consulta en el buscador de Internet.
Ese lugar era el museo.
Avanzaron por la catedral como simples turistas dispuestos a maravillarse con el contenido de la misma, aunque la verdad, era un papel fácil de realizar pues verdaderamente la catedral estaba provocando ese efecto sobre ellos.
Su combinación de paredes blancas, por un lado inmaculadas, y de decoraciones en tonos rojos y dorados, por otro lado lujosos, contrastaban de tal manera que se hacía agradable a todo tipo de ojos, quienes buscaban la simpleza frente a los que buscaban la ostentación.
Mientras avanzaban, con la excusa de parecer auténticos turistas, detuvieron sus pasos frente a un bajorrelieve que representaba a San Pablo y a Santa Tecla e intentaron aparentar que hacían comentarios sobre el mismo, sin dejar de observar a sus alrededores para comprobar que nadie les andaba siguiendo en aquellos momentos. Los recuerdos de su anterior aventura hacía un año y medio les previnieron para que actuaran de aquella manera.
Después de aquella comprobación rutinaria, comenzaron a andar de nuevo poco a poco y sin perderse detalle de toda la decoración que vestía interiormente al edificio llegaron a la parte oeste de la catedral, la cual albergaba el museo Gandzaran, lugar de reposo para la lanza de Armenia.
Entraron al museo con decisión, este tenía entrada gratuita durante aquel día aunque ambos no sabían realmente la razón. En este caso accedieron con la ilusión de saber que, al contrario que en Viena, aquí sí sabían lo que en un principio buscaban, por lo tanto esperaban una tarea algo menos ardua.
Comenzaron, como buenos turistas, a mirar una a una las posesiones del museo que iban desde pinturas religiosas de gran valor hasta manuscritos ilustrados con una antigüedad patente a la vista, pasando por objetos religiosos de oro, plata y marfil y como no, el objeto estrella de toda la colección, la lanza que atravesó el costado de Jesucristo en el momento de la crucifixión, acompañado por algo que no hubiesen imaginado encontrar.
Un trozo de la supuesta arca que utilizó Noé durante el gran diluvio universal.
—¡Vaya! —exclamó—, este supuesto objeto divino me ha traído a la mente mis tiempos de estudiante.
—¿Te refieres al arca?
—Sí, te sorprendería conocer una anécdota muy curiosa sobre este barquito que montó Noé, ¿te suena para algo Gilgamesh?
—No tengo el gusto de conocerlo personalmente —dijo irónicamente el inspector—, ¿qué es eso?
—Mejor di quién era. Gilgamesh era un personaje literario de la mitología sumeria.
—¿Sumeria?
—Sí, es una cultura que nació en el valle de Mesopotamia, entre los ríos Tigris y Éufrates, se sitúa justo en lo que hoy es Irak, Irán y algunas zonas de Siria. Con el nacimiento de esta cultura muchos historiadores consideran que pasamos de la prehistoria a la historia propiamente dicha.
—¿Y eso? —al mismo tiempo que lo decía Nicolás cayó en la razón de esa afirmación—, no me lo digas, el nacimiento de la escritura.
—Muy bien —dijo sonriendo Carolina—, los sumerios utilizaban un tipo de escritura muy distinta a la nuestra, conocida por cuneiforme, pero que al fin y al cabo era escritura. Gracias a estos escritos que se realizaban en tablillas de arcilla hoy conocemos mucho acerca de su cultura, su religión, que por cierto eran politeístas y sobre hemos podido conocer sus leyendas. Uno de estos escritos era el poema de Gilgamesh, o epopeya de Gilgamesh como lo conocen muchas personas. En el poema se narran las aventuras de este personaje, una de ellas es un episodio totalmente idéntico al diluvio universal narrado por la escritura divina, por lo que se ha concluido que la gente que escribió la biblia, se “inspiró” en este fragmento del poema.
—Vamos, que lo copiaron.
—Como tantas y tantas cosas… La navidad, o festividad del sol invicto para varias culturas paganas, los arcos de divinidad con el que se representan a los santo, que lo tomaron de los egipcios, la virgen amamantando al niño Jesús, que también lo tomaron prestado de la cultura egipcia… pero eso no es el caso que nos ocupa ahora, es solo que me he acordado de esto al ver el trozo del supuesto arca.
Nicolás esbozó una gran sonrisa que no pasó desapercibida antes los ojos de la joven.
—¿Por qué sonríes? —quiso saber esta.
—Siempre he dicho y diré que serías una profesora estupenda, si has conseguido que a un zoquete como yo le acabe gustando la historia…
Carolina se ruborizó ante tal comentario del inspector e intentó hacer caso omiso del mismo, pero nada podía ocultar su rostro enrojecido y su sonrisa nerviosa.
—Bueno, ocupémonos de la lanza sagrada, que a eso hemos venido —dijo Carolina una vez consiguió recuperar casi al cien por cien la compostura.
Nicolás obedeció a las palabras de la joven y dirigió su vista automáticamente hacia el objeto por el cual se encontraban allí en ese preciso momento.
Dentro de una vitrina, acompañada de otros objetos tales como una mano de plata o dos cálices del mismo material reposaba, acostada dentro de un estuche medio dorado medio de color plata, la supuesta lanza sagrada de Echmiadzin.
—Por favor, ¿cómo puede creer la gente que esta lanza es mínimamente verdadera? —pronunció Carolina en un tono de evidente burla.
—¿Por qué lo dices?
—A ver Nicolás, creo que es algo que es tan evidente que no hace falta ni que lo explique, pero bueno, lo haré… —puso los ojos en blanco durante un instante y habló—, mira la punta, esos agujeros que forman una cruz, ¿de verdad crees que un soldado romano iba a llevar un símbolo claramente cristiano sobre el arma con la que está a punto de apuntillar al icono de la cristiandad? Es ridículo.
—De todas maneras… supongo que ese símbolo, el de la cruz, se adoptaría una vez el cristianismo comenzara a propagarse, ¿no?
—Más argumentos a mi favor.
—Supongo que a la gente de hoy en día solo basta con darles lo que te piden para que tengan una fe ciega en lo que les muestras.
—Desgraciadamente sí, habrá mucha gente que haya reído cuando la ha visto, como yo, pero habrán otras tantas, que se hayan marchado de aquí después de haber rezado frente a ella, fascinados al haber contemplado con sus propios ojos la lanza que participó en la pasión de Jesucristo.
—Bueno, pero si la gente es feliz así…
—Sí, supongo que sí, es como la conversación que tuvimos en Chartres, la fe es algo muy personal y que cada uno debe decidir cómo quiere que sea.
Nicolás la guiñó un ojo en un claro gesto de complicidad con la joven.
—Vale, pues ya la tenemos frente a nuestras narices y ya la hemos observado, ¿ahora qué?
—Esto… No sé… —dijo Carolina mientras daba una vuelta sobre sí misma—, mira, Nicolás —su mirada señalaba claramente un punto en concreto.
Los ojos de Carolina apuntaban a un pequeño puesto de recuerdos de la catedral, en el cual se apreciaban llaveros de todo tipo, incluidos con forma de la lanza, postales, rosarios… incluso dedales con el dibujo de la catedral vista desde fuera. Una mujer con el pelo algo alborotado y unas gafas de pasta un poco antiguas ojeaba muy concentrada una revista.
—Sígueme por favor —dijo Carolina.
Nicolás la siguió sin rechistar.
En un momento se plantó frente a ella, aunque la mujer tardó varios segundos en reparar que los jóvenes estaban esperando su reacción. En cuanto lo hizo, con una amplia sonrisa les dijo algo que en la vida hubiesen acertado a traducir. Ante la imposibilidad comunicativa ya que no conocían su idioma, Carolina decidió probar suerte.
—¿Habla usted español? —dijo muy lento para intentar que su interlocutora la comprendiese.
—Oh, sola uno poco —respondió esta en un castellano medio inventado.
—Necesito información sobre la lanza de Longino, ¿hay algún tipo de guía que pueda ayudarme y darme un poco de información?
—Siento mucho, seniora, pero no puedo… perdón… no tengo guía, ahora solo tengo libro con información.
—¿Y qué precio tiene ese libro?
—8 Dram.
Entonces Nicolás y Carolina comprendieron que habían tenido un error de manual, no habían realizado la conversión de divisas pertinente que debes hacer cuando cambias a un país distinto de la zona euro, ni se habían acordado, ahora mismo iban andando por ahí sin nada de dinero.
Ante tal contratiempo, Carolina decisión improvisar una pequeña solución.
—No estoy segura de si me valdrá, ¿puedo mirarlo primero?
—Sí claro —dijo la dependienta mientras se daba la vuelta para coger el libro con información acerca de la lanza en el idioma adecuado, el que llevaba la banderita de España dibujada en su portada.
Cuando hizo entrega de este a Carolina, dedicó una nueva sonrisa a los jóvenes y prosiguió con su labor de leer la revista que había dejado encima de la mesa para poder atenderlos.
—¿Qué haces, Carolina?, no podemos comprarlo, no tenemos nada de dinero aquí —dijo Nicolás en un evidente tono de preocupación.
—Calla, tan solo quiero ver si hay algún tipo de información aquí que nos pueda ayudar, lo haré lo más rápido que pueda, pero tienes que callarte que me desconcentras.
Nicolás se quedó mirando fijamente a Carolina, o estaba loca o era un genio, aunque estaba seguro de que si tuviese que apostar, lo haría por la segunda opción.
Pasaron dos minutos, en los que comprobó que la joven intentaba disimular mientras leía el libro con sus ojos a toda pastilla para que pareciese que no lo hacía, desde luego era muy buena actriz.
De repente lo cerró y se lo entregó de nuevo a la sonriente dependienta.
—Lo siento, no es lo que buscaba, necesito algo más completo, por eso le he preguntado por el guía.
—No preocupe, seniora, si puedo ayuda en algo más solo me dice y yo ayudo —dijo la mujer con una sonrisa de despedida y de agradecimiento.
Carolina sin mediar una palabra más se dirigió hacia la salida del museo, Nicolás, estupefacto comenzó a seguirla.
—¿Dónde vas? —preguntó sin entender nada—, ¿no te ha servido el libro?
—Al contrario, me lo ha resuelto todo, vamos al coche.